14 es una novela del escrito francés Jean Echenoz. Este autor se enfrenta al reto de escribir y describir la Primera Guerra Mundial en noventa y ocho páginas.
Echenoz es capaz de componer en 15 capítulos una obra, casi minimalista, pero a la que no le falta nada para conseguir comunicar al lector de forma concentrada e inteligente la conmoción y las atrocidades causadas por la Primera Guerra Mundial.
Un crítico del diario Libération destaca el sentido flaubertiano de la gramática y el ritmo; afirma que a ratos recuerda a una película muda y otras veces a un cuadro cubista.
La novela transcurre en Francia y para transmitir las vivencias de la guerra Echenoz lleva al lector a acompañar en su camino a cinco amigos, ahora soldados, muy jóvenes, que llevan una vida tranquila en la Vendée, provincia situada en el litoral atlántico del Loira, cuando estalla el conflicto en agosto de 1914.
14 es una novela que parece sencilla, pero podríamos decir que ofrece mucho con poco. En una primera lectura llama la atención la forma narrativa que utiliza Echenoz en escenas a veces sueltas pero que enganchan perfectamente en el tronco común. Podríamos decir que el autor utiliza una técnica casi cinematográfica en su narrativa.
El personaje principal es Anthine, acompañado por sus amigos Padioleau, Bossis y Arcenel y su hermano Charles.
El protagonista y sus amigos han sido inscritos en el 93º regimiento de infantería, el mismo número que eligiera Victor Hugo para su novela 93, a la que, según palabras del propio Echenoz rinde tributo.
La novela tiene un comienzo muy metafórico
“Anthime se topó con un fenómeno para él desconocido hasta entonces. En lo alto de todos los campanarios, de pronto acababa de ponerse en marcha un movimiento, mínimo pero continuo: la alternancia regular de una cuadrado blanco y otro negro, sucediéndose cada dos o tres segundos, como una luz alternativa, un parpadeo binario que recodaba el de la válvula automática de algunos aparatos en las fábricas. Anthime observó sin comprenderlos aquellos impulsos mecánicos, similares a disparadores o guiños, dirigidos desde lejos por otros tantos desconocidos.
A continuación, el fragor envolvente del viento, interrumpiéndose tan bruscamente como había surgido, dio paso al ruido que había ocultado hasta entonces: en realidad eran las campanas, que habían comenzado a repicar desde lo alto de los campanarios y tañían al unísono en un desbarajuste grave, amenazador, pesado, y en el que, aun sin conocerlo apenas, pues era demasiado joven para haber asistido a muchos entierros, Anthime reconoció instintivamente el toque de rebato, que suena en contadas ocasiones y del que tan sólo acababa de llegarle la imagen antes que el sonido.
El rebato, habida cuenta de la situación que atravesaba el mundo, anunciaba sin lugar a dudas la movilización.”
El protagonista, Anthine, es un contable de 23 años, al comienzo de la obra, cuando todo parece apacible, va recorriendo en bicicleta unos kilómetros por carreteras de campo y bajo un agradable y templado sol. Es muy metafórico el viento que aparece repentinamente y que todo lo cambia.
“Nada más llegar Anthime al montículo, sobrevino una brutal y estrepitosa ráfaga de viento que estuvo a punto de arrancarle la gorra y de desequilibrar la bicicleta…”
“Ventoleras tan vivas, sonoras y repentinas no son habituales en pleno verano por esos pagos, sobre todo con semejante sol, y Anthime se vio obligado a plantar un pie en el suelo…”
“Con ser un paisaje sugestivo, se veía turbado momentáneamente por aquella irrupción ventosa, atronadora, a todas luces inhabitual en aquella estación y que, obligando a Anthime a sujetarse la visera, colmaba todo el espacio sonoro.”
Cuanto Anthime vuelve en su bicicleta hacia el pueblo en un bache del camino pierde su libro que queda abierto en la cuneta de manera también muy metafórica con una sentencia que él ya no leerá: Aures habet et non audiet (Tienen oídos y no oyen)
Los cinco amigos destacan entre la masa de soldados que marchan en las mismas condiciones que ellos, pero el lector no los personaliza.
Esta breve novela consigue dar una excelente visión de varias de las circunstancias que se vivieron durante la Primera Guerra Mundial.
Una de estas situaciones fue la desaparición de las calles y plazas, así como de los puestos de trabajo de todos los hombres jóvenes. El autor describe la tensión que produce esta desaparición y la espera de lo desconocido.
“A primera hora de la mañana, los empleados municipales más ancianos que se han quedado en la ciudad han terminado de retirar los últimos ramilletes marchitos…”
“También todo está más tranquilo porque hay menos gente, sobre todo hombres jóvenes en la calle, o muy jóvenes, pues éstos , convencidos en su mayoría de que el conflicto será muy breve, lo ignoran y no quieren preocuparse. Los contados muchachos de su edad con quienes se cruza Blanche, de aspecto más o menos enfermo, han sido declarados inútiles al menos por el momento…”
“Las cervecerías están desiertas, los camareros han desaparecido, les toca a los dueños barrer personalmente la zona de las puertas y las terrazas. Y así, las dimensiones de la ciudad, cavidad de los varones como si se los hubieran tragado, parecen haberse extendido: aparte de las mujeres, Blanche sólo ve a ancianos y chiquillos, cuyos pasos suenen a hueco como en un traje demasiado holgado.”
Las mujeres entran en el mercado laboral para sustituir a los trabajadores masculinos que ya no están y que no se sabe por cuanto tiempo van a faltar, aunque pensaran que la ausencia sería breve.
“Transcurridos casi dos años de combates, con el reclutamiento acelerado sangrando incesantemente al país, cada vez había menos gente en las calles, fuese o no fuese domingo. Tampoco se veían ya muchas mujeres y niños, dada la carestía de la vida y la escasa posibilidad de salir de compras: las mujeres, que cobraban a lo sumo el subsidio de guerra se habían visto obligadas a buscar trabajo en ausencia de los maridos y hermanos: colgar carteles, repartir el correo, picar billetes o conducir locomotoras cuando no compartían trabajo en las fábricas, en especial las de armas. Y a los niños, que ya no iban a la escuela, tampoco les faltaba en qué ocuparse: muy solicitados desde los once años de edad, sustituían a sus hermanos mayores en las empresas y en los campos de alrededor de la ciudad, donde conducían los caballos, trillaban los cereales o apacentaban el ganado. Los demás eran fundamentalmente ancianos, indigentes, algún que otro inválido como Anthime y algún que otro perro con collar o sin él”
La vida en la Vendeé continua aunque transformada. Así el lector conocerá a Blanche y su familia, propietarios de la fábrica Borne-Séze.
“Como se esperaba, Anthime vio que al principio Blanche sonreía a Charles orgullosa de su porte marcial, pero cuando llegó a su altura, no sin sorpresa esta vez, recibió de ella otra clase de sonrisa, más seria e incluso, según le pareció, más emocionada, intensa, pronunciada, vete a saber.”
“Y, de lejos, por encima del hombro de Charles que estrechaba a Blanche en sus brazos, Anthime la vio clavar de nuevo la misma mirada en su persona.”
“Al abandonar la habitación, ha pasado delante del escritorio, que no habrá desempeñado papel alguno esa mañana: está acostumbrado, pues tan sólo sirve para albergar las cartas que Anthime y Charles envían regularmente a Blanche, cada cual por su cuenta, y que, ceñidas con cintas de colores dispares, descansan en cajones diferentes.”
Otra faceta del conflicto, que muestra la novela, es la ingenuidad con la que, en un principio, abordan los jóvenes su marcha hacia la guerra.
A pesar de la situación, en el pueblo todo parecía tranquilo y todos comentaban que el conflicto no duraría más de quince días.
Anthime junto con sus amigos Padioleau, Bossis, Arencel y Charles, hacen cálculos sobre cuántos días tardarán en volver a casa. Todos piensan que será cuestión de quince días, luego piensan que serán treinta y así hasta darse cuenta con la perdida de la inocencia que aquella situación no terminará tan fácilmente, ni de forma gratuita.
Incluso Charles con su superioridad muestra la terrible ingenuidad del momento.
“Charles, que llegó a última hora de la mañana, como siempre altivo y displicente, le adjudicaron al principio un uniforme de no le iba. Pero como se puso a protestar con desdén, montando un número y alegando su cargo de subdirector de fábrica, despojaron a otros –en este caso a Bossis y a Padioleau– de un capote y de un pantalón rojo que parecieron contentar al personaje, pese a su expresión hastiada y distante.”
La guerra y la desgracia terminarán igualando a todos.
ya con los uniformes puestos, los nuevos soldados marchan por la ciudad de forma alegre, parecía que sentirse soldados les sentaba bien.
“Al día siguiente ya empezaron a sentirse soldados: por la mañana el regimiento realizó una primera marcha antes de que el coronel pasara revista en el campo de maniobras después de que desfilaran por la ciudad a la espera de tomar el tren
Aquel desfile resultó bastante alegre, todos formados y erguidos…”
Pero hasta que el conflicto no se volvió realmente crudo, la gente seguía pensando que aquello no duraría y que todos volverían a casa.
“Pero en general la gente sonreía confiada, pues a todas luces aquello duraría poco, regresarían enseguida…”
“Regresarán todos ustedes a casa, prometió el capitán Vayssière, levantando la voz en al medida de sus fuerzas. Sí, volveremos todos a la Vendée.”
“Lo que mata no son las balas, sino la falta de aseo, que es nefasta y que es lo primero que deben ustedes combatir. D modo que lávense, aféitense, péinense y nada tienen que temer.”
“Lo encontrarás todo en orden cuando volvamos. A saber cuándo, se dijo Anthime. Esto irá muy rápido, aseguró Charles, estaremos de vuelta para los pedidos de septiembre.”
“Lo sé, dijo Blanche, está Ruffier. Si, dijo Monteil, bueno, ya no desde el otro día, se ha ido como todo el mundo, pero será cosa de dos semanas, se solucionará rápido.”
“Asunto de quince días, había diagnosticado Charles tres meses atrás bajo el sol de agosto. lo mismo que dijo Monteil, y lo mismo que muchos creían por aquel entonces. Salvo que quince días después, treinta días más tarde, al cabo de más y más semanas, cundo comenzó a llover y los días pasaron a ser más fríos y cortos, las cosas no se desarrollaron como estaba previsto.”
La ingenuidad llegaba a tal extremo que el narrador, momentos antes de morir Charles, dice:
“Por lo demás, no tienen miedo, pues únicamente se les ha encomendado una misión de reconocimiento, pese a la novedad de dicha empresa, para la que apenas han recibido preparación.”
“Entonces brota un solo disparo del fusil de infantería: una bala atraviesa doce metros de aire a setecientos metros de altura y mil por segundo y penetra en el ojo izquierdo de Noblès para salir por encima de su nuca, detrás de la oreja derecha, y a partir de entonces el Farman, descontrolado, mantiene un momento su trayectoria para declinar en pendiente cada vez más vertical, y Charles boquiabierto, por encima del hombro desplomado de Alfred, ve acercarse el suelo en el que va a estrellarse, a toda velocidad y sin más alternativa que su muerte inmediata, irreversible, sin sombra de esperanza…”
La ingenuidad desaparecerá de forma repentina
“Sucedió también que las cosas parecieron concretarse un poco más cuando comenzaron a propagarse rumores, sobre todo tocantes al espionaje: al parecer, un maestro traidor fue sorprendido en tal o cual sector, a punto de volar un puente. Hacia Saint-Quentin, aparecieron supuestamente dos de aquellos espías amarrados aun árbol, acusados de transmitir con una linterna durante la noche información al enemigo, y cuando se acercaron a ellos vieron como el coronel los mataba a quemarropa con su revólver. “
“Si, no cabía duda de que todo parecía concretarse.”
“A partir de entonces tuvieron que enfrentarse a los hechos: allí comprendieron realmente que tenían que entrar en combate, montar una operación por primera vez, pero, hasta el primer proyectil que impactó cerca de él Anthime no se lo creyó de verdad.”
Es en la página 55 cuando nos damos cuenta de que Charles y Anthime son hermanos. Así que 14, en ese momento adquiere un matiz añadido: la relación entre los dos hermanos. El hermano aparentemente perfecto y el imperfecto.
“Y su hermano, por cierto, inquirió Monteil. Perdón, dijo Blanche, ¿el hermano de quién? El hermano de Charles, le recordó Monteil, ¿tiene noticias suyas? Postales, contestó Blanche, las envía regularmente. Y hasta alguna carta, de vez en cuando. Ahora creo que andan por el Somme, no se queja mucho. Mejor, opinó Monteil, De todas formas, dijo Blanche, Anthime nunca ha sido una persona que se queje mucho. Ya sabe usted cómo es, se adapta a todo.”
Los dos hermanos van a representar el tiempo viejo y el tiempo nuevo.
“Y seis mese después, la manga de la chaqueta doblada y prendida en el costado derecho con un imperdible, y una cruz de guerra nueva prendida con otro imperdible al otro lado del pecho, Anthime se paseaba por un muelle del Loira. Volvía a ser domingo y con el brazo que le quedaba llevaba cogido el brazo derecho de Blanche.”
“Se levantó, atravesó el pasillo, abrió la puerta de enfrente y se dirigió en la oscuridad hacia la cama de Blanche, que tampoco dormía, Se acostó junto a ella, al abrazó, la penetro y la inseminó. el otoño siguiente, precisamente en el transcurso de la batalla de Mons, que fue la última, nació un varón al que llamaron Charles.”
El tiempo nuevo vence al tiempo viejo, con todas sus imperfecciones. Como símbolo de esto nace un varón, que será el heredero de la familia y su esperanza.
Echenoz no tiene la intención de contar, ni regodearse con los horrores de la guerra. La guerra es horrible en sí misma y es capaz de cambiar la historia, el pensamiento de la humanidad, la sociedad. Finalmente, será una catarsis que lo cambiará todo.
Aun así, el autor da un par de pinceladas sobre el sufrimiento y los horrores que tuvieron que vivir los soldados.
“Muy pronto los hombres comenzaron a desplomarse sin cesar, sobre todo los reservistas, en especial Padioleau. Hasta que, al final de la etapa, estaban todos extenuados, nadie quería encargarse de cocinar y abrían latas de carne en conserva sin apenas bebida con que acompañarlas.”
“Cada vez cruzaban con más frecuencia pueblos abandonados por sus habitantes, a veces incluso derruidos, devastados o incendiados…”
“las calles desiertas estaban sembradas de cosas heterogéneas y degradadas…”
Así mismo, narra algunos pequeños episodios sobre la situación de los soldados en las las trincheras, palabra que se repetirá sin cesar en el discurrir de la guerra, con el fin de que el lector se de cuenta de que esta fue una guerra de trincheras y de como eran realmente.
No hay en ella nada prescindible, la obra está desprovista de elementos superfluos. La manera de narrar parece que no transmite emociones porque sólo nos muestra la fotografía aparentemente estática de todas las situaciones, pero en esas fotografías el lector consigue ver y sentir el horror de la guerra.
Echenoz describe a la perfección las trincheras. Allí podemos ver de forma precisa los cuerpos muertos mezclados con las ratas, los proyectiles cayendo sin poderlos controlar. Echenoz transmite la sensación de que nadie es nadie todos forman una masa en la que la suerte juega un papel fundamental a la hora de conservar la vida.
Echenoz deja también constancia de las nuevas armas de guerra como el gas, los obuses , las bengalas o los aviones como en el que fallece Charles.
“Los soldados se aferran a su fusil y a su machete, cuyo metal oxidado, empañado, oscurecido por los gases, apenas reluce ya bajo el fulgor helado de las bengalas, en un ambiente corrompido por los caballos descompuesto, la putrefacción de los hombres caídos y, en la zona donde están los que se mantienen más o menos derechos en medio del lodo, el olor de sus orines, de su mierda y de su sudor, de su mugre y de sus vómitos, por no hablar de esos pegajosos efluvios a rancio, a moho, a viejo cuando en principio están en el frente y se hallan al aire libre, pues no: huele a cerrado, el olor se extiende sobre las personas y en su interior, tras las alambradas de púas de las que cuelgan cadáveres putrefactos y desarticulados que a veces sirven a los zapadores para fijar los cables telefónicos, que no es empresa fácil, los zapadores sudan de cansancio y de miedo, se quitan el capote para trabajar con mas comodidad y lo cuelgan de un brazo que, al salir del suelo, vuelto , les sirve de percha.”
“Luego todo pareció a punto de terminar: la opacidad iba disipándose poco a poco en la trinchera, retornaba una suerte de calma, aun cuando otras detonaciones enormes, solemnes, seguían sonando en derredor pero a distancia, como un eco. Los ilesos se incorporaron más o menos salpicados de fragmentos de carne milita, colgajos terrosos que ya les arrancaban disputándoselos las ratas, entre los restos de cuerpos diseminados, una cabeza sin mandíbula inferior, una mano con us alianza, un pie solo en su bota, un ojo.”
El mismo Echenoz dice:
“Todo esto se ha descrito mil veces, quizá no merece la pena detenerse de nuevo en esta sórdida y apestosa ópera”
Hace una comparación con la ópera porque Echenoz tiene muy presente la música en todas las situaciones de la vida
“Puede ser, incluso, que no sea útil ni pertinente comparar la guerra a una ópera, y menos aún si no nos gusta la ópera y si, como es, es grandiosa, enfática, excesiva, llena de esperas penosas que hacen mucho ruido, y a menudo, a la larga, son bastante aburridas”.
En aquel horror los hombres preferían sufrir una buena herida de guerra que los sacara de allí.
“Cinco horas después , en la enfermería de campaña, todo el mundo felicitó a Anthime. Sus compañeros manifestaron lo mucho que le envidiaban tan excelente herida, una de las mejores que cupiera imaginar, grave eso sí, e invalidante, pero bien mirado no mas que tantas otras, anhelada por todos ellos, pues era las que garantizan a uno alejarlo para siempre del frente.”
“Pero no se abandona una guerra así como así. No hay vuelta de hoja, está uno atrapado: el enemigo delante, las ratas y los piojos encima y detrás lo gendarmes. La única solución es dejar de ser útil para el servicio, lo que esperamos por supuesto a falta de otra cosa, lo que terminamos deseando, es una buena herida, la que (caso de Anthime) garantiza liar el petate, pero el problema reside en que eso no depende de nosotros.”
“Arcenel daría con una tercera solución, sin haberla elegido en realidad, sin premeditación, sino por obra de un impulso: un simple estado anímico que le produjo en cadena un momento de desasosiego y una reacción… Arcenel salió a dar una vuelta…avanzando maquinalmente por la campiña sin verdadero propósito de alejarse…”
Otros salieron de otras formas. Arcenel se despistó y encontró su final. Fue juzgado allí mismo y de manera rápida condenado a muerte.
“Tras el tiro de gracia al final de la ceremonia, la tropa desfiló ante su cuerpo, con el fin de que el veredicto llamara a meditar a los soldados.”
Finalmente, de los cuatro amigos y el hermano solo regresaron dos. Los otros tres fallecieron en distintas circunstancias, pero cada uno de los personajes es un arquetipo de las posibilidades que encontraron los soldados, en esa guerra atroz, de regresar con vida y en que condiciones o las distintas posibilidades de fallecer.
Echenoz declaró que la idea de este libro partió de unos papeles que encontró de un familiar y que su idea no era escribir un libro histórico.
«no trataba de hacer un volumen proporcional a las dimensiones e ese ‘suicidio europeo’, que fue una contienda plenamente industrial, en donde se produjo un armamento gigantesco; sólo he querido ser alusivo de la magnitud del fenómeno».
Realmente, Echenoz consigue su propósito. No hay mucho más que decir.