Don Quijote de la Mancha / Don Quijote segunda parte

Don Quijote de la Mancha – Capítulos del 41 al 47 de la segunda parte

24 de junio de 2020

Capítulo cuadragésimo primero

En este capítulo el autor narra la venida de Clavileño y el viaje de don Quijote y Sancho montados en sus lomos hasta el reino de Cendaya.

Llegó en esto la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso caballo Clavileño viniese, cuya tardanza fatigaba ya a don Quijote, pareciéndole que, pues Malambruno se detenía en enviarle, o que él no era el caballero para quien estaba guardada aquella aventura, o que Malambruno no osaba venir con él a singular batalla.
El viaje es un burla, preparada por los Duques, al más puro estilo de las novelas de caballerías.

Aquí, volvemos a encontrar el color verde como tantas otras veces, como premonitorio del comienzo de una nueva aventura.

Pero veis aquí cuando a deshora entraron por el jardín cuatro salvajes, vestidos todos de verde yedra, que sobre sus hombros traían un gran caballo de madera.
El capítulo está lleno de alusiones a tradiciones y obras literarias, como pasa en la obra de manera frecuente. Un ejemplo de esto es la alusión al canto II de la Eneida de Virgilio, donde se cuenta la historia del caballo de madera que llevaron como regalo a Troya.

–Si mal no me acuerdo, yo he leído en Virgilio aquello del Paladión de Troya, que fue un caballo de madera que los griegos presentaron a la diosa Palas, el cual iba preñado de caballeros armados, que después fueron la total ruina de Troya: y así será bien ver primero lo que Clavileño trae en su estómago.

En la historia de la literatura encontramos multitud de versiones sobre caballos voladores. En el cuento arábigo, aparece el caballo de ébano de Las Mil y una noches.

Esta tradición pasó a través de España a Francia y el trovero brabanzón, Adenet le Roi, compuso una larga novela en verso francés titulada Cléomadés o le cheval de fust. En esta novela, se narra como el héroe vuela con su amada, la princesa Clarmondine montados en un caballo de madera que tenía cuatro clavijas. Ella iba montada como mujer de manera similar a la que Sancho monta en Clavileño, debido a la dureza del caballo. Esto produce un efecto absolutamente grotesco.

De mal talante y poco a poco llegó a subir Sancho, y acomodándose lo mejor que pudo en las ancas, las halló algo duras y no nada blandas, y pidió al duque que, si fuese posible, le acomodasen de algún cojín o de alguna almohada, aunque fuese del estrado de su señora la duquesa, o del lecho de algún paje, porque las ancas de aquel caballo más parecían de mármol que de leño.

A esto dijo la Trifaldi que ningún jaez ni ningún género de adorno sufría sobre sí Clavileño; que lo que podía hacer era ponerse a mujeriegas, y que así no sentiría tanto la dureza. Hízolo así Sancho.

De esta novela viene Historia del muy valeroso y esforzado caballero Clamades, hijo de Marcaditas, rey de Castills y la linda Clarmonda, hija del rey de Toscana, obra escrita en Burgos en 1521. En esta obra, figuran dos amantes que van en un caballo de madera, ella montada como mujer, igual que Sancho. Aunque, en este capítulo esto tenga tintes absolutamente paródicos

Cervantes seguramente confundió esta obra con la de Pierre y la linda Magalona, En la que los amantes escapan en dos caballos distintos, que además no eran mágicos.

También, aquí, se hace alusión a la historia del doctor Eugenio de Torralba, que era un médico quiromántico, que contó ante el Tribunal del Santo Oficio que, con ayuda de un demonio familiar, viajo hasta Roma, donde puedo ver el saqueo de la ciudad por las tropas de Carlos I y donde murió el comandante de las tropas españolas, condestable Carlos de Borbón.

–No hagas tal –respondió don Quijote–, y acuérdate del verdadero cuento del Licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y que vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid donde dio cuenta de todo lo que había visto…

En principio, Sancho no estaba dispuesto a correr semejante aventura, en un caballo volador, arriesgándose a perder el gobierno de la ínsula, para quitar las barbas a aquellas dueñas.

–Suba sobre esta máquina el que tuviere ánimo para ello. –Aquí –dijo Sancho– yo no subo, porque ni tengo ánimo ni soy caballero.

Pero las dueñas insisten.

–Valeroso caballero, las promesas de Malambruno han sido ciertas, el caballo está en casa, muestras barbas crecen, y cada una de nosotras y con cada pelo dellas te suplicamos nos rapes y tundas, pues no está en más sino en que subas en él con tu escudero y des felice principio a vuestro viaje.

Y don Quijote responde de inmediato de forma positiva.

–Eso haré yo,señora condesa Trifaldi, de muy buen grado y de mejor talante, sin ponerme a tomar cojín, ni calzarme espuelas, por no detenerme; tanta es la gana que tengo de veros a vos, señora, y a todas estas dueñas rasas y mondas.

Finalmente, a petición del Duque, Sancho termina por ceder y montar en Clavileño, después de que el Duque le asegurara, que el gobierno de la ínsula seguiría siendo para él después del viaje.

–No más, señor –dijo Sancho–; yo soy un pobre escudero y no puedo llevar a cuestas tantas cortesías; suba mi amo, tápenme estos ojos y encomiéndenme a Dios, y avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme a Nuestro Señor o invocar loa ángeles que me favorezcan.

Como en todo el resto de la obra, en el rato que dura el viaje, don Quijote y Sancho no paran de dialogar, causando estos diálogos el regocijo de los presentes. Además, del hilarante final de viaje que les habían preparado.

Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa y los del jardín, de que recibían extraordinario contento; y queriendo dar remate a la extraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires, con extraño ruido, y dio con don Quijote y Sancho panza en el suelo medio chamuscados.

La aventura es burlesca y cruel, aunque la puesta en escena sea espectacular

Al terminar el viaje, se ven de manera increíble, en el mismo jardín del que partieron. Ven gente tirada en el suelo y llama su atención, una lanza clavada en la tierra con dos cordones verdes, color que vuelve a aparecer dando lugar a una nueva sorpresa, con un pergamino, en el que estaba escrito, que don Quijote había fallecido y todo había terminado bien y ajustado al gusto de Malambruno, con lo que el encantamiento se había roto. Además, del encantamiento de Dulcinea.

La aventura es ya acabada, sin daño de barras, como lo muestra claro el escrito que en aquel padrón está puesto.
Para este viaje celestial, Cervantes se inspira en la tradición literaria de los viajes celestiales como el Sommnium Scipionis de Cicerón hasta la Noche serena de Fray Luis de León.

Sancho continúa, aquí, teniendo un papel protagonista. Él aprovechándose de la situación cuenta una historia a los Duques sobre el tamaño diminuto que tenía la tierra desde la altura a la que se habían encontrado y su visita a las cabrillas. Sancho actúa como pícaro y su ascensión al cielo se puede comparar con el descenso de don Quijote a la cueva de Montesinos.

–Yo, señora, sentí que íbamos, según mi señor me dijo, volando por la región del fuego, y quise descubrirme un poco los ojos; pero mi amo, a quien pedí licencia para descubrirme, no la consintió; mas yo, que tengo no sé que briznas de curioso y de desear saber lo que me estorba y impide, bonitamente y sin que nadie lo viese, por junto a las narices aparté tanto cuanto el pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré hacia la tierra, y parecióme que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres que andaban sobre ella, poco mayores que avellanas, porque se vea cuán altos debíamos ir entonces.

 

Capítulo cuadragésimo segundo

Este capítulo, trata de los consejos que don Quijote le quiso dar a Sancho, antes de que este fuera a gobernar la ínsula. En el capítulo anterior, los Duques y demás asistentes habían quedado muy satisfechos de como había terminado la aventura de la Dolorida. Animados por el éxito, estos, con la ayuda de sus criados, estaban dispuestos a continuar con las burlas y la mejor ocasión que se presenta es la del gobierno de la ínsula prometida a Sancho.

Con el felice y gracioso suceso de la aventura de la Dolorida quedaron tan contentos los duques, que determinaron pasar con las burlas adelante, viendo el acomodado sujeto que tenían para que se tuviesen por veras; y así, habiendo dado la traza y órdenes que sus criados y sus vasallos habían de guardar con Sancho en el gobierno de la ínsula prometida, otro día, que fue el que sucedió al vuelo de Clavileño, dijo el duque a Sancho que se adeliñase y compusiese para ir a ser gobernador, que ya sus insulanos le estaban esperando como el agua de mayo.

Sancho, en un principio, no parecía estar tan dispuesto a encaminarse a gobernar la ínsula Barataria, como lo estaba antes del viaje de Clavileño.

–Después que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré la tierra y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser gobernador, porque ¿qué grandeza es mandar en un grano de mostaza, o qué dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombres tamaños como avellanas, que, a mi parecer, no había más en toda la tierra? Si vuestra Señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo , aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo.

El Duque le explica a Sancho, que es imposible que le pueda ofrecer una parte del cielo, pero que la ínsula es estupenda. Finalmente, Sancho acepta la ínsula.

–Ahora bien –respondió Sancho–, venga esa ínsula; que yo pugnaré por ser tal gobernador que a pesar de bellacos me vaya al cielo. Y esto no es por codicia que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores, sino por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador

La ínsula no es más que una tierra, posesión de los Duques, que como siempre, lo único que pretenden es tomarles el pelo y divertirse. Comienza la burla y el Duque dice a Sancho que se tiene que vestir con ropas adecuadas a su cargo. Aunque, este siempre utilizando su sabiduría popular le dice:

–Vístanme –dijo Sancho– como quisieren; que de cualquier manera que vaya vestido seré Sacho Panza.

En ese momento, llega don Quijote. Ni don Quijote, ni Sancho sospechan que, el ofrecimiento del gobierno de la ínsula, es una broma del Duque. Don Quijote quiere darle unos cuantos consejos a Sancho para que tenga éxito en su gobernanza de la ínsula.

En este capítulo le dará unos consejos y en el siguiente seguirá con unos segundos consejos y posteriormente otros por carta. Don Quijote le dice a Sancho, que el solo quiere actuar como Catón y darle unos consejos. El primer es que actúe con temor a Dios y el segundo que se conozca a sí mismo para evitar que sus súbditos se den cuenta de su origen plebeyo y que sea prudente y haga hechos virtuosos.

Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.

Mira, Sancho: si tomas por medio la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por si sola lo que la sangre no vale.

También, le aconseja que pula a su mujer, si se la trae a la ínsula con él, para que no desperdicie sus ganancias y que si quedara viudo, eligiera una mujer adecuada para la posición del marido.

Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala, y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta, si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla; porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida.

Asimismo, le aconseja mostrarse dadivoso y clemente con el culpado, porque está mejor visto ser misericordioso que justo. Además, le dice que no se deje embaucar por una mujer hermosa que pide justicia, sino fijarse en la sustancia del hecho.

Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlos en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella hicieres, las mas veces serán sin remedio, y si le tuvieren será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se enegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros, Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu juridicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia, que el de la justicia.

Según don Quijote, estos consejos le harán a Sancho un buen gobernador.

 

Capítulo cuadragésimo tercero

En este capítulo don Quijote dará sus segundos consejos a Sancho para el gobierno de la ínsula.
Sancho le hace caso y le atiendo con suma atención.

Atentísimamente le escuchaba Sancho, y procuraba conservar en la memoria sus consejos, como quien pensaba guardarlos y salir por ellos a buen parto de la preñez de su gobierno.

Aquí, don Quijote va a hacer más hincapié en los aspectos externos como su aseo, lo que no debe de comer para no parecer plebeyo, beber poco para no hablar más de la cuenta, no eructar etc.

–En lo que toca a cómo as de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel excremento y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso. No andes, Sancho, desceñido y flojo; que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería, como se juzgó en la de Julio César.

Asimismo, le da consejos para vestir a sus criados.

Toma con discreción el pulso a lo que pudiere valer tu oficio, y si sufriere que des librea a tus criados, dásela honesta y provechosa más que vistosa y bizarra, y repártela entre tus criados y los pobres: quiero decir que si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo…
Hay una crítica velada a las clases altas, que se visten y actúan para aparentar y de esta manera engañar y ocultar cosas.

Todos estos consejos están presentados de manera clara y concisa, pero si se ahonda en ellos se puede ver en numerosas ocasiones su sentido burlesco.
Don Quijote como siempre da mucha importancia al lenguaje y le da a Sancho también algún consejo en este sentido. Cuando don Quijote y Sancho discuten por los términos eructar y regoldar, hace un alegato en favor del lenguaje refinado. Cervantes queda por encima de la discusión porque a él lo que le interesa es, precisamente, que se suscite esta discusión.

Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de eructar delante de nadie. –Eso de eructar no entiendo –dijo Sancho. Y don Quijote le dijo: –Eructar, Sancho, quiere decir regoldar, y éste es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy significativo; y así, la gente curiosa se ha acogido al latín y al regoldar dice eructar y a los regüeldos, eructaciones, y cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso.

Don Quijote, también le aconseja no usar tantos refranes al hablar.

–También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.
Sancho contesta:

Mas yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo; que en casa llena, presto se guisa la cena; y quien destaja no baraja; y a buen salvo está el que repica; y el dar y el tener, seso ha menester.

Don Quijote se enfada por la concatenación de refranes.

–¡Oh maldito seas de Dios, Sancho! –dijo a esta sazón don Quijote–. ¡Sesenta mil satanases te lleven a ti y a tus refranes! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormento. Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca; por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos, o ha de haber entre ellos comunidades.

También, Cervantes utiliza la expresión ni un solo negro en la uña, no solo para referirse a lo físico, sino al pecado que ennegrece el alma.

Para don Quijote hay un antes y un después, tras la aventura de la cueva de Montesinos y para Sancho es el viaje en Clavileño y haber podido observar la pequeñez del mundo.

Don Quijote termina de dar los consejos a Sancho.

Y dejemos esto aquí, Sancho; que si mal gobernares, tuya será la culpa, y mía la vergüenza; mas consuélome que he hecho lo que debía en aconsejarte con las veras y con la discreción a mí posible; con esto salgo de mi obligación y de mi promesa.

 

Capítulo cuadragésimo cuarto

Este capítulo sirve de puente a la estancia que han pasado don Quijote y Sancho en el castillo de los Duques y el viaje que emprende Sancho para tomar posesión del gobierno de la ínsula.

Cervantes utiliza dos intervenciones de Cide Hamete Benengeli para resaltar la importancia del momento de la separación de escudero y caballero.

La primera es la que se hace entre dos alusiones a la comida del día de la marcha de Sancho. Es un comentario que hace Hamete Benengeli sobre como se limita en esta segunda parte la intercalación de novelas distintas a la trama principal. Benengeli comenta que le resulta mucho más difícil la narración ciñéndose exclusivamente a la historia principal.

Dicen que en el propio original desta historia se lee que llegando Cide Hamete a escribir este capitulo, no le tradujo su intérprete como él le había escrito, que fue un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo, por haber tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada, como esta de don Quijote, por parecerle que siempre había de hablar dél y de Sancho, sin osar extenderse a otras digresiones y episodios más graves y más entretenidos; y decía que el ir siempre atenido el entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas era un trabajo incomportable, cuyo fruto no redundaba en el de su autor, y que por huir deste inconveniente había usado en la primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron la del Curioso impertinente y la del Capitán cautivo, que están como separadas de la historia, puesto que las demás que allí se cuentan son casos sucedidos al mismo don Quijote, que no podían dejar de escribirse.

Es llamativo que se haga esta reflexión aquí, cuando ha comenzado a utilizarse otro recurso que consiste en intercalar un capítulo para Sancho y otro para don Quijote.

Cervantes retoma aquí, un asunto que ya había comentado con anterioridad al principio de esta segunda parte a través del personaje de Sansón Carrasco.

La segunda intervención de Hamete Benengeli, no tiene nada que ver con la primera. Cuenta un pequeño inconveniente que le sucede a don Quijote, cuando se retira a su cuarto después de la cena de ese mismo día. La anécdota trata del tema de la pobreza vergonzosa de los hidalgos de la época.

Yo, aunque moro, bien sé, por la comunicación que he tenido con cristianos, que la santidad consiste en la caridad, humildad, fee, obediencia y pobreza; pero, con todo eso, digo que ha de tener mucho de Dios el que se viniere a contentar con ser pobre, si no es de aquel modo de pobreza de quien dice uno se sus mayores santos: Tened todas las cosas como si no las tuviésedes; y a esto llaman pobreza de espíritu; pero tú, segunda pobreza, que eres de la que yo hablo, ¿por qué quieres estrellarte con los hidalgos y bien nacidos más que con la otra gente? ¿Por qué los obligas a dar pantalia a los zapatos, y a que los botones de sus ropillas unos sean de seda, y otros de cerdas, y otros de vidro? ¿Por qué sus cuellos, por la mayor parte, han de ser siempre escarolados, y no abiertos con molde?…

La marcha de Sancho es decisiva para el desarrollo de la obra, pero tampoco parece dársele la importancia, ni el espacio, que parecería justo dedicarle.
Sin embargo, se le dedica tiempo a la discusión que mantienen Sancho y don Quijote, en el momento de la partida de Sancho por el parecido del rostro de uno de sus acompañantes y la Trifaldi. Esto le confiere un tono jocoso a la narración.

Digo, pues, que acaeció que así como Sancho vio al tal mayordomo, se le figuró en su rostro el mesmo de la Trifaldi, y volviéndose a su señor, le dijo: –Señor, o a mí me ha de llevar el diablo de aquí de donde estoy, en justo y en creyente, o vuestra merced me ha de confesar que el rostro deste mayordomo del duque, que aquí está, es el memo de la Dolorida. Miró don Quijote atentamente al mayordomo, y habiéndole mirado, dijo a Sancho: –No hay para qué te lleve el diablo, Sancho, no en justo ni en creyente, que no sé lo que quieres decir; que el rostro de la Dolorida es el del mayordomo, pero no por eso el mayordomo es la Dolorida; que a serlo, implicaría contradicción muy grande, y no es tiempo ahora de hacer estas averiguaciones, que sería entrarnos en intricados laberintos.

Don Quijote se queda, finalmente, solo.

Cuéntase, pues, que apenas se hubo partido Sancho, cuando don Quijote sintió su soledad, y si le fuera posible revocarle la omisión y quitarle el gobierno, lo hiciera.

La Duquesa le propone que le atiendan cuatro de sus más hermosas doncellas, para suplir a Sancho, en su cuidado personal.

–Verdad es, señora mía –respondió don Quijote–, que siento la ausencia de Sancho; pero no es ésa la causa principal que me hace parecer que estoy triste, y de los muchos ofrecimientos que Vuestra Excelencia me hace solamente acepto y escojo el de la voluntad con que se me hacen, y de lo demás, suplico a Vuestra Excelencia que dentro de mi aposento consienta y permita que yo solo sea el que me sirva.

Aquí, se introduce el tema de los atentados a su pudor y a las tentaciones que se le plantean y ponen a prueba su fidelidad a Dulcinea.

De nuevo nuevas gracias dio don Quijote a la duquesa, y en cenando, don Quijote se retiró en su aposento, solo, sin consentir que nadie entrase con él a servirle: tanto se temía de encontrar ocasiones que le moviesen o forzasen a perder el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardaba, siempre puesta en la imaginación la bondad de Amadís, flor y espejo de los andantes caballeros.

Además aparece Altisidora, una de las doncellas de la Duquesa, que debajo de su ventana y acompañada de una hermosa música le declara su amor.

Tanto el ofrecimiento de la Duquesa para que le atendieran de forma personal las cuatro doncellas, como la declaración de Altisidora, bajo su ventana son situaciones eróticas que se aprovechaban habitualmente en los libros de caballerías.

El mismo Cervantes hace un comentario sobre las reminiscencias librescas que la declaración de amor de Altisidora tiene en don Quijote.

No deja de ser burlesco que una quinceañera declare su amor a un casi anciano de más de cincuenta años, bajo su ventana. No deja de ser llamativo que el nombre de la doncella tenga que ver con el de un vino. Esto demuestra lo provocativo de la situación casi imposible que se ha producido con esta declaración.

Altisidora era en aquella época como el Vega Sicilia de hoy. Por eso, debemos pensar que no era un nombre real, sino un nombre inventado para la ocasión y que fue cosa de los Duques. Además, ella misma dice Altisidora me llaman, no me llamo. Al mismo tiempo, canta todas sus virtudes, pero se comporta como una desvergonzada.

La declaración de Altisidora es una de tantas mentiras y engaños que se producen en el castillo, Cervantes hace con ello una crítica al vivir cortesano lleno de apariencias y carente de verdades. En el capítulo veintiuno de la primera parte, Cervantes ya hablaba con Sancho del amor de la infanta enamorada. Allí, quedó sin narrar ninguna aventura y aquí, se realiza. El patrón de esta narración se toma, claramente, del comportamiento de las infantas en los libros de caballerías.
Finalmente, don Quijote hace una declaración de su amor por Dulcinea y la lealtad que le debe como caballero.

Mirad, caterva enamorada, que para sola dulcinea soy de masa y de alfenique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar, para mí sola Dulcinea es la hermosa la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las de pero linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo.

Don Quijote cierra la ventana y da paso a Sancho Panza.

 

Capítulo cuadragésimo quinto

Este capítulo narra cómo Sancho tomó posesión de la ínsula y como comenzó a gobernar.

En el principio se hace una alusión jocosa a la costumbre de mover las cantimploras en los cubos de nieve para enfriar el agua. Además se hace una descripción del amanecer mitológico.

¡Oh perpetuo descubridor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo, meneo dulce de las cantimploras, Timbrio aquí, Febo allí, tirador acá, medico acullá, padre de la Poesía, inventor de la Música, tú que siempre sales y, aunque lo parece, nunca te pones! A ti digo, ¡oh sol, con cuya ayuda el hombre engendra al hombre! a ti digo que me favorezcas, y alumbres la escuridad de mi ingenio, para que pueda discurrir por sus puntos en la narración del gobierno del gran Sancho Panza; que sin ti, yo me siento tibio, desmazalado y confuso.

La ínsula que el Duque ofrece a Sancho se llama Barataria.

Digo, pues, que con todo su acompañamiento llegó Sancho a un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el duque tenía. Diéronle a entender que se llamaba la ínsula Barataria, o ya porque el lugar se llamaba Baratario, o ya por el barato con que se le había dado el gobierno.

Lo que en principio se presenta no es un mundo aparentemente irreal o extraordinario y la discusión que se suscita por el don era algo que estaba en reflexión en algunas corrientes críticas de la época.

–Y ¿a quién llaman don Sancho Panza? –preguntó Sancho. –A Vuestra Señoría –respondió el mayordomo–; que en esta ínsula no ha entrado otro Panza sino el que está sentado en esa silla. –Pues advertid hermano –dijo Sancho–, que yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi agüelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas; y yo imagino que en esta ínsula debe de haber más dones que piedras; pero basta: Dios me entiende, y podrá ser que si el gobierno me dura cuatro días yo escardaré estos dones, que, por la muchedumbre, deben de enfadar como los mosquitos.
Cuando Sancho llega a Barataria, le presentan tres pleitos que tiene que solucionar con su ingenio.

El primero es un pleito risible, que Sancho resuelve sin problemas, repartiendo las costas a medias. Esta sentencia podría pertenecer a una tradición oral, aunque quizá apareciera por primera vez en el Quijote.

–Paréceme que en este pleito no ha de haber largas dilaciones, sino juzgar luego a juicio de buen varón, y así, yo doy por sentencia que el sastre pierda las hechuras, y el labrador el paño y las caperuzas se lleven a los presos de la cárcel, y no haya más.

La segunda, sin embargo la del báculo de los escudos, aparece en los exempla (Libro de los ejemplos y Espéculo de los legos) y la resuelve de manera salomónica.

–Dadme, buen hombre, ese báculo; que le he menester. –De muy buena gana –respondió el viejo–: hele aquí, señor. Y púsosele en la mano. Tomóle Sancho, y dándosele al otro viejo, le dijo: –Andad con Dios, que ya vais pagado, –¿Yo Señor? –respondió el viejo–. Pues ¿vale esta cañaheja diez escudos de oro? –Sí –dijo el gobernador–; o si no, yo soy el mayor porro del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino . Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron diez escudos de oro. Quedaron todos admirados y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón.

Todos quedaron asombrados de la perspicacia de Sancho y no entendían como había adivinado que en el báculo estaban los escudos de oro.
…y respondió que de haberle visto dar al viejo que juraba, a su contrario, aquel báculo, en tanto que hacía el juramente, y jurar que se lo había dado real y verdaderamente, y que en acabando de jurar le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro dél estaba la paga de los que perdían.

Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hecho y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por discreto. la tercera, la de la mujer violada, aparece en el Norte de los estados de fray Francisco de Osuna.

Aquí, se produce un suceso, que aun hoy en día está de actualidad. La mujer violada, consintió o no consintió. El ganadero dice que fornicaron juntos, con lo que entendemos que hubo consentimiento y además, él declara haberle pagado, pero ella insistió en llevarle frente al gobernador porque se había sentido violada.

Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero en plata. Él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno, en una bolsa de cuero. Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la querellante; él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y haciendo mil zalemas a todos y rogando a dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas; y con esto se salió del juzgado, llevando la bolsa asida con entrambas manos, aunque primero miró si era de plata la moneda que llevaba dentro.

Sancho mando al hombre correr tras ella y quitarle la bolsa y volver con la mujer delante de él. No fue posible quitarle la bolsa y la mujer volvió, pero con la bolsa en su regazo.

Entonces, Sancho sentenció.

–Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitas menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza . Andad con Dios, y mucho de enhoramala, no paréis en toda esta ínsula ni en siete leguas a la redonda, so pena de docientos azotes. Andad luego digo, churrillera, desvergonzada y embaidora!

Tanto el episodio del báculo y los escudos de oro, como el de la mujer violada, pertenecen a la tradición escrita.

…y los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de sus nuevo gobernador, Todo lo cual, notado de su coronista, fue luego escrito al duque, que con gran deseo lo estaba esperando.

Las soluciones que Sancho da a los problemas que se le presentan, le presupone una cultura que excede a sus posibilidades. La única solución es presuponer que estas sentencias llegaran a él de forma oral.

Parece extraño, que Cervantes no utilizara alguna de las sentencias ampliamente difundidas en aquel momento. No le quiso dar al relato esa verosimilitud, como recomendaban las normas de la época, quizá porque quería que un hombre rústico y campesino como Sancho participara de la cultura escrita.

Los burladores se ven en este caso burlados.

 

Capítulo cuadragésimo sexto

En la alternancia de capítulos para don Quijote y Sancho, aquí, es el turno de don Quijote. Se retoma, en este capítulo, el asunto de los amores de Altisidora, que había comenzado en el capítulo cuadragésimo cuarto.

La narración pasará rápidamente de la noche de la declaración bajo la ventana de don Quijote, primero a la mañana y después a la noche siguiente, en la que don Quijote responde a Altisidora con un romance en el que le desengaña y le dice que se dedique a sus labores.

Don Quijote, al salir de su aposento, se encuentra con Altisidora y otra doncella. Atisidora se desmaya al ver al caballero y este le dice a la amiga, que le preparen un laúd para la noche.

–Haga vuesa merced, señora, que se ponga un laúd esta noche en mi aposento; que yo consolaré lo mejor que pudiere a esta lastimada doncella; que en los principios amorosos los desengaños prestos suelen ser remedios calificados.

Los Duques y las doncellas prepararon una burla para esa misma noche.

Fueron luego a dar cuenta a la duquesa de los que pasaba y del laúd que pedía don Quijote, y ella, alegre sobremodo, concertó con el duque y con sus doncellas de hacerle una burla que fuese más risueña que dañosa…

Al mismo tiempo, la duquesa mandó a un paje suyo a llevar la carta y la ropa que Sancho había dejado para su mujer.

Cuando llego la noche, don Quijote llegó a su habitación y tomando la vihuela, que allí le habían dejado, abrió la ventana y se puso a cantar un romance, que él mismo había compuesto para desengañar a la doncella Altisidora.

Los Duques, Altisidora, y casi todos los del castillo lo estaban escuchando. Pero, en ese momento, su habitación se ve envuelta en un ensordecedor ruido de cencerros descolgados por la ventana y dos o tres de los gatos, también descolgados, entrarán en la habitación.

…cuando de improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían ma´s de cien cencerros asidos, y luego, tras ellos, derramaron un gran saco de gatos, que s¡asimismo traían cencerros menores atados a las colas, Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó…

Los gatos asustados apagan las velas que iluminaban la habitación y se mueven por ella, sin parar, buscando como salir de allí.

Don Quijote piensa que es otro de los encantamientos, producto de aquellos enemigos que le persiguen. Este arremete en una feroz batalla contra los gatos.

–¡Afuera, malignos encantadores! ¡Afuera, canalla hechiceresca; que yo soy don Quijote de la Mancha, contra quien no valen ni tiene fuerza vuestras malas intenciones!
Altisidora, a pesar de las malas condiciones en las que queda don Quijote, le dice que lo malo le pasa por su culpa.

–Todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero el azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni tú lo goces, ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendo yo que te adoro.

Pero los Duques se asustan de su propia broma y al oír los gritos de don Quijote acuden en su ayuda.

A todo esto no respondió don Quijote otra palabra si no fue dar un profundo suspiro, y luego se tendió en su lecho, agradeciendo a los duques la merced no porque él tenía temor de aquella canalla gatesca, encantadora, y cencerruna, sino porque había conocido la buena intención con que habían venido a socorrerle.

Le curaron con aceite de Aparicio, que era un aceite para curar heridas, que había inventado un médico del siglo XVI, llamado Aparicio Zubia.

Los arañazos, que le propina el más fiero de los gatos, le mantendrán encerrado durante cinco días y postrado en la cama.

Esta burla de los gatos, es una de las más sorprendentes para las personas de hoy en día, y en aquella época sería lo que llamarían una burla pesada.

Era un tipo de burla, que no debería haberse producido entre cortesanos. Por eso, Cervantes señala que, aunque la burla resulta pesada para la víctima de la misma, también los organizadores quedan pesarosos, sabiendo que actuaron mal y que han causado daño a la persona burlada.

Los duques le dejaron sosegar, y se fueron, pesarosos del mal suceso de la burla; que no creyeron que tan pesada y costosa le saliera a don quijote aquella aventura.
Al final del capítulo, Cervantes adelanta, que viene otra aventura para don Quijote, esta vez gozosa. Pero ahora es el turno de Sancho.

 

Capítulo cuadragésimo séptimo

En este capítulo, es el turno de Sancho. En el se toca el tema de la comida escamoteada, ya escenificado por Lope de Rueda en El deleitoso.

Cuenta la historia que desde el juzgado llevaron a Sancho Panza a un suntuoso palacio adonde en una gran sala estaba puesta una real y limpísima mesa; y así como Sancho entró en la sala, sonaron chirimías, y salieron cuatro pajes a darle aguamanos, que Sancho recibió con mucha gravedad.

Al lado de la mesa, donde Sancho iba a comer, había un médico, que según iban sirviéndole platos a Sancho, iba ordenando que se los retiraran.

Sancho le pide explicaciones y este le responde que él solo vela por su salud. En una de las explicaciones habla del maestro Hipócrates. Este médico, que está llevando a cabo este episodio burlesco, deforma el aforismo popular, que no es de Hipócrates y cambia la voz panis (pan) por perdices.

Sancho, que estaba perdiendo la paciencia, le pregunta al médico su nombre y el lugar donde ha estudiado. Este le responde que se llama Pedro Recio de Agüero y que ha estudiado en la universidad de Osuna. Esta era una universidad de las llamadas Universidades Menores, y tenía muy poco prestigio. Esta universidad era objeto constante de críticas por la mala calidad de su enseñanza.

En la respuesta que le da Sancho cambia el nombre del médico y le nombra como Pedro de Mal Agüero.

–Pues señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Carauel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, sin no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando or él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorante; que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondrá sobre mi cabeza y los honraré como apersonas divinas. Y vuelvo a decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no, tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza, y pídanmelo en residencia, que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república. Y denme de comer, o si no, tómese su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.

La discusión queda interrumpida por un correo del Duque. El secretario de Sancho se presenta en ese momento.

–¿Quien es aquí mi secretario? Y uno de los que presentes estaban respondió: –Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno.

Los secretarios vascos tenían un prestigio especial por su lealtad, pero aquí parece que lo trata de forma irónica.

La carta le hablaba de una serie de peligros que le amenazaban, en particular uno que hablaba de no comer nada que le presenten por miedo al envenenamiento.

A lo que Sancho contesta.

–Lo que agora se ha de hacer, y ha de ser luego, es meter en un calabozo al doctor Recio, porque si alguno me ha de matar ha de ser él, y de muerte adminícula y pésima, como es la del hambre.

Sancho se dispone a comer unas uvas y pan siguiendo los consejos del Duque y evitará comer los platos cocinados que le han presentado. Además, dice que sí hay que batallar o estar alerta, no se puede estar con el estómago vacío.

Y álcense estos manteles, y denme a mí de comer; que yo me avendré con cuantas espías y matadores y encantadores vinieren sobre mí y sobre mi ínsula.

Sancho envía una carta de vuelta al Duque acusando el recibo de su misiva y aprovecha para saludar a la Duquesa, a don Quijote y también, recordarles que hay que enviar su carta a Teresa Panza, su mujer.

Sancho, sin poder tener un minuto de descanso, recibe a continuación a un paje que le anuncia a un labrador que viene con un nuevo problema. Finalmente, todo el problema se resume en una petición de seiscientos ducados, que le encolerizará.

–¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados? Y ¿dónde los tengo yo, hediondo? Y ¿Por qué te los había de dar aunque los tuviera, socarrón y mentecato?

En las escenas judiciales, se presenta la burla descarnada y Sancho comienza a ver que el gobierno de la ínsula no va a durarle mucho. Salió triunfante de la pruebas de ingenio, pero no sale tan airoso de las burlas que ponen a prueba su paciencia. Tanto frente al labrador como ante el médico, pierde la paciencia y amenaza con romper la cabeza a los bromistas. Así que, retoma el uso de los refranes y abandona el lenguaje culto que había adoptado al tomar posesión de su cargo, desoyendo los consejos de don Quijote.