Oriente – Breve apunte

5 de mayo de 2018


Oriente es una obra del escritor español Vicente Blasco Ibáñez. Algunos de sus capítulos fueron publicados, tras su viaje a Oriente, en periódicos como El Liberal de Madrid, La Nación de Buenos Aires y El Imparcial de Méjico. En su edición definitiva, como libro, fue publicado por primera vez, en Valencia, en 1907 por el editor Francisco Sempere.

En esta obra, Blasco narra su viaje desde Vichy hasta Constantinopla. Lo más destacable de esta narración es la manera en la que el autor combina hechos históricos sucedidos en cada lugar por el que pasa, con la descripción del lugar, además de sus siempre agudas valoraciones personales. 

Vicente Blasco Ibáñez era de naturaleza curiosa y disfrutaba viajando y descubriendo otras culturas, otras formas de vida y otras concepciones estéticas. 

El autor plasmó algunos de estos viajes en sus obras literarias. Una de las obras de viajes más completa es La Vuelta al Mundo de un Novelista. En el otoño de 1921 se embarcó en un transatlántico americano, el Franconia, cruzando el canal de Panamá, que estaba recién inaugurado. En este viaje cruzó el Pacífico, Japón, China, India, Egipto y terminó en la Costa Azul, durante los felices años veinte. El viaje duró seis meses. El libro se publicó en 1924 en tres tomos.

Oriente es una obra que atrae al lector por el entusiasmo que imprimió a su pluma en las descripciones de todos los lugares donde estuvo, especialmente de Constantinopla. La obra resulta, asimismo, atractiva por la variedad de temas que toca y las descripciones casi pictóricas de los ambientes que desea mostrar al lector. 

En estas descripciones el autor hace constantes referencias a Las mil y una noches, donde muestra la fascinación que le producen los ambientes orientales.

Aunque en ningún momento se deja ver que el entusiasmo del autor se debía, también, a una causa que nada tenía que ver con lo literario. En todo momento, durante este periplo, tenemos la sensación de que el autor viaja sólo, pero no es así. Este fue el primer viaje que realizó con Elena Ortúzar, millonaria Chilena que el autor había conocido en 1906 y que pasaría a ser una de las personas más importantes de su vida. Elena Ortúzar fue el modelo de mujer para algunas de las obras del autor, pero lo más importante fue que se convirtió en su segunda esposa.

La obra está dividida en dos partes. La primera, titulada Camino al Oriente, está compuesta por catorce capítulos, donde el autor viaja desde Vichy, a Ginebra, Berna, Zurich, Munich, Salzburgo, Viena hasta llegar a Budapest, donde Blasco Ibáñez considera que comienza la verdadera puerta al Oriente.

A continuación, comienza la segunda parte titulada En Oriente, formada por diecinueve capítulos, donde describirá  su llegada a los Balcanes, a Belgrado y finalmente a Constantinopla, que como a otros grandes artistas, le impactará profundamente.

En este recorrido, el autor nos ofrece una aguda y detallada visión de la Europa de comienzos del siglo XX. 

El viaje, aunque duró seis meses, fue absolutamente improvisado. El libro es el tercero que escribió el autor de este género. Anteriormente, había publicado París, impresiones de un emigrado publicado en 1893 y En el país del arte de 1896.

Este viaje comienza en la ciudad  francesa de Vichy, donde Blasco describe la vida de la alta sociedad europea de principios del XX, que disfrutaba de las aguas curativas de Vichy, además de disfrutar de sus conciertos, jardines y concurridos cafés y kioscos de música. El autor realiza, también, de cada ciudad que visita, algún comentario humorístico o irónico

“A muchos les parecerá un sacrilegio lo que voy a decir, pero no por esto es menos cierto. La música de La Gran Vía la tocan más en el mundo y es más conocida que la de El anillo del Nibelungo. Ya sabemos que Chueca no es Wagner. Pero la inmensa mayoría de los que escuchan conciertos en el extranjero, aunque fingen por esnobismo una admiración de personas correctas hacia las obras consagradas, prefieren en su interior el Caballero de Gracia a todos los caballeros del Santo Grial.”

A continuación Blasco viajará a Ginebra. Como toda Suiza le parecerá una ciudad bonita pero sin gracia, carente de atractivos.

“Viendo de cerca a Suiza, hay que decir: “¡Benditos los pueblos que carecen de imaginación! ¡De ellos serán la tranquilidad y las virtudes vulgares!” La falta de individualidad permite mantener a los hombres en el goce de sus completas libertades sin miedo a que abusen de ellas saliéndose del nivel común. La carencia de imaginación evita el peligro de que los más inquietos y audaces tiren impacientes de las riendas de la ley, turbando la marcha lenta, ordenada y mecánica de este pueblo, que por su carácter monótono ha hecho de la relojería una arte nacional.”

“En Ginebra he comido todos los días en un modesto restaurante, donde entré casualmente al llegar a la ciudad. Una irresistible simpatía me atrajo a este establecimiento. El reloj, una soberbia pieza con la hora de París, la hora de la Europa Central y todas las horas del mundo, estaba siempre parado. ¡Un reloj parado en Ginebra, la Salamanca del muelle real, La Sorbona de la rueda catalina!… ¡Un suizo a quien no importa saber qué hora es, ni se preocupa del buen orden de su vida! 

Me he ido de Ginebra sin conocer al dueño del restaurante, pero estoy convencido de que es un poeta que se pierde Suiza.”

El autor hace una diferenciación entre la mujer francesa y la suiza.

“Las diferencias entre ambos países, con ser de poca monta, resultan de gran interés. en la orilla francesa se ven mujeres hermosas y elegantes, rodeadas de hombres que las siguen y las envuelven en las más respetuosas atenciones, como sagradas vestales. Son cocottes que poseen el chic, ese espíritu indefinible y misteriosos que nadie sabe en qué consiste, santo tabou que hace caer de rodillas a los salvajes de la imbecilidad elegante. En la orilla suiza se ven mujeres solas, de ademanes sueltos y aire decidido, que van de un lado a otro con la más tranquila audacia. son señoras decentes, que pueden moverse con entera libertad, sin miedo a verse confundidas con una clase que no existe, o acaso de existir, excepcionalmente, se ve repelida por la hostilidad del ambiente protestante.”

A su paso por Berna Blasco Ibáñez escribe:

“Así como en la vida individual los seres más felices y satisfechos son los que piensan menos y sólo se inquietan de lo que toca directa e inmediatamente a sus apetitos y necesidades, en la vida de los pueblos los que alcanzan existencia más tranquila y ordenada son los que carecen de imaginación.”

Sobre Constanza dice:

“Hoy es un resto de aquella Alemania anterior a los triunfos militares, pacífica alegre y poética, con sus costumbres patriarcales y su tranquila libertad.”

“Es una ciudad vieja, en la que la vida se desliza sin sentir, falta de intensas alegrías, pero limpia de grandes dolores.”

Desde Suiza llega Blasco Ibáñez a la ciudad de Munich.

“¡Pobre Atenas germánica! De sus monumentos nada malo puede decirse.

Son notables reproducciones del arte griego: la sabiduría artística luce en ellos, pero son fríos y repelentes como cuerpos sin alma. Es Atenas sin atenienses y sin el cielo de la Ática. En verano, el espacio se muestra azul y brilla un hermoso sol. Pero el invierno germánico, duro y cruel en Baviera, muerde con sus dientes negros estos monumentos que nacieron en la tibia atmósfera del archipiélago, favorable a la desnudez. El mármol en el país del sol se dora en el curso de los siglos, tomando el majestuoso matiz anaranjado del otro viejo. Aquí, en unos cuantos años, se ennegrece, con una opacidad antipática de ceniza de carbón.”

“El rojo griego del interior de las columnatas se destiñe con las lluvias.  Los frescos se esfuman y desaparecen. Todo se vuelve gris y opaco.

Sí; esta ciudad es una Atenas… Pero pasada por cerveza.”

Desde la ciudad de Munich Blasco se dirige directamente hacia Austria. En Austria visita Salzburgo y Viena y describe, en diversos pasajes de esta obra, la importante afición de los austriacos por la música.

“En Viena, la música es algo nacional, que constituye el orgullo del pueblo.”

Asimismo, comenta el ambiente de Viena y su elegancia.

“Si fuera posible colocar juntos a París y Viena, para abarcarlos en una sola ojeada, es segura que la capital austriaca saldría vencida de la comparación.

Pero Viena está muy lejos, y para llegar a ella hay que atravesar las ciudades alemanas, con sus mujeres vestidas como institutrices pobres, de malfachada gordura, y que para colmo de desdicha, por un patriótico orgullo de su exuberante maternidad, raramente usan corsé. Por eso la elegancia de Viena causa mayor impresión, desde el primer momento, que la que se siente en París cuando se llega a éste procedente de España o de Italia. 

Hay que confesar también que las vienesas son físicamente superiores a a las parisienses, y su fama universal de belleza no es usurpada.” 

“Austria es la verdadera frontera de la Europa central… y europea. Más allá, hacia el Oriente, están acampados pueblos que, aunque de aspecto semejante al nuestro, son de origen asiáticos y han sido depositados en el lugar que ocupan por el oleaje de las invasiones.”

De Viena pasa a Budapest y escribe:

“Budapest es sencillamente la ciudad más hermosa de Europa al primer golpe de vista. No lo digo yo: lo afirman todas las guías y todos los viajeros.”

“Esta huella de la dominación turca me hace recordar que estoy ya en las puertas del imperio de Oriente.”

Múnich, Viena y Budapest son las tres ciudades que visita el autor antes de llegar a Belgrado, puerta del imperio otomano. 

En estas ciudades centroeuropeas Blasco Ibáñez admira el arte y el lujo, aunque muy distinto de la calidez del arte y el lujo mediterráneos. 

Aquí comienza ya la segunda parte de esta obra: En Oriente.

Blasco entra en Oriente a través de los Balcanes por la ciudad de Adrianopolis, segunda capital de la Turquía europea. 

Describe la diferencia que encuentra entre la parte occidental de Europa y la Oriental. Minuciosamente, describe también la personalidad de los turcos e insiste en su bondad y tolerancia  distinta a la de otros países musulmanes.  

“Yo soy de los que aman a Turquía y no se indigna, por un prejuicio de reza o religión, de que este pueblo bueno y sufrido viva todavía en Europa”

“Yo amo al turco, como lo han amado, con especial predilección, todos los escritores y artistas que le vieron de cerca.”

“Existe una concepción imaginaria del turco, que es la que acepta el vulgo en toda Europa. Según ella, el turco es un bárbaro, sensual, capaz de las mayores ferocidades, que pasa la vida entre cabezas cortadas o esclavas que danzan desplegando sus voluptuosidades de odalisca.  Con igual exactitud piensan sobre nosotros los viejos de Holanda o los Países Bajos, los cuales no pueden oír hablar de España sin imaginarse un país de implacables inquisidores capaces de quemar por una simple errata en una oración y donde todos los ciudadanos somos duros e inexorables como el antiguo duque de Alba.”

“Todos los escritores que han viajado por Turquía, se irritan contra la injusticia con que es apreciado este pueblo. El turco es bueno y franco. Su dulzura se manifiesta por un gran respeto a los animales. Jamás se le ve maltratarlos.  La injusticia y la traición son los dos resortes que disparan su cólera. Esto hace que aunque el turco oculte, bajo las formas de una exquisita cortesía, su pena por las injurias o las humillaciones sufridas, aproveche la primera ocasión para saciar su resentimiento.

La hospitalidad es la más visible de sus virtudes.”

“Podrá creerse superior a los demás por ser musulmán y tener su religión como la única verdadera; peor no hace el menor esfuerzo por imponerla a nadie. El fanatismo mahometano del moro de África no lo conoce el turco.”

“La Europa Occidental sueña con arrojar a los turcos al otro lado del Bósforo arrebatándoles los territorios que poseen en el continente, enormes todavía, pero insignificantes comparados con sus dominios del asado. algunos ven en esto una gran victoria histórica, un desquite de la vieja Europa, que devuelve el territorio asiático a los invasores que tanto miedo la hicieron sufrir.”

“Los turcos del imperio otomano, los que todos conocemos son ya caucásicos como nosotros. Sus incesantes cruzamientos con la raza blanca y los azares de la guerra con sus alborotadas mezcolanza, han fundido y hecho desaparecer el primitivo elemento étnico.”

A continuación, se dedica a narrar y describir con detalle Constantinopla, la suma de tres ciudades: Pera y Gaiata,  que forman una misma ciudad, Estambul y Scutari en la parte asiática.

Blasco llega a Constantinopla, La ciudad que hizo de puente entre el mundo antiguo y el moderno.

“Constantinopla, centro del imperio de Oriente, tuvo su grandeza y sirvió noblemente a la civilización. Ella guardó las tradiciones del arte griego, la legislación romana, los monumentos literarios, toda la antigüedad”

“Además, durante la Edad Media fue Constantinopla la gran muralla que contuvo el empuje de las invasiones asiáticas.”

“…tuve una visión exacta de lo que es la Turquía moderna: europea exteriormente, pero cuando escucha la voz del Profeta, siente despertarse en ella la misma alma de los que llegaron tras el caballo de Mahomed II a la conquista de Constantinopla.”

También, resultan impresionantes sus descripciones del Gran puente, Santa Sofía y El Palacio de la Estrella; Así como sus encuentros con altas personalidades como el Gran Visir, el Gran Eunuco o el Patriarca griego. Además, Blasco Ibáñez deja ver en esta obra el impacto que le causaron ceremonias como la de los derviches giróvagos y la de los derviches aulladores. De esta manera, Blasco Ibáñez consigue introducir al lector en el mundo oriental.

El autor hace unas magníficas descripciones sobre El Gran Puente y todas las personas que lo transitan. La descripción de los gorros rojos es absolutamente pictórica. 

“No hay en las grandes calles de Londres ni en los bulevares de París lugar alguno tan concurrido como el Gran Puente. La plataforma de madera tiembla bajo el rodar de los carruajes y el paso de millares de transeúntes. Aturde y ensordece el vocear de este pueblo políglota donde el que menos habla cinco idiomas, y son mayorría los que poseen más de doce. Asombra y deslumbra la carnavalesca variedad de los trajes.”

“Al entrar en el puente, parece éste un campo interminable de rojos geranios. Miles de gorros oscilan al marchar, sirviendo de remate lo mimo a tocados puramente turcos que a trajes europeos.”

A continuación, describe la visita al Gran Visir Ferid-Pachá, ante quien pudo acceder a presentarse gracias a un amigo que hablaba y escribía doce idiomas. Blasco queda asombrado por la poca orientalidad del palacio y la sencillez y amabilidad del Visir.

“El palacio no tiene nada de oriental. Es una gran casa, con amplias escaleras de mármol.”

“Otro hombre, también de levita, avanza hacia nosotros, sonriendo, con una mano tendida. Creo estar en una antesala, desde la cual van a anunciarnos al poderoso personaje… Pero no: estoy en el gabinete del primer ministro de Turquía, y el hombre que sonríe y nos tiende la mano es el propio Gran Visir. 

Me siento desconcertado por esta sencillez. El gabinete es una pieza de paredes blancas y desnudas, sin otro adorno que una fotografía del Sultán.”

Después, describe el Palacio de la Estrella. Lo que le causa mayor impacto es su enorme extensión. 

“El sultán vive más allá de los arrabales de Constantinopla, en Yildiz Kiosk o “Palacio de la Estrella”, extensión amurallada, como diez o doce veces Madrid, en la que hay un lago donde pesca y navega a vapor, caminos por los que corre en automóvil, bosques plagados de caza y unos cincuenta palacios, que habita y abandona a su capricho mudando su residencia varias veces en una misma semana.”

Más tarde, narra como se desarrolla la semanal ceremonia diplomática en el Sélamlik. Una ceremonia impresionante donde se muestra la total sumisión de todos los estamentos sociales. El Sultán se presenta como todo poderoso y así lo acogen también sus súbditos.

“Los soldados, silenciosos antes como estatuas, rugen al presentar las armas y ver de cerca a su emperador: ¡Larga vida al Padichá!. No son los fríos vivas de ordenanza de otros países. las aclamaciones del turco vienen de adentro, de lo más hondo.”

“El Padichá es algo más que un rey de la tierra: es representante de los poderes del cielo. Cuando él hace, bueno o malo, lo hace Dios, y el turco es el más religioso y resignado de los hombres.”

La ceremonia de los derviches danzantes, atrajo su atención. Esta ceremonia se celebraba dos veces por semana y Blasco la narra de manera casi cinematográfica. El lector puede ver, incluso casi sentir las emociones de la celebración. Esto lleva al autor a reflexionar sobre la convivencia de los dos mundos, Oriente y Occidente en el pueblo turco.

“¿Qué ven en sus ensueños? Huéspedes nada más del continente civilizado, europeos de paso, obligados a soportar una vida moderna extraña a sus costumbres y su tradición, su pensamiento va al más viejo de los mundos, a la venerable y misteriosa Asia, cuyas montañas casi pueden contemplarse desde los ventanales de la mezquita.”

“Aquel marino era la personificación de la Turquía europea que se apropia los inventos modernos, copia la organización alemana, habla todos los idiomas de los pueblos civilizados, y adopta las modas de París… pero guardando bajo este exterior su alma islámica”

A continuación, Blasco entra en Santa Sofía después de esperar casi quince días para que le diesen un permiso para la visita.

“Por fin, entramos… ¡Inolvidable impresión! No todos los días puede pisarse un pavimento fabricado por hombres que vivieron hace mil cuatrocientos años; no se respira con frecuencia bajo unas bóvedas que cuentan catorce siglos de antigüedad.”

También, el autor piensa que cuando uno visita Turquía, entra en otra cultura y tiene la curiosidad de saber cómo viven sus mujeres o cómo es la vida en los harenes y la de los eunucos.

“Gozan de más libertad que las europeas; salen a la calle tanto como éstas, y sin embargo, no hay en Constantinopla nada tan misteriosos e inabordable como las mujeres.” 

“Viven libres, sin ver al esposo más que de tarde en tarde; pueden entrar y salir de su casa sin otra vigilancia que la del eunuco, fácil de sobornar; disponen de su tiempo mejor que una europea, y sin embargo, la intriga amorosa es dificilísima para ellas, por no decir imposible.”

“Es un error generalizado en Europa creer que la mujer turca, porque se compra las más de las veces, es una esclava, un objeto, un ser sin derechos y sin libertad, fuera de la leyes. La religión del Profeta nunca habló con desprecio de la mujer, ni vio en ella un ser impuro, un aborto del demonio, como los Padres de la Iglesia cristiana. El hombre tiene sin disputa un alma superior, porque es el guerrero y pesan sobre él los más rudos deberes de la vida, pero la mujer es igual a él en toda clase de derechos. La ley musulmana sólo es implacable y feroz en caso de infidelidad conyugal. Conoce la escasa solidez de estos seres adorables y sin seso, y presiente que si abriese la mano y no se impusiera por el terror, ningún musulmán podría llevar su turbante sobe la frente con entera comodidad.”

A continuación, el viajero visita otra mezquita, la del Roufat. Esta era una mezquita pequeña y sombría donde se celebra el rito de los derviches aulladores.

“Esta mezquita no es grande y luminosa como la de Eyoub, donde los derviches danzantes voltean, como flores sus pesadas faldas. La secta de los aulladores es sombría y feroz y parece guardar en sus extraños ritos el alma fanática e implacable del antiguo turco, terror de Europa.”

En esta visita a Constantinopla Blasco Ibáñez se ve sorprendido  por la cantidad de cultos distintos que se celebran con total libertad.

“En Constantinopla viven todos los cultos con entera libertad y todos sus ministros gozan de igual respeto. El patriarca griego, el patriarca armenio, el gran rabino, el  arzobispo armenio católico y el arzobispo católico romano, todos son funcionarios del imperio, iguales en respeto al gran imán y retribuidos por el emperador con generosa largueza según el número de adeptos que cada religión cuenta en sus Estados.”

“Lo que ellos aman es el poder político, la dominación conquistadora, y les basta con que los hombres se sometan a su autoriadad y sus leyes, sin importarles el secreto de su conciencia.”

El autor se despide de Constantinopla con pesar. 

“Hace ma´s de un mes que vivo en estos lugares a los que nada me une, ni el nacimiento, ni la raza, ni la historia, y sin embargo, la partida es melancólica y penosa.

Cuando se viaja se abandonan las ciudades, por gratas que sean, con un sentimiento de alegría. Es la curiosidad que se despierta de nuevo, el instinto ancestral de cambio y movimiento, que llevamos en nosotros como herencia de nuestros remotísimos abuelos, nómadas incansables del mundo prehistórico.”

“Pero al partir de Constantinopla, este sentimiento alegre y curioso se amortigua y desvanece. Por interesante que sea lo futuro, no llegará a serlo tanto como el presente.”

“La Europa occidental, con sus ciudades cómodas y uniformes, seguramente que no puede borrar el recuerdo de esta aglomeración de razas, lenguas colores, libertades inauditas y despotismos irresistibles, que ofrece la metrópoli del Bósforo,”

El libro finaliza con el viaje de vuelta y la narración del accidente ferroviario que sufrió el propio escritor en las afueras de Budapest.

“Una catástrofe estúpida. En la estación de Budapest han dejado salir un tren de mercancías a la hora en que diariamente llega el tren de Constantinopla. Esto pasa en la Europa central, la de los grandes ferrocarriles organizados militarmente, y nadie parece indignado… ¡Y después hablamos de las cosas de España!…”


“Y así entro en la verdadera Europa, a pie, al través  los campos, llevando mi hato al hombro, lo mismo que un invasor oriental de hace siglos, atraído por los esplendores de Occidente.”

Quería reseñar también, algunos comentarios que a lo largo de la obra, realiza Blasco Ibáñez en relación a España:

“Los violines bohemios suenan tras los verdes arbustos de las terrazas, y las canciones melancólicas de Rumanía sorprenden con sus palabras de origen latino, que hacen recordar al glorioso español Trajano, fundador y civilizador de dicho pueblo”

“Puede correrse Europa entera sin que la condición de español despierte en hoteles y ferrocarriles otro interés que la vaga curiosidad que inspira un país novelesco y lejano. Pero allí donde se tropieza con un fraile, bien sea italiano, francés, alemán o austriaco, la nacionalidad española atrae inmediatamente la más graciosa de las sonrisas, como si España fuese el pueblo feliz elegido de Dios, algo así como las doce tribus depositarias del Arca Santa, que no tenían otro quehacer que alabar al Señor y engullirse el maná caído del cielo.”

“La española hermosa es muy superior a la vienesa; pero en las calles de Viena se encuentra mayor número de mujeres guapas que el las calles de Madrid, las nuestras las vencen por la calidad, pero ellas son superiores por la variedad y el número.”

“De todos los pueblos con los que vive Turquía en excelentes relaciones de amistad, España es uno de los que amanece más sinceramente. Ningún mal hemos recibido de ella; siempre la amistad y el cariño guiaron nuestras relaciones;sus desgracias las sentimos como nuestras; pues aunque vivimos alejados, existe algo inexplicable entre los dos pueblos que los une con sincera amistad.”

“¡Ah, España! ¡Qué tenacidad para vivir! ¡Qué fuerza par levantarse cuanto tropieza! Admiro a vuestra nación, más aún por la enérgica voluntad en tiempos de paz que por su valor en la guerra. todo un siglo de calamidades ha pesado sobre su historia: guerras civiles, revoluciones, pérdidas de territorios, y sin embargo, se ha levantado de tantas caídas, y sigue su camino, y resucita cuando la creen muerta, y desarrolla sus riquezas naturales. ¡Ah, España noble pueblo de la firme voluntad de vivir!…”

Finalmente, comentar que Blasco supo describir a la perfección la Europa de la época y sus posibles conflictos, vaticinando en sus lúcidas observaciones muchos de los cambios que sucederían poco después, como preludio de la Primera Guerra Mundial.