Capítulo cuadragésimo segundo
El cautivo ha terminado su relato y don Fernando expresa la satisfacción que realmente sienten todos ante la emocionante narración.
“Todo es peregrino, y raro y lleno de accidentes que maravillan y suspenden a quien los oye. Y es de tal manera el gusto que hemos recibido en escuchalle, que aunque nos hallara el día de mañana entretenidos en el mesmo cuento, holgáramos que de nuevo se comenzara.”
Aquí, se quiere expresar tanto el gusto por escuchar la historia del cautivo, como lo que de novedoso tenía el relato escrito por Cervantes en el que se mezcla lo maravilloso con lo real o verosímil.
“Estaba don Fernando diciendo estas palabras y el resto de los allí presentes, prestándose a ayudarles, cuando al poco llega la noche y entra en la venta un oidor.”
Aquí, hay un desfase horario, porque cinco capítulos antes, en el capítulo treinta y siete, ya llegaba la noche cuando don Quijote pronunció su discurso de las armas y las letras. En ese momento, se disponían a cenar.
Con la llegada del oidor, se reanuda la historia principal, cuando don Quijote le da la bienvenida al oidor (un juez).
Don Quijote retoma aquí su idea de las armas y las letras.
“Seguramente puede vuestra merced entrar y espaciarse en este castillo, que aunque es estrecho y más acomodado no hay estrecheza ni incomodidad en el mundo que no dé lugar a las armas y a las letras, y más si las armas y letras traen por guía y adalid a la fermosura, como la traen las letras de vuestra merced en esta fermosa doncella, a quien deben no sólo abrirse y manifestarse los castillos, sino apartarse los riscos, y devidirse y abajarse las montañas para dalle acogida.”
Don Quijote hace en este fragmento un resumen de la historia. Vuelve a la idea de que las letras traen riquezas y las armas pobreza.
La anagnórisis (reconocimiento) no se da, en este fragmento, como en otros anteriores, en los que el reconocimiento era casi inmediato. Aquí, Cervantes lo desarrolla de forma más complicada, en un proceso que se asemeja a todos los vividos por el cautivo: largos y dificultosos.
Es necesaria la intervención del cura, que narra una historia al oidor, como si fuera propia, para que este vaya descubriendo que de quien le habla es de su hermano. En este momento, ponemos nombre al cautivo, Ruy Pérez de Viedma.
“Del mesmo nombre de vuestra merced, señor oidor, tuve yo una camarada en Constantinopla, donde estuve cautivo algunos años; la cual camarada era uno de los valientes soldados y capitanes que había en toda la infantería española. Pero tanto cuanto tenía de esforzado y valeroso tenía de desdichado. –Y ¿cómo se llamaba ese capitán, señor mío? –preguntó el oidor. –LLamábase –respondió el cura –Ruy Pérez de Viedma, y era natural de un lugar de las montañas de León…”
La idea de dos hermanos que se separan y después se reconocen tras haber vivido, particularmente el cautivo, una serie de peripecias y aventuras, apunta hacia la novela bizantina.
En este capitulo se descubre que los tres hermanos, realmente, no se habían dedicado de manera exacta a lo que el cautivo había narrado en su historia. Por lo que se puede ver, en su relato, el hermano segundo había tomado la opción de viajar a las Indias y el menor había seguido el camino de la iglesia. Pero, realmente, esto no fue así. El oidor cuenta que él es el hermano segundo y el hermano menor había viajado a Perú en busca de fortuna.
Cervantes, maestro de mantener la atención del lector, pasa al final de este capítulo, de lo novelesco bizantino con la trama de los dos hermanos a la introducción de un personaje nuevo, misterioso, que canta una bellísima canción y que desconocemos su identidad.
“–Quien no duerme, escuche; que oirán una voz de un mozo de mulas, que de tal manera canta, que encanta.”
Este capítulo, como el XVII y el XL, comienzan con una canción o poema que enlaza con el capítulo anterior, haciendo de la trama un continuo que fluye, consiguiendo también, mantener de un capítulo a otro la atención del lector.
La canción es una composición de cuatro sextetos lira de seis versos cada una. Este sexteto lira es una estrofa de seis versos heptasílabos y endecasílabos alternos, con una rima consonante, en la que riman el primero con el tercero, el segundo con el cuarto y el quinto con el sexto. A partir del romanticismo fueron posibles algunos cambios, en cuanto al esquema métrico de este tipo de composición.
Esta forma fue introducida en el siglo XVI por influencia de la literatura italiana. Fray Luis de León utilizó este tipo de composición, particularmente para sus traducciones de la obra de Horacio. Después del romanticismo este tipo de composición cayó en desuso.
En este capítulo, termina la historia del cautivo y entran en juego otros personajes, doña Clara y don Luis con una nueva trama que se introduce en la trama principal, que Cervantes tampoco deja de lado.
Junto con la maravillosa canción y la historia que doña Clara cuenta a Dorotea, Cervantes entrelaza la mofa de Maritornes, la hija del ventero, a don Quijote.
Esta historia de don Quijote es, tal vez, una de las que mejor entrelazadas están de toda la primera parte, porque una trama se ve mezclada con la otra con toda naturalidad y verosimilitud.
La historia de doña Clara y don Luis se ve afectada, como tantas otras obras de esta época, por problemas generacionales y estamentales.
En este capítulo, se entremezclan dos tratamientos del amor. El amor serio y verdadero de doña Clara y don Luis, que se incluye dentro de la narración, con estilo cortesano sentimental, con un enamorado disfrazado y unas poesías líricas y el amor falso y caballeresco de don Quijote, que aúna las fantasías del caballero con las insensibles y malintencionadas doncellas, que Cervantes denomina semidoncellas.
Se puede contemplar una burla paródica, en la que don Quijote queda colgado por la muñeca, a consecuencia del intento de burla de Maritornes y la hija del ventero.
Además, en este capítulo, se hacen algunas alusiones interesantes como la alusión a la luna que en la obra de Horacio se llamaba la “diosa triforme” por las tres formas que puede adoptar la luna: llena, menguante y creciente.
“Dame tú nuevas della, ¡oh luminaria de las tres caras!”
Asimismo, se hace alusión a la fábula mitológica de Apolo y Dafne, que ya había sido utilizada por otros grandes autores como el soneto XIII de Garcilaso de la Vega:
“A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraba;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que el oro escurecían…”
Cervantes escribe:
“Y tú, sol, que ya debes estar apriesa ensillando tus caballos, por madrugar y salir a ver a mi señora, así com la veas, suplícote que de mi parte la saludes; pero guárdate que al verla y saludarla no le des paz en el rostro, que tendré más celos de ti que tú los tuviste de aquella ligera ingrata que tanto te hizo sudar y correr por los llanos de Tesalia, o por dónde corriste entonces celosos y enamorado.”
Otra elemento mitológico es la introducción de Medusa.
“que yo os juro por aquella ausente enemiga dulce mía de dárosla en continente, si bien me pidiésedes una guedeja de los cabellos de medusa, que eran todos culebras, o y lo mesmos rayos del sol, encerrados en una redoma.”
Medusa era una de las tres gorgonas de la mitología griega, que tenía en vez de cabellos, serpientes y convertía en piedra al que la miraba.
Cervantes hace alusión, también, a otra obra literaria y menciona a Ligandeo, que era un sabio y cronista del Caballero de Febo; (obra de caballerías, español, escrita por Esteban Corvera y publicada en Barcelona en 1576) Alquife, esposo de Urganda era de Amadís de Grecia y Urganda era la maga amiga de Amadís de Gaula.
Cervantes menciona a Urganda, varias veces en el Quijote. Además de en este capítulo, Cervantes introduce a Urganda, la desconocida, en los poemas burlescos preliminares.
Aquí, Cervantes hace alusión, también, a lo sucedido en la venta en el capítulo XVI, dándole así a la obra verosimilitud y continuidad.
“A cuyas señas y voz volvió don Quijote la cabeza, y vio, a la luz de la luna, que entonces estaba en toda su claridad, cómo le llamaban del agujero que a él le pareció ventana, y aun con rejas doradas, como conviene que las tengan tan ricos castillos como él se imaginaba que era aquella venta; y luego en el instante se le representó en su loca imaginación que otra vez, como la pasada, la doncella fermosa, hija de la señora del castillo vencida de su amor, tornaba a solicitarle; y con este pensamiento…”
En este capítulo los sucesos siguen ocurriendo en la venta. Unos personajes dejan de ser principales para dejar paso a otros que contarán una nueva historia. Al mismo tiempo, don Quijote sigue con sus peripecias.
La venta es, finalmente, como el escenario de un teatro, donde los personajes entran y salen de la escena y pasan de principales a secundarios y viceversa.
Don Quijote sigue atado por la muñeca y subido en Rocinante, a consecuencia de la jugarreta que había propiciado Maritornes.
“Maritornes, que ya había despertado a las mismas voces, imaginando lo que podía ser, se fue al pajar y desató, sin que nadie lo viese, el cabestro que a don Quijote sostenía y él dio luego en el suelo, a vista del ventero y de los caminantes, que, llegándose a él, le preguntaron qué tenía, que tales voces daba.”
Esta circunstancia, se mezcla con la llegada de los criados de don Luis y el suceso de los dos viajeros que pretendían marcharse de la venta sin pagar. Además, se añade la llegada del barbero al que don Quijote había arrebatado su bacía, creyendo que se trataba del yelmo de Mambrino.
Este capítulo tiene la peculiaridad de mezclar las tramas de forma simultánea. Repentinamente, se encuentran casi todos los personajes al mismo tiempo en la escena. Cervantes se vale del recurso de apartar a don Quijote del plano principal, haciendo que los criados de don Luis le ignoren, lo que supone una afrenta intolerable para un caballero como don Quijote, pero de esta manera se da paso al tema, que aquí se quiere destacar, que son los amores de doña Clara y don Luis.
Don Quijote queda momentáneamente fuera de la escena principal, pero no deja de aparecer alternativamente para que su presencia no desaparezca totalmente. Además, hay que tener en cuenta la llegada del barbero a la venta, lo que al final del capítulo vuelve a traer a don Quijote al primer plano, aunque realmente aquí la historia principal sean los amores juveniles.
En este capítulo, se acelera el ritmo narrativo de manera ostensible con respecto a los capítulos anteriores; donde don Quijote hace su discurso de la armas y las letras o cuando llega el oidor y se encuentra con su hermano, el cautivo, en la venta; en el que el ritmo era mucho más pausado y la cantidad de personajes en escena era bastante inferior.
Aquí, encontramos también, un tema, que es recurrente y principal en Cervantes: el tema de la libertad.
Como en otras ocasiones, don Luis, en este caso, se proclama libre para decidir su destino.
“y todos estamos aquí a vuestro servicio, más contentos de lo que imaginarse puede, por el buen despacho con que tornaremos, llevándoos a los ojos que tanto os quieren.
–Eso será como yo quisiere, o como el cielo lo ordenare –respondió don Luis”
Cervantes utiliza el suspense y deja la historia de don Luis y doña Clara en suspenso, cuando quedan a solas el oidor y don Luis, habiéndose reconocido como vecinos y, habiendo conseguido el oidor calmar a los criados del padre de don Luis. Cuando este se dispone a contar su historia, el autor introduce a los viajeros que querían marcharse sin pagar. El lector está ahora en esta historia, cuanto Cervantes se dirige directamente a él y le explica que van a volver a la historia anterior para ver lo que don Luis contó al oidor.
“Esto pasaba en la puerta de la venta, y en ella andaban las puñadas y mojicones muy en su punto, todo en daño del ventero y en rabia de Maritornes, la ventera y su hija , que se desesperaban de ver la cobardía de don Quijote, y de lo mal que lo pasaba su marido, señor y padre.
Pero dejémosle aquí, que no faltará quien le socorra; si no, sufra y calle el que se atreve a más de a lo que sus fuerzas le prometen, y volvámosnos atrás cincuenta pasos, a ver qué fue lo que don Luis respondió al oidor, que le dejamos aparte preguntándole la causa de su venida a pie y de tan vil traje vestido.”
Como en otras muchas novelas renacentistas los obstáculos que deben superar doña Clara y don Luis son generacionales y estamentales. Son demasiado jóvenes para quererse y además pertenecen a clases distintas: lo tienen todo en contra.
Volviendo a don Quijote, en esta capítulo, se da también una situación paradójica, que tiene que ver con su estado de locura. En el episodio de los viajeros, que quieren marcharse sin pagar, don Quijote ve con claridad y realidad que no se trata de caballeros y por tanto, aunque consigue el permiso de la princesa Micomicona, se niega a intervenir en el suceso, pero sigue viendo la venta como un castillo y al ventero como a un castellano. Aquí se ve claramente la dualidad de la locura de don Quijote que, a veces, se comporta con plena lucidez y otras veces, ve lo que él quiere ver. también encontramos una incoherencia narrativa, ya que don Quijote olvida todo el suceso de los cueros, el vino y los gigantes. Asimismo, resultará algo contradictorio el que don Quijote no quiera intervenir en el suceso, pero gracias a sus buenas artes finalmente todo se soluciona, no sabemos como.
Todo parece estar en orden porque además, el oidor a calmado a los criados y está hablando de forma razonable con don Luis, hasta que repentinamente aparece en escena, en la venta, el barbero al que don Quijote quitó la bacía, tomándola por el yelmo de Mambrino.
“Ya a esta sazón estaban en paz los huéspedes con el ventero, pues por persuación y buenas razones de don Quijote, más que por amenazas, le habían pagado todo lo que él quiso y los criados de don Luis aguardaban el fin de la plática del oidor y la resolución de su amo, cuando el demonio, que no duerme, ordenó que en aquel mesmo punto entró en la venta el barbero a quien don Quijote quitó el yelmo de Mambrino y Sancho Panza los aparejos del asno, que trocó con los del suyo”
En este episodio veremos como Sancho Panza habla del baciyelmo, creando una palabra que le evita tomar partido entre la fantasía de don Quijote y la realidad.
Lo primero que el lector encuentra en este capítulo, es la pregunta que hace el barbero, que va a ser burlado.
Cervantes encamina la narración hacia la resolución de los conflictos que se dan en la venta y a la salida de los personajes de la escena.
El autor reúne a todos los personajes que van a dar su opinión sobre la bacía y el yelmo, la albarda y el jaez y con este recurso se recuerdan todas las historias sucedidas en la venta.
La disputa entre don Quijote y el barbero se convierte en una disputa general entre todos los personajes, llena de burla e ironía.
Asimismo, se deja una puerta abierta a la esperanza para la solución del problema de doña Clara y don Luis.
Aquí, la narración ha dado un vuelco. Como todos los personajes ya conocen a don Quijote, se ponen de acuerdo para burlarse de él. Esto anticipará y preparará el carácter de la segunda parte.
El barbero exige que se le reconozca su razón por la experiencia y don Quijote, precisamente, por sus experiencias vividas en la venta, cree saber que la magia está presente y que allí pueden suceder cosas imprevisibles. Por eso, él también alude a su experiencia, pero no quiere comprometerse totalmente a reconocer su razón porque cabe la posibilidad de que por algún encantamiento las cosas no sean lo que parecen.
“–Por Dios, señores míos –dijo don Quijote–, que son tantas y tan extrañas las cosas que en este castillo, en dos veces que en él he alojado, me han sucedido, que no me atreva a decir afirmativamente ninguna cosa de lo que acerca de lo que en él se contiene se preguntare, porque imagino que cuanto en él se trata va por vía de encantamento”
Todo el capítulo tiene un tono de burla y complicidad entre los personajes que ya estaban en la venta y que conocían a don Quijote. Los que llegaron, en el último momento, no entendían porque en esa venta todo parecía ser lo contrario de lo que era.
“Para aquellos que la tenían del humor de don Quijote era todo esto materia de grandísima risa; pero para los que le ignoraban les parecía el mayor disparate del mundo, especialmente a los cuatro criados de don Luis, y a don Luis ni más ni menos, y a otros tres pasajeros que acaso habían llegado a la venta, que tenían parecer de ser cuadrilleros, como, en efecto, lo eran.”
El barbero, era el que estaba más atónito e indignado, porque él veía claramente que la bacía era bacía y no yelmo y la albarda no era jaez, frente a la opinión de la mayoría de las personas que estaban en la venta y que parecían haberse vuelto todas locas.
“Pero el que más se desesperaba era el barbero, cuya bacía allí delante de sus ojos se le había vuelto en yelmo de Mambrino, y cuya albarda pensaba sin duda alguna que se le había de volver en jaez rico de caballo; y los unos y los otros se reían de ver cómo andaba don Fernando tomando los votos de unos en otros, hablándolos al oído para que en secreto declarasen si era albarda o jaez aquella joya sobre quien tanto se había peleado. Y después que hubo tomado los votos de aquellos que a don Quijote conocían, dijo en alta voz:
–El caso es, buen hombre, que ya yo estoy cansado de tomar tantos pareceres, porque veo que a ninguno pregunto lo que deseo saber que no me diga que es disparate el decir que ésta sea albarda de jumento, sino jaez de caballo, y aun de caballo castizo; y así, habréis de tener paciencia, porque, a vuestro pesar y al de vuestro asno, éste es jaez y no albarda, y vos habéis alegado y probado muy mal de vuestra parte”
Para no cortar la trepidante narrativa que ya viene del capítulo anterior y que parecía calmarse, Cervantes introduce a los cuadrilleros de la Santa Hermandad y se arma una trifulca que curiosamente apacigua don Quijote con toda cordura.
“–Ténganse todos; todos envainen; todos e sosieguen; óiganme todos, si todos quieren quedar con vida.
A cuya gran voz todos se pararon, y él prosiguió, diciendo:
–¿No os dije yo, señores, que este castillo era encantado, y que alguna región de demonios debe de habitar en él? En confirmación de lo cual quiero que veáis por vuestros ojos cómo se ha pasado aquí y trasladado entre nosotros la discordia del campo de Agramante. Mirad cómo allí se pelea por la espada, aquí por el caballo, acullá por el águila, acá por el yelmo, y todos peleamos, y todos no nos entendemos. Venga, pues, vuestra merced, señor oidor, y vuestra merced, señor cura, y el uno sirva de rey Agramante, y el otro de rey Sobrino, y póngannos en paz, porque por Dios Todopoderoso que es gran bellaquería que tanta gente principal como aquí estamos se mate por causas tan livianas.”
En ese momento, en la venta se encuentran representados todos los estamentos sociales que existían en España. El cura, el noble, la justicia, los criados, etc.
En el discurso de don Quijote, que cierra el capítulo, se habla de temas serios, pero en un tono de broma que parece quitarle importancia. Se habla sobre el problema de la verdad y los puntos de vista. Asimismo, se habla de la sociedad de la época y de los conflictos estamentales.
En este capítulo, se cierran algunas de las aventuras y sucesos que habían ocurrido durante los capítulos anteriores.
Aunque han sucedido muchas cosas, realmente toda la acción ha pasado en solo dos días.
El cura, don Fernando y el oidor van a ir cerrando los asuntos abiertos que producían discordia.
El primer asunto y más importante por su transcendencia judicial es el que afecta a don Quijote y a los cuadrilleros, representantes del poder judicial.
El cura consigue convencerles de la falta de culpa de don Quijote, debido a su estado de locura.
Además, los cuadrilleros ayudan al cura con la enemistad entre el barbero y Sancho Panza. El asunto del yelmo lo cierra el cura ofreciéndole una cantidad de dinero suficiente como para que este quedara contento.
“En efecto, tanto les supo el cura decir, y tantas locuras supo don Quijote hacer, que más locos fueran que no él los cuadrilleros si no conocieran la falta de don Quijote; y así, tuvieron por bien de apaciguarse, y aun de ser medianeros de hacer las paces entre el barbero y Sancho Panza, que todavía asistían con gran rancor a su pendencia. Finalmente, ellos, como miembros de justicia, mediaron la causa y fueron árbitros della, de tal modo, que ambas partes quedaron, si no del todo contentas, a lo menos en algo satisfechas, porque se trocaron las albardas, y no las cinchas y jáquimas. Y en lo que tocaba a lo del yelmo de Mambrino el cura, a socapa y sin que don Quijote lo entendiese le dio por la bacía ocho reales, y el barbero le hizo una cédula del recibo y de no llamarse a engaño por entonces, no por siempre jamás amén.”
Después de haber zanjado lo principal, quisieron cerrar también el problema de doña Clara y don Luis. Asimismo, zanjaron el problema de don Quijote y el ventero por los cueros y el vino y preparan la vuelta a casa de don Quijote, en una jaula que construyen a tal propósito. Convencen a don Quijote de que se trata de un encantamiento y que de esta manera le llevarán junto a Dulcinea con la que podrá contraer matrimonio.
El último suceso, que además es cómico, que ocurre en la venta, es el beso que se supone que Sancho ha visto que Dorotea le había dado a Fernando. El asunto se resolverá con un diálogo y con la intervención de Dorotea. En este fragmento se puede observar el magistral manejo que tiene Cervantes de todos los registros lingüísticos de la época.
En este capítulo, se cierra todo lo sucedido en la venta y comienza la transición hacia el final de la primera parte.
Don Quijote es llevado a su casa nuevamente, dentro de una jaula y engañado con una farsa. Los otros personajes aparecen disfrazados para convencerle de que lo que le cuentan es real.
Como es tradición en los libros de caballerías, que están llenos de profecías, aquí, también hay una profecía: don Quijote se va a casar con Dulcinea y tendrá hijos.
Se termina para él el amor cortés y gracias a la magia, que hasta este momento le había resultado tan negativa, ahora le llevará hasta la felicidad.
Este paso del amor cortés al amor real es otra de las varias incoherencias que comete Cervantes al poner fin a todo el enredo que se había formado en la venta.
“Quedó don Quijote consolado con la escuchada profecía, porque luego coligió de todo en todo la significación de ella, y vio que le prometían el verse ayuntado en santo y debido matrimonio con su querida Dulcinea del Toboso, de cuyo felice vientre saldrían los cachorros, que eran sus hijos, para gloria perpetua de la Mancha; y creyendo esto bien y firmemente, alzó la voz, y dando un gran suspiro, dijo:
–¡Oh tú, quienquiera que seas, que tanto bien me has pronosticado! Ruégote que pidas de mi parte al sabio encantador que mis cosas tiene a cargo, que no me deje perecer en esta prisión donde agora me llevan, hasta ver cumplidas tan alegres e incomparables promesas como son las que aquí se me han hecho; que como esto sea, tendré por gloria las penas de mi cárcel, y por alivio estas cadenas que me ciñen, y no por duro campo de batalla este lecho en que me acuestan, sino por cama blanda y tálamo dichoso.”