Don Quijote de la Mancha / Don Quijote segunda parte

Don Quijote de la Mancha – Capítulos del 33 al 40 de la segunda parte

4 de junio de 2020

Capítulo trigésimo tercero
Este capítulo es fundamental para el desarrollo de uno de los temas más importantes de esta segunda parte: el encantamiento de Dulcinea.
El capítulo comienza con Sancho sentándose al lado de la Duquesa para charlar. Lo hace con una expresión que indica que se sienta en un asiento de alto honor, refiriéndose al escaño de marfil que el Cid ganó al rey Búcar en la conquista de Valencia..
…la cual, con el gusto que tenía de oírle, le hizo sentar junto a sí en una silla baja, aunque Sancho, de puro bien criado no quería sentarse; pero la duquesa le dijo que se sentase como gobernador y hablase como escudero, puesto que por entrambas cosas merecía el mismo escaño del Cid Ruy Díaz Campeador
Hasta este momento, solo Sancho y don Quijote han tenido algo que ver con el desarrollo de este tema. Sancho con su engaño de la moza labradora y don Quijote en la cueva de Montesinos.
En la conversación que mantiene Sancho con la Duquesa, esta se entera por boca de Sancho de la historia de Dulcinea y esto servirá para posteriores episodios.
Pues como yo tengo esto en el magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello de la respuesta dela carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún no está en historia, conviene a saber: lo del encanto de mi señora Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda.
El capítulo tiene numerosos elementos jocosos en el habla de Sancho, particularmente, con sus constantes refranes, que a veces se ajustan a la forma normal popular y otras son adaptaciones que de ellos hace Sancho y cuando se refiere a su asno o a la dueña Rodríguez. Todo esto, es lo que tiene encantada a la Duquesa con la  compañía de Sancho e indica el gusto del lector medio de aquella época.
Sancho manifiesta también ante la Duquesa el cariño que le tiene a don Quijote, aunque le tiene por loco.
…lo primero que digo es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas veces dice cosas que , a mi parecer, y aun de todos aquellos que le escucha, son tan discretas y por an buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo, a mí se me ha asentado que  es un mentecato.
…que si yo fuera discreto, días ha que había e haber dejado a mi amo, Pero ésta fue mi suerte, y ésta mi maladanza; no puedo más; seguirle tengo: somos de un mismo lugar. he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos y, sobre todo, yo soy fiel,  así es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala  azadón .
Aquí, queda también patente la simplicidad de Sancho, que cree que con toda seguridad conseguirá ser gobernador. 
La duquesa le dice a Sancho:
No pudo la duquesa tener la risa oyendo la simplicidad de su dueña, ni dejo de admirarse en oír las razones y refranes de Sancho, a quien dijo: –Ya sabe el buen Sancho que o que una vez promete un caballero procura cumplirlo, aunque le cueste la vida. El duque, mi señor y marido, aunque no es de los andantes, no por eso deja de ser caballero, y así, cumplirá la palabra de la prometida ínsula, a pesar de la invidia y de la malicia del mundo. Esté Sancho de buen ánimo; que cundo menos lo piense se verá sentado en la silla de u ínsula y en la de su estado, y empuñará su gobierno, que con otro de brocado de tres altos lo deseche.
Y Sancho dice:
–Eso de gobernarlos bien –respondió Sancho– no hay para qué encargármelo, porque yo soy caritativo de mío y tengo compasión de los pobres, y a quien cuece y amasa, no le hurtes hogaza, y para mi santiguada que no me han de echr dado falso; soy perro viejo, y entiendo todo tus, tus, y sé despabilarme a sus tiempos y no consiento que me anden musarañas ante los ojos, porque sé dónde me aprieta el zapato…
Además, con respecto a la historia de Dulcinea termina por creerse treta de la Duquesa. Así que Sancho pasa a ser el engañador engañado.
Dice la duquesa:
…y créame Sancho que la villana a brincadora era y es Dulcinea del Toboso, que está encantada como la madre que la parió; y cuando menos nos pensemos, la habemos de ver en su propia figura, y entonces saldrá Sancho del engaño en que vive.
Dice Sancho:
–Bien puede ser todo eso –dijo Sancho Panza–; y agora quiero creer lo que  mi amo cuenta de lo que vio en la cueva e Montesinos, donde dice que vio a al señora Dulcinea del Toboso en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto cuando la encanté por solo mi gusto; y todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice, porque de mi ruin ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco, que con tan flaca y magra persuasión como la mía creyese una cosa tan fuera de todo término.
Capítulo trigésimo cuarto
Los Duques se muestran encantados son sus respectivas conversaciones con don Quijote y Sancho. Han tomado buena nota de la aventura de don Quijote en la cueva de Montesinos y están admirados de la simplicidad de Sancho, que ahora está dispuesto a creer en el encantamiento de Dulcinea.
…–pero de lo que más la duquesa se admiraba era que la simplicidad de Sancho fuese tanta, que hubiese venido a creer ser verdad infalible que Dulcinea del Toboso estuviese encantada, habiendo sido él mesmo el encantador y el embustero de aquel negocio–
Han intentado, que Sancho crea que la historia del encantamiento de Dulcinea es cierto, pero con ese engaño han conseguido que don Quijote dude de sí mismo. Don Quijote duda y va a dudar de lo que presencia y de lo que presenciará. Da la sensación de que don Quijote sigue el juego y se toma la broma a broma.
Por su parte, tampoco el lector sabe con certeza si sigue jugando o realmente se ha creído y se cree todo lo que le dicen y presencia.
Al comienzo del capítulo, se dice que don Quijote ya había contado a los Duques el episodio de la cueva de Montesinos, pero realmente fue Sancho el que lo contó.
…tomaron motivos de la que don Quijote ya es había contado de la cueva de Montesinos.
Los Duques invitan a don Quijote y Sancho a una montería y en ella aprovechan para continuar con sus burlas y dan indicaciones a sus criados de lo que tienen que hacer de allí a seis días.
…y así, habiendo dado orden a sus criados de todo lo que habían de hacer de allí a seis días le llevaron a caza de montería, con tanto aparato de monteros y cazadores como pudiera levar un rey coronado.
La caza desencadena la jocosa escena de Sancho subido en una encina a causa del pánico.
Yo no sé qué gusto se recibe de esperar a un animal que, si os alcanza con un colmillo, os puede quitar la vida; yo me acuerdo haber oído canta un romance antiguo que dice:
De los oso seas comido
como Favila el nombrado
Estos versos pertenecen a un antiguo romance del siglo XVI, se utilizaban como maldición porque a Favila, que era hijo de don Pelayo, le mató un osos en una cacería en el año 739.
El Duque dice a Sancho que cuando sea gobernador tendrá que acostumbrarse a las cacerías y Sacho dice:
Mía fe , señor, la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores.
Sancho utiliza varios refranes para argumentar su idea de lo que debe hacer un gobernador y aquí viene el enfado de don Quijote con Sancho por hablador.
–¡Maldito seas de Dios uy de todos sus santos, Sancho maldito -dijo don Quijote-, y cuándo será el día, como otras muchas veces he dicho, donde yo te vea habla sin refranes una razón corriente y concertada!
Repentinamente, oirán ruidos de guerra y aparecerá una caravana encabezada por un demonio que viene buscando a don Quijote. 
–Yo soy el Diablo; voy a busca a don Quijote de la Mancha; la gene que por aquí viene son seis tropas de encantadores, que sobre un carro triunfante traen a la sin par Dulcinea del Toboso. Encantada viene con el gallardo francés Montesinos, a dar orden a don Quijote de como ha de ser desencantada la tal señora.
Aquí, comienza uno de los episodios más vistosos, más cinematográficos, del Quijote y con más parafernalia.
Es aquí donde don Quijote duda de la realidad de lo sucedido en la cueva de Montesinos.
Renovóse la admiración en todos, especialmente en Sancho y don Quijote: en Sancho, en ver que, a despecho de la verdad, querían que estuviese encantada Dulcinea; en don Quijote, por no poder asegurarse si era verdad on no lo que le había pasado en la cueva de Montesinos. 
Este capítulo conecta con el siguiente, donde se va a explicar la forma de desencantar a Dulcinea.
            Capítulo trigésimo quinto
El capítulo comienza con el desfile, digno de las mejores fiestas de la época.
Al compás de la agradable música vieron que hacia ellos venía un carro de los que llaman triunfales, tirado de seis mulas pardas, encubertadas, empero, de lienzo blanco , y sobre cada una venía un diciplinante de luz, asimesmo vestido de blanco, con na hacha de cera grande, encendida, en la mano, era el carro dos veces, u aun tres, mayor que los pasados, y los lados, y encima dél, ocupaban doce otros diciplinantes albos como la nieve…
En nuestra concepción de la burla, la que hacen los Duques y los criados estaría mal vista en la actualidad, pero en aquella época no se ve como tal. Las críticas tienden a ceñirse al comentario final de Benengeli “tiene par si ser tan locos los burlados como los burladores”, pero no tienen en cuenta las numerosas valoraciones favorables que se hacen anteriormente.
Hay que observar la importancia que se le da a la propiedad y discreción de la burla, de su brillo y de lo adecuada que está al estilo caballeresco. Todo esto facilitado por la posición, la educación y el sentido del humor de los Duques.
Las burlas que tienen lugar en este capítulo son auténticos espectáculos teatrales, fiestas de palacio con sus batallas fingidas, sus mascaras, sus fuegos artificiales, muy del gusto del Renacimiento y el Barroco europeo y de la España de la época.
Contrasta con todo este boato y la manera en la que Merlín comunica a don Quijote que se debe de producir el desencantamiento de Dulcinea, lo  prosaico de la penitencia y que desencadenará las protestas de Sancho, negándose, en un principio a realizar lo que se le solicita para terminar con el encantamiento.
–Yo soy Merlin, aquel que las historias
dicen que tuve por mi padre al diablo
(mentira autorizada de los tiempos), 
príncipe de Mágica y monarca 
y archivo de la ciencia zoroástrica…
…a ti, valiente juntamente y discreto don Quijote, 
de La Mancha esplendor, de España estrella, 
que para recobrar su estado primo 
la sin par Dulcinea del Toboso,
es menester que Sancho, tu escudero,
se dé tres mil azotes y trecientos
en ambas sus valientes posaderas, 
al aire descubiertas, y de modo 
que le escuezan, le amarguen y le enfaden.
Después de la declaración de Merlín, casi todo el capítulo se ocupa en el diálogo que se produce ante la negativa de Sancho a cumplir la ridícula penitencia. 
¡Válate el diablo por modo de desencantar! ¡Yo no sé qué tienen que ver mis posas con los encantos! ¡Par Dios que si el señor Merlín no ha hallado otra manera como desencantar a la señora Dulcinea del Toboso, encantada se podrá ir a la sepultura!
Finalmente, Sancho ante las presiones de los demás, y particularmente por una serie de insultos que le dedica Dulcinea, decide aceptar, pero siempre que sea a su manera.
...peo pues todos me lo dicen, aunque yo no me lo veo, digo que soy contento de darme los tres mil y trecientos azotes con condición que me los tengo de dar cada y cuanto que yo quisiere, sin que se me ponga tasa en los días ni en el tiempo; y yo procuraré salir de la deuda lo más presto que sea posible, porque goce el mundo de la hermosura de la señora doña Dulcinea del Toboso, pues, según parece, al revés de lo que yo pensaba, en efecto es hermosa. Ha de ser también condición que no he de estar obligado a sacarme sangre con la diciplina y que si algunos azotes fueren de mosqueo, se me han de tomar en cuenta…
–¡Ea, pues, a la mano de Dios! –dijo Sancho–. Yo consiento en mi mala ventura, digo que yo acepto la penitencia, con las condiciones apuntadas.
La discusión que se suscita a cuenta de la penitencia es una discusión pueril, en la que cada uno mira por sus intereses.
Finalmente, habiendo aceptado Sancho la penitencia, pero con condiciones, la fiesta continúa.
Apenas dijo estas últimas palabras Sancho, cuando volvió a sonar la música de las chirimías y se volvieron a disparar infinitos arcabuces, y don Quijote se colgó del cuellos de Sancho dándole mil besos en la frente y en las mejillas. La duquesa y el duque y todos los circunstantes dieron muestras de haber recebido grandísimo contento, y el carro comenzó a caminar; y a pasar la hermosa Dulcinea inclinó la cabeza a los duques y hizo una gran reverencia a Sancho.
Capítulo trigésimo sexto
En este capítulo, se desvela al lector la identidad del que había representado el papel de Merlín, en el capítulo anterior, era un criado del Duque que, además, compone los versos donde quedan escritas las condiciones de la penitencia impuesta por Merlín y asumida por Sancho para el desencantamiento de Dulcinea.
Tenía un mayordomo el duque, de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cual hizo la figura de Merlín y acomodó todo el aparato de la aventura pasada, compuso los versos y hizo que un paje hiciese a Dulcinea. Finalmente, con intervención de sus señores ordenó otra, del mas gracioso y extraño artificio que puede imaginarse.
Comienza el período en el que Sancho tiene que imponerse su penitencia y la Duquesa se interesará por ello.
Preguntó la duquesa a Sancho otro día si había comenzado la tarea de la penitencia que había de hacer por el desencanto de Dulcinea.
Sancho está cumpliendo la penitencia a su manera e intentando que sea lo más cómoda posible para él.
Dijo que sí, y que aquella noche se había dado cinco azotes. Preguntóle la duquesa que con qué se los había dado. Respondió que con la mano. –Eso –replicó la duquesa– más es darse de palmadas que de azotes. Yo tengo para mí que el sabio Merlín no estará contento con tanta blandura; menester será que el buen Sancho haga alguna disciplina de abrojos, o de las de canelones.
Los abrojos eran como un látigo que llevaba en la punta de cada cuerdecilla como unos botones metálicos para producir sangre con los azotes y los canelones eran parecidos, pero en la punta tenía gruesos nudos de cuerda para provocar cardenales.
Posteriormente a esa conversación, Sancho comunica a la Duquesa que ha escrito una carta a su mujer, Teresa, de los sucesos que está viviendo desde que llegó al castillo ducal, haciendo hincapié en la ínsula , de la que el Duque le ha concedido el gobierno.
Has de saber, Teresa, que tengo determinado que andes en coche, que se lo que hace al caso, porque todo otro andar es andar a gatas, Mujer de un gobernador eres.
Esta carta muestra de manera clara su ambición y su quijotización, dando crédito a la promesa del Duque respecto a la ínsula.
La carta está también llena de ternura y cariño. Su ambición siempre se manifiesta, dando la máxima importancia al bienestar de toda la familia.
De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo deseo; tomaréle el pulso, y avisaréte si has de venir a estar conmigo, o no. El rucio está bueno, y se te encomienda mucho, y no le pienso dejar, aunque me llevaran a ser Gran Turco.
Todas estas cuestiones que venían de forma lineal, desde que llegaron don Quijote y Sancho al Castillo de los Duques, quedan interrumpidas por la aparición de tres músicos vestidos de negro y posteriormente seguidos de un personajes vestido de luto de altura descomunal y con el rostro cubierto por un velo negro, detrás del cual se adivina una larguísima barba blanca. Este declara ser el escudero de la condesa de Trifaldi, a la que llaman la dueña Dolorida y que viene pidiendo auxilio a don Quijote desde el reino de Candaya. 
La dueña Dolorida habla de su conocimiento de don Quijote, cuya fama ha traspasado los océanos. 
Y primero quiere saber si está en este vuestro castillo el valeroso y jamás vencido caballero don Quijote e la mancha, en cuya busca viene a pie y sin desayunarse desde el reino de Candaya hasta este vuestro estado, cosa que se puede y debe tener a milagro o a fuerza de encantamemento. 
…estupendo escudero, decirle que entre y que aquí está el valiente caballero don Quijote de la Mancha, de cuya condición generosa puede prometerse con seguridad todo amparo y toda ayuda…
Por descontado, que se trata de una burla urdida por los Duques.
–En fin, famoso caballero, no pueden las tinieblas de la malicia ni de la ignorancia encubrir y escurecer la luz del valor y de la virtud. Digo esto porque apenas ha seis días que la vuestra bondad está en este castillo, cuando ya os vienen a buscar de lueñas y apartada tierras, y no en carrozas ni en dromedarios, sino a pie y en ayunas, los triste, los afligidos, confinados que han de hallar en este fortísimo brazo el remedio de sus cuitas y ultrajados, merced a vuestra grandes hazañas, que corren y rodean todo lo descubierto de la tierra.
Aquí comienza una aventura, cuyo motivo es la dama menesterosa y injustamente perseguida que busca la ayuda de un caballero andante.
Y estando todos así suspensos, vieron entrar por el jardín adelante dos hombre vestidos de luto, tan luengo y tendido, que les arrastraba por el suelo; éstos venían tocando dos grandes tambores, asimismo cubiertos de negro. A su lado venía el pífaro, negro y pizmiento como los demás. Seguía a los tres un personaje de cuerpo agigantado, amantado, no que vestido, con una negrísima loba, cuya falda era asimismo desaforada de grande. Por encima de la loba le ceñía y atravesaba un ancho tahelí, también negro, de quien pendía un desmesurado alfanje de guarniciones y vaina negra . Venía cubierto el rostro con un trasparente velo negro, por quien se entreparecía una longísima barba blanca como la nieve…
Esta historia podría ser comparable a la de la princesa Micomicona de la primera parte de la obra.
Por supuesto, que don Quijote accederá encantado a socorrer a dicha dama. 
Capítulo trigésimo séptimo
En este capítulo, prosigue la aventura de la dueña Dolorida, aunque se produce un paréntesis, porque aquí Sancho, de forma inesperada, realizará nuevamente una diatriba contra las dueñas.
¡Válame Dios, y qué mal estaba con ellas el tal boticario! De lo que yo saco que, pues todas las dueñas son enfadosas e impertinentes, de cualquiera calidad y condición que sean, ¿qué serán las que son doloridas, como han dicho que es esta condesa Tres Faldas, o Tres Colas? Que en mi tierra faldas y colas, colas y faldas, todo es uno.
La razón principal por la que Sancho hace esta diatriba, es el miedo a perder el gobierno de la ínsula prometida por el Duque. Sancho piensa que si don Quijote se ve obligado a ir al reino de donde viene la dueña Dolorida, él, como escudero, no tendrá otro remedio que marcharse con don Quijote, siguiendo las leyes de la caballería andante. De esta manera, se le alejaría la posibilidad de conseguir el gobierno de la ínsula, que tenía prácticamente conseguido. 
Pero don Quijote se enfada ante el comentario de Sancho y le explica que esta dueña es de alta categoría. Hay dueñas pobres y de bajo linaje, que ocupan posiciones humildes en los palacios, pero la dueña Dolorida es una condesa y la más antigua y principal de la reina madre, perteneciente a las dueñas de alta categoría.
–Calla, Sancho amigo –dijo don Quijote–; que pues esta señora dueña de tan lueñas tierras viene a buscarme, no debe ser de aquellas que el boticario tenía en su número; cuanto más que ésta es condesa, y cuando las condesas sirven de dueñas, será sirviendo a reinas y a emperatrices, que en sus casas son señorísimas que se sirven de otras dueñas.
En este pasaje, recordando el problema que Sancho tuvo con la dueña Rodríguez, se vuelve a traer al primer plano aquella disputa y esta hace una defensa de las dueñas, de manera vehemente. 
–Siempre los escuderos –respondió doña Rodríquez– son enemigos nuestros; que como son duendes de las antesalas y nos veen cada paso, los ratos que no rezan, que son muchos, los gastan en murmurar de nosotras, desenterrándonos los huesos y enterrándonos la fama. Pues mándoles yo a los leños movibles que, mal que les pese, hemos de vivir en el mundo, y en las casas principales, aunque muramos de hambre y cubramos con un negro monjil nuestra delicadas o no delicadas carnes, como quien cubre o tapa un muladar con tapiz en día de procesión. A fe que si me fuera dado, y el tiempo lo pidiera, que yo diera a entender, no sólo a los presentes, sino a todo el mundo, como no hay virtud que no se encierre en una dueña.
Además, añade que Sancho como escudero, actúa como el resto de escuderos, que siempre actúan en contra de las dueñas.
A lo que Sancho respondió: –Después que tengo hunos de gobernador se me ha quitado los vaguidos de escudero, y no se me da por cuantas dueñas hay un cabrahigo.
El tema de la mala reputación de las dueñas de servidumbre era un tema clásico en la literatura de la época. Se las tachaba de ociosas y malmetedoras, así como de actuar como medianeras. 
Aquí, Cervantes elige un tema perteneciente al folclore de la época, como ya ha hecho en otras ocasiones.
Como veremos en estos capítulos también la dueña Dolorida es un personaje polionomásico, es decir, con distintos nombres para un mismo personaje: dueña Dolorida, condesa de Trifaldi, condesa Tras Faldas , Tres colas, etc. Los últimos nombres están formados por derivación sinonímica. 
Al final del capítulo, después de la discusión sobre las dueñas, se une un tema con otro y se retoma la aventura de la dueña Dolorida, que dará paso al capítulo siguiente.
–Por lo que tiene de condesa –respondió Sancho, antes que el duque respondiese–, bien estoy en que vuestras grandezas salgan a recebirla; pero por lo de dueña, soy de parecer que no se muevan un paso.
–Así es, como Sancho dice –dijo el duque–; veremos el talle de la condesa, y por él tantearemos la cortesía que se le debe.
En eso, entraron los tambores y el pífano, como la vez primera.
Capítulo trigésimo octavo
Los dos capítulos anteriores son la introducción a la aventura de la dueña Dolorida. En este capítulo, aparecerá la dueña de forma muy aparatosa, seguida de otras doce dueñas más. Todas ellas llevaban el habito de las viudas y un velo que no dejaba ver sus facciones.
Detrás de los tristes músicos comenzaron a entrar por el jardín adelante hasta cantidad de doce dueñas, repartidas en dos hileras, todas vestidas de unos monjiles anchos, al parecer, de anascote batanado, con unas tocas blancas de delgado canequí, tan luengas y que solo el ribete del monjil descubrían. Tras ellas venía la condesa Trifaldi, a quien traía dela mano el escudero Trifaldín de la Banca Barba, vestida de finísima y negra bayeta por frisar, que a venir frisada, descubriera cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos. La cola, o falda, o como llamarla quisieren, era de tres puntas, las cuales se sustentaban en las manos de tres pajes, asimesmo vestidos de luto, haciendo una vistosa y matemática figura con aquellos triángulos acutos que las tres puntas formaban , por lo cual cayeron todos los que la falda puntiaguda miraron que por ella se debía llamar la condesa Trifaldi, como si dijésemos la condesa de la Tres Faldas; y así dice Benengeli que fue verdad…
El lector puede ver que se vuelve a hacer una referencia al supuesto autor de la obra.
La acción se desarrolla con un tempo lento, como si se tratara de un acto solemne de la corte.
Así como acabó de parecer el dueñesco escuadrón, el duque, la duquesa y don Quijote se pusieron en pie, y todos aquellos que la espaciosa procesión miraban, Pasaron las doce dueñas, y hicieron calle, por medio de la cual la Dolorida se adentró , sin dejarla de la mano Trifaldín; viendo lo cual el duque, la duquesa  y don Quijote, se adelantaron obra de doce pasos a recebirla. Ella, puesta las rodillas en el suelo, con voz antes basta y ronca que sutil y delicada…
Cervantes se recrea en mantener al lector con la curiosidad de conocer cual es la cuestión que ha traído a esta dueña y su séquito desde lugares tan lejanos, en busca de don Quijote.
A este recurso, de retrasar el momento de informar al lector del problema de la dueña Dolorida, pertenece también toda la explicación sobre el apellido de la dueña. Esto es, además, una burla hecha con mucho humor, a los comentarios pedantes que hacían muchos autores que alardeaban de erudición y que Cervantes ya había hablado de ello en el prólogo de la primera parte.
Este hecho, queda también patente en la conversación entre don Quijote, Sancho y la dueña. Cervantes consigue un pasaje cómico, particularmente, cuando la dueña al hablar acumula una cadena de superlativos terminados en -ísimo.
–Confiada estoy, señor poderosísimo, hermosísima señora y discretísimos circunstantes, que ha de hallar mi cuítisima en vuestros valerosísimos pechos acogimiento, no menos plácido que generoso y doloroso […] Quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía, el acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima, y su escuderísimo Panza.
–El Panza –antes que otro respondiese, dijo Sancho– aquí está, y don Quijotísimo asimismo; y así podrés, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis; que todos estamos prontosy aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos.
Después, de muchos rodeos, la dueña Dolorida se decide a volver al tema que realmente interesa al lector. Esto no es otra cosa que el lamentable desenlace de los amores entre la infanta Antonomasia y el joven don Clavijo, que había conseguido enamora a la infanta con la intermediación de la dueña, a pesar de ser un simple caballero.
De esta hermosura, y no como se debe encarecida de mi torpe lengua, se enamoró un número infinito de príncipes, así naturales como extranjeros, entre los cuales osó levantar los pensamientos al cielo de tanta belleza un caballero particular que en la corte estaba, confiado en su mocedad y en su bizarría, y en sus muchas habilidades y gracias, y facilidad y felicidad de ingenio; porque hago saber a vuestras grandezas, si no lo tiene por enojo, que tocaba una guitarra que la hacía hablar; y más que era poeta, y gran bailarían y sabía hacer una jaula de pájaros que solamente a hacerlas pudiera ganar la vida cuando se viera en extrema necesidad.
El lector tendrá que volver a esperar, porque la dueña Dolorida, intercala la historia de como ella misma se había enamorado de Clavijo, a pesar de la diferencia de edad, por sus dotes de cantante y guitarrista, así como por su gallardía. Finalmente, la dueña se había visto embaucada por este que quería ganarse el favor de la dueña para luego conseguir a la infanta.
Primero quiso el maladrín y desalmado vagamundo granjearme la voluntad y cohecharme el gusto, para que yo, mal alcaide, le entregase las llaves de la fortaleza que guardaba. 
Y así, digo, señores míos, que los tales trovadores con justo título los debían desterrar a las islas de los Lagartos, Pero no tienen ellos la culpa, sino los simples que los alaban y las bobas que los creen. Y si yo fuera la buena dueña que debía, no me habían de mover sus trasnochados conceptos, no había de creer ser verdad aquel decir: vivo muriendo, ardo en el hielo, tiemblo en el fuego, espero sin esperanza, pártome,  quédome…
Esta historia, está basada en la novela ejemplar de Cervantes el Celoso Extremeño.
Ya al final del capítulo, la dueña retoma la historia de los amores de Clavijo y la infanta Antonomasia, que tenía el vientre hinchado y habían planeado casarse en secreto.
¡Ay de mí, otra vez, sin ventura!, que no me rindieron los versos, sino mi simplicidad; no me ablandaron las músicas, sino mi liviandad; mi mucha ignorancia y mi poco advertimiento abrieron el camino y desembarazaron la senda a los pasos de don Clavijo, que éste es le nombre del referido caballero; y así, siendo yo la medianera, él se halló una y muy muchas veces en la estancia de la por mí, y no por él, engañada Antonomasia…
La historia de la dueña Dolorida enamorada de Clavijo está introducida en la trama con una técnica, para producir suspense, llamada de encajonamiento. Y que se enfatiza con las palabras de Sancho.
A esta sazón dijo Sancho: –También en Candaya hay alguaciles del corte poetas y seguidillas, por lo que puedo jurar que imagino que todo el mundo es uno. Pero dése vuesa merced priesa, señora Trifaldi, que es tarde, y ya me muero por saber el fin desta tan larga historia.



Capítulo trigésimo noveno
En este capítulo la condesa Trifaldi va a seguir contando la historia. Es ahora cuando el lector va a conocer el verdadero mal que aflige a la dueña Dolorida y donde va a concluir su historia.
En este Capítulo, se aprecia claramente la burla, que hace el autor, de los libros de caballerías, que con frecuencia estaban llenos de magos, de encantamientos que producían metamorfosis en las personas y valientes caballeros que enmendaban y salvaban a los encantados de sus encantamientos.
Debido a los encantamientos desagradables, que ya se vieron al comienzo de esta segunda parte, con el encantamiento de Dulcinea, así como en la cueva de Montesinos y en esta aventura de la Dolorida, algunos críticos, al comparar las dos partes de la obra, ven en la primera un compendio de aventuras optimistas y divertidas propias de todos los públicos y  una segunda parte llena de encantamientos, algunos desagradables, que imprimen a la obra un tono pesimista. En este tono pesimista, están también algunos momentos de cansancio de Sancho y don Quijote, que declaran verse sin fuerzas para continuar. Todos estos elementos no predicen un buen final. Esta sensación de declive, se ha visto acrecentada desde el episodio en la cueva de Montesinos.
No se van a producir más momentos de suspense para esta aventura y salvo unas pequeñas consideraciones que harán don Quijote y Sancho, en las que se ve, en un principio, la cordura de Sancho y finalmente, su quijotización, el lector conocerá el final de la historia de la dueña Dolorida.
–En fin, al cabo de muchas demandas y respuestas, como la infanta se estaba siempre en sus trece, sin salir ni variar de la primera declaración, el vicario sentenció en favor de don Clavijo, y se la entregó por su legítima esposa, de lo que recibió tanto enojo la reina doña Maguncia, madre de la infanta Antonomasia, que dentro de tres días la enterramos.
Aquí, Sancho hace una defensa de los Caballeros, que don Quijote ratifica, satisfecho por las palabras de su escuderos.
…y parecíame a mí que estaba la reina Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse; que con la vida muchas cosas se remedian, y no fue tan grande el disparate de la infanta, que obligase a sentirle tanto. Cuando se hubiera casado esa señora con algún paje suyo, o con otro criado de sus casa, como han hecho otras muchas, según he oído decir, fuera el daño sin remedio; pero el haberse casado con un caballero tan gentilhombre y tan entendido como aquí nos le han pintado en verdad en verdad, que aunque fue necedad, no fue tan gran de como se piensa; porque según las reglas de mi señor, que está presente y no me dejará mentir, así como se hacen de los  hombres letrados los obispos, se pueden hacer de los caballeros, y más si son andantes, los reyes y los emperadores.
 La aventura de la infanta Antonomasia y de Clavijo, había tenido consecuencias fatales como la muerte de la reina Maguncia, que enferma por el disgusto que le causa la situación. Pero esto no será todo, sino que como consecuencia del fallecimiento de la reina, aparece el gigante Malambruno, que era pariente suyo, y quiere vengar la afrenta que se le ha causado a la dinastía. 
Lo que más llama la atención a don Quijote no es que Malambruno sea un gigante, sino que es un encantador y eso le moviliza de inmediato.
En el entierro de la reina, aparece Malambruno montado en su caballo volador y de madera, Clavileño, para hacer justicia.
Malambruno convierte a Antonomasia en una jimia de bronce, a Clavijo en un espantoso cocodrilo y a la dueña Dolorida y a las demás dueñas les llena sus caras de bello, como mujeres barbudas. 
El gigante Mamabruno comunica a las dueñas que solo desaparecerá el bellos de su rostro, cuando el valeroso caballero don Quijote de la Mancha llegue al reino de Candaya para medirse en un combate singular con él. Asimismo, en ese momento, los demás encantados recobraran su forma normal. 
No cobrarán su primera forma estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso manchego venga conmigo a las manos en singular batalla; que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventura…
Malamabruno, además de hablar mal de las dueñas en general, les provoca el crecimiento del bellos en sus rostros.
…exagerando nuestra culpa y vituperando las condiciones de las dueñas, sus malas mañas y peores trazas, y cargando a todas la culpa que yo sola tenía, dijo que no quería con pena capital castigarnos, sino con otras penas dilatadas, que nos diesen una muerte vicil y continua; y en aquel mismo momento y punto que acabó de decir esto, sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara, y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas. Acudimos luego con las manos a los rostros y hallámonos de la manera que ahora veréis.
Capítulo cuadragésimo
El título de este capítulo es tan general, a diferencia de los otros capítulos, que no nos da ninguna idea de lo que contiene. Esto podría estar encuadrado en el tono burlesco de la obra.
De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia.
Aquí, se continúa la aventura de la dueña Dolorida, pero ahora entrará a formar parte principal un nuevo elemento, que ya había sido presentado en el capítulo anterior: Clavileño.
Clavileño es un caballo de madera, capaz de volar y transportar a las personas con una velocidad increíble de un lugar a otro del mundo.
Vuelve, también, a aparecer el primer autor, por su detalle y su minuciosidad en las descripciones. Esto podría ser una crítica de Cervantes a las novelas de caballerías, que habitualmente estaban cargadas de detalles.
Real y verdaderamente, todos los que gustan de semejantes historia como ésta deben de mostrase agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas della, sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no la sacase a la luz distintamente.
El relato, en este momento, se ve interrumpido por Cervantes, que es el segundo autor de la obra, o incluso un segundo traductor. Esta interrupción es importante porque causa un distanciamiento en el lector frente a los hechos, que se le estaban narrando ante sus ojos, como si todo estuviera ocurriendo en ese momento. Esa ficción se rompe.
Coloca a los duques y a la Dolorida, no como urdidores de una trama burlesca, sino como personajes que la urden, en una historia de ficción. Así como también a Sancho, don Quijote y Dulcinea.
Pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones r, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos; finalmente, los átomos del mas curioso deseo manifiesta. ¿Oh autor celebérrimo! ¡Oh don Quijote dichoso! ¡Oh Dulcinea famosa!  ¡Oh Sancho Panza gracioso! Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes.
En esta escena, Sancho adquiere protagonismo con su aspecto dialogístico, debido a sus constantes preguntas y comentarios. Sancho es un personaje, que con el paso del tiempo, ha ido creciendo en importancia. Especialmente, en la parte del capítulo en la que se explican las cualidades de Clavileño.
–Para andar reposado y llano, mi rucio, puesto que no anda por los aires; pero por la tierra, yo le curité con cuantos portantes hay en el mundo. 
A continuación habla la dueña Dolorida y Sancho vuelve a entrar en la escena.
–Y ¿Cuantos caben en ese caballo? –preguntó Sancho.
Y Sancho y Dolorida seguirán conversando a cerca de las cualidades de Clavileño.
Este caballo, ya fue mencionado en la primera parte en el capítulo cuarenta y nueve, cuando don Quijote conversaba con el canónigo sobre los libros de caballerías.
…y es lo bueno que el tal caballo ni como, ni duerme, no gasta erraduras, y lleva un portante por los aires, sin tener alas, que el que lleva encima puede llevar una taza llena de agua en la mano sin que se le derrame gota, según camina llano y reposado; por lo cual la linda Magalona se holgaba mucho de andar caballera en él.
El pobre Sancho, se ve envuelto, sin quererlo en dos procesos de desencantamiento, al mismo tiempo. Aunque, aquí, todos parecen haber olvidado a Dulcinea encantada, quizá por lo impactante que resulta la visión de las dueñas barbudas.
Don Quijote por su parte, se ve ya metido en la aventura, sin ninguna idea de abandonar a su suerte a la dueña Dolorida y a las otras dueñas.
–Yo me pelaría las mías –dijo don Quijote– en tierra de moros, si no remediase las vuestras. A este punto volvió de su desmayo la Trifaldi, y dijo: –El retintín desa promesa, valeroso caballero, en medio de mi desmayo llegó a mis oídos, y ha sido parte para que yo dél vuelva y cobre todos mis sentidos; y así, de nuevo os suplico, andante ínclito y señor indomable, vuestra graciosa promesa se convierta en obra. –Por mí no quedará –respondió don Quijote–: ved, señora, qué es lo que tengo de hacer; que el ánimo está muy pronto para serviros.
Sancho se muestra reticente hacia la nueva aventura y desea quedarse en el castillo con los Duques.
Ahora señores, vuelvo a decir que mi señor se puede ir solo, y buen provecho le haga; que yo me quedaré aquí, en compañía de la duquesa mi señora, y podría ser que cuando volviese hallase mejora la causa de la señora Dulcinea en tercio y quinto; porque pienso, en los ratos ociosos y desoscupados, darme una tanda de azotes, que no me la cubra pelo.
Y vuelve Sancho a hacer comentarios negativos de las dueñas.
–¡Aquí del rey otra vez! –replicó Sancho–. Cuando esta caridad se hiciera por algunas doncellas recogidas, o por algunas niñas de la doctrina, pudiera el hombre aventurarse a cualquier trabajo; pero que lo sufra por quitar las barbas a dueñas, ¡mal año! Mas que las viese yo a todas con barbas, desde la mayor hasta la menor, y de las más melindrosa hasta la mas repulgada.
Don Quijote impone su autoridad y dice:
Sancho hará lo que yo le mandare, ya viniese Clavileño, y ya me viene con Malambruno…
La Dolorida se expresa con tanto dolor sobre su situación que ablanda a todos y a Sancho también, regresando el Sancho leal y buena persona.
Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de Sancho, y propuso en su corazón de acompañar a su señor hasta las últimas partes del mundo, sin es que en ellos consistiese quitar la lana de aquellos venerables rostros.