Don Quijote de la Mancha / Don Quijote segunda parte

Don Quijote de la Mancha – Capítulos 26 al 32 de la segunda parte

3 de junio de 2020

Capítulo vigésimo sexto
El capítulo vigésimo sexto venía ya introducido por el capítulo anterior y en ellos y en los dos siguientes se entremezclan dos historias: la de los rebuznos y la de maese Pedro. 
El relato de los rebuznos iniciado en el capítulo vigésimo quinto concluirá en el vigésimo séptimo y el de maese Pedro intercalado en el desarrollo de la otra historia.
La estructura de la historia de maese Pedro es más compleja que la de los rebuznos, en cuanto a su estructura interna y en cuanto a su relación con otras aventuras de la obra como, por ejemplo, la cueva de Montesinos.
El capítulo, comienza con los espectadores preparados para ver el teatrillo. Comienza con la expresión tirios y troyanos, refiriéndose a los personajes de la Eneida. los Tirios son los habitantes de la ciudad fenicia Tiro y los troyanos de forma metafórica designa a los contrarios.
Callaron todos, tirios y troyanos, quiero decir, pendientes estaban todos los que el retablo miraban, de la boca del declarador de sus maravillas, cuando se oyeron sonar en el retablo cantidad de atabales y trompetas, y dispararse mucha artillería, cuyo rumor pasó en tiempo breve, y luego alzó la voz el muchacho…
Lo primero que llama la atención es la presentación de maese Pedro y el mono en el capítulo anterior y su caracterización externa que encubre a Ginés de Pasamonte.
La primera parte de la historia se centra en el mono y sus adivinaciones, para pasar después a la historia de Gaiferos y Melisendra, representados en el teatro de títeres. Ambos tipos de entretenimiento solían ir juntos en exhibiciones desde el siglo XIII.
Sancho aprovecha la situación para que don Quijote se de cuenta de que todo lo que pasó en la cueva de Montesinos no era real. Don Quijote interroga al momo sobre este hecho y la respuesta introduce el tema de la realidad y la apariencia, la mentira y la verdad, que vuelve a salir a la luz en la representación de los títeres.
El escepticismo de don Quijote por las adivinaciones del mono introducen la crítica de la credulidad, muy extendida en la época, en falsas adivinaciones.
La representación que se hace en el teatrillo de títeres apunta a dos cosas, por una parte, el conocimiento por parte del autor del Romancero y del tema carolingio, que también apareció en la cueva de Montesinos, y en segundo lugar su conocimiento de la comedia nueva y de las discusiones que existían sobre la preceptiva dramática.
Y aquel personaje que allí asoma con corona en la cabeza y ceptro en las manos es el emperador Carlomagno, padre putativo de la tal Melisendra…
Miren vuestras mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven cómo arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero y las tablas, y pide apriesa las armas, y a don Roldán su primo pide prestada su espada Durndana…
Cervantes utiliza los primeros versos de un poema anónimo sobre la leyenda de Melisendra y Gaiferos.
Jugando está a las tabas don Gaiferos, que ya de Melisendra está olvidado.
En el retablo de maese Pedro se ve la influencia del Romancero. En el retablo se cuenta el rescate de Melisendra, prisionera de Almanzor, por su marido don Gaiferos, pero realizada de una manera muy alejada de la norma y de una manera humorística. En la época, había numerosos romances que narraron esta historia. En el retablo se han añadido algunos episodios burlescos como el enganchón del faldellín de Melisendra.
…y más ahora que veemos se descuelga del balcón, para ponerse en las ancas del caballo de su buen esposo. Mas ¡ay, sin ventura!, que se le ha asido una punta del faldellín, de uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire, sin poder llegar al suelo
Por los detalles, que la narración ofrece al lector del funcionamiento de los muñecos, se podría pensar en un teatrillo mecánico, en títeres de hilos, o quizá en titeres de hilos con alambre en la cabeza, como eran los puppi sicilianos, que contaban leyendas carolingias. En esto podría haberse basado Cervantes para el retablo de maese Pedro. 
Además, en los comentarios de trujamán y en las intervenciones de maese Pedro sobre el teatro y la creación literaria, muestran su rechazo a las digresiones impertinentes o a juicios negativos.
–Llaneza, muchacho, no te encumbres; que toda afectación es mala.
–No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí casi de ordinario, mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera, y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo?
Durante la representación del teatrillo, don Quijote pasa de las reflexiones sensatas a interiorizar de tal modo la escena, que arremeterá contra ella, como si se tratase de la acción real, destruyendo todas las figurillas del teatro.
Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie en voz alta dijo: –No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos.
Y diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera misma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a ésta, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un algibano tal que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán.
Una vez más, Cervantes recurre a los encantadores para justificar su acción.
–Ahora acabo de creer –dijo a este punto don Quijote– lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra…
La aceptación de la acción teatral como realidad, es un tema que Cervantes tocará en otras obras como Pedro de Urdemalas o en El retablo de las maravillas. Este era un tema muy del gusto de las obras literarias del siglo XVII.
El episodio, que aquí se narra, guarda estrecha relación con uno del Quijote apócrifo de Avellaneda. Es posible que fuera una venganza de Cervantes el narrar un episodio similar, para demostrar su superioridad literaria.
En el episodio de Avellaneda, se representaba una obra de Lope, El testimonio vengado. Aquí, el caballero don Quijote interrumpe la representación para salvar a la reina.
Se presenta el teatro como metáfora de la vida, don Quijote se identifica con ella y cree estar realmente socorriendo a los amantes, hasta que los daños que causa en el teatrillo y las figuras le devuelven a la realidad.
El capitulo termina con don Quijote disculpándose y pagando los daños a maese Pedro. 
En resolución, la borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena compañía, a costa de don Quijote, que era liberal en todo extremo.
Capítulo vigésimo séptimo
Al principio del capítulo entra nuevamente el autor Cide Hamete. Este hace un juramento como cristiano y católico, siendo moro. Y aparece el traductor haciendo una aclaración.
Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo: “Juro como católico cristiano…”, a lo que su traductor dice que el jurar Cide Hamete como católico cristiano siendo él moro, como sin duda  lo era, no quiso decir otra cosa sino que así como el católico cristiano cuando jura, jura, o deba jurar, verdad, y decirla en lo que dijere, así él la decía, como si fuera como cristiano católico, en lo que quería escribir de don Quijote, especialmente en decir quién era maese Pedro, y quien el mono adivino que traía admirados todos aquellos pueblos con sus adivinanzas.
Cervantes presenta al lector la verdadera identidad de maese Pedro. 
Dice, pues, que bien se acordará, el que hubiere leído la primera parte desta historia, de aquel Ginés de Pasamonte a quien, entre otros galeotes, dio libertad don Quijote en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y peor pagado de aquella gente maligna  mal acostumbrada.
Este Ginés de Pasamonte es el que robo el rucio mientras dormía. Este fue un episodio de la primera parte, que quedó incompleto y que al principio de esta segunda parte Sancho aclaró a Sansón Carrasco.
Ginés de Pasamonte se convirtió en maese Pedro con unos retoques que le hacían irreconocible.
Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen cantándolos, determinó pasarse al reino de Aragón y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al oficio de titerero; que esto y el jugar de manos lo sabía hacer por extremo.
Aquí, continua la historia de los rebuznos, que ya había comenzado en el capítulo 25. Esta historia está encuadrada en una tradición de cuentos y leyendas de la época sobre asnos y rebuznos y que aparecía ya en el Asno de oro de Apuleyo. 
En el Quijote, se mezcla la tradición de los cuentos sobre asnos con la de la rivalidad entre vecinos y pueblos por la habilidad de rebuznar.
Cervantes utiliza estas dos tradiciones, para montar un combate entre dos pueblos por las burlas de unos ante los rebuznos de los otros. Este combate, que los habitantes de uno de los pueblos se toman en serio, queda ridiculizado por el rebuzno de Sancho.
Don Quijote al ver que dos pueblos iban a luchar por una causa superflua tiene una alocución, que ya anteriormente se había dado en otros episodios en términos similares. Este recomienda no matarse ni luchar por naderías. En su disertación, don Quijote da las cinco causas justas para iniciar una guerra: por defender la fe católica, por defender su vida, en defensa de su honra, de su familia y hacienda, en servicio a su rey y en defensa de su patria.
Cuando todos parecían tomarse en serio las palabras de don Quijote y asimismo, parecía que la situación iba a resolverse de manera pacífica, interviene Sancho y con un rebuzno inoportuno, desencadena un resultado inesperado. La fuga de don Quijote y el varapalo para Sancho. Con un situación que finalmente resulta más cómica que dramática.
admirados con la admiración acostumbrada, en que caían todos aquellos que la vez primera le miraban, Don quijote, que los vio tan atentos a mirarle, sin que ninguno le hablase ni le preguntase nada, quiso aprovecharse de aquel silencio, y rompiendo el suyo, alzó la voz y dijo: –Buen señores, cuan encarecidamente puedo, os suplico que no interrumpáis un razonamiento que quiero haceros,hasta que veáis que os disgusta y enfada…
Y luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron. Pero uno de los que estaban junto a él, creyendo que hacía burla dellos, alzó un varapalo que en la mano tenía, y diole tal golpe con él, que, sin ser poderoso a otra cosa dio con Sancho Panza en el suelo.
La huida o retirada de don Quijote se justifica, no por cobardía, sino por el desprecio que sentían muchos en aquel momento por las armas de fuego, consideradas artefactos poco caballerescos. 
Capítulo vigésimo octavo
Este capítulo es un conjunto de diálogos. El narrador solo aparece al principio y al final, pero toma partido por Sancho.
Cuando el valiente huye, la superchería está descubierta, y es de varones prudentes guardarse para mejor ocasión. Esta verdad se verificó en don Quijote, el cual, dando lugar a la furia del pueblo y a las malas intenciones de aquel indignado escuadrón, puso pies en polvorosa, y sin acordarse de Sancho ni del peligro en que le dejaba, se apartó tanto cuanto le pareció que bastaba para estar seguro. Seguíale Sancho, atravesado en su jumento, como queda referido. 
Es un diálogo poco animado, a causa de su mala fortuna en aquel suceso. Sancho hace una importante reflexión sobre las creencias de su amo como caballero, por abandonarle a su suerte. Hace una reflexión de lo que hasta ahora ha sido sus aventuras para él y piensa en volverse a casa con su mujer e hijos.
…que yo pondré silencio en mis rebuznos; pero no en dejar de decir que los caballeros andantes huyen, y dejan a sus buenos escuderos molidos como alheña, o como cibera, en poder de sus enemigos.
A la fe, señor nuestro amo, el mal ajeno de pelo cuelga, y cada día voy descubriendo tierra de lo poco que puedo esperar de la compañía que con vuestra merced tengo, porque si esta vez me ha dejado apalear, otra y otras ciento volvernos a los manteamientos de marras y a otras muchacherías, que si ahora me han sido a las espaldas, después me saldrán a los ojos. Harto mejor haría yo, sino que soy un bárbaro, y no haré nada que bueno sea en toda mi vida, hato mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mis casa,  a mi mujer, y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con los que Dios fue servido de darme, y no andarme tras vuesa merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tiene, bebiendo mal y comiendo peor..
Don Quijote quiere afianzar su postura como caballero. Primero, lo hace desde una postura docente; después, de una manera más neutra, en la que Sancho se siente irritado. Finalmente, termina adoptando una postura de aceptación del abandono para pasar a hablar de precios y salarios.
Y si tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra mujer e hijos, no permita Dios que yo os lo impida; dineros tenéis míos; mirad cuánto ha de que esta tercera vez salimos de nuestro pueblo, y mirad lo que podéis y debéis ganar cada mes, y pagaos de vuestra mano.
Incluso, podríamos decir que en algunos momentos hablan de lo que se habla.
Haría yo una buena apuesta con vos, Sancho –dijo don Quijote–: que ahora que vais hablando sin que nadie os vaya a la mano, que no os duele nada en todo vuestro cuerpo. Hablad, hijo mío, todo aquello que os viniere al pensamiento y a la boca; que a trueco de que a vos no os duela nada, tendré yo por gusto el enfado que me dan vuestras impertinencias.
Al final del capítulo, se encuentra en el diálogo un punto de encuentro. Sancho se arrepiente por generosidad o por cariño hacia don Quijote y además vuelven a hablar de la ínsula prometida, con lo que se restablece la armonía entre ellos y el equilibrio narrativo de la obra.
Miraba Sancho a don Quijote de en hito en hito, en tanto los tales vituperios le decía, y compugióse de manera que le vinieron las lágrimas a los ojos, y con voz dolorida y enferma le dijo: –Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la 
cola; si vuestra merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone, y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda.
Al final del capítulo, el narrador retoma la voz y narra como se metieron en una alameda y se acomodaron los dos a los pies de sendos árboles para pasar la noche y a la mañana siguiente continuaron su camino.
Capítulo vigésimo noveno
En este capítulo, la obra es el paso de una primera parte de esta segunda parte del Quijote a otra segunda. Hasta aquí caballero y escudero habían hecho pequeñas paradas, aunque mucho mayores que en la primera parte. El lector ha seguido a don Quijote y Sancho en sus distintas aventuras. La aventura del barco encantado, será la última. A continuación, don Quijote se encuntra con los Duques. Esta visita a los Duques se prolongará en el tiempo. Esta parte, es la parte paralela a la estancia en la venta de la primera parte.
Además, hasta este momento don Quijote en todas las aventuras de la segunda parte ha visto siempre la realidad, aunque las personas que tenía alrededor, en muchas ocasiones, le han confundido y ha llegado a pensar que veía lo que no era, achacando siempre esas visiones extrañas a sus enemigos los que le querían encantar. Pero esta aventura del barco es como las de la primera parte. Don Quijote se imagina, desde un primer momento, y sin ninguna incitación o confusión externa, que ha encontrado un barco, que está puesto ahí para que el realice su aventura. 
–Has de saber, Sancho, que este barco que aquí está, derechamente y sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y convidando a que entre en él, y vaya en él a dar socorro a algún caballero, o a otra necesitada y principal persona, que debe de estar puesta en alguna gran cuita, porque éste es estilo de los libros de las historias caballerescas y de los encantadores que en ellas se entremeten y platican…
Este motivo del barco encantado, que conduce al caballero al lugar donde se le necesita para resolver algún asunto, es muy típico de los libros de caballerías. Algunos expertos y estudiosos del Quijote han sugerido dos ejemplos, en los que podría estar basada esta aventura, Palmerín de Inglaterra y Espejo de príncipes y caballeros.
El agua del río es el detonante que le impulsa a la aventura. Con el agua rememora la cueva de Montesinos.
…llegaron don Quijote y Sancho al río Ebro, y el verle fue de gran gusto a don Quijote, porque contempló y miró en él la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales, cuya alegre vista renovó en su memoria mil amorosos pensamientos, Especialmente fue y vino en lo que había visto en la cueva de Montesinos, que, puesto que el momo de maese Pedro le había dicho que parte de aquellas cosas eran verdad y parte mentira, él se atenía mas a las verdaderas que a las mentirosas, bien al revés de Sancho, que todas las tenía por la mesma mentira.
Él transforma la realidad, realiza su aventura  y cuanto esta fracasa se disculpa porque los encantadores le han querido confundir. Sancho a pesar de que ve con claridad, como pasaba en las aventuras de la primera parte de la obra, sigue a don Quijote en su aventura.
–El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. ¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuela a vuestra presencia!
Sancho está muy nervioso, su capacidad de aguante es también cada vez menor. Cuando van en el barco y mira al rucio y a Rocinante en la orilla, no puede aguantar las lagrimas y se echa a llorar. 
Y en esto, comenzó a llorar tan amargamente, que don Quijote, mohíno y colérico, le dijo: –¿De qué temes, cobarde Criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿Quién te persigue o quién te acosa, ánimo de ratón casero, o qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la abundancia?…
A continuación, comienzan una discusión similar a la que tuvieron al salir de la cueva de Montesinos, por el tiempo que había transcurrido desde que don Quijote bajara a la cueva. Aquí, la discusión es por el espacio recorrido. Para explicarlo, don Quijote hace un alarde de conocimientos científicos. El pobre Sancho no entiende nada y esto añadido a sus nervios hace que provoque una situación cómica con una contaminación lingüística.
–Mucho –replicó don Quijote–, porque de trescientos y sesenta grados que contiene el globo, de agua y de la tierra, según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe, la mitad habremos caminado, llegando a la línea que he dicho.
–Por Dios  –dijo Sancho–, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo.
La diferencia con la primera parte es que en este caso, cuando don Quijote vuelve a ver la realidad la da rápidamente por buena, se disculpa y paga los desperfectos.
–¡Basta! –dijo entre sí don Quijote–. Aquí será predicar en desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna, u en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco, y el otro dio conmigo al través.
Llegaron en esto los pescadores dueños del barco, a quien habían hecho pedazos las ruedas de las escenas, y viéndole roto, acometieron a desnudar a Sancho, y a pedir a don Quijote se lo pagase, el cual, con gran sosiego, como si no hubiera pasado nada por él, dio a los molineros y pescadores que él pagaría el barco de bonísima gana, con condición que le diesen libre y sin cautela a las personas o personas que en aquel su castillo estaban oprimidas.
Por primera vez, en la obra, don Quijote da muestras patentes de su cansancio y lo expresa. 
Dios lo remedie; que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.
Desde que don Quijote bajó a la cueva de Montesinos, se ha producido una transformación en él. Se le observa un cansancio, tanto físico como espiritual, que va progresivamente en aumento. Es la primera vez que don Quijote abandona una aventura reconociendo que no puede con ella. Después del pago de los desperfectos a pescadores y molineros se da por terminada la aventura del barco encantado.
–Amigos, cualesquiera que seáis, que en esa prisión quedáis encerrados, perdonadme, que, por mi desgracia y por la vuestra, yo no os puedo sacar de vuestra cuita. Para otro caballero debe de estar guardada y reservada esta aventura. 



Capítulo trigésimo
En este capítulo, hay una cierta recuperación del ánimo de don Quijote y Sancho. En este momento, caballero y escudero, parecían estar replanteándose las cosas. Los dos parecían hundidos y al límite de las fuerzas. Estaban pensando, al menos Sancho, regresar a casa. 
Con el encuentro de los Duques, Sancho olvida su idea de volver a casa y cumple las ordenes de ir a saludar a la dama. 
–Corre, hijo Sancho, y di a aquella señora del palafrén y del azor que yo, el Caballero de los Leones, besa las manos a su gran fermosura, y que si su grandeza me da licencia, se las iré a besar, y a servirla en cuanto mis fuerzas pudieren y su alteza me mandare.
Es curioso, que Cervantes utiliza el verde como símbolo de una relación esperanzadora y de bonanza. Al igual que el Caballero del Verde Gabán la Duquesa iba vestida de verde.
Llegóse más, y entre ellos vio una gallarda señora sobre un palafrén o hacanea blanquísima, adornada de guarniciones verdes y con un sillón de plata. Venía la señora asimismo vestida de verde, tan bizarra y ricamente, que la misma bizarría venía transformada en ella.
La dama, muestra su conocimiento de la obra El ingeniosos hidalgo don Quijote de la Mancha y Sancho reivindica su posición en la obra de segundo personaje.
Levantaos del suelo, que escudero de tan gran caballero como es el de la Triste Figura, de quien ya tenemos acá mucha noticia, no es justo que esté de hinojos; levantaos, amigo, y decid a vuestro señor que venga mucho en hora buena a servirse de mí y del duque mi marido, en una casa de placer que aquí tenemos.
–Decidme, hermano escudero: este vuestro señor, ¿no es uno de quien anda impresa una historia que se llama del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que tiene por señora de su alma a una tal Dulcinea del Toboso?  –El mesmo es, señora –respondió Sancho–, y aquel escudero suyo que anda, o debe de andar, en la tal historia, a quien llaman Sancho Panza, soy yo, si no es que me trocaron en la cuna; quiero decir, que me trocaron en la estampa.
Cuando todo parecía perdido, escudero y caballero encuentran unos Duques de verdad, que reciben a don Quijote con sumo gusto, porque conocían sus aventuras. le tratan como a un auténtico caballero y también como a un relevante personaje literario. Aquí, vuelve a mezclarse literatura y realidad.
Don Quijote no necesitará transformar la realidad, que ya se le presenta transformada por estos Duques que pretenden mofarse y burlarse a su costa. ¿Es Don Quijote consciente de esto?  
Don Quijote omite nombrar a Dulcinea. No sabe el lector si por ser consciente de la realidad y como esta se le presenta adecuada a su ficción, olvida mencionar a Dulcinea porque ahora no es necesario. Existe otra bella dama, que es la Duquesa.
Este encuentro con los Duques, es extraordinario dentro de la obra. Todos los episodios duran un capítulo o unos pocos capítulos, pero desde el encuentro con los Duques se encadenarán una serie de episodios que llevarán al lector hasta le capítulo cincuenta y siete.
Nada mas llegar delante de los Duques, Sancho cae al suelo al bajarse del rucio y después don Quijote también, en una escena grotesca, que alienta las expectativas de diversión de estos.
En esto llegó don Quijote, alzada la visera y dando muestra de apearse, acudió Sancho a tenerle el estribo; pero fue tan desgraciado, que al apearse del rucio se le asió un pie en una soga del albarda, de tal modo, que no fue posible desenredarle; antes quedó colgado dél, con la boca y los pechos en el suelo. don Quijote, que no tenía en costumbre apearse sin que le tuviesen el estribo, pensando que ya Sancho había llegado a tenérsele, descargó de golpe el cuerpo, y llevóse tras sí la silla de Rocinante, que debía de estar mal cinchado, y la silla y él vinieron al suelo, no sin vergüenza suya, y de muchas maldiciones que entre dientes echó al desdichado de Sancho, que aun todavía tenía el pie en la corma.
A esto se añade, que Sancho, como otras veces y sobre todo, en esta segunda parte, no para de hablar y explicarlo todo. Con esto se corrobora como el escudero más hablador y más gracioso.
Ya estaba a esta sazón libre Sancho Panza del lazo, y hallándose allí cerca, antes que su amo respondiese, dijo: –No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa se levanta la liebre; que yo he oído decir que esto que llaman naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro, y el que hace un vaso hermoso también puede hacer dos, y tres, y ciento; dígolo, porque mi señora la duquesa a fee que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del Toboso.
Sancho se muestra aquí, como en las bodas de Camacho, dispuesto a disfrutar de todo lo que se le presente, que sea disfrutable.
Mandó la duquesa a Sancho que fuese junto a ella, porque gustaba infinito de oír sus discreciones. No se hizo de rogar Sancho, y entretejióse entre los tres, y hizo cuarto en la conversación, con gran gusto de la duquesa y del duque, que tuvieron a gran ventura acoger en su castillo al caballero andante y tal escudero andado.
                                                                         
                                           Capítulo trigésimo primero


Este capítulo junto con el siguiente, narran la recepción que se les hace a don Quijote y Sancho en el castillo de los Duques.
Suma era la alegría que llevaba consigo Sancho viéndose, a su parecer, en privanza con la duquesa, porque se le figuraba que había de hallar en su castillo lo que en la casa de don Diego y en la de Basilio, siempre aficionado a la buena vida, y así tomaba la ocasión por la melena en esto del regalarse cada y cuando que se le ofrecía.
Don Quijote se siente tratado como un auténtico caballero. Y la burla de los Duques hacia él se realiza.
Cuenta, pues, la historia, que antes que a la casa de placer o castillo llegasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote…
Aquí, el narrador desvela como se siente don Quijote, tratado por primera vez como un auténtico caballero y no como un caballero de ficción. El lector se da cuenta de que la locura de don Quijote no es lo que parece. Es muy posible, que don Quijote estuviera jugando a ser caballero, siendo muy consciente de que no lo era.
Y todos, o los más, derramaban pomos de aguas olorosas sobre don quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasado s siglos.
Asimismo, el lector conoce el incidente que tuvo Sancho con doña Rodríguez, en el que la Duquesa aprovecha la circunstancia para burlarse de su “dueña” a la que llama “muy moza”. También, se burla de Sancho al que llama hablador y gracioso además de truhán moderno y majadero antiguo. La Duquesa trata la reacción de Sancho como algo deliberado, en vez de algo espontáneo, como en realidad fue, al confundir Sancho a la dueña de la Duquesa con las dueñas de Lanzarote, que sí atendían a las cabalgaduras.
–Hermano, si sois juglar –replicó la dueña–, guardad vuestras gracias para donde lo parezcan y se os paguen; que de mí no podréis llevar sino una higa. –¡Aun bien –respondió Sancho– que será bien madura, pues no perderá vuesa merced la quínola de sus años por punto menos.
La dueña Rodriguez se enfada con Sancho  y le habla de forma ácida. Sancho le responde utilizando la palabra higa como fruta y le añade el calificativo madura para de forma metafórica llamar vieja a la dueña, sin llamárselo.
Al presentarse el suceso, como algo deliberado, don Quijote duda de su condición y teme que, por culpa de su criado, pase por un echacuervos o caballero de mohatra (personas que viven de enredos).
Don Quijote, que todo lo oía, le dijo: –¿Pláticas son éstas, Sancho, para este lugar? 
–Señor –respondió Sancho–, cada uno ha de hablar de su menester dondequiera que estuviere. Aquí se me acordó del rucio, y aquí hablé dél, y si en la caballeriza se me acordara, allí hablara. A lo que dijo el duque: –Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle en nada; al rucio se le dará recado a pedir de boca, y descuida Sancho, que se le tratará como a su mesma persona.
Y don Quijote le dice a Sancho.
¿No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mía, que si ven que tú eres un grosero villano, o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos, o algún caballero de Mohatra?
La anécdota que cuenta Sancho a los presentes en la comida de recepción, cuando este ve el pequeño lío que se monta a la hora de sentarse a la mesa, con la cabecera de esta, lleva a Sancho a no querer pasar por bufón y hablador con lo que se ve obligado a dar rodeos y circunloquios para que su cuento parezca verdadero. Don Quijote intenta que el cuento termine cuanto antes, pero la Duquesa anima a Sancho a seguir con ello, para así continuar la diversión.
–Si sus mercedes me dan licencia, les contar un cuento que pasó en mi pueblo acerca desto de loa asientos. Apenas hubo dicho esto Sancho, cundo don Quijote tembló, creyendo sin duda que había de decir alguna necedad.
– Bien será –dijo don Quijote– que vuestras grandezas manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas.
–Por vida del duque –dijo la duquesa–, que no se ha de apartar de mí Sancho un punto: quiérole yo mucho, porque sé que es muy discreto.
En su cuento Sancho menciona el suceso de Herrera, que fue un naufragio que tuvo lugar en 1562, en el puerto de Herrera, provincia de Málaga, en el que murieron más de cuatro mil personas.
También tendrá, el lector conocimiento del disgusto que se lleva el capellán, al ver el trato que le dan los Duques a semejante caballero. Después de la conversación que mantienen  sobre el encantamiento de Dulcinea. 
–Y vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el celebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendeís malandrines? Andad enhorabuena, y en tal se os diga. Volveos a vuestra casa y criad vuestro hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el muno, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen. ¿En dónde, nota tal, habéis vos hallado que hubo ni hay ahora caballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España, o malandrines en La Mancha, ni Dulcineas encantadas ni toda la caterva de las simplicidades que de vos se cuentan?
Don Quijote indignado deja su respuesta para el siguiente capítulo.
Capítulo trigésimo segundo
El capítulo comienza con la contestación dada por don Quijote al capellán de los Duques, reivindicando su profesión de caballero andante y hace una crítica al clero, comparándolo con las mujeres, que utilizan la lengua como arma.
Levantado, pues, en pie don Quijote, temblando de los pies a la cabeza como azogado con presurosa y turbada lengua, dijo:
–El lugar donde estoy, y la presencia ante quien me hallo, y el respeto que siempre tuve y tengo al estado que vuesa merced profesa, tienen y atan las manos de mi justo enojo; y así por lo que he dicho como por saber que saben todos que las armas de los togados son las mesmas que las de la mujer, que son la lengua, entraré con la mía en igual batalla con vuesa merced, de quien se debía esperar antes buenos consejos que infames vituperios.
Sancho saldrá sin perder tiempo en su defensa.
–¡Bien, por Dios! –dijo Sancho–. No diga más vuestra merced, señor y amo mío, en su abono, porque no hay más que decir, ni más que pensar, ni más que preservar en el mundo. Y más, que negando este señor, como ha negado, que no aha habido en el mundo, ni los hay, caballeros andantes, ¿qué mucho que no sepa ninguna de las cosas que ha dicho?
El capellán se siente molesto por la locura que se vive en casa de los Duques, y las burlas que estos hacen de los dos pecadores.
–Por el hábito que tengo, que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras! Quédese Vuestra Excelencia con ellos; que en tanto que estuvieren en casa, me estaré yo en la mía, y me excusaré de reprehender lo que no puedo remediar.
A consecuencia de este suceso, don Quijote hace una disertación de la diferencia entre afrenta y agravio.
–Así es –respondió don Quijote–; y la causa es que el que no puede ser agraviado no puede agraviar a nadie. Las mujeres los niños y los eclesiásticos, como no pueden defenderse aunque sean ofendidos, no pueden ser afrentados. Porque entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor Vuestra Excelencia sabe: la afrenta viene de parte de quien la puede hace, y la hace, y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente.
El narrador cuenta el lavatorio de las barbas de don Quijote y el duque. episodio absolutamente burlesco, al que habrá que añadir, más adelante, el lavatorio de las barbas de Sancho, que al final no se llevan a cabo. Aquí el lector comprueba que los sirvientes de los Duques también se divierten y toman iniciativas propias.
el duque y la duquesa, que de nada desto eran sabidores, estaban esperando en qué había de parar tan extraordinario lavatorio, La doncella barbera, cuando le tuvo con un palmo de jabonadura, fingió que se le había acabado el agua, y mandó a la del aguamanil fuese por ella; que el señor don Quijote esperaría. Hízolo así, y quedó don Quijote con la más extraña figura y más para hacer reír que se pudiera imaginar.
Después de la escena del lavatorio, Sancho se va con los criados a la cocina y don Quijote se queda con los Duques hablando de cosas, que todas tenían que ver con el ejercicio de la caballería. La Duquesa sacará el tema de la hermosa Dulcinea y pide a don Quijote que se la describa. Aquí, comienza a prepararse el episodio del desencantamiento de Dulcinea del siguiente capítulo. 
La duquesa rogó a don Quijote que le delinease y describiese, pues parecía tener felice memoria, la hermosura y facciones de la señora Dulcinea del Toboso
La Duquesa hará un comentario jocoso sobre la hermosura de Dulcinea atribuyéndole ser la mas hermosa del mundo en incluso de La Mancha, como si esta fuera un territorio más extenso e importante que el resto del mundo.
…según lo que la fama pregonaba de su belleza, tenía por entendido que debía de ser la más bella criatura del orbe, y aun de toda La Mancha.
Cervantes sitúa a cada personaje con el registro lingüístico que le corresponde. La Duquesa está muy por encima de Sancho, pero tiene que reconocer su inferioridad, en esta área, frente a don Quijote. La Duquesa recibirá una reprimenda de su marido por un asunto lingüístico.
–¿Qué quiere decir demostina, señor don Quijote –preguntó la duquesa–, que es vocablo que no le he oído en todos los días de mi vida?
–Retórica demostina –respondió don Quijote es lo mismo que decir retórica de Demóstenes, como ciceroniana, de Cicerón, que fueron los dos mayores retóricos del mundo. –Así es –dijo el duque–, y habéis andado deslumbrada en la tal pregunta.
Las declaraciones que hace don Quijote sobre Dulcinea dejan, nuevamente, clara constancia del juego de ficción al que don Quijote juega.
–En eso hay mucho que decir –respondió don Quijote–. Dios sabe si hay Dulcinea o no en  el mundo o si es fantástica, o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo.
Después del incidente del lavatorio de la barba de Sancho, la duquesa le pide que vaya con ella a conversar después de comer, y esto es lo que sucederá en el capítulo siguiente.