Carmen Martín Gaite se ha convertido en un clásico de la literatura española en Estados Unidos
Ni Benet, encumbrado entre la élite como el más singular de su generación y amadrinado por la escritora, ni Sánchez Ferlosio, su exmarido, han permanecido indemnes al paso del tiempo. “Ella es imprescindible. El cuarto de atrás es una novela canónica. Nadie puede doctorarse en Estados Unidos sin haberla leído, sin embargo ya casi nadie enseña a Benet ni El Jarama”, explica la catedrática de la Universidad de Delaware Joan L. Brown.
Y Brown no le dice por admiración —escribió en los setenta la primera tesis sobre Carmiña de su país— ni nostalgia —lo anterior, desde 1974, las convirtió en grandes amigas—. Esta catedrática ha dedicado dos estudios (1998 y 2008) a fijar el canon académico de la literatura española a partir de la investigación del programa de 56 universidades. Después de un complicado proceso de recopilación de datos, descubrió con placer el lugar que ocupaba su amiga escritora. Ni entre visillos, ni envuelta en nubosidad variable, Carmen Marín Gaite (Salamanca, 1925 – Madrid, 2000) presidía el frontispicio, a la cabeza de los programas de estudio.
Tal vez sea la secuencia lógica al fenómeno que se había fraguado en vida de aquella autora que en sus últimos años tenía aspecto de reina de las nieves. “EE UU le dio antes que España tres cosas muy importantes: la fama, el dinero y un cuarto propio para escribir”, sostiene Joan L. Brown. No solo el mundo académico se rindió a sus pies, también lo hizo la crítica, incluida la del The New York Times, que celebró sin remilgos El cuarto de atrás. “Los norteamericanos aficionados a lo ibérico han desarrollado una pasión excepcional por Carmen Martín Gaite y, quiéralo o no ella, también se ha convertido en una de las figuras más importantes en el terreno de los estudios feministas actuales”, escribió John W. Kronik, de la Universidad de Cornell, dos años antes de la muerte de la autora de Lo raro es vivir. Los trabajos no cesan. Roberta Johnson, de la Universidad de Kansas, se ha sumado recientemente con un estudio sobre los paralelismos entre dos obras que María Zambrano y Carmen Martín Gaite escribieron enfermas.
En 1980 la novelista había reflexionado: “Los críticos y estudiantes norteamericanos repartidos por las más distantes universidades le vienen dedicando a mi obra, a pesar de no estar aún traducida al inglés, una atención mucho más seria y rigurosa de la que ha merecido nunca entre mis compatriotas”. También ella experimentó la recurrente historia del profeta contra su tierra. Sin embargo, no cayó en el resquemor. Pasaba estancias en los campus americanos sin desarraigarse. “No tuvo el menor interés en convertirse en americana, tenía un gran sentido patriótico”, subraya Joan L. Brown.
Lo tuvo pese a que, durante años, pagó el peaje de tener aspiraciones en una sociedad nada tolerante hacia las mujeres que rompían lo convencional. “Había mucho machismo y mucho clasismo. Carmiña era feminista, no estaba bien considerada. Para mí fue un gran estímulo, yo estaba muy atrasada. El verano que compartimos fue muy importante porque me abrió cauces”, recuerda Ton Carandell, viuda de José Agustín Goytisolo, en referencia a unas vacaciones en Cataluña con la escritora y Sánchez Ferlosio.
Con el tiempo, Martín Gaite se convertiría en una de las más populares de la generación de los 50, como evidenciaban las colas que desfilaban ante ella en la Feria del Libro, y reconocidas (Nacional de Literatura y Príncipe de Asturias, entre otros). Y, a diferencia del olvido editorial que ha engullido a escritores fallecidos como Ignacio Aldecoa, ella sigue viva. “Acabó dando el salto de novelista buena a novelista popular, que la gente lee en el metro”, afirmó el catedrático de la Universidad de Zaragoza José-Carlos Mainer, en la conferencia que inauguró el congreso internacional Un lugar llamado Carmen Martín Gaite, organizado por la Universidad Autónoma. “No la considero una escritora olvidada, se me escapan las tesis que hay sobre ella. Lo que sí observo son ciertos prejuicios, como si fuera una autora para mujeres, y son erróneos, machistas y revelan el profundo desconocimiento de su obra”, observa el profesor de la Universidad Autónoma y codirector del congreso, José Teruel.
Tanto él como la italiana Maria Vittoria Calvi, editora de Cuadernos de todo, consideran que está pendiente el reconocimiento de su labor ensayística, que incluye más de una decena de títulos, algunos tan exitosos como Usos amorosos de la postguerra española (y su precedente sobre el XVIII) y otros tan documentados como El proceso de Macanaz. Historia de un empapelamiento. La publicación póstuma de Cuadernos de todo ha abierto un nuevo mundo a sus investigadores para indagar en la personalidad de Martín Gaite, alguien que se veía cabalgando perpetuamente entre el caos y el equilibrio. Se lo recordaba a sí misma con dos grandes fotografías de James Dean y Greta Garbo en su dormitorio. Queda la incógnita de si viajaban con ella a Estados Unidos, el país que antes la quiso. Un amor sorpresa. Algo diferente. ¡Miranfú!
El Boalo, corazón literario de los 50
Desde su casa de la sierra, Carmen Martín Gaite podía ver que las nieves daban un último suspiro sobre la cima de La Maliciosa, uno de los picos de la sierra que bordea El Boalo (Madrid), la localidad de 7.100 habitantes que su padre, un notario culto y feminista, eligió para jubilarse. Con el mismo granito de la finca que compró, se construyó una casa amplia, sólida y luminosa rodeada de fresnos. Las dos hermanas Martín Gaite, Ana María y Carmen, también se retiraron por temporadas a El Boalo, donde se ha ido concentrando el legado familiar. Tras el fallecimiento de la escritora en 2000, Ana María ofreció su archivo a la Universidad de Salamanca, donde Carmen estudió Filosofía y Letras. Pero no suscitó interés (“No lo quiso, no tenía sitio, ellos ya tienen a Unamuno”, ironiza Ana María), así que los documentos descansan hoy en el Archivo de Valladolid.
Antes de morir, Carmiña —su única hija, Marta, falleció joven— le encargó a su hermana que preservase la memoria. Ana María, de 88 años, tiene una voluntad tan granítica como su casa. Ha concentrado en El Boalo la biblioteca y los objetos que la autora de Irse de casa tenía en otros domicilios. Ahora confía en que alguna institución —la Universidad Autónoma ha mostrado interés— asuma su proyecto para transformar la residencia en un centro de estudios sobre la generación de los cincuenta, en la que se agrupó a autores dispares cuya infancia coincidió con la posguerra (Ferlosio, Laforet, Aldecoa, Benet, García Hortelano, Caballero Bonald, Goytisolo, Matute…). Nada mejor en un lugar consagrado a la esencia de una autora que exploró narrativa, novela y ensayo y que un día se preguntó: “¿Qué haré para escribir, para estrellar todo lo que me bulle? ¿Contra qué muro? ¿Dónde dejar la marca?”.