El viaje del héroe
El protagonista de la obra, el señor Linh, emprenden un viaje. Este viaje está provocado por una experiencia traumática como consecuencia del horror producido por causas externas imposibles de asimilar y que producen en él una perdida de la realidad. El señor Linh no puede asimilar que ha perdido a toda su familia y se aferra a la muñeca de su nieta que es lo único que se ha conservado intacto. El señor Linh intenta recuperar su vida agarrándose a una nieta irreal.
Durante este “viaje” existen momentos de alucinación. El señor Linh visita, en un sueño, su antigua aldea, junto con su amigo el señor Bark.
Durante su largo y difícil viaje el personaje vive una irrealidad y una constante desazón.
El señor Lihn parece recuperar la tranquilidad gracias a su amistad con el señor Bark. Pero no sabemos si terminará por recuperar la razón. Quizá el golpe en la cabeza y la estancia en el hospital junto a los cuidados del señor Bark le permitan asumir su situación y volver a la realidad.
El señor Linh emprende lo que se ha llamado “el viaje del héroe”
El viaje del héroe es un arquetipo. Es un Modelo que se presenta constantemente en nuestra historia como humanidad, nos une a todos los seres humanos, superando cualquier límite de tiempo y espacio, porque está siempre vivo y presente en nuestra memoria Individual y Colectiva. Es un Arquetipo o Patrón de Autosuperación, una importante herramienta para el Desarrollo Personal, atemporal y de probada eficacia. De él podemos extraer lecciones útiles para poner en práctica en nuestra vida cotidiana.
Existen al menos 4 modelos diferentes que desarrollan el Arquetipo, y el más utilizado es el propuesto originalmente por el ejecutivo de la Walt Disney Company Christopher Vogler, como argumento para la redacción de guiones, para la literatura y el cine basados en el Viaje del Héroe.
Los estudios psicológicos de Carl Jung y los mitológicos de Joseph Campbell, en especial su obra El héroe de las mil caras: Psicoanálisis del mito, han sentado las bases de los manuales actuales sobre narrativa. Algunos autores y ejecutivos de Hollywood como Chris Vogler o James Bonett han simplificado y adaptado el mensaje de aquellos, haciéndolo más fácil para el público actual.
El viaje del héroe en Citas
El desarraigo
El anciano se llama Linh. Es el único que lo sabe, porque el resto de las personas que lo sabían están muertas.
Por fin, un día de noviembre, el barco llega a su destino. Pero el anciano no quiere bajar. Abandonar el barco es como abandonar definitivamente lo que todavía lo une a su tierra.
El señor Linh aspira el olor del nuevo país. No huele a nada. No hay ningún olor. Es un país sin olor.
En el muelle hay centenares de personas como ellos. Viejos y jóvenes esperando dócilmente, junto a su escaso equipaje, a que les digan adónde ir y pasando un frío como nunca han pasado. Nadie habla. Son frágiles estatuas de rostro triste que tiritan en absoluto silencio.
El padre de la niña era su hijo. Murieron durante la guerra que asola el país desde hace años.
También vio el cuerpo de su hijo y el de su nuera, y un poco más lejos a la niña, envuelta en sus pañales, con lo ojos muy abiertos e ilesa, y a su lado una muñeca, su muñeca, tan grande como ella, pero decapitada por un trozo de metralla.
Nunca olvidará el mudo sabor de aquella primera sopa que toma sin gana, recién desembarcado, pensando en el frío que hace fuera, pensando que lo de fuera no es su país sino un país extranjero y extraño, que siempre lo será por mucho tiempo que pase, por mucho que aumente la distancia entre sus recuerdos y el presente.
La amistad reconforta
El anciano sonríe. No esperaba volver a verlo. Se alegra. Es como encontrar un letrero en un camino cuando uno se ha perdido en el bosque y lleva días dando vueltas sin reconocer nada. Se aparta un poco para darle a entender que puede sentarse, y el hombre lo hace, se sienta.
El señor Linh se deja mecer de nuevo por la voz del desconocido, que no obstante es un poco menos desconocido que ayer, y al que escucha sin entender una sola palabra.
Cuando el señor Bark habla, el señor Linh lo mira y escucha con mucha atención, como si lo comprendiera todo y no quisiera perderse nada del sentido de sus palabras. Lo que comprende el anciano es que el tono del señor Bark trasluce tristeza, una profunda melancolía, una especie de herida que la voz subraya, acompaña más allá de las palabras y el lenguaje, algo que la recorre como la savia recorre el árbol sin ser vista.
Y, de pronto sin pararse a pensarlo, sorprendido de su propio gesto, el señor Linh posa la mano izquierda en el hombro del señor Bark, como había hecho éste el día anterior, y al mismo tiempo lo mira sonriendo. El otro le devuelve la sonrisa.
El señor Linh se inclina tres veces a modo de despedida y el señor Bark, como no puede estrecharle la mano porque el otro tiene a la pequeña en brazos posa la suya en el hombro del anciano pesadamente, con afecto. El señor Linh sonríe. Era todo lo que deseaba.
El señor Linh sonríe. Es como si el sol hubiera desgarrado el gris del cielo. En pocos segundos, el señor Bark llega a su lado, casi sin aliento pero con una ancha sonrisa en el rostro. El anciano cierra los ojos, busca en su memoria las palabras que le enseñó la joven intérprete y, mirando al señor Bark, exclama: ¡Buenos días!
–¡No sabe usted cuánto me alegro de verlo! Pero venga, si nos quedamos aquí con esta lluvia vamos a coger una pulmonía. Y, sin pedirle opinión, lo arrastra hacia algún lugar desconocido, El señor Linh se deja llevar. Está contento. Iría a cualquier parte que el hombre gordo quisiera llevarlo. Nota los paquetes de tabaco en el bolsillo y eso le hace sonreír todavía más. Ya no tiene frío. Se olvida del dormitorio, de la mezquindad de las mujeres y las trifulcas de los hombre… Está allí caminando con su nieta en brazos, al lado de un hombre que le saca dos cabezas, que debe de pesar el doble que él y que fuma sin parar.
Los coge y los sostiene en la mano, emocionado por esos dos simples paquetes de cigarrillos, que por otra parte son de una marca que no le gusta, que nunca fuma, porque tienen un sabor mentolado que no soporta pero eso es lo de menos. Mira los paquetes. mira al anciano sentado frente a él… Siente el impulso de darle un abrazo. No encuentra las palabras, que se le atascan en la garganta. Carraspea y dice simplemente: –Gracias… Gracias, señor Taolai, no hacía falta pero es un detalle muy bonito, de verdad, muy bonito… El señor Linh se siente feliz, porque comprende que el hombre gordo también se siente así.
Cuando salen del café el señor Bark lo coge del hombro y lo acompaña hasta la puerta del edificio en que se encuentra el dormitorio común como todos los días desde hace tiempo. Una vez allí los dos se despiden sin prisa diciendo “buenos días”.
Le pido perdón, señor Taolai, perdón… por todo lo que le hice a su país, a su gente. No era más que un crío, un crío estúpido y cobarde que disparó, que destruyó, que seguramente mató… Soy un canalla, un auténtico canalla… El señor Linh mira a su amigo. Un sollozo enorme, interminable, como surgido de la última palabra que acaba de pronunciar, sacude al hombre gordo. No se tranquiliza. Tiembla como un barco zarandeado por la tempestad. El señor Linh intenta rodearle los hombros con el brazo, pero no lo consigue, porque su brazo es demasiado pequeño para las anchas espaldas de su amigo. Le sonríe. Se esfuerza en transmitir muchas cosas en esa sonrisa, más cosas de las que ninguna palabra podrá contener jamás. Luego se vuelve hacia el mar, dándole a entender que también debe mirar allí a lo lejos, y a continuación, con una voz que no es triste sino completamente alegre, repite el nombre de su país, que de pronto suena como una esperanza y no como un dolor, y rodea a su amigo con los brazos, sintiendo el cuerpo de Sang Diu protegido y no aplastado entre los suyos.
El camarero vuelve con los platos. El señor Bark ha pedido lo mejor. Todo le parece poco. Se acuerda de la tarde del puerto, de todo lo que le salió del corazón y todo lo que dijo, y también del gesto del anciano cuando él se quedó callado, sufriendo y avergonzado. Eso no tiene precio.
Cuando contempla la ciudad, siempre piensa en su amigo el hombre gordo. y cuando mira el mar, siempre piensa en su lejano país. De modo que tanto ver el mar como ver la ciudad lo ponen triste. el tiempo pasa y va creando un doloroso vacío en su interior. Por supuesto tiene a su nieta y debe ser fuerte por ella, poner buena cara y cantarle la canción como si tal cosa. Tiene que mostrarse alegre, sonreírle, hacerle comer, procurar que duerma bien, que crezca, que se convierta en una hermosa niña. Pero el tiempo pasa y hiere el alma del anciano, le roe el corazón y le acorta el aliento. Le gustaría tanto volver a ver a su amigo… Tendría que preguntarle a la intérprete qué hacer para volver a verlo, pero ni la joven ni la mujer del muelle han regresado. Así que, después de pensarlo mucho, decide apañárselas solo, volver a la ciudad, buscar la calle del dormitorio común, del banco y el parque, y quedarse en el banco el tiempo que haga falta hasta volver a ver a su amigo.
El quiere ver florecer a su nieta. Quiere vivir para ver eso, y no le importa que vivir signifique vivir lejos de su país, vivir allí, en aquella mansión rodeada de muros. No, no quiere que sea allí. En aquel moridero, Quiere que Sang Diu se convierta en un hermosos loto, quiere estar presente para admirarla pero a la luz del día, al aire libre, no en un asilo, no en una prisión como aquélla. Su amigo podría ayudarlo. Sólo él puede ayudarlo. Se lo explicará, por señas. Y él lo comprenderá, seguro. Quiere volver a ver al hombre gordo, a su amigo. Lo echa mucho de menos. Quiere oír su voz, su risa. Quiere percibir el aroma de los cigarrillos que fuma sin pausa. Quiere ver sus grandes manos maltratadas por el trabajo. Quiere sentir su presencia, su calor y su fuerza.
Buscando la felicidad
El anciano trepa por la improvisada escalera. Al llegar a lo alto del muro, sube el tronco, recupera el aliento, echa un vistazo al parque y comprueba que nada se mueve y que nadie lo observa. Pasa el tronco al otro lado y lo apoya contra el muro. Baja rápidamente y se encuentra en la acera de una calle desierta. Es libre. En total han sido unos minutos. Es libre y está en pijama, con una criatura en una bata atada a la espalda. Feliz, le falta poco para gritar de alegría. Con pasitos rápidos, se aleja de la mansión. Se siente como si tuviera veinte años.
La desesperanza
Pasan las horas. La tarde está ya muy avanzada. Lleva todo el día caminando, todo el día aferrándose a la esperanza de encontrar la calle, el banco, a su amigo en el banco. Sus ideas se vuelven confusas. Se dice que se ha equivocado yéndose de este modo. Se dice que la ciudad es demasiado grande, un monstruo que va a devorarlo o hacer que se pierda. Se dice que nunca encontrará nada, ni su país ni a su amigo ni el asilo del que ha huido. Se arrepiente. No porque esté agotado, desesperado o vencido. No, no piensa en sí mismo. Se arrepiente por su nieta. Le ha impuesto el cansancio, la marcha a trompicones, el polvo de las calles, el ruido, las burlas de la gente. ¿Qué clase de abuelo es? La vergüenza lo invade como un veneno.
La cabeza del señor Linh está llena de cansancio, de sufrimiento, de desilusiones. Le pesa demasiado. Demasiadas derrotas y demasiadas huidas. ¿Qué es la vida sino un collar de heridas que cada hombre se cuelga del cuello? ¿De qué sirve ir de ese modo por los días, los meses, los años, cada vez más débil, cada vez más hundido?¿Por qué ha de ser cada día más amargo que el anterior, que ya lo era bastante?
Llegando a su objetivo
El señor Linh se recupera y mira alrededor. Hay cientos de personas, hombres, mujeres, niños, familias enteras que cruzan, alegres, una verja abierta de par en par. Al otro lado de la verja, se ven grandes árboles, macizos, senderos, jaulas… Jaulas.
El corazón se le acelera. Jaulas. Con animales. Los ve. Leones. Monos. Osos. De pronto tiene la sensación de estar dentro de una imagen que ha contemplado a distancia muchas veces. ¡El parque! ¡Está ante la entrada del parque! ¡El parque de los caballitos de madera! Pero entonces, si el parque está ahí, enfrente, enfrente… ¡Claro que sí! Allí, al otro lado de la calle por la que pasan centenares de coches, está el banco. Y en el banco como una aparición, como una aparición maciza, sólida, sumamente real, está el hombre gordo, su amigo. Su amigo, esperándolo.
El sol nunca ha brillado tanto. El cielo nunca ha sido tan puro al acercarse el atardecer. El anciano no experimenta una alegría tan intensa desde hace mucho tiempo.
Un frío brutal inunda por completo al señor Bark. Se queda paralizado unos segundos, durante los cuales vuelve a ver el accidente, la sonrisa del señor Taolai, el coche abalanzándose hacia él, golpeándolo con violencia pese al frenazo, el impacto, el anciano volando por los aires y aterrizando pesadamente en el suelo con un ruido de madera partida.
El señor Bark abre los ojos. Junto a él, el anciano lo mira y sonríe. Rodea con los brazos a Sang Diu, la acaricia el pelo con una mano mientras tiende la otra ansiosamente hacia su amigo.
El hombre gordo le coge la mano. El calor que le llega a través de ella es maravilloso, Al señor Bark le dan ganas de abrazar a todo el mundo… Su amigo está vivo. ¡Vivo! Sí, se dice, puede que la vida sea también esto. De vez en cuando un milagro, oro y risas y de nuevo la esperanza cuando crees que a tu alrededor todo es destrucción y silencio.