6 de octubre de 2017

La librería – Breve apunte

La editorial Impedimenta ha recuperado a Penelope Fitzgerald, escritora británica, para los lectores españoles y ha editado por primera vez la traducción al español, realizada por Ana Bustelo, de la Librería, novela finalista del Premio Booker.

Penelope Fitzgerald comenzó su carrera literaria tardíamente, a los cincuenta y ocho años. La librería es su segunda novela, publicada en 1978. 

El escenario de la historia es Hardborough, un pueblo pequeño y aislado de la costa de Suffolk, donde se desarrolla la trama en 1959. 

La prosa de la autora es sencilla pero cuidada. La novela está llena de descripciones que con mucha sensibilidad y cuidado es capaz de transportarnos al escenario de los hechos. La novela está narrada en tercera persona, pero introduce constantemente diálogos directos que le dan veracidad y le dotan constantemente de una delicada ironía.

“No había nada que le detuviera, podía seguir así indefinidamente.
–No debe llegar tarde al almuerzo, general Gamart.
Florence sabía de los preparativos en The Stead. Su presencia sería necesaria para abrir el vino.”

Todos los personajes tienen un perfil poco definido. No llegamos a conocerlos. Parece que el deseo de la autora era poner el foco de atención, no tanto en los perfiles de los personajes, sino en la situación, en la estructura social y en las relaciones entre los habitantes de un pueblo pequeño de la Gran Bretaña de finales de los cincuenta.

La protagonista de la obra es Florence Green, una mujer de mediana edad, que decide abrir una librería en una vieja casona del pueblo, Old House. La casa lleva abandonada muchos años y está llena de humedad y no solo tiene este problema sino que, además, tiene un misterioso poltergeist en su interior. Quizá por eso, hacía mucho tiempo que nadie la quería y había permanecido durante años vacía. Pero, casualmente, cuando Florence decide comprarla y abrir la librería, Violet Gamart, persona de mucha influencia en Hardborough, manifiesta su deseo de utilizar Old House para instalar allí, un centro cultural. 

A la señora Gamart no parece importarle otra cosa que quedar siempre por encima de los demás y desde su elevada posición, ejercer su influencia. Esta se convertirá en la antagonista de Florence Green. Con sus artimañas y a través de otros, conseguirá sus fines.

En ningún momento, Florence actúa de forma provocativa. Es un personaje que tiene una actitud al mismo tiempo de mujer madura, que parece estar de vuelta de todo, pero, simultáneamente, tiene un punto de  inocencia o cansancio que no le ayudará en sus propósitos. Además, Florence no pretende hacer la competencia a la señora Gamart y su futuro centro cultural. Tampoco pretende valorar las obras que vende. Ella no se considera una crítica literaria, sino que solo quiere sacar un beneficio como comerciante de libros y prestar un servicio al pueblo. Por esto, Florence busca una buena novela de éxito para colocar en su escaparate, Lolita de Navokov, y pedirá su opinión a la única persona, cuya opinión le merece confianza, el señor Brundish. 

No solo el señor Brundish considera a Florence Green una mujer valiente, otros vecinos del pueblo también eran de la misma idea.

“–Come, pero no le saca provecho a la hierba. No tene los dientes afilados, ésa es la razón. Rompe la hierba, pero no la mastica.
–Qué podemos hacer? –preguntó ella con amable disposición.
–Puedo arriesgarme a afilárselos –respondió el hombre de los pantanos.
Sacó un ronzal del bolsillo y le devolvió la gabardina. Ella se puso de cara al viento para poder abotonársela con más facilidad, Raben  guió al viejo caballo hacia adelante.
–Ahora, señora Green, si pudiera usted sujetarle la lengua, No se lo pediría a cualquiera, pero sé que usted no se asusta.
–¿Cómo lo sabe? –preguntó ella.
–Dicen por ahí que está usted a punto de abrir una librería. Eso significa que no le importa enfrentarse a cosas inverosímiles.”

El ritmo de la narración está muy conseguido, para provocar en el lector una sensación agobiante y de opresión, gracias a que los sucesos se van complicando de forma progresiva y conducirán a un final inevitable.

Penelope Fitzgerald, como Dostoyevski en algunas de sus novelas como Las noches blancas, pone al lector, a través de sus personajes, en contacto con el hombre y su encuentro con la realidad de su vida. La soledad de Florence y el fracaso en lo que emprende no se plantea como un estado pasajero, sino como un estado permanente en su vida. A pesar de que Florence consigue tener éxito con su librería y sacar los beneficios suficientes para mantenerla, aparecerá una antagonista que será la señora Gamart, que terminará con esta ilusión que parecía funcionar, pero que finalmente no podrá realizarse. La protagonista debe aceptar su realidad. Parece que Florence tiene que asumir su destino en la vida, que no puede cambiar. Penelope Fitzgerald se acerca aquí al pensamiento de  Unamuno y a su obra Del sentimiento trágico de la vida.

Violet Garmat tiene también su destino fijado y, además,  lo tiene muy claro. Está por encima de todos.

“La señora Gamart miró con asombro al enfermo. Si estaba teniendo un ataque, lo único que había que hacer era llamar al médico. Entonces se lo llevarían y, por supuesto, él estaría en deuda, como cualquiera que se pone enfermo en casa de otro. Aunque quizá el señor Brundish no supiera reconocer cuándo debía un favor, pensó ella. En cualquier caso, no podía haber hecho el doloroso camino desde Holt House, en un día como ése, simplemente para decirle que no estaba bien, a no ser que de repente quisiera enmendarse por su escasa perspicacia durante esos quince años…”

Por el contrario, su marido no juega un papel en la tensión de la trama. En un principio parece que forma un bloque de oposición junto a su mujer pero más adelante se ve que el General es un hombre bondadoso, que nada tiene que ver con la forma de proceder de la señora Gamart.
“… cuando entró en la tienda el general Gamert. Se quedó un momento bloqueando la luz del sol. Entonces, obedeciendo de manera evidente una orden dirigida a sí mismo, dio tres pasos al frente. Al principio pareció que aquello iba a ser todo [….] Florence Green no tenía muchas ganas de ayudarle. Llevaba meses sin ir a la tienda, y ella suponía que acataba órdenes. Pero luego se lo pensó mejor. Sabía que había venido siguiendo un impulso de bondad.[…] Sólo he venido a decir: “Se ha ido un buen hombre”
Incluso, al final del libro, queda constancia de la maldad y la manipulación de la señora Gamart y la bondad e ingenuidad del general Gamart. Ella le cuenta a su marido que el señor Brundish había ido a verla, aquella tarde, para darle la enhorabuena por su idea del futuro centro de artes y, por supuesto, el general la creyó. A pesar de lo sucedido, la recepción para las personas que acudieron al funeral del señor Brundish tuvo lugar en The Stead, la casa de los señores Gamart.
¿Qué función puede tener “el rapper “ en la novela? 
Este inquietante fenómeno podría ser la materialización de la amenaza que siempre está allí. Para Florence existe desde el primer momento que decide abrir la librería. Ella parece acostumbrarse al fenómeno paranormal y a la amenaza que pende sobre ella. Casi al final de la novela, cuando todos los males previstos  se hacen realidad, los extraños ruidos desaparecen. Hasta el fantasma de la casa abandona a Florence.
“Florence sintió, mientras leía esto, que era el momento de que “el rapper” se dejara oír y, cuando no lo hizo, casi lo echó de menos.”
Todos los vecinos y clientes del pueblo le dieron la espalda. Evitaban encontrarse con ella y dejaron de entrar en la librería. La hipocresía está presente en las relaciones de los habitantes de este pueblo y quedan magníficamente retratadas en la novela, donde la autora hace una clara crítica a la sociedad inglesa de la época y a la corrupción presente en esta sociedad.
Hardborough representa el modelo de sociedad retrograda y resistente al cambio con unos criterios morales impuestos por los poderosos del pueblo contra los que le es muy difícil luchar.

La decisión de Florence de poner a la venta la novela de Vladimir Nabokov será una excusa perfecta para que la señora Gamart lance toda su artillería contra Florence, por supuesto, sin haberla leído. Para la señora Gamart los habitantes de un tranquilo pueblo como Hardborough no parecen ser lo suficientemente capaces como para leer una obra como Lolita y piensa que necesitan de alguien que vele por sus intereses culturales que, por supuesto, sería su centro cultural.

Era ya el anuncio del fin de la librería.
Para Florence esto es una derrota, pero no se ve muy afectada.
“No le importó tanto como creía. Suponía una derrota, pero la derrota es menor recibida cuando al menos uno está cansado.”
Florence Green es un personaje que en ningún caso deja ver sus sentimientos. No intenta luchar contra los elementos adversos. Florence es consciente, quizá por la experiencia de la vida, que llega un punto en el que ya no puede hacer nada y que luchar sería un desgaste que no está dispuesta a sufrir. Como ella misma dice está cansada.

¿Querer es poder? ¿Podía Florence haber llevado a cabo este proyecto con éxito en Hardborough? ¿Florence era valiente o ingenua?







2 de octubre de 2017

El Castillo blanco

El Castillo blanco es una obra del escritor turco Orham Pamuk. La obra está ambientada en la Turquía del siglo XVII y es la historia de un joven científico veneciano que es capturado en un barco por los turcos. Este pasará a ser esclavo de un bajá que posteriormente lo cederá a un astrólogo, “El maestro”, con el que convivirá durante gran parte de su vida.  
 
 
El Castillo Blanco es la tercera obra de Orham Pamuk tras la publicación de Cevdet Bey y sus hijos y La casa del silencio
 
Esta obra apareció publicada por primera vez en España en 1994 traducida del inglés por Margarita Cavándoli con el título de El astrólogo y el sultán. En este momento, podemos disponer de una traducción directa que nos permite apreciar la obra en su plenitud.
 
La obra está estructurada en tres partes: un prólogo donde el aparente escritor de la obra, Faruk,  cuenta como se fraguó la novela; once capítulos donde el autor desarrolla la historia del joven científico veneciano y “El maestro” y una última parte donde el propio Pamuk hace un comentario sobre la novela.
 
La obra tiene forma de novela histórica, aunque no parece que contar un hecho histórico fuera realmente la intención de Orham Pamuk. 
 
Algunos de los datos que van surgiendo a lo largo de la trama se pueden considerar históricos pero otros no están documentados o no sucedieron realmente así, sino que son producto de la imaginación del autor.
 
Realmente, el autor no parece querer centrar la atención del lector en los datos históricos. Estos son solamente la excusa sobre la que se desarrollarán otros temas.
 
Estos otros temas de los que trata Pamuk en esta obra son: la confrontación entre tradición e innovación, el conflicto entre oriente y occidente, el deseo de ser otro, la búsqueda de la verdad, reflexiones a cerca del “yo”, entre otros.
 
La obra está contada en primera persona por el joven científico veneciano, lo que en algunos momentos, facilita la identificación con el personaje al que el lector se siente más ligado y cercano.
 
La prosa de Pamuk es una prosa directa y eficaz, sin excesivos lirismos y centrada especialmente en el desarrollo psicológico de los personajes, que en la obra son el joven veneciano y “El maestro. Estos son personajes redondos que evolucionan a mediada que la obra avanza. Así mismo, tenemos otros personajes como el sultán que lo veremos crecer de niño a adulto, así como el bajá.
 
La historia trata de dos hombres extraordinariamente parecido físicamente. A los dos les une el deseo de alcanzar la verdad en todos los sentidos y después de mucho observar en su interior, a los dos les moverá el deseo de ser otros. Uno de estos dos hombre es un joven científico veneciano que había sido capturado por los corsarios turcos y que pasará una temporada como esclavo del sultán que, más adelante, lo entregará a un astrólogo al que llaman “El maestro”. 
 
Pamuk utiliza la coincidencia de parecidos para realizar una reflexión sobre el “yo” y el exceso de introspección. “El maestro” y el joven científico al mirarse en el espejo y observar lo que cada uno escribe, incluso, a veces llegan a asustarse porque no encuentran el límite de donde termina uno y empieza el otro. Ambos se preguntan si son ellos mismos o el otro.  
 
Se podría hacer una comparación de la relación entre estos dos hombres y la existente entre Oriente y Occidente. El joven veneciano representa a Occidente y “El maestro” a Oriente. Ninguno de los dos desea ponerse en el lugar del otro. Constantemente hay una lucha de egos por la primacía entre ambos. Pero, ¿quién es realmente superior al otro? Esta lucha de poder y el rechazo a identificarse con el otro lleva en muchas ocasiones a la violencia. ¿Es esto parte de la razón del conflicto entre Oriente y Occidente?.
 
Para Pamuk, las dos culturas deben convivir, aunque en muchos momentos se rechacen, incluso, de forma violenta. Ambas deberán encontrarse para ser ellas mismas y avanzar. 
 
La novela, en un sorprendente giro, cambiará la vida de los dos personajes principales. “El maestro” terminará desarrollando su vida en Occidente suplantando al joven veneciano y lo mismo le sucederá a este último que terminará su vida suplantando al maestro en Oriente.
 
Con este giro el autor, tal vez, quiera mostrarnos que no hay mejor manera de perder los prejuicios y llegar al conocimiento de otra cultura que hacer una inmersión en ella.
 
En cuanto a la técnica narrativa utilizada por Pamuk, se debe añadir que emplea el recurso del manuscrito encontrado por el autor. Este es el mismo recurso que Cervantes utilizó para escribir El Quijote y que era una técnica frecuentemente usada por muchos escritores de libros de caballerías.
 
El mismo autor nos dice, en la última parte del libro, su deseo de hacer un homenaje a Cervantes. Esto queda reflejado en sus capítulos primero y último:
 
-Capítulo primero: “Solo uno de ellos atrajo mi atención: había perdido el brazo pero aún tenía esperanzas; decía que uno de sus antepasados había vivido las mismas aventuras, aunque no había llegado a perder por completo el brazo, y que luego se había salvado y había escrito una novela de caballerías, así que él creía que también se salvaría para poder hacer lo mismo.”
 
-Último capítulo: “Pero debíamos buscar lo extraño y lo sorprendente en el mundo, ¡no en nuestro interior! Rebuscar de aquella manera dentro de nosotros mismos y pensar tanto en nosotros nos hacía desdichados. Y eso era lo que les había ocurrido a los personajes de mi relato: por eso los protagonistas no podían soportar ser ellos mismos y siempre querían ser otros. Luego me planteó: supongamos que los sucesos de esta historia son reales, dijo, ¿acaso era capaz de creerme yo que esos hombres que ocupaban el lugar del otro podrían ser felices en sus nuevas vidas? Guardé silencio. Luego, por alguna extraña razón, me recordó un detalle de mi historia: ¡no debíamos dejar que nos descarriaran las esperanzas de un esclavo español manco! Si lo hacíamos, nos convertiríamos en otros distintos a fuerza de escribir ese tipo de historias y de buscar en nuestro interior, y, Dios no lo quisiera, lo mismo les ocurriría a nuestros lectores, No quería pensar si quiera en lo horrible que sería ese mundo en el que la gente siempre hablara de sí misma, de sus rarezas, en el que los libros y las historias siempre trataran de eso.”
 
En mi opinión, en este fragmento del último capítulo queda resumida la esencia de la obra.
 
En esta novela, como en casi todas sus obras, Pamuk plasma su preocupación por el desarrollo de Turquía. 
 
Esta preocupación y algunas opiniones vertidas en entrevistas realizadas para medios extranjeros es lo que le llevo a verse envuelto en algún conflicto en su país, por lo que se exilió, por un corto espacio de tiempo, en Estados Unidos.
 
La concesión del Nobel en 2006 le ha traído un cierto estatus intelectual a nivel internacional, lo que, en cierta manera, le ha servido de protección.
 
7 de septiembre de 2017

Patria – Breve apunte

Patria es la última novela de Fernando Aramburu y la que le ha llevado definitivamente a la fama, pero este escritor donostiarra afincado en Alemania lleva muchos años dedicado al oficio de escribir.

Patria es una novela que el autor, como él mismo dice, necesitaba sacarla de dentro. Es verdad, que es una obra escrita desde el corazón, pero también está llena de sentido común y lo más importante es su indiscutible calidad literaria, en la que Fernando Aramburu hace gala de sus conocimientos filológicos y literarios. 

A pesar de ser una novela muy pensada en su forma, no estamos ante una obra pesada o difícil de leer. Muy al contrario, se trata de una novela que fluye de manera ágil, lo que la hace de fácil lectura.

La novela lleva el título de “Patria” con la intención de indicar que la “Patria Vasca” no es solo un espacio geográfico, de costumbres, lengua y cultura común. La patria, en este caso, es un paraíso deseado cuya búsqueda lo acaba justificando todo, así como a los que por conseguirlo cometen todo tipo de tropelías. 

La obra tiene 640 páginas y es una novela coral, en donde se da vida a nueve personajes principales. Estos pertenecen a dos familias, en un principio, muy amigas, en los peores años del terror, en el País Vasco.

Aunque esta obra cuenta hechos que han sucedido en el pasado inmediato de España, no podemos definirla como novela histórica. 

La novela, más que la historia en sí misma, nos narra la intrahistoria, la vida cotidiana de los personajes y cómo afectan los hechos históricos a esta vida de las personas corrientes, en el que podría ser cualquier pueblo del País Vasco, en un momento complicado. Podemos decir que la novela tiene una cierta intención pedagógica, en la que nos enseña cómo comprender el alma humana en sus mejores y sus peores acciones y pensamientos, aunque comprender no quiere decir compartir ni tener que tolerarlo todo.
La obra está estructurada en 125 capítulos con una estructura circular, porque como el propio Aramburu ha dicho, el primer capítulo es el prefacio del desenlace. La obra abarca 30 años de las vidas de los nueve personajes principales. Desde la infancia de los hijos de las dos familias, hasta su edad adulta.

Los personajes están dotados de volumen, de tal forma que tanto los que cometen actos criminales como las víctimas se muestran como personas que tienen sus sentimientos, sus seres queridos y sus quebraderos de cabeza, así como sus arrepentimientos. Sobre todo, lo más importante, es cómo el autor muestra a los personajes, víctimas y terroristas, en su cotidianeidad. Esto es lo que hace de Patria una novela cercana, que nos hace sentirnos implicados en la situación.

En esta obra, la relación entre el tiempo y el espacio es lo que hace posible que sucedan los hechos y que los personajes sean creíbles.

Cuando comienza la obra, el autor nos presenta dos familias amigas que paulatinamente se irán separando a causa de los acontecimientos y de la ideología que cada uno va adoptando, en mucha medida, llevado por sus circunstancias.

Una de las familias tiene un hijo, Jose Mari, que entra a formar parte de ETA y la otra se verá golpeada por el terrorismo, con el asesinato del padre, el Txato.

Realmente, el Txato no es asesinado por su ideología política sino por haber tenido éxito con su empresa y querer defenderla de los embates de la kale borroka y de la manipulación de algunos de sus empleados.

El hijo terrorista, no es tanto un terrorista por maldad, sino por fanatismo alentado por el entorno y por algunos adultos que le rodean y están cargados de odio, que trasmiten a los jóvenes, como es el caso del cura del pueblo.

La narración, al principio de la novela, es extradiegética (un narrador desde fuera), para pasar el narrador, casi de forma inmediata, a dar voz a todos sus personajes principales. En un principio, esto sorprende al lector, aunque rápidamente se retoma la naturalidad en la lectura y el lector se acomoda con mucha facilidad a esta narración conjunta de narrador y personajes principales. Por esto, tendremos que decir que es una novela coral, en la que todos los personajes tendrán su voz. 

El lector tendrá que escucharles a todos y tendrá que ponerse en el lugar de cada uno de los personajes. Este tendrá que escuchar hasta lo que no quiere escuchar y esto produce una reacción personal en cada uno de los lectores, sin posibilidad de quedarse indiferente.

El lenguaje utilizado es sencillo y aunque se introducen numerosas palabras de la lengua vasca, estas están escritas en cursiva y se pueden consultar en el glosario que incluye el libro. Además, como en toda la obra de Aramburu, encontramos, en esta novela, su humor crítico y a veces ácido.

Tampoco, debemos dejar de hablar del papel de la mujer en la novela Patria. El autor pone a las mujeres como pilares fundamentales de su obra. A pesar de que tanto víctima como verdugo en este caso son hombres, son ellas las que llevan el peso de la historia. El matriarcado vasco queda claramente definido. Los hombres son de pocas palabras y tienen muchos más problemas de expresión y de indecisión. Las mujeres se presentan fuertes y decididas. Ellas son las que al final de la novela inducen y propician una pequeña luz de esperanza. 

La obra comienza in media res y está llena de saltos hacia el futuro (prolepsis) y saltos hacia el pasado (analepsis), por lo que podemos decir que la historia está escrita de forma cronológica, en cuanto que los personajes se nos describen a lo largo de 30 años, algunos, los hijos, desde la niñez hasta la edad adulta, pero la parte psicológica, la parte interior de los personajes no sigue ese orden cronológico. Los personajes están llenos de recuerdos y sentimientos que van y vienen.

Patria está llena de marcadores temporales, tales como la diferencia entre un tiempo y otro marcada por las pesetas y los euros; la utilización por parte de Arantxa de un ipad para comunicarse; también, narra la boda de Gorka, lo que quiere decir que el matrimonio homosexual ya estaba legalizado. Asimismo, aparecen algunos hechos reales históricos como el asesinato de Miguel Angel Blanco. 

En la novela hay algún elemento metaliterario, como cuando Gorka cuenta que está leyendo una novela en la que uno mata a una vieja para robarle las joyas, haciendo una clara alusión a la novela Crimen y Castigo de Dostoievski. 

Casi al final se encuentra otro elemento metaliterario cuanto el autor se incluye en la novela en las páginas 551 y 552 y 553, como pasa en el Quijote que el propio Cervantes entra dentro de su obra. En estas páginas Aramburu da sus razones por las que se vio en la necesidad de escribir este libro y con qué actitud lo quiso escribir.

Además he encontrado en la obra una cierta relación con la obra de García Márquez Crónica de una muerte anunciada. En cuanto que, desde el principio de la novela, desde las primeras líneas, el lector conoce lo que va a pasar, sabe que el asesinato del Txato se va a cometer y, sin embargo, la novela mantiene nuestra tensión hasta el final. La gente del pueblo comenta y sabe pero nadie dice nada. Todo parece funcionar con normalidad. 

Aunque, la gran diferencia entre las dos novelas es la motivación y el marco social e histórico de Patria, en la que el desencadenante de todos los hechos será, precisamente, la “Patria”. Esta patria idealizada, que convierte en enemigos a aquellos que no quieren hacer el juego a los abertzales. ¿Era menos vasco el Txato que José Mari? ¿Quién defendía mejor los intereses de la tierra vasca? Como se dice en la novela, el Txato aprendió a hablar euskera antes que castellano y se sentía absolutamente vasco e identificado con sus costumbres. ¿Por qué era menos vasco que José Mari?

Patria está muy bien documentada, no en vano, el autor ha sido parte de la propia historia que cuenta y él mismo se ha preguntado por qué no entro él a formar parte de las juventudes abertzales.

Podríamos decir seguramente muchísimas más cosas sobre esta estupenda novela, pero solo quiero decir: así fue y así lo vivimos, no lo olvidemos. Por eso, es este un libro que debieran leer todos los españoles.

30 de agosto de 2017

Victoria – Breve apunte


El escritor noruego Knut Hamsun escribió esta novela, Victoria, en 1898, cuando tenía treinta y nueve años y ya era un escritor consagrado. La obra lleva por título el nombre de su primera hija, nacida en 1902. El autor había conquistado un sitio destacado en la literatura no sólo noruega, sino internacionalmente con sus novelas Hambre, publicada en 1890 y Pan, publicada en 1894.

La obra de Knut Hamsun muestra su influencia de un período cargado de pesimismo a finales del siglo XIX. La literatura escandinava pasa por un momento en el que el romanticismo tardío está vigente, coincidiendo con este período de pesimismo. En estas obras se mezcla el romanticismo tardío junto a la llegada del realismo y el naturalismo. Fruto de todo esto, en su obra se reflejará una concepción pesimista de la existencia humana. 

Knut Hamsun está considerado por los críticos como el iniciador de la novela moderna noruega del siglo XX, a partir de la publicación de Hambre en 1890, cuando abandona el realismo de la novela clásica y comienza a escribir una novela mucho más moderna, mediante la descripción de sentimientos y experiencias radicales del ser humano. 

La novela Victoria se considera una novela de madurez, publicada cuando el autor tenía treinta nueve años, en 1898. En ese momento Hamsun ya había regresado a Noruega después de varios años de vida en América. 

Victoria, la escribió al poco tiempo de casarse con Bergljot Gopfertin, una mujer mucho más joven que él, separada de su anterior marido, y de la que el escritor se separaría, también, en 1906. 

Esta obra, la escribe en muy poco tiempo, apenas cuatro meses, y es la primera vez que una obra de Hamsun narra el pasado de sus personajes. En realidad, es una obra en la que el pasado y el presente se entremezclan o podríamos decir que uno es la consecuencia del otro y los recuerdos y sensaciones vuelven a él recordándole el pasado.  

El autor, empieza ya a expresar sus ideas sobre la sociedad y su defensa de los campesinos, criticando a la sociedad capitalista, como después hará en otras obras como En el país de los cuentos de 1913 y en La Bendición de la tierra de 1917. Estas novelas le harán merecedor del premio novel en 1920.

Victoria, es una novela neorromántica y muy vitalista en la que 
cuenta el amor apasionado de dos jóvenes de distinta clase social. Esto condicionará toda su relación. En la obra, se mezcla lo onírico con lo real y en numerosos fragmentos de la obra se plasman sentimientos exaltados. La novela incluye algunos relatos casi fantasmagóricos, en los que queda patente la desesperanza y la fatalidad. Aunque el protagonista parece viajar y conocer otras personas, finalmente, se mueve en una especie de universo cerrado en el que da igual que los personajes estén en el campo o en la ciudad, se siguen encontrando de una forma inevitable. Lo que en muchas ocasiones atormenta tanto a Johannes como a Victoria.

En esta obra, Hamsun deja ver su idea existencialista del hombre, su influencia de Nietzsche  y su visión del destino, imposible de cambiar y que no deja espacio para la libertad.

El protagonista quiere ser escritor, necesita la escritura; con la escritura consigue calmar el sentimiento de perdida de su amor y además consigue la fama y la consideración de los demás, aunque esto parece no interesarle.

La novela está estructurada en trece capítulos, en los que van transcurriendo la vida de Johannes y de Victoria de forma paralela pero no llegan a encontrarse. 

Victoria es una mujer que vive con sus padres y que para Johannes es un ser angelical como de otro mundo que le otorga un cierto halo de distancia.

El protagonista principal, Johannes,  aparece como un héroe romántico, es decir, apasionado, bueno, amante de la naturaleza y lleno de agitación interior. 

La presencia de la naturaleza se hace imprescindible en la obra de Hamsun, que ve al hombre como parte de la naturaleza y rechaza todo lo que va en contra del hombre, es decir, muchos de los elementos del progreso humano. Johannes siente la naturaleza como algo sanador, algo que le reconcilia con la vida y reconoce cada rincón de su bosque, los árboles, las flores, los animales, los pájaros, las orillas del río, etc.

Por otro lado, presenta la ciudad como algo frío e inhóspito. En el último encuentro con el viejo preceptor, expresa la idea de la fatalidad humana, la desesperanza.

“Nunca consigue uno a la mujer que debería tener; pero si ocurre una sola vez por pura y maldita justicia, ella muere enseguida. Siempre surgen problemas, Y entonces el hombre se ve obligado a buscar otro amor de la mejor clase posible y no tiene por qué morir a causa de ese cambio. Se lo digo yo, la naturaleza es tan sabia que el hombre puede soportarlo perfectamente. Míreme a mí” 

Victoria sorprende por su fuerza y su lirismo. Su tratamiento de la naturaleza recuerda, en cierto modo, al de Robert Walser en  El paseo y a otros escritores de principios del siglo XX, que presentaban a un antihéroe como protagonista y su visión pesimista y fatalista de la vida. 

Victoria, tiene, en algunos momentos, algo de realista, pero, también, el autor realiza algunos experimentos en cuanto a la forma. La novela presenta algunas digresiones sobre el amor y las pasiones humanas, como la soledad, el amor, el egoísmo, etc. y la inclusión de relatos, poemas y cartas. En especial, la última carta de Victoria. Cuando Johannes la lee, ella ya está muerta. En la carta se Victoria expresa sus sentimientos de persona enamorada y moribunda, con gran fuerza y apasionamiento. Con esta carta Hamsun pone fin a la novela. El fatalismo se ha cumplido y ya no queda nada por decir.
29 de agosto de 2017

Lo que mueve el mundo – Breve apunte


Kirmen Uribe publicó su segunda novela, Lo que mueve el mundo, en el año 2012. Como vemos, por su trayectoria literaria, es un escritor que se toma su tiempo en la realización de sus creaciones literarias.
Según sus propias declaraciones: 
«Yo procuro ser metódico a la hora de escribir. Primero, tengo que estar seguro de la idea de la novela que voy a escribir. Luego viene el trabajo de documentación, los esquemas, mapas de ideas etc. Más tarde, me pongo a escribirla. Al final, viene todo el proceso de re-escritura que es fundamental. La re-escritura puede hacer que una novela mediocre se transforme en una buena novela. 
Lo que mueve el mundo, por ejemplo, la escribí en dos meses en Sausalito . Fue una especie de fiebre creativa. Para entonces ya había hecho los deberes de documentación y había perfilado la historia y los personajes. Pero el trabajo de re-escritura ha sido mucho más largo. Procuro cuidar muy bien cada detalle.»
Firmen Uribe, en esta obra, ha querido homenajear a un amigo desaparecido, a quien va contando la historia tierna y apasionada de la vida del escritor Robert Mussche.
Aquí, el autor vuelve a colocarse en el papel del narrador, aunque lo hace de una manera mucho más discreta que en su anterior novela: Bilbao Nueva York Bilbao. En esta obra el narrador aparece con el propio nombre del autor, con lo que autor y narrador se funden en una misma figura. Aquí, vuelve a suceder lo mismo, aunque Kirmen Uribe permanece en un segundo plano ocupando, sin embargo, el papel de narrador de la historia.
Al principio, la novela parece que va a narrar la historia de uno de aquellos niños que salieron del puerto de Bilbao hacia Bélgica durante la Guerra Civil española, con el fin de no tener que sufrir los horrores de la guerra y, además, tener una oportunidad de labrarse un futuro mejor del que se podía esperar en nuestro país, en aquella circunstancias. Pero, eso es sólo el inicio de la novela que sirve como justificación para otros temas y como hilo conductor de la vida de Robert Mussche, verdadero protagonista.
Realmente, Lo que mueve el mundo, narra la vida de Robert Mussche, un escritor Belga. La historia comienza con el encuentro de este con Karmentxu, la niña exiliada que viene de Bilbao, pero a continuación  conoceremos la adolescencia de Robert y su amistad con Herman. 
Uribe va desgranando poco a poco fragmentos de la vida de este escritor: su ingreso en la resistencia, su deportación, sus vivencias en un campo de concentración, etc. 
Pero, al mismo tiempo, habla de la familia que dejó. Así como, de su hija Carmen a la que le cuesta perdonar la decisión de su padre, que le privó de su presencia durante la infancia. 
Robert fue el padre que nunca estuvo y el marido que nunca fue. Dirigiendo la vista hacia el personaje de Carmen y sus sentimientos, la novela, plantea el dilema: tener que decidir entre los ideales y la familia.
Pero, como ya hemos dicho, en este caso, los protagonistas no son ni la familia de Mussche, ni la niña exiliada de la Guerra Civil, Karmentxu Cundin, sino el propio Mussche.
La obra habla también sobre la amistad y toma como modelo la relación que mantienen, casi desde la infancia, Robert y Herman que, en un principio, comparten los mismos gestos, los mismos gustos, etc.
Con el tiempo, los dos amigos se irán separando porque ambos personajes deciden tomar vías distintas. Aunque Robert se siente traicionado por Herman, sigue manteniendo el sentimiento de amistad.
Asimismo, la obra nos habla sobre el amor, el compromiso, la lealtad y la trascendencia de algunas decisiones que marcarán toda una vida.
El autor, hablando sobre su novela, ha dicho:
«Todo tiene su reverso, hasta la figura del héroe», Por un lado, la perspectiva heroica de quien se implicó en la resistencia durante la guerra. Por otro, la figura paternal que  nunca estuvo y el marido que dejó de ser».
En realidad no podemos considerar la obra como una novela histórica, a pesar del momento histórico en el que está enmarcada la narración.
Es una novela de personajes y en particular muestra la doble faceta de la vida de Robert Mussche.
El autor, hablando de los personajes de la novela ha declarado:
«Robert tiene mucho de mí. En muchos aspectos. Le gusta la cultura, es tímido, idealista… Pero también su mejor amigo, Herman, tiene mucho de mi. Herman es más vital, es egoísta a veces… Muchos lectores me han identificado con Robert , pero muchos otros con Herman. Creo que estoy en los dos. No me gusta maltratar a mis personajes, yo los quiero. Pero eso no quiere decir que sean planos, que sean perfectos. Siempre me gusta enseñar sus virtudes y sus debilidades».
En cuanto al lenguaje, podemos decir que está muy cuidado y pensado. Su sintaxis nos lleva a una lectura ágil y rápida con frases cortas que se van enlazando unas con otras, algunas incluso sin verbo. Esto puede ser consecuencia de una idea pensada para imprimir acción a su novela pero también podría ser consecuencia de la influencia de la sintaxis de la lengua vasca.

El dilema que podríamos plantearnos es si fue acertada la decisión que tomo Robert Mussche que condicionó su vida por completo. ¿Le mereció la pena renunciar a disfrutar de su familia? No lo sabremos nunca.
27 de agosto de 2017

Una vida presente: Memorias (Julian Marías) – Breve apunte


A lo largo de las páginas de estas memorias, Julián Marías narra su vida íntima. Cuenta su vida familiar de infancia y de adulto. Habla de su vida familiar acompañada de sus padres y su hermano, fallecido a muy temprana edad. Asimismo, cuenta la vida de la familia que él formó. Marías habla de Lolita, su mujer, y su profundo amor por ella, que trás su muerte nunca pudo superar. 

El autor hace constantes referencias, en esta obra, a sus encuentros personales con amigos, profesores, alumnos y colegas. Narra su relación de amistad con muchos de los que fueron sus profesores en una época dorada de la Universidad española como fueron: García Morente, Zubiri, Gaos, Besteiro, Ortega y Gasset, Menéndez Pidal, Madariaga, Heidegger y Gabriel Marcel, entre otros. 

Marías cuenta, como nació su vocación filosófica y nos habla minuciosamente de su larga trayectoria intelectual, que queda patente en sus libros, artículos, conferencias y cursos, tanto en España como en Hispanoamérica y Estados Unidos, así como sus viajes a otros países europeos y asiáticos. 

En conclusión, estas memorias nos dan una visión privilegiada de la situación política, intelectual y social de la España que le tocó vivir a Marías y que casi podríamos decir que, en parte, ha sido la nuestra. 

A Marías, como a muchos de nosotros, le han tocado vivir períodos fundamentales de la historia contemporánea de España: la Segunda República, la Guerra Civil, la Dictadura, la instauración de la Monarquía, la Transición y finalmente la Democracia. 

Ante esta amplia y minuciosa narración, no ya de hechos sucedidos durante una vida, sino de como los hechos han pasado por ella, como la han ido transformando, me queda realmente poco por decir. 
Así que, en este caso, y por profundo respeto, prefiero dejar la palabra a Fernándo Lázaro Carreter  que en un artículo plasma, con su perfecto estilo, aquello que a mí me gustaría ser capaz de decir y que obviamente no puedo. Aunque se trata de un artículo en el que sólo comenta la primera parte de estas memorias y no hace referencia a las otras dos partes que la completan, creo que no es necesario ni se puede añadir nada mejor al comentario.



Julián Marías «Una vida presente: Memorias 1»
Fernando Lázaro Carreter
Entre los haberes más valiosos de mi vida, cuento la amistad de Julián Marías. La que yo siento por él; la que él siempre me ha mostrado. La mía empezó siendo asombro y respeto por su nombre. Decía Ortega que, en los años de su mocedad, había un escándalo en Madrid, y que ese escándalo era Valle-Inclán. Cuando yo llegué a Madrid, año 1943, exactamente hace nueve lustros, el escándalo no era, por desgracia, estético, sino ético. Estaban aún sin cicatrizar las heridas materiales de la guerra. La vida intelectual, cuya rica diversidad buscaba un joven de provincias, era sólo un coro que entonaba un único himno. La Facultad de Filosofía y Letras no sólo había roto con su inmediato pasado, sino que lo miraba con rencor. Los escasos supervivientes, Dámaso Alonso, por ejemplo, flotaban en un ambiente de sospechas y aprensiones. Los nombres que un joven de provincias, discípulo de José Manuel Blecua y de Francisco Ynduráin, admiraba, habían sido cruelmente entintados, para que no pudieran leerse, en las cubiertas de sus libros. Los apuntes que una de las nuevas estrellas de la filología decía haber tomado de las explicaciones de don Américo Castro, nos eran leídos en clase por su ayudante -la estrella se abstenía de brillar en el aula- para que apreciáramos «qué tonterías decía el judiote de don Américo». Eran, claro, las tonterías del copista. Quien no quería cantar, callaba con prudencia o con temor. El escándalo de aquel Madrid sombrío se llamaba Julián Marías. Era prácticamente el único antifranquista público que andaba por la calle, la extraña oveja negra, que, poco antes, había sido cargada, mediante un infamante suspenso asestado a su tesis doctoral, con las culpas de una intelectualidad presunta responsable de los males de España. El misterioso Julián Marías circulaba por el sigilo de los que callábamos mientras sonaba el himno, musitado su nombre con respeto, asombro y una absoluta falta de información acerca de su persona. «Un discípulo de Ortega», era su única etiqueta. Sí, pero, además, ¿quién?

Naturalmente, ya pudimos saber más, mucho más, cuando apareció su Historia de la Filosofía, y se nos reveló una mente tan poderosa como nítida. Y cuando otros libros y escritos suyos vieron luz, y él mismo fue haciéndose presente con su palabra. Al fin, pudimos traerlo a la Universidad de Salamanca, finales de los cincuenta. Algo grave, creo que una muerte política, no lo recuerdo, había ocurrido en España el día de su conferencia. Una oscuridad moral se añadía a la de aquel anochecer de invierno. Y en el paraninfo donde un 12 de octubre había sonado el célebre aldabonazo de Unamuno, Marías no calló, y dijo por todos -no se si por todos, pero sí por muchos- nuestra angustia.

Allí empezó nuestro conocimiento, que iría trocándose en amistad. Durante muchos años, durante muchos jueves del año, me siento en un sillón contiguo del suyo en la Academia. Allí, nuestras coincidencias suelen ser absolutas; y no sólo en la estimación de vocablos y de significados: mientras otros compañeros discuten de sustantivos y verbos, nosotros nos susurramos algo sobre todas las cosas. Conozco, no hay que decirlo, cuanto escribe, anticipado y resumido, muchas veces, en nuestros cuchicheos. Ante sus análisis o interpretaciones de lo que acontece, puedo suponer sin error, en infinidad de casos, con sólo leer el planteamiento, cuál va a ser la actitud que Marías adopta: hasta tal punto coincido con su pensamiento; o hasta tal punto mi propio pensamiento se ha impregnado del suyo, no sé. A pesar de eso, yo no conocía verdaderamente a Julián Marías . Y, a pesar de su visible presencia en la vida española, de su relevante influencia pública, me temo que eso mismo sucede a infinidad de personas que lo admiran, lo quieren y creen conocerlo.
Me he leído el primer volumen de sus Memorias de un tirón. No exagero: ni la cena ni el sueño han interrumpido la lectura. Oía la voz del autor -cuando se lee a Marías, se escucha su voz- contándome de sí, haciéndome confidencias, descubriendo lo que, bajo el trato frecuente, continuaba oculto. Todo lo actual tiene un pasado, un hacerse, sin el cual no se comprende; la superficie procede de un espesor que la sustenta y explica. Hasta ese momento, no me había dado cuenta de que nuestra amistad era superficial: apenas si yo hubiera podido añadir algo a lo que de él dice cualquier currículo sucinto. Entiéndase: algo referente al hombre y sus vicisitudes. Porque pocos hay, con relieve público, tan celosos, tan púdicos con su intimidad. Y he aquí que, en esa noche de lectura confidencial, Julián Marías se me ha revelado, esto es, se me ha explicado con una doble biografía, aunque el libro entreteja fuertemente las dos: la de su vida intelectual y la que le ha tocado gozar y sufrir como persona. Si la primera puede rehacerse por cualquiera que haya seguido la trayectoria de sus publicaciones, la segunda precisa de confesiones para ser conocida. Es ésta lógicamente la que más me ha interesado. Narra algunas anécdotas de su más temprana infancia, que no contaré para no privarlas del encanto de su estilo, que anuncian ya tres cualidades del Julián Marías que todos conocemos: la sinceridad desafiadora del riesgo, la cortesía aun con quienes no la merecen, y la veracidad como supremo valor: a los seis años, se juramenta con su hermano para no mentir nunca; con sencillez comenta que no cree haber quebrantado jamás aquel propósito.

Marías comparece en sus confidencias rodeado desde la niñez de gentes encantadoras: sus padres, su hermano, la tía soltera de los hogares españoles, parientes, vecinos, que son su paisaje vital, evocados con la inimitable y persuasiva sencillez de su palabra. Primero, el vivir confortable y burgués de aquella honorable familia de provincias, naturalmente ajeno el muchacho a lo que acontecía al otro lado de las verjas del Campo Grande vallisoletano. Pronto, el descubrimiento de que hay un más allá de las paredes de casa y de los árboles del parque: el bosque inmenso y complicado de los problemas nacionales. Paralelamente, la decadencia, la ruina familiar y la primera gran tragedia que hiere su ánimo, ya en Madrid. Los estudios primarios y bachilleriles, hasta la llegada a la Universidad, donde su aún indecisa vocación es literalmente raptada por la Filosofía que, al fin, ya alumbraba originalmente en España. Sus lecturas, la compra de libros sin dinero apenas, su aprendizaje de idiomas. Y, en medio de todas estas cosas entre las que va creciendo, la aparición de Lolita. Sólo un alma tan delicada como la de Julián, dotada además de singular potencia artística, es capaz de hacer un análisis tan fino, tan cautivador, del surgir del sentimiento amoroso, a partir del simple placer que causa la compañía, hasta que ese querer estar juntos se convierte en necesidad de no separarse. Por el libro desfilan muchas mujeres; el autor conoce muy bien la condición femenina, y a elucidarla ha dedicado hondas e inolvidables meditaciones. Al hilo de esas mujeres evocadas, Marías hace revelaciones absolutamente íntimas acerca de su modo de vivir la relación entre los sexos (algo de lo que jamás habíamos hablado, y sin lo cual no acaba de conocerse al prójimo). Entre todas las mujeres que contornearon el vivir del autor, Lolita representó el amor, el solo y único amor de su vida, el hilo que, a diferencia del de Penélope, suelda irrompiblemente el vivir intelectual, moral y familiar de nuestro amigo. A la inversa -si no, no hubiera sido amor- Julián se hace parte del alma de su esposa. Las páginas en que eso se narra son dignas de cualquier gran lírico que fuera capaz de razonar su sentir.
Este primer volumen, que acaba con el primer viaje del matrimonio a los Estados Unidos, en 1950, narra dos momentos culminantes, privado uno y público el otro. En el orden personal la escalofriante pérdida del hijo primogénito, relatada con un ascetismo formal que hace más punzante la tragedia. En el orden social, la República y la guerra, vistas con unos ojos que, entre las tantas opciones de aquellos años, habían optado por una mirada resuelta y firmemente liberal. Marías puso su esperanza en la República, aunque no se le ocultaban los errores en que incurría cada vez que resolvía contra la libertad. Creo que son páginas necesarias para construir la historia de la guerra civil, las que, en estas Memorias, cuentan el Madrid sitiado y, sobre todo, el papel importante que aquel jovencísimo soldado, desempeña en los momentos finales de la contienda, cuando, al servicio de la República, por la convicción socrática de que, a pesar de sus equivocaciones, era la legalidad, sirve a la Junta de Defensa en la cual, como consecuencia del estado de guerra al fin declarado, reside la última legitimidad. Marías se vincula a ella por la amistad que le une con Julián Besteiro. Ahora sabemos que la mayor parte de los escritos y manifiestos que emanaron de aquella Junta se debían a su pluma. Emociona verlo llegar al Ministerio de Hacienda, ya en poder de las tropas nacionales, a dar el que sería su último abrazo al noble, al admirable Besteiro de aquellas horas dramáticas, sin temor a las consecuencias graves que podrían derivársele de aquel gesto.

Después, la prisión, la liberación -que no es lo mismo que la libertad-, la construcción de la vida familiar a partir de la pobreza, sólo menor que el entusiasmo, que el deseo de proseguir, mediante su ejemplo y su enseñanza, la historia intelectual del pasado que acababa de arruinar el gran desastre. El último Ortega, el de Lisboa, el de la conferencia del Ateneo, el del Instituto de Humanidades, ya asociado Marías con su maestro pasa imborrablemente por estas páginas. De las cuales emerge algo más importante que un hombre sabio: Julián es un hombre de absoluta limpieza moral que, como alguna vez le he oído, no tendría que borrar ni un solo párrafo de los que ha firmado en toda su vida, aunque se le diera esa oportunidad. Siento ira cuando, a veces, algunos oportunistas de nuestra hora, que tal vez eran los maestros del coro de la posguerra, se permiten juzgar torcidamente actitudes que Marías adopta ante la vida nacional, ejercitando como siempre su libérrimo y nunca venal pensamiento. Y recuerdo a aquel suspenso en el doctorado que le impedía el acceso a la docencia oficial, cuyo nombre pronunciábamos con asombro y temor los estudiantes que, entonces, no cantábamos.
En esas horas de lectura entusiasta que he consagrado a las Memorias, cuando al abrir el libro se me ha abierto su vida, he aprendido de Marías mucho más que en años enteros de frecuentación. Ahora que ya sé de él, que conozco los avatares de su vida, que no ignoro por qué ha ejercido siempre atracción sobre mí su figura, que me consta lo casi todo que compartimos, es cuando puedo asegurar con plenitud que soy su amigo. La amistad que me inspira ya tiene fundamento. No elogio, pues, sólo la calidad literaria e histórica de un montón de páginas, sino los latidos de un corazón honrado, insobornable, constante, leal, y, por tantos conceptos, ejemplar. Uno de los pocos corazones sabios y sin resentimientos que nos van quedando.



Último capítulo

Las memorias de Julian Marías que hemos leído llegan hasta el año 1989 pero Marías vivió hasta el año 2005. A continuación os adjunto 
unas necrológicas que se escribieron a su fallecimiento y que es una parte importante de sus memorias que, evidentemente, el no pudo escribir ni agradecer a los que las escribieron.


Que Julián Marías quede

En el prólogo del que ha sido su último libro, La fuerza de la razón, don Julián Marías decía que seguramente ya no escribiría más, y con palabras que sólo pueden leerse con emoción agradecía la compañía de sus lectores y afrontaba con ilusión y fe su paso a la otra vida.

Julián Marías siempre tuvo dos vocaciones: la escritura y la docencia. Formado en la inigualable Facultad de Filosofía del Madrid de los años treinta, hubiera sido uno de sus eminentes profesores si la Guerra Civil no se hubiera cruzado en su camino a los 22 años. Pero nunca se quejó: con la misma claridad con la que vio, a esa edad, que lo que había que combatir era la propia guerra y no al bando contrario, supo que las puertas de aquella Facultad estaban cerradas para él y volcó su labor en la escritura. Asombra repasar el listado de libros escritos por don Julián, algunos de no pequeño grosor (hasta sobrepasar con creces la setentena de títulos).

Para saber lo que Marías ha supuesto en la cultura española habría que imaginar que no hubiera existido (o basta con escuchar a tantos que no lo han leído o que lo miran con desprecio: el de quienes, hace sesenta años, lo veían “liberal” y “orteguiano”, peligroso para los sacrosantos valores de entonces; el de quienes, desde hace cincuenta años hasta hoy, lo ven “católico” y “de derechas”). A Ortega no se le habría reconocido la dimensión genial que tiene su pensamiento; la historia y la rara vocación de España no hubiera encontrado una de sus explicaciones más asombrosamente certeras (una curiosidad: la palabra que más se repite en los títulos de sus libros es España o españoles); la Transición hubiera sido distinta (¿se reconocerá algún día la impagable labor de educación y civilización que la generación de Marías, Ridruejo, Lázaro Carreter o Delibes hizo para que cuando Franco muriera los españoles descubrieran que la gravedad del momento no movía la sólida tierra que, gracias a ella, los sustentaba bajo sus pies?).

Pero, por encima de su contribución a entender tantas personas y cosas (y sus artículos en prensa son un modelo de expresión transparente, donde claridad y profundidad van de la mano), Julián Marías ha sido un filósofo. Nadie ha entendido ni explicado tan bien en qué consiste la vida humana, cuál es su extraño misterio, su rara consistencia, su entramado. Y eso es lo que hay que recordar en esta hora, no el mísero raquitismo de su nómina de premios (hasta para darle el Príncipe de Asturias se fue cicatero y se le dio compartido), no que se negara a ser catedrático cuando se “relajó” la dictadura (porque no quería jurar unos “principios fundamentales” que habían jurado, por cierto, tantos “demócratas de toda la vida”), o tantas cosas más. Representante máximo de una generación que en tiempos inciertos supo que sólo siendo fiel a sus maestros sería fiel a sí misma, nunca hizo de su filiación orteguiana una vocación escolástica, antes bien, cuando discrepó de su maestro lo hizo con suma elegancia. Sabía que sólo mirando, con una visión responsable, puede hacerse pensamiento (y vivir).

Don Julián Marías era creyente, un peculiar y profundo católico, ajeno, como todo en él, a estúpidas escolásticas. La casualidad ha querido que fallezca a pocos días del aniversario de la muerte de su esposa, su querida Lolita Franco. Ojalá, como creía (y deseaba) se haya encontrado ya con ella. Para los que carecemos de esa fe, aparte de sus libros, sólo nos queda el consuelo de agradecer a Dios o a quien sea que don Julián haya existido. 

CÉSAR ROMERO

15 de diciembre de 2006


Adiós al filósofo

Don Julián Marías acaba de morir en Madrid a sus noventa y un años. Se me agolpan los recuerdos y no sé bien cómo encauzarlos. 

Hace un par de meses, todavía lo visité en su casa de Vallehermoso y pudimos charlar un buen rato. Su amistad ha sido un gran regalo. He colaborado en su revista Cuenta y Razón y reseñado su último libro de artículos, La fuerza de la razón, 2005, aparecidos en Abc hasta el año 2003.

Recuerdo sus últimas visitas a Zaragoza. Un día ventolero cruzando el Paseo, cuando comentó que Chicago era “the windy city”. Al pasar frente a la portada de Santa Engracia, le recordé el humor de Felipe II: “Han puesto el retablo en la puerta”, dijo el rey. Quizá por eso ha sobrevivido.

En otra ocasión, llenó la sala de conferencias hasta los topes y la gente le aplaudió por su sola presencia, antes de abrir la boca. Siempre me asombraba que no consultase ni un papel, ni una nota. Su memoria era prodigiosa. Le divertía que en Buenos Aires, al pasear con Borges, todo el mundo le conociese a él por la calle, cuando el genio argentino todavía era un escritor de minorías. Sus libros y su prosa han seducido por igual a lectores cultos y a gente sencilla. Rara virtud en un escritor.

Contaba con hacer algunas preguntas a uno de los filósofos griegos. Ésa era la última apuesta y la gran aventura llena de dudas.

Casi ha logrado llegar a la edad de Menéndez Pidal, que anhelaba conversar con los juglares de Medinaceli cuando recitaban el Mio Cid.

Hace un tiempo, compartió una cena en Madrid con Julián Gállego, y tuvo la humorada de preguntarle por mí.

También contaba con la persuasión de su mujer Lolita a la hora de abrir puertas. Quizá tenga la fortuna de que ahora le abra la última de todas.

CÉSAR PÉREZ GRACIA

Heraldo de Aragón, 16 de diciembre de 2005 


El hombre que nunca mintió

Además de la vivacidad y la amenidad de su estilo, puro cristal de Murano, un estilo muy sencillo, muy «inteligible» y muy directo (el mismo con el que Frank Capra filmó La amargura del general Yen), Julián Marías nos transmitía una afectuosidad que yo diría que era como de otro tiempo. Estilo de hombre sabio, que es ese estilo que atesora como continuas señales del niño que se ha sido y del niño que se sigue siendo. Es muy difícil explicarlo. Su estilo, en fin, nos acercaba a él de una manera imparable. Uno de los éxitos de Julián Marías, me parece, es que al leerlo siempre tienes la impresión de tener veinte años, de estar empezando.

He sentido por Julián Marías, desde que estudiaba Preuniversitario en el Instituto Cervantes de Madrid, calle de Montesquinza («Preu» de Letras, naturalmente, Hernández Vista nos daba Latín y Lasso de la Vega, Griego); le tenía a don Julián, decía, desde entonces, profunda admiración y «simpatía». Escribo «simpatía» entre comillas, porque no encuentro una palabra más ajustada. Siempre me ha seducido su jovialidad, su «proximidad». También «proximidad» lo escribo con comillas. Cuando le conocí, hace catorce o quince años, pude comprobar que esa «cercanía» que se desprende de sus textos, esa «cordialidad», también formaba parte de su persona. Recuerdo que, muy al principio de los sesenta, tuve la suerte de conseguir, en la librería Cervantes de Oviedo, una primera edición, la de 1941, de su maravillosa Historia de la Filosofía, con prólogo de Zubiri, un libro que me ha acompañado durante toda la vida y del que he sacado enormes recompensas. Un verdadero libro «llave». Los libros «llave» son esos que te abren casi todas las puertas y verjas y te permiten pasar a los fantásticos mundos con que sueñas de chico. Y también un libro de magia, como el Quijote, que me descubrió, sobre todo, que lo interior es mayor que lo exterior y que lo íntimo es inabarcable de lo grande que puede llegar a ser.

Fe en la libertad. En realidad, la Historia de la Filosofía de Julián Marías, es, para mí, un texto dedicado a la juventud, una nueva Isla del Tesoro. Los libros de Julián Marías, los que a mí más me gustan, encabezados por sus memorias en tres tomos, Una vida presente, me han transmitido su fe irreductible en las personas, en la libertad humana. Y eso, viniendo de alguien que ha tenido una vida difícil y complicada -delaciones (falsas) de amigos, cárcel, amenazas de fusilamiento, prohibido años y años por el régimen franquista, para el que siempre fue sospechoso, en fin, represaliado por las dos Españas-, tiene todavía más mérito. Supongo que haber hablado por los codos con Ortega y Gasset o haber vivido aprendizajes y esperanzas con García Morente, tuvo que influir lo suyo. Así como «vivir» aquella Universidad Central de Madrid de los años 30, muy superior entonces a las de Oxford y Harvard, aunque hoy nos parezca increíble. Ser español, La educación sentimental, Mapa del mundo personal, España inteligible o Consideración de Cataluña, que son mis libros preferidos, además de la habitual temperatura ética ejemplar en su autor, nos propagan amor a manos llenas, seny, civilización y apuesta por la verdad sin dogmatismos. Pero hablemos de cine. Curiosamente, Ortega y Gasset, del que yo no he leído nunca nada relacionado con el invento de los hermanos Lumiére (aunque cuando nos habla de Las Meninas está hablando de luz, claro); pues Ortega, decía, en el inicio de su epílogo a una reedición de Historia de la Filosofía, escribía ésto: «Y ahora, ¿qué más? Julián Marías ha acabado de hacer pasar ante nosotros la película que es la Historia de la Filosofía». Ortega ya conocía la fascinación de su amigo y discípulo por el cine.

Desconozco los libros o revistas cinematográficas que haya podido leer Julián Marías a lo largo de su aventura como crítico cinematográfico, si es que se ha documentado. Desde luego, Marías pudo leerlo todo y en sus respectivas lenguas: Andrew Sarris o Film Culture, en inglés; André Bazin, Sadoul o Cahiers du Cinémà, en francés; Lotte Eisner o Kracauer, en alemán… 

Azorín. Pero, ¿y en nuestro idioma? ¿Alfonso Reyes?, ¿Villegas López?, ¿Azorín?, que, por cierto, descubrió lo bien que caminaba Gary Cooper. Azorín, un genio de nuestras letras y un crítico muy sui generis, fue una persona querida y admirada por Julián Marías. A mí, don Julián, a lo largo de algunas conversaciones, me llevó a compartir su entusiasmo por el Dreyer alicantino de nuestra literatura. Hace tiempo, Marías le dedicó un texto monográfico, Ciencia romántica, donde homenajeaba al joven y bohemio Martínez Ruiz que se alimentó durante veinte días a base de dos panecillos de diez céntimos, y todo por poder seguir escribiendo, por no abandonar su vocación de escritor, luchando contra el hambre sólo por escribir. Sé que a Julián Marías le hubiera gustado mucho ver en imágenes Doña Inés. A mí, también. Si consiguiera filmarla algún día, naturalmente que estaría dedicada a don Julián.

Alguien que se ha adentrado, explorado y clarificado a Zubiri o a Unamuno, de los que ha escrito páginas memorables, ¿cómo no iba a explicar mejor que nadie lo que es el cine de autor? Las críticas de Marías en Gaceta Ilustrada, de hace medio siglo, o las de Blanco y negro, más recientes, pero también lejanas, están repletas, y trato de elegir muy bien cada palabra, de inspiración, de valentía, de alegría, de perspectiva, de mesura, de conocimiento; y vacías de pedantería y fanatismo. Están redactadas con soltura, con una curiosidad que adivinas inacabable, son libres, nada envaradas. Julián Marías jamás ha pertenecido a ningún ghetto excluyente ni al cinturón de las capillitas ni al club de los cinéfilos del codazo moderno. En aquellos años, en que los textos de los críticos febriles y, supuestamente, entendidos, salían oscuros y arrugados, a Julián Marías los párrafos le brotaban de su máquina de escribir lisos y luminosos.

Nobleza. ¡Qué placer era para mí leer sus columnas!, aunque me tildaran de antiguo, porque lo moderno era poner los ojos en blanco ante las aburridas disquisiciones o los «comprometidos» ensayos ininteligibles que abundaban en las revistas especializadas de media Europa. Julián Marías reflexionaba sobre un lenguaje creado a base de imágenes, muy parecido a la vida, con nobleza. El cine, analizado por Marías, cualquier película, tenía nobleza. La cinematografía era tan noble y tan digna como la literatura, la música, la pintura o la propia historia. Y, además, muchas de su críticas elevaban el producto. También lograba que los que amábamos el cine nos sintiéramos orgullosos y, más aún, seguros. La capacidad de espectador de Julián Marías era, además de panorámica, en Cinemascope. Ha sido uno de los pocos críticos que yo he conocido que podían perderse de verdad dentro de una película, de tanto como se metía. Marías veía todo, o casi todo, de lo que hay en una película y de lo que la película propone. Era un Sherlock Holmes al que no se le escapaba nada, por más que lo hubiera querido ocultar el director. Quizá porque Julián Marías, cuando iba al cine, veía lo que tenía delante de los ojos, que siempre es lo más difícil de ver. Nada se le quedaba fuera de cuadro a aquellos ojos azules, con destellos plateados, tan azules como los de la mamá de Dumbo.

Es evidente que muchos recuperamos la infancia cuando vamos al cine, y que, a estas alturas del metraje, ya somos las películas que hemos visto y con quien las hemos visto. Para ser justos, la mayor parte de las críticas de Julián Marías -y no tengo la sensación de arriesgar nada-, le pertenecen tanto a él como a su mujer, Dolores Franco. No pretendo expresar que don Julián no tecleara sus propias impresiones e ideas semana a semana, pero sí que esas opiniones eran acompañadas por las de su mujer, y al revés. Quiero decir que las reseñas de Marías eran como el resultado de una historia de amor. De ahí su belleza, su bondad, su claridad, su sinceridad, su pasión, su modernidad, su poesía ligera y su temblor (¿inquietud?) de humanista cristiano. El matrimonio de Julián Marías -y así se desprende en sus Memorias-, fue también el de una pareja de aficionados la cine. Sé que él y Lolita quedaban quince minutos antes de comenzar la sesión en alguna cafetería cercana a la sala, donde tomaban café o un refresco, y, así, al placer de ir a ver una película sumaban la felicidad de una cita con la persona amada. Primum vivere

Una mirada común. Solían ir al cine un par de veces por semana. Yo los vi en alguna ocasión, en el cine Conde Duque, me parece. Don Julián vestido con traje oscuro, camisa blanca y corbata; ella, con esa elegancia de las mujeres de Penagos, tan cosmopolitas y tan decididas, mujeres que parecen como dibujadas a tinta china, pongamos que entre Margaret Sullavan y Kate Hepburn. Les recuerdo hablando en el hall, al tiempo que se fijaban en todo, como si fueran turistas o, mejor aún, exiliados. La cuestión es que si, allá por los primeros cuarenta, don Julián dialogó sin parar, durante meses y meses, con su entonces novia, mientras preparaba Historia de la Filosofía, solicitando su opinión continuamente -libro que ella transcribió y puso en limpio-, ¿cómo no iba a charlar horas y horas con su mujer de las películas que veían juntos, que vivían juntos? Sobre la fotografía, sobre la música, sobre tal escena, sobre tal diálogo. Me ha contado Miguel Marías, que es uno de los mejores críticos cinematográficos que tenemos en España, por no decir el mejor, al que quiero casi tanto como admiro; según su hijo Miguel, digo, en cuanto su padre sacaba el último folio de la máquina, salía disparado hacia donde se encontrara su madre para pedirle opinión. Y aunque Lolita estuviera atareada con labores caseras, lavándose la cabeza o hablando por teléfono, allí se quedaba don Julián, sin moverse, hasta que ella leía el artículo o el capítulo de un nuevo libro en marcha. Por eso, quiero darle hoy a Dolores Franco -cuando ya está otra vez al lado de su marido, porque si no fuera así, «la felicidad sería un engaño»-, la autoría compartida de muchas estupendas reflexiones sobre el cine, por tantos ensayos magníficos que don Julián nos regaló acerca de esa vida de repuesto que llamamos películas. Por compartir cientos de emociones a 24 fotogramas por segundo y participar ambos del gozo de las palabras asequibles, de las frases sin aspavientos. Porque los dos tenían una mirada común que abarcaba la totalidad.

Estos días he vuelto a releer casi todas las reseñas, notas, juicios, pensamientos o como quiera que se llame el trabajo cinematográfico de Julián Marías. Me han parecido ensayos de convivencia. No lo supe ver así hace años. Pero lo que veo ahora es eso, tolerancia, convivencia. Con qué sencillez nos ha mostrado el talento de Josef Von Sternberg o de Murnau, con qué naturalidad nos ha descrito la emoción según Leo McCarey. Ya en 1965, escribiendo de Las campanas de Santa María, una película que yo adoro, dedujo que McCarey no era sólo un genial cineasta, sino que, pasado el tiempo, iba a ser un autor de cabecera para los cinéfilos que entonces eran jóvenes, nosotros, cuando maduráramos. Y es una pena que se haya muerto sin descubrirnos por qué lloramos todos en la secuencia final de Tú y yo. Adivinamos que es un retorno, una revisitación, sí, pero, ¿adónde exactamente? Marías dice que McCarey filmaba y pensaba en planos significativos. Curioso, ¿eh? Una vez le pregunté: «¿Por qué muchas películas que en el pasado fueron consideradas excepcionales se arrugan hoy ante nuestros ojos?» «Eso únicamente ocurre con las que en su tiempo ya eran inauténticas -me respondió-. Las películas verdaderas envejecen sin mengua».

Días de sufrimiento. En el último tomo de Una vida presente, cuando Julián Marías narra los terribles momentos de la pérdida, primero, y la ausencia, después, de su mujer -«Yo ya no soy yo ni mi casa es mi casa»-, escribe las mejores páginas de toda su obra, porque en ellas nos enseña que el corazón es lo importante, y nos revela que el filósofo, que la filosofía, no es sino sensibilidad envuelta en pensamiento. De aquellos días de sufrimiento, de aquellos meses, de aquel tiempo de dolor, yo creo que podría salir una película tan extraordinaria como Tierras de penumbra.

Aunque pueda parecer un atrevimiento -pido disculpas por ello-, me inclino a pensar que a partir del tercer volumen de Una vida presente, también desde La educación sentimental, y sin abandonar la filosofía, Marías se internó en McCarey, en los territorios de la emoción pura, tan cercanos a la fe, a la verdad.

Desde que estudiaba sexto de bachillerato he sido partidario de Julián Marías, una de las escasas personas cultas de culto que hemos tenido por estos alrededores. Si se me permite, y me voy a mi jerga, yo le veía como un Bogart de la Filosofía, el Di Stéfano del pensamiento, un Sinatra de la razón.

Se nos ha ido, a todos, un amigo con los noventa cumplidos. Muy joven todavía. Un sabio. Un trabajador infatigable. Un grande de España. Un hombre que poseía todo lo bueno que acaba en encia: coherencia, paciencia, decencia, conciencia, resistencia, prudencia, coexistencia… Un ser humano irrepetible e insustituible. Una persona que ayudó a la democracia en tiempos de luto, allá por los cincuenta, y que luego volvió a echar una mano a su querido país durante la Transición. Siempre que alguien ponía en entredicho la verdad y la libertad, ahí estaba él, ahí estaban su voz y sus renglones. Los privilegiados que fueron sus amigos, quienes le acompañaron en sus numerosos viajes, sus admiradores, sus lectores, además de haber sido recompensados por lo que aprendimos a su lado, nos hemos beneficiado de algo que podríamos definir como un mejor entendimiento de la vida, de la vida doméstica, de la vida cotidiana. Todo esto forma parte tanto de su quehacer filosófico como de sus impresiones sobre la cultura. Fue de los primeros en intuir que el cine es el arte más propio de su tiempo y el más idóneo para expresar la realidad de la vida. Gracias a la inteligencia de su mirada, yo pude reconocer, casi de adolescente, que aquellos instantes como de mercurio que habitaban algunas imágenes, me hacían crecer, iban ampliándome y, a la vez, ensanchando mi entendimiento, mi pasión, mis dudas.

Como una roca. Entre sus miles de páginas queda el autorretrato, muy Rembrandt, de alguien auténtico, siempre puesto a prueba por los tiempos -tiempos cambiantes, tiempos favorables (pocos), tiempos en contra-, siempre por encima de las modas; la imagen, muy Hawks, de alguien que nunca mintió, que no es sino la cortesía del verdadero intelectual; alguien, en fin, que ha permanecido firme como una roca ante las calumnias, defendiendo sus convicciones sin herir a nadie. (Entre paréntesis: lo de no mentir, en un crítico de cine, es un milagro).

Escribía a máquina, llevaba la cuenta de sus vuelos a Estados Unidos (yo también), ni tenía coche ni sabía guiar (yo tampoco), no le dio más lo del teléfono móvil (como a mí), le encantaban Maigret y sus deducciones bajo los cielos plomizos de París, leía por la noche antes de acostarse, en una butaca, sin quitarse el traje, que es una costumbre de otro tiempo, le gustaba visitar sin prisas los museos, no recibió muchísimos premios, nunca dio clases en las Universidades españolas, no conoció el rencor, era más que valiente (como Atticus Finch), olía a significado y a loción de afeitar, y a mí me enseñó a ser yo, a expresarme libremente, a no tener miedo de ser demasiado superficial, demasiado sentimental o demasiado pelmazo.

Se ha ido de puntillas, con la discreción de John Ford. 

JOSÉ LUIS GARCI

Abc de las artes y las letras, 24 de diciembre de 2005
26 de agosto de 2017

Estudio en Escarlata – Breve apunte



Este relato fue publicado por primera vez en el Beeton’s Christmas Annual de 1887. Pero no aparecería como novela independiente publicada hasta 1888. Su publicación significó la aparición de un escritor que revolucionaría el género del relato policiaco. Doyle la escribió con 27 años, mientras trabajaba de médico en Southsea, Portsmouth. Cobró 25 libras por los derechos íntegros de la novela, y la primera versión contenía ilustraciones de su padre, Charles Doyle. 

El título de la novela proviene de una de las conversaciones de Holmes con Watson, en la que Holmes dice lo siguiente:

“Por cierto, gracias. A no ser por su insistencia, me habría perdido el caso más bonito de todos cuantos se me han presentado. Podríamos llamarlo estudio en escarlata… ¿Por qué no emplear por una vez una jerga pintoresca? Existe una roja hebra criminal en la madeja incolora de la vida, y nuestra misión consiste en desenredarla, aislarla, y poner al descubierto sus más insignificantes sinuosidades.”

La novela se considera una de las obras indispensables de Conan Doyle, no sólo porque el autor hace la presentación de sus dos personajes principales, Sherlock Holmes y el doctor Watson, sino porque en ella es la primera vez que narra  teoría sobre la deducción tan útil para el detective. Pocas veces, se ha dado el caso en la historia de la literatura de un personaje de ficción alcanza tal popularidad que llega a ensombrecer la figura de su propio autor. Pero el caso de Sherlock Holmes es uno de los más representativos.

Un estudio en escarlata es la primera novela del detective Sherlock Holmes y de su amigo, el doctor Watson, un cirujano militar que regresa a Londres trás su participación en la guerra de Afganistán, debido a las heridas que ha sufrido en el hombro en el combate. En Londres, buscando un lugar donde vivir, se encuentra con Stamford, un viejo amigo que conoce a Sherlock Holmes y que sabe que este está buscando a alguien para compartir un alquiler en el 221B de Baker Street. Stamford presenta a ambos en el laboratorio del hospital, donde Holmes se encuentra haciendo experimentos con venenos. Ambos hacen una lista de defectos para ver si son compatibles, y acuerdan repartirse los cuartos del famoso 221 de Baker Street. Watson y Holmes se mudan juntos, donde Watson tendrá que aguantar las excentricidades de Holmes.

En esta historia, Conan Doyle cuenta como se conocieron Holmes y Watson y como llegaron a compartir su famosa vivienda. Es ahí donde reciben la noticia de que se ha cometido un crimen y solicitan la ayuda de Holmes, ante el asombro de Watson que no tenía idea de cual era el trabajo de su compañero.

La historia está situada en el Londres del siglo XIX, donde se nos muestra un Londres carente de encantos, lúgubre, lluvioso y oscuro.

La trama, aunque en un principio no se puede adivinar, se relaciona con la secta mormona en el estado de Utah. Un cadáver es hallado en extrañas circunstancias en una casa deshabitada y, a esto viene a añadirse, un nuevo asesinato que complicará aún más la historia. Para resolver este misterio, habría que retroceder en el tiempo hasta otros sucesos que ocurrieron hace más de 30 años en la ciudad mormona de Salt Lake City. Por supuesto, que sólo Sherlock Holmes, será capaz de desentrañar el misterio gracias su infalible método deductivo y a su capacidad de observación.

En esta novela a Holmes le buscan para resolver un extraño asesinato en una casa deshabitada. Aparecerá un cadáver sin heridas y una misteriosa palabra escrita con sangre en la pared (Rache, venganza en alemán). Además, estarán presentes los dos oficiales, Lestrade y Gregson, de Scotland Yard, conocidos de Holmes y que intentarán seguir pistas falsas. Lestrade y Gregson no son del gusto de Holmes, por lo que en varias ocasiones se burla de ellos de forma sarcástica y le dice a Watson que dos hombres a los cuales les gusta llevarse el mérito de las cosas que no hacen.

Watson realizará el papel de narrador testigo prácticamente en todas las obras de Sherlock Holmes. Él realiza la función de biógrafo de Sherlock Holmes, dádole a la obra una importante impresión de realidad. Tanto es así, que durante años Conan Doyle recibía en su casa cartas dirigidas a Sherlock Holmes con solicitudes de ayuda para desentrañar casos misteriosos.

En un principio, Watson estaba despistado con respecto a las labores que ejercía su compañero de casa. Le veía como un hombre serio y un poco excéntrico pero inteligente, leal y algo sarcástico. Asimismo lo veía como a un hombre muy dedicado a sus estudios de química, a la historia criminal y al ejercicio de la deducción. También Watson veía que lo visitaba mucha gente de distintas procedencias tanto sociales como geográficas y esto le tenía absolutamente desconcertado, hasta que finalmente descubre cual es su dedicación.

El lenguaje utilizado en la obra es formal, debido a la época aunque no se puede decir que sea complicado.

Watson al ser el biógrafo de Holmes, es al mismo tiempo un personaje fundamental pero por otra parte, tampoco se profundiza mucho en su personalidad. Sí se puede notar que es un hombre tranquilo que aguanta, con paciencia y casi se podría decir con gusto, las excentricidades de Holmes. Podríamos decir que asiste fascinado a sus capacidades de inteligencia y deducción.

El libro está dividido en dos partes. En la primera de ellas, titulada “Reimpresión de las memorias de John H. Watson, doctor en medicina y oficial retirado del Cuerpo de Médicos del Ejército Británico”.  Esta primera parte, presenta a los personajes y el suceso ocurrido en una casa deshabitada donde se descubre un asesinato y las deducciones e investigaciones de los detectives de Scotland Yard. La historia contiene en ella otra historia, la segunda parte, de tiempos pasados y que se encuentra introducida en el centro de la historia principal para servir al lector de explicación del origen de los sucesos ocurridos en Londres en aquel momento. En la segunda parte conocemos la historia del asesino y su razones para llevar a cabo el crimen, esto nos lleva a adentrarnos en la América profunda y la vida de los mormones. En ese momento, la historia da un salto en el tiempo y en el espacio hacia Utah en 1847, donde se cuenta un relato sobre un hombre adulto y una niña que son los únicos supervivientes de un grupo de pioneros, rescatados por un grupo de mormones bajo la condición de convertirse a su religión. Aunque en un principio, no entendemos este salto en el tiempo y el espacio y nos desconcierta, incluso revisamos el libro para ver si realmente sólo incluye una historia o dos. Finalmente, nos daremos cuenta de que es una relato que tiene mucho que ver con los hechos de la primera parte.

Así como en la primera parte el narrador es Watson, narrador testigo, como en casi todas las historias de Sherlock Holmes, en la segunda parte el narrador es omnisciente.

Con esto el autor nos incita a pensar, que no hay que quedarse en la epidermis de las situaciones y que profundizando en ellas siempre hay una explicación, en la mayoría de los casos sorprendente.

La imagen que se da en la novela sobre mormones es la de una espantosa y sometedora secta que, incluso, llega a cometer crímenes y secuestros contra las personas que desean abandonarla. Parece ser, que Conan Doyle, dijo: Todo lo que dije sobre los mormones y los asesinatos es histórico salvo que como es una obra de ficción se cuenta de una manera más exagerada que como se haría en una obra histórica. Es mejor pasar de este asunto». Por el contrario, su hija confesó públicamente ante su padre que la novela estaba llena de errores históricamente demostrables sobre los mormones. Años después de la muerte de Doyle, Levi Edgar Young, una autoridad mormona, dijo que Conan Doyle les había pedido disculpas en privado, y que sus errores se debían a las informaciones que llegaban a Londres, en esta época, sobre la secta. 

Conan Doyle nos presenta a Holmes, en muchas ocasiones, como un personaje deshumanizado. Quizá, esto sea porque se le presenta como una máquina de pensar, una computadora de datos. Sin embargo tiene varios rasgos de humanización y uno de ellos, que aparecerá en todas sus historias, es su afición por la música.  En la descripción que hace Watson de él dice que sus conocimientos sobre cuestiones artísticas y humanidades son casi nulos, sin embargo, la música está presente en él como parte a su personalidad. Watson dice que Holmes es un discreto instrumentista, pero es una de las condiciones que Holmes le pone a Watson para poder convivir con él.  
“—¿Entra para usted el violín en la categoría de lo estrepitoso? —me preguntó muy alarmado. 

—Según quien lo toque —repuse—. Un violín bien tratado es un regalo de los dioses.”

Watson, también nos quiere hacer notar que el ensimismamiento en la ejecución del violín, partía de una necesidad de abstraerse del mundo. De concentrarse de manera profunda con la música como vía para desentrañar misterios dentro de su mente.en los intrincados laberintos de su mente. Asimismo, nos cuenta como Holmes era capaz de tocar piezas difíciles.

 “Que podía ejecutar piezas musicales, y de las difíciles, lo sabía de sobra, ya que a petición mía había reproducido las notas de algunos lieder de Mendelssohn y otras composiciones de mi elección. Cuando se dejaba llevar a su gusto, rara vez arrancaba sin embargo a su instrumento música o aires reconocibles. Recostado en su butaca durante toda una tarde, cerraba los ojos y con ademán descuidado arañaba las cuerdas del violín, colocado de través sobre una de sus rodillas. Unas veces eran las notas vibrantes y melancólicas, otras, de aire fantástico y alegre. Sin duda tales acordes reflejaban al exterior los ocultos pensamientos del músico, bien dándoles su definitiva forma, bien acompañándolos no más que como una caprichosa melodía del espíritu. Sabe Dios que no hubiera sufrido pasivamente esos exasperantes solos a no tener Holmes la costumbre de rematarlos con una rápida sucesión de mis piezas favoritas, ejecutadas en descargo de lo que antes de ellas había debido oír.” 

En esta obra encontramos otra curiosidad y es que el Doctor Watson le dice a Sherlock que se parece a Dupin, el protagonista de algunos relatos de Edgar Allan Poe. Sherlock, lejos de sentirse halagado, le contesta un poco ofendido y poniendo a Dupin en otro nivel.

Finalmente, no quiero dejar de señalar, que 125 años después de la primera aparición de Sherlock Holmes sigue fascinando a muchos lectores por su carisma y por su sorprendente capacidad de deducción y observación.





















6 de julio de 2017

La trilogía «La Raza» – Breve apunte


La trilogía “La Raza” está formada por tres interesantes novelas, a través de las cuales Baroja plasma su concepción del mundo. Las novelas aparecieron con el siguiente orden: La dama errante, en 1908; La ciudad de la Niebla, en 1909 y El árbol de la ciencia en 1911. Sin embargo, los hechos contados no siguen ese mismo orden. Por orden cronológico la primera sería El árbol de la ciencia, que es anterior y después en su orden de aparición: primero, La dama errante y después, La ciudad de la niebla.

La obra comienza con La dama errante que toma como punto de partida el atentado de la calle Mayor de Madrid contra los reyes de España el 31 de mayo de 1906. Este hecho impresionó especialmente a Baroja porque, realmente, había conoció a algunos de los implicados en el atentado.  

Los protagonistas de esta novela son el doctor Aracil y su hija María. Aracil había tenido, anteriromente, contacto con el terrorista catalán, Brull, no como terrorista, sino como anarquista. Después de cometer el atentado Brull buscará refugio en casa del doctor Aracil y esto lo comprometerá de tal manera que se verá obligado a esconderse y huir. Primero por España hasta Portugal y de allí a Inglaterra.

La novela se estructura en dos partes: la vida en Madrid y la huida. La vida en Madrid tiene un primer momento,  en el que Baroja narrará la vida del doctor y su hija María en Madrid, donde conoceremos a algunos de los personajes que después resultarán decisivos para el desarrollo de la trama, como Iturrioz, Venancio (tío de María) y el anarquista Nilo Brull, nombre con el que se puede identificar a Mateo Morral, el autor del atentado. 

A partir del momento del atentado, en el capítulo VIII, Un día terrible, la vida cambiará para el doctor Aracil y su hija. Ahí, comenzará su huída. En un primer momento, permanecerán escondidos en Madrid.

En el capítulo XIV es donde realmente empieza la segunda parte con el comienzo de la marcha hacía Portugal y finalmente a Londres. A través de este viaje, podremos observar una interesante galería de lugares y personajes de la España de la época.

La ciudad de la niebla, segunda novela de la trilogía, es la continuación cronológica de La dama errante. En esta novela, Baroja, retoma las andanzas del doctor Aracil y su hija María, esta vez en Londres. 

La novela está estructurada en dos partes: Los caminos tortuosos y Las desilusiones.
En Los caminos tortuosos, que consta de once capítulos, el autor narra como se instalan padre e hija en Londres, la vida que llevan allí, y como comienzan a aparecer las preocupaciones de María sobre el futuro de los dos en Inglaterra, sin unos ingresos para mantenerse. Ella, que es una chica con los pies en la tierra, piensa en ponerse a trabajar. 

Esta parte está narrada por María en primera persona y cuenta sus impresiones sobre la ciudad de Londres, así como la diversidad de tipos humanos que encuentran allí. 

El doctor Aracil no parece compartir las preocupaciones de su hija y pierde el tiempo coqueteando con la señora Rinaldi, una viuda sudamericana, con la que terminará casándose. María no está dispuesta a prescindir de su independencia y rechaza la oferta de su padre y su mujer para viajar con ellos a Sudamérica. Es ahí, donde María se desilusiona y cambia el concepto que tenía sobre su padre, sobre todo, cuando le ve casarse exclusivamente por dinero y que, además, es capaz de abandonarla en Londres.  

En un principio, María debe quedarse en un colegio, pero finalmente, no soportará su situación allí y decidirá abrirse camino ella sola, en la dura vida londinense. 

Esta segunda parte, que consta de dieciséis capítulos, está narrada en tercera persona. María desempeña diferentes ocupaciones para ganarse la vida y se interesará por los problemas de un grupo de anarquistas extranjeros. Entre ellos conocerá a un joven que terminará decepcionándola y sufrirá una amarga decepción amorosa. Desilusionada por  todo, decide regresar a España y llevar una vida más fácil. Se casará y se convertirá en una señora, ama de casa de su tiempo, con una de las pocas personas que no le habían decepcionado.

La tercera novela de la trilogía “La Raza” es El árbol de la ciencia. Esta es una de las novelas más conocidas de Baroja y también una de las más autobiográficas. Andrés Hurtado es un personaje muy representativo de las ideas y actitudes de los escritores del 98. Su identificación con el Pío Baroja real es importantísima. El autor plasmo en la novela y, en particular, en el protagonista mucho de él mismo. Incluso, podemos encontrar pasajes de El árbol de la ciencia en los que el autor ha sustituido la tercera persona por la primera  y los ha incorporado a sus memorias.

Por este motivo prestaremos a esta tercera novela de la trilogía una atención más detallada.

La obra se publicó en 1911 y era la preferida de su autor. En ella plasma de forma fiel su pesimismo y su concepción del hombre.

En la obra se presenta uno de los problemas que preocupaban más a Baroja: el conflicto entre el individuo y la sociedad. La sociedad coarta la libertad del hombre, su naturaleza y su espontaneidad.

Con su excelente prosa y sus descripciones a grandes pinceladas impresionistas, Baroja nos cuenta la historia de Andrés Hurtado, desde que era un estudiante hasta su muerte.

La trama es lineal y el autor no utiliza rupturas ni saltos en el tiempo, pero tiene una firme estructura. La obra está dividida en siete partes: La vida de un estudiante en Madrid, Las carnarias, Tristeza y dolores, Inquisiciones, La experiencia en el pueblo, La experiencia en Madrid y La experiencia del hijo.

Sin embargo, la trama está desarrollada en tres bloques. El primer bloque está compuesto por las tres primeras partes, donde se cuentan las experiencias de Andrés como estudiante y también su vida familiar en Madrid. La cuarta parte, Inquisiciones, se corresponde con un segundo bloque, fundamental, donde se expresa el pensamiento de Baroja, a través de la conversación de Andrés con su tío, Iturrioz. El tercer bloque está formado por las tres últimas partes, donde se cuenta la vida de Andrés como médico en Alcolea y en Madrid, su vida privada y el desenlace de la historia.

El tema fundamental de la novela es la falta de fe de Andrés Hurtado en la vida y en el hombre. A través de su trabajo, tiene la oportunidad de observar la naturaleza del ser humano. En todo lo que es natural y espontáneo en el hombre aparece la brutalidad. Por este motivo, Andrés, pudiendo haber vivido una buena vida, tiene una existencia dolorosa con un final dramático.

Otro tema importante viene indicado por el título. Es el enfrentamiento entre la naturaleza y la ciencia. Este título viene del pasaje bíblico del árbol de la vida y el árbol de la ciencia, del bien y del mal, procede del Génesis (2,9 y 17) «Yavé Dios, después de crear al hombre, lo coloca en el Edén, donde hay toda clase de árboles hermosos y entre ellos el de la vida, que da la inmortalidad y el de la ciencia, del bien y del mal, que proporcionaba la ciencia práctica de la vida y la felicidad terrenas, con la advertencia de que: “el día que de él comieres, ciertamente, morirás».

Pío Baroja siempre tuvo más fe en la ciencia que en la naturaleza, influido por el positivismo científico del siglo XIX y no quiere admitir que, como dice la Biblia, el árbol de la vida, sea grande y frondoso y conceda la inmortalidad, a diferencia del árbol de la ciencia que es un árbol con poca vida.

Esta idea del árbol de la vida y las tentaciones de la naturaleza humana la encontramos también en Las crónicas de Narnia en la primera parte, El sobrino del Mago, de C. S. Lewis.

Tampoco, podemos dejar de fijarnos en la crítica social que hace Baroja. El autor critica las instituciones públicas, el enchufismo, la falta de espíritu científico, las carencias en la educación, a los partidos políticos y al retraso, en general, de España. El autor habla también de la desidia de los pobres y la avaricia de los ricos y de la desmesurada influencia de la iglesia en la sociedad.

La diferencia entre El Árbol de la ciencia y, en general, de la obra de Baroja y la novela realista del diecinueve es la pincelada impresionista. Las obra de Baroja presentan un amplísimo número de personajes y ambientes en los que no se profundiza como en la novela realista, con la intención de mostrar un todo: una visión general.

Baroja no realiza un estudio profundo de la psicología de cada personaje, sino que trata a sus personajes como piezas imprescindibles de un engranaje total. Sus personajes no evolucionan. No podemos hablar de personajes redondos. Estos son planos porque representan un modo de ser y de actuar, un modo de estar instalado en la vida.

El narrador es omnisciente en tercera persona. Conoce todo a cerca de los personajes, sus acciones y sus pensamientos. Así que, el narrador no tiene límites y está situado en un plano extradiegético, es decir, fuera de la narración. 

La acción de la novela se desarrolla principalmente en Madrid, aunque tenemos pasajes que transcurren en Valencia y en Alcolea del Campo. Baroja va alternando los escenarios exteriores (plazas, calles, algún jardín o patio, etc.) con los interiores (habitaciones, aulas, tiendas, etc.).

El tiempo de la narración se corresponde con el tiempo vivido por Baroja. En la sexta parte, situada en el tercer bloque de la novela, cuando Andrés Hurtado regresa a Madrid, está sucediendo, en ese momento, el desastre del  98. 

El tiempo narrado no está explicitado, pero transcurre desde la época en la que el protagonista comienza sus estudios de medicina hasta que es un médico con cierta experiencia y más tarde decide abandonar el ejercicio de la medicina para dedicarse a la traducción y escritura de libros científicos.

La narración resulta fluida, debido a que los capítulos y los párrafos son  breves. Las descripciones de lugares  o personajes ocupan, generalmente, pocas líneas, como ya hemos dicho, con pinceladas impresionistas.

Hay que destacar la abundante utilización de diálogos que, salvo en las conversaciones con Iturrioz, también son breves. El autor se vale de este  recurso para establecer una constante dialéctica entre los personajes, lo que le da la oportunidad de expresar sus ideas.

El léxico de la novela es de registro culto, con la utilización de términos científicos como alveolo, hemoptisis, afasia, artrítico, bacilo… También,  encontramos palabras y expresiones de registro popular, dependiendo del nivel del hablante, como chatorrona, con el colmillo retorcido, etc. Incluso , también utiliza algunas expresiones valencianas como Chitano, Choriset, figues.

Uno de los elementos más relevantes de la obra es la ironía de Baroja que la encontramos en la novela desde la primera página:

“Por una de esas anomalías clásicas de España, aquellos estudiantes que esperaban en el patio de la Escuela de Arquitectura no eran arquitectos del porvenir, sino futuros médicos y farmacéuticos.”

“Ese paso del bachillerato al estudio de facultad siempre da al estudiante ciertas ilusiones, le hace creerse más hombre, que su vida ha de cambiar.”



3 de junio de 2017

Dora Bruder – Breve apunte



Dora Bruder es una obra del escritor francés Patrick Modiano.

Un día de hace casi 20 años, Patrick Modiano encontró en un viejo periódico parisino de principios de los cuarenta un pequeño anuncio que le impresionó. Decía así: «Se busca a una joven, Dora Bruder, de 15 años, 1,55 metros, rostro ovalado, ojos gris marrón, abrigo sport gris, pullover burdeos, falda y sombrero azul marino, zapatos sport marrón. Ponerse en contacto con el señor y la señora Bruder, bulevar Ornano, 41, París». Modiano se obsesionó con el anuncio, con la chica y con la historia que ahí latía, en parte porque él había visitado mucho esa calle de adolescente. Se convirtió en una especie de detective privado contratado por sí mismo. Pronto descubrió que Dora Bruder era judía, que tras escaparse de casa fue detenida por la policía colaboracionista y deportada a Auschwitz, donde murió. Modiano buscó más. Revisó los archivos policiales, espulgó las viejas guías de teléfonos de París que nunca faltan en su casa, consultó fichas municipales, entrevistó a varios testigos de la época y del barrio que pudieran aún recordar que la conocieron. Anduvo como un lunático errando por las calles que Dora recorrió y que él conocía bien por haberlas andado de adolescente; entraba en los portales de los edificios que ella habitó y se quedaba ahí, quieto, esperando no se sabe qué… Ya no encontró nada más. Tenía el fin de la historia de Dora Bruder pero muy poca cosa de ella. Su rastro se había perdido casi definitivamente, como tantos otros.  
Luego, con los años, y con el libro ya publicado, me llegó algo más de documentación sobre Dora. Y me planteé la cuestión de si merecía la pena reescribir la novela o no. Decidí que no. No soy historiador. Soy novelista. No importa tanto el resultado de la búsqueda como la búsqueda en sí. Así que la novela se quedó como está».
PREGUNTA. ¿Y por qué esa obsesión por alguien que no conoce de nada?


comprobamos que Modiano, en esta obra, mira al pasado desde el presente. Es el mismo punto de vista que utiliza Javier Cercas en Soldados de Salamina y también como en Soldados de Salamina el narrador se confunde con el escritor.

Este mismo punto de vista, la mirada al pasado desde el presente, está realizado utilizando una estructura distinta y distintas técnicas de escritura.

El pasado que mira Modiano desde la actualidad es la situación de los judíos en Francia y la ocupación durante la Segunda Guerra Mundial. Modiano acuña un símbolo de todos los judíos desaparecidos en Francia en la figura Dora Bruder.

Esto es una constante en todas sus obras pero esta, en particular, resulta sobrecogedora para el lector.

Dora Bruder es una novela relativamente breve. Modiano tiene la capacidad de ahondar en la situación que describe con detalle y de forma muy reveladora con unas pocas pinceladas como si se tratara de un mural explicativo de una situación.

El autor llega desde un caso particular, el de Dora Bruder, a todo un exterminio espeluznante. El narrador llevado por la curiosidad de investigar una noticia publicada en un periódico, sobre una chica desaparecida en el barrio donde él había vivido su infancia, comienza a investigar y poco a poco irá surgiendo una tragedia de dimensiones inconmensurables.

El espacio de Modiano es París pero no solo como ciudad sino como un universo para el desarrollo de su obra literaria.  

En definitiva, en esta obra el autor pone en cuestión y observa al microscopio la moral de la Francia Ocupada.

Modiano, en esta obra, hace una detallada descripción de las fotos de la familia Bruder con el fin de llenar de contenido unos nombres desconocidos para el lector, así como para hacerlos más cercanos y que la historia termine por resultarnos conmovedora.

El autor no narra la historia de la familia Bruder, sino que ofrece una información casi visual por medio de una descripción que resulta prácticamente pictórica. En la narración, no se extiende en detalles superfluos.

Modiano realiza descripciones de fotografías de la familia. A través de la expresión de su cara y sobre todo de sus ojos el narrador intenta describir como evolucionaron aquellas personas con las circunstancias que les tocó vivir.
Cada capítulo comienza in media res sin que sepamos cómo exactamente encontró el narrador muchos de los datos que le sirvieron para desarrollar su historia. Parece que el autor considera que no es relevante que el lector conozca todas las vías por las que ha encontrado los datos para seguir con su búsqueda. Con esta técnica consigue que lo importante y lo que mantiene la atención del lector no sea la tensión que puede producir la búsqueda de pistas, sino que lo fundamental, en lo que debe el lector focalizar la atención, es la historia misma.

En el relato hay algunas partes de metaliteratura. En las páginas  50-51 se hace referencias a Los Miserables de Victor Hugo y la pone en relación con la obra Viaje de novios que está escribiendo el narrador de la obra. Estas dos obras entran en coincidencia, con la realidad que es realmente la ficción de la novela de Modiano que lee el lector, en un mismo espacio y las dos primeras en un mismo tiempo.

En la página 59 el narrador nos introduce en una historia personal que de forma casual entrelaza con la historia de Dora Bruder. En ese momento el lector conoce que en el interés del narrador no estaba sólo contar una historia conmovedora de una chicha judía desaparecida durante la ocupación sino que es una historia que le toca a él de cerca en su propio corazón. Algo más había en la narración dramática de unos hechos del pasado que por sí solos son dramáticos pero que el narrador cuenta con detalle y  sobre todo con una sensibilidad muy particular.

Otra alusión a la literatura es la comparación del edificio de la Prefectura de Policía de la Ocupación con el terrorífico edificio de La caída de la casa Usher de Edgar Allan Poe, en la página 77.

El narrador hace constantes alusiones a las condiciones climatológicas, que Poe también hace, seguramente para aumentar las sensaciones de dramatismo por frío, nieve, lluvia o calor.

“También a él el rayo lo fulminó al mismo tiempo que a los dos anteriores, como si algunas personas sirvieran de pararrayos para que las demás se salvaran.”

“Otros como él, justo antes de mi nacimiento, habían agotado todos los padecimientos para que otros pudiéramos experimentar pequeños contratiempos.”

“Me di cuenta de ello a los dieciocho años, después del viaje que realicé con mi padre en el coche celular, trayecto que sólo era una repetición inocua y una parodia de otros viajes, en los mismos vehículos y hacia las mismas comisarías de policía, de los que no se regresaba a casa a pie, como yo.”

“¿Midió ese funcionario la importancia de su gesto en el momento de firmar? Para él sólo se trataba de una firma de rutina y, además, al lugar donde se enviaba a la joven lo designaban en la Prefectura con una expresión tranquilizadora: Albergue. Residencia vigilada.”

En la forma de narrar Modiano muestra una frialdad, una apatía que no parece resultar de la indiferencia sino de la supervivencia.


2 de junio de 2017

Algunas citas de Patrick Modiano



“Cuando empiezo un libro, no sé bien adónde voy. Estoy igual que el lector, no sé nada y la cosa se va definiendo poco a poco, a medida que uno avanza. Es como conducir un coche sin ninguna visibilidad, uno no sabe si está al borde del barranco o en una autopista»


“Hablo de cosas dolorosas y de las que quiero liberarme de una vez por todas, de cosas que me son extrañas pero que me han afectado…»


“Nunca pensé hacer otra cosa (…) No tenía ningún título, ni ningún objetivo concreto. Pero es difícil para un escritor joven empezar tan pronto. En realidad, prefiero no leer mis primeros libros. No es que no me gusten, pero ya me reconozco a mí mismo, como un actor viejo que se ve a sí mismo actuando de joven»

”Durante un tiempo he tenido un sueño recurrente: sueño que ya no tengo que escribir más, que soy libre. Pero, vaya, resulta que no soy libre, que sigo despejando el mismo terreno, con la impresión de que nunca se acaba»