24 de junio de 2020

Don Quijote de la Mancha – Capítulos del 41 al 47 de la segunda parte

Capítulo cuadragésimo primero

En este capítulo el autor narra la venida de Clavileño y el viaje de don Quijote y Sancho montados en sus lomos hasta el reino de Cendaya.

Llegó en esto la noche, y con ella el punto determinado en que el famoso caballo Clavileño viniese, cuya tardanza fatigaba ya a don Quijote, pareciéndole que, pues Malambruno se detenía en enviarle, o que él no era el caballero para quien estaba guardada aquella aventura, o que Malambruno no osaba venir con él a singular batalla.
El viaje es un burla, preparada por los Duques, al más puro estilo de las novelas de caballerías.

Aquí, volvemos a encontrar el color verde como tantas otras veces, como premonitorio del comienzo de una nueva aventura.

Pero veis aquí cuando a deshora entraron por el jardín cuatro salvajes, vestidos todos de verde yedra, que sobre sus hombros traían un gran caballo de madera.
El capítulo está lleno de alusiones a tradiciones y obras literarias, como pasa en la obra de manera frecuente. Un ejemplo de esto es la alusión al canto II de la Eneida de Virgilio, donde se cuenta la historia del caballo de madera que llevaron como regalo a Troya.

–Si mal no me acuerdo, yo he leído en Virgilio aquello del Paladión de Troya, que fue un caballo de madera que los griegos presentaron a la diosa Palas, el cual iba preñado de caballeros armados, que después fueron la total ruina de Troya: y así será bien ver primero lo que Clavileño trae en su estómago.

En la historia de la literatura encontramos multitud de versiones sobre caballos voladores. En el cuento arábigo, aparece el caballo de ébano de Las Mil y una noches.

Esta tradición pasó a través de España a Francia y el trovero brabanzón, Adenet le Roi, compuso una larga novela en verso francés titulada Cléomadés o le cheval de fust. En esta novela, se narra como el héroe vuela con su amada, la princesa Clarmondine montados en un caballo de madera que tenía cuatro clavijas. Ella iba montada como mujer de manera similar a la que Sancho monta en Clavileño, debido a la dureza del caballo. Esto produce un efecto absolutamente grotesco.

De mal talante y poco a poco llegó a subir Sancho, y acomodándose lo mejor que pudo en las ancas, las halló algo duras y no nada blandas, y pidió al duque que, si fuese posible, le acomodasen de algún cojín o de alguna almohada, aunque fuese del estrado de su señora la duquesa, o del lecho de algún paje, porque las ancas de aquel caballo más parecían de mármol que de leño.

A esto dijo la Trifaldi que ningún jaez ni ningún género de adorno sufría sobre sí Clavileño; que lo que podía hacer era ponerse a mujeriegas, y que así no sentiría tanto la dureza. Hízolo así Sancho.

De esta novela viene Historia del muy valeroso y esforzado caballero Clamades, hijo de Marcaditas, rey de Castills y la linda Clarmonda, hija del rey de Toscana, obra escrita en Burgos en 1521. En esta obra, figuran dos amantes que van en un caballo de madera, ella montada como mujer, igual que Sancho. Aunque, en este capítulo esto tenga tintes absolutamente paródicos

Cervantes seguramente confundió esta obra con la de Pierre y la linda Magalona, En la que los amantes escapan en dos caballos distintos, que además no eran mágicos.

También, aquí, se hace alusión a la historia del doctor Eugenio de Torralba, que era un médico quiromántico, que contó ante el Tribunal del Santo Oficio que, con ayuda de un demonio familiar, viajo hasta Roma, donde puedo ver el saqueo de la ciudad por las tropas de Carlos I y donde murió el comandante de las tropas españolas, condestable Carlos de Borbón.

–No hagas tal –respondió don Quijote–, y acuérdate del verdadero cuento del Licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y que vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid donde dio cuenta de todo lo que había visto…

En principio, Sancho no estaba dispuesto a correr semejante aventura, en un caballo volador, arriesgándose a perder el gobierno de la ínsula, para quitar las barbas a aquellas dueñas.

–Suba sobre esta máquina el que tuviere ánimo para ello. –Aquí –dijo Sancho– yo no subo, porque ni tengo ánimo ni soy caballero.

Pero las dueñas insisten.

–Valeroso caballero, las promesas de Malambruno han sido ciertas, el caballo está en casa, muestras barbas crecen, y cada una de nosotras y con cada pelo dellas te suplicamos nos rapes y tundas, pues no está en más sino en que subas en él con tu escudero y des felice principio a vuestro viaje.

Y don Quijote responde de inmediato de forma positiva.

–Eso haré yo,señora condesa Trifaldi, de muy buen grado y de mejor talante, sin ponerme a tomar cojín, ni calzarme espuelas, por no detenerme; tanta es la gana que tengo de veros a vos, señora, y a todas estas dueñas rasas y mondas.

Finalmente, a petición del Duque, Sancho termina por ceder y montar en Clavileño, después de que el Duque le asegurara, que el gobierno de la ínsula seguiría siendo para él después del viaje.

–No más, señor –dijo Sancho–; yo soy un pobre escudero y no puedo llevar a cuestas tantas cortesías; suba mi amo, tápenme estos ojos y encomiéndenme a Dios, y avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme a Nuestro Señor o invocar loa ángeles que me favorezcan.

Como en todo el resto de la obra, en el rato que dura el viaje, don Quijote y Sancho no paran de dialogar, causando estos diálogos el regocijo de los presentes. Además, del hilarante final de viaje que les habían preparado.

Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa y los del jardín, de que recibían extraordinario contento; y queriendo dar remate a la extraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires, con extraño ruido, y dio con don Quijote y Sancho panza en el suelo medio chamuscados.

La aventura es burlesca y cruel, aunque la puesta en escena sea espectacular

Al terminar el viaje, se ven de manera increíble, en el mismo jardín del que partieron. Ven gente tirada en el suelo y llama su atención, una lanza clavada en la tierra con dos cordones verdes, color que vuelve a aparecer dando lugar a una nueva sorpresa, con un pergamino, en el que estaba escrito, que don Quijote había fallecido y todo había terminado bien y ajustado al gusto de Malambruno, con lo que el encantamiento se había roto. Además, del encantamiento de Dulcinea.

La aventura es ya acabada, sin daño de barras, como lo muestra claro el escrito que en aquel padrón está puesto.
Para este viaje celestial, Cervantes se inspira en la tradición literaria de los viajes celestiales como el Sommnium Scipionis de Cicerón hasta la Noche serena de Fray Luis de León.

Sancho continúa, aquí, teniendo un papel protagonista. Él aprovechándose de la situación cuenta una historia a los Duques sobre el tamaño diminuto que tenía la tierra desde la altura a la que se habían encontrado y su visita a las cabrillas. Sancho actúa como pícaro y su ascensión al cielo se puede comparar con el descenso de don Quijote a la cueva de Montesinos.

–Yo, señora, sentí que íbamos, según mi señor me dijo, volando por la región del fuego, y quise descubrirme un poco los ojos; pero mi amo, a quien pedí licencia para descubrirme, no la consintió; mas yo, que tengo no sé que briznas de curioso y de desear saber lo que me estorba y impide, bonitamente y sin que nadie lo viese, por junto a las narices aparté tanto cuanto el pañizuelo que me tapaba los ojos, y por allí miré hacia la tierra, y parecióme que toda ella no era mayor que un grano de mostaza, y los hombres que andaban sobre ella, poco mayores que avellanas, porque se vea cuán altos debíamos ir entonces.

 

Capítulo cuadragésimo segundo

Este capítulo, trata de los consejos que don Quijote le quiso dar a Sancho, antes de que este fuera a gobernar la ínsula. En el capítulo anterior, los Duques y demás asistentes habían quedado muy satisfechos de como había terminado la aventura de la Dolorida. Animados por el éxito, estos, con la ayuda de sus criados, estaban dispuestos a continuar con las burlas y la mejor ocasión que se presenta es la del gobierno de la ínsula prometida a Sancho.

Con el felice y gracioso suceso de la aventura de la Dolorida quedaron tan contentos los duques, que determinaron pasar con las burlas adelante, viendo el acomodado sujeto que tenían para que se tuviesen por veras; y así, habiendo dado la traza y órdenes que sus criados y sus vasallos habían de guardar con Sancho en el gobierno de la ínsula prometida, otro día, que fue el que sucedió al vuelo de Clavileño, dijo el duque a Sancho que se adeliñase y compusiese para ir a ser gobernador, que ya sus insulanos le estaban esperando como el agua de mayo.

Sancho, en un principio, no parecía estar tan dispuesto a encaminarse a gobernar la ínsula Barataria, como lo estaba antes del viaje de Clavileño.

–Después que bajé del cielo, y después que desde su alta cumbre miré la tierra y la vi tan pequeña, se templó en parte en mí la gana que tenía tan grande de ser gobernador, porque ¿qué grandeza es mandar en un grano de mostaza, o qué dignidad o imperio el gobernar a media docena de hombres tamaños como avellanas, que, a mi parecer, no había más en toda la tierra? Si vuestra Señoría fuese servido de darme una tantica parte del cielo , aunque no fuese más de media legua, la tomaría de mejor gana que la mayor ínsula del mundo.

El Duque le explica a Sancho, que es imposible que le pueda ofrecer una parte del cielo, pero que la ínsula es estupenda. Finalmente, Sancho acepta la ínsula.

–Ahora bien –respondió Sancho–, venga esa ínsula; que yo pugnaré por ser tal gobernador que a pesar de bellacos me vaya al cielo. Y esto no es por codicia que yo tenga de salir de mis casillas ni de levantarme a mayores, sino por el deseo que tengo de probar a qué sabe el ser gobernador

La ínsula no es más que una tierra, posesión de los Duques, que como siempre, lo único que pretenden es tomarles el pelo y divertirse. Comienza la burla y el Duque dice a Sancho que se tiene que vestir con ropas adecuadas a su cargo. Aunque, este siempre utilizando su sabiduría popular le dice:

–Vístanme –dijo Sancho– como quisieren; que de cualquier manera que vaya vestido seré Sacho Panza.

En ese momento, llega don Quijote. Ni don Quijote, ni Sancho sospechan que, el ofrecimiento del gobierno de la ínsula, es una broma del Duque. Don Quijote quiere darle unos cuantos consejos a Sancho para que tenga éxito en su gobernanza de la ínsula.

En este capítulo le dará unos consejos y en el siguiente seguirá con unos segundos consejos y posteriormente otros por carta. Don Quijote le dice a Sancho, que el solo quiere actuar como Catón y darle unos consejos. El primer es que actúe con temor a Dios y el segundo que se conozca a sí mismo para evitar que sus súbditos se den cuenta de su origen plebeyo y que sea prudente y haga hechos virtuosos.

Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.

Mira, Sancho: si tomas por medio la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen príncipes y señores; porque la sangre se hereda, y la virtud se aquista, y la virtud vale por si sola lo que la sangre no vale.

También, le aconseja que pula a su mujer, si se la trae a la ínsula con él, para que no desperdicie sus ganancias y que si quedara viudo, eligiera una mujer adecuada para la posición del marido.

Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala, y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta, si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla; porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida.

Asimismo, le aconseja mostrarse dadivoso y clemente con el culpado, porque está mejor visto ser misericordioso que justo. Además, le dice que no se deje embaucar por una mujer hermosa que pide justicia, sino fijarse en la sustancia del hecho.

Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlos en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena; que los yerros que en ella hicieres, las mas veces serán sin remedio, y si le tuvieren será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se enegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros, Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu juridicción considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente; porque aunque los atributos de dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia, que el de la justicia.

Según don Quijote, estos consejos le harán a Sancho un buen gobernador.

 

Capítulo cuadragésimo tercero

En este capítulo don Quijote dará sus segundos consejos a Sancho para el gobierno de la ínsula.
Sancho le hace caso y le atiendo con suma atención.

Atentísimamente le escuchaba Sancho, y procuraba conservar en la memoria sus consejos, como quien pensaba guardarlos y salir por ellos a buen parto de la preñez de su gobierno.

Aquí, don Quijote va a hacer más hincapié en los aspectos externos como su aseo, lo que no debe de comer para no parecer plebeyo, beber poco para no hablar más de la cuenta, no eructar etc.

–En lo que toca a cómo as de gobernar tu persona y casa, Sancho, lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas, sin dejarlas crecer, como algunos hacen, a quien su ignorancia les ha dado a entender que las uñas largas les hermosean las manos, como si aquel excremento y añadidura que se dejan de cortar fuese uña, siendo antes garras de cernícalo lagartijero: puerco y extraordinario abuso. No andes, Sancho, desceñido y flojo; que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado, si ya la descompostura y flojedad no cae debajo de socarronería, como se juzgó en la de Julio César.

Asimismo, le da consejos para vestir a sus criados.

Toma con discreción el pulso a lo que pudiere valer tu oficio, y si sufriere que des librea a tus criados, dásela honesta y provechosa más que vistosa y bizarra, y repártela entre tus criados y los pobres: quiero decir que si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo…
Hay una crítica velada a las clases altas, que se visten y actúan para aparentar y de esta manera engañar y ocultar cosas.

Todos estos consejos están presentados de manera clara y concisa, pero si se ahonda en ellos se puede ver en numerosas ocasiones su sentido burlesco.
Don Quijote como siempre da mucha importancia al lenguaje y le da a Sancho también algún consejo en este sentido. Cuando don Quijote y Sancho discuten por los términos eructar y regoldar, hace un alegato en favor del lenguaje refinado. Cervantes queda por encima de la discusión porque a él lo que le interesa es, precisamente, que se suscite esta discusión.

Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de eructar delante de nadie. –Eso de eructar no entiendo –dijo Sancho. Y don Quijote le dijo: –Eructar, Sancho, quiere decir regoldar, y éste es uno de los más torpes vocablos que tiene la lengua castellana, aunque es muy significativo; y así, la gente curiosa se ha acogido al latín y al regoldar dice eructar y a los regüeldos, eructaciones, y cuando algunos no entienden estos términos, importa poco, que el uso los irá introduciendo con el tiempo, que con facilidad se entiendan y esto es enriquecer la lengua, sobre quien tiene poder el vulgo y el uso.

Don Quijote, también le aconseja no usar tantos refranes al hablar.

–También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.
Sancho contesta:

Mas yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo; que en casa llena, presto se guisa la cena; y quien destaja no baraja; y a buen salvo está el que repica; y el dar y el tener, seso ha menester.

Don Quijote se enfada por la concatenación de refranes.

–¡Oh maldito seas de Dios, Sancho! –dijo a esta sazón don Quijote–. ¡Sesenta mil satanases te lleven a ti y a tus refranes! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormento. Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca; por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos, o ha de haber entre ellos comunidades.

También, Cervantes utiliza la expresión ni un solo negro en la uña, no solo para referirse a lo físico, sino al pecado que ennegrece el alma.

Para don Quijote hay un antes y un después, tras la aventura de la cueva de Montesinos y para Sancho es el viaje en Clavileño y haber podido observar la pequeñez del mundo.

Don Quijote termina de dar los consejos a Sancho.

Y dejemos esto aquí, Sancho; que si mal gobernares, tuya será la culpa, y mía la vergüenza; mas consuélome que he hecho lo que debía en aconsejarte con las veras y con la discreción a mí posible; con esto salgo de mi obligación y de mi promesa.

 

Capítulo cuadragésimo cuarto

Este capítulo sirve de puente a la estancia que han pasado don Quijote y Sancho en el castillo de los Duques y el viaje que emprende Sancho para tomar posesión del gobierno de la ínsula.

Cervantes utiliza dos intervenciones de Cide Hamete Benengeli para resaltar la importancia del momento de la separación de escudero y caballero.

La primera es la que se hace entre dos alusiones a la comida del día de la marcha de Sancho. Es un comentario que hace Hamete Benengeli sobre como se limita en esta segunda parte la intercalación de novelas distintas a la trama principal. Benengeli comenta que le resulta mucho más difícil la narración ciñéndose exclusivamente a la historia principal.

Dicen que en el propio original desta historia se lee que llegando Cide Hamete a escribir este capitulo, no le tradujo su intérprete como él le había escrito, que fue un modo de queja que tuvo el moro de sí mismo, por haber tomado entre manos una historia tan seca y tan limitada, como esta de don Quijote, por parecerle que siempre había de hablar dél y de Sancho, sin osar extenderse a otras digresiones y episodios más graves y más entretenidos; y decía que el ir siempre atenido el entendimiento, la mano y la pluma a escribir de un solo sujeto y hablar por las bocas de pocas personas era un trabajo incomportable, cuyo fruto no redundaba en el de su autor, y que por huir deste inconveniente había usado en la primera parte del artificio de algunas novelas, como fueron la del Curioso impertinente y la del Capitán cautivo, que están como separadas de la historia, puesto que las demás que allí se cuentan son casos sucedidos al mismo don Quijote, que no podían dejar de escribirse.

Es llamativo que se haga esta reflexión aquí, cuando ha comenzado a utilizarse otro recurso que consiste en intercalar un capítulo para Sancho y otro para don Quijote.

Cervantes retoma aquí, un asunto que ya había comentado con anterioridad al principio de esta segunda parte a través del personaje de Sansón Carrasco.

La segunda intervención de Hamete Benengeli, no tiene nada que ver con la primera. Cuenta un pequeño inconveniente que le sucede a don Quijote, cuando se retira a su cuarto después de la cena de ese mismo día. La anécdota trata del tema de la pobreza vergonzosa de los hidalgos de la época.

Yo, aunque moro, bien sé, por la comunicación que he tenido con cristianos, que la santidad consiste en la caridad, humildad, fee, obediencia y pobreza; pero, con todo eso, digo que ha de tener mucho de Dios el que se viniere a contentar con ser pobre, si no es de aquel modo de pobreza de quien dice uno se sus mayores santos: Tened todas las cosas como si no las tuviésedes; y a esto llaman pobreza de espíritu; pero tú, segunda pobreza, que eres de la que yo hablo, ¿por qué quieres estrellarte con los hidalgos y bien nacidos más que con la otra gente? ¿Por qué los obligas a dar pantalia a los zapatos, y a que los botones de sus ropillas unos sean de seda, y otros de cerdas, y otros de vidro? ¿Por qué sus cuellos, por la mayor parte, han de ser siempre escarolados, y no abiertos con molde?…

La marcha de Sancho es decisiva para el desarrollo de la obra, pero tampoco parece dársele la importancia, ni el espacio, que parecería justo dedicarle.
Sin embargo, se le dedica tiempo a la discusión que mantienen Sancho y don Quijote, en el momento de la partida de Sancho por el parecido del rostro de uno de sus acompañantes y la Trifaldi. Esto le confiere un tono jocoso a la narración.

Digo, pues, que acaeció que así como Sancho vio al tal mayordomo, se le figuró en su rostro el mesmo de la Trifaldi, y volviéndose a su señor, le dijo: –Señor, o a mí me ha de llevar el diablo de aquí de donde estoy, en justo y en creyente, o vuestra merced me ha de confesar que el rostro deste mayordomo del duque, que aquí está, es el memo de la Dolorida. Miró don Quijote atentamente al mayordomo, y habiéndole mirado, dijo a Sancho: –No hay para qué te lleve el diablo, Sancho, no en justo ni en creyente, que no sé lo que quieres decir; que el rostro de la Dolorida es el del mayordomo, pero no por eso el mayordomo es la Dolorida; que a serlo, implicaría contradicción muy grande, y no es tiempo ahora de hacer estas averiguaciones, que sería entrarnos en intricados laberintos.

Don Quijote se queda, finalmente, solo.

Cuéntase, pues, que apenas se hubo partido Sancho, cuando don Quijote sintió su soledad, y si le fuera posible revocarle la omisión y quitarle el gobierno, lo hiciera.

La Duquesa le propone que le atiendan cuatro de sus más hermosas doncellas, para suplir a Sancho, en su cuidado personal.

–Verdad es, señora mía –respondió don Quijote–, que siento la ausencia de Sancho; pero no es ésa la causa principal que me hace parecer que estoy triste, y de los muchos ofrecimientos que Vuestra Excelencia me hace solamente acepto y escojo el de la voluntad con que se me hacen, y de lo demás, suplico a Vuestra Excelencia que dentro de mi aposento consienta y permita que yo solo sea el que me sirva.

Aquí, se introduce el tema de los atentados a su pudor y a las tentaciones que se le plantean y ponen a prueba su fidelidad a Dulcinea.

De nuevo nuevas gracias dio don Quijote a la duquesa, y en cenando, don Quijote se retiró en su aposento, solo, sin consentir que nadie entrase con él a servirle: tanto se temía de encontrar ocasiones que le moviesen o forzasen a perder el honesto decoro que a su señora Dulcinea guardaba, siempre puesta en la imaginación la bondad de Amadís, flor y espejo de los andantes caballeros.

Además aparece Altisidora, una de las doncellas de la Duquesa, que debajo de su ventana y acompañada de una hermosa música le declara su amor.

Tanto el ofrecimiento de la Duquesa para que le atendieran de forma personal las cuatro doncellas, como la declaración de Altisidora, bajo su ventana son situaciones eróticas que se aprovechaban habitualmente en los libros de caballerías.

El mismo Cervantes hace un comentario sobre las reminiscencias librescas que la declaración de amor de Altisidora tiene en don Quijote.

No deja de ser burlesco que una quinceañera declare su amor a un casi anciano de más de cincuenta años, bajo su ventana. No deja de ser llamativo que el nombre de la doncella tenga que ver con el de un vino. Esto demuestra lo provocativo de la situación casi imposible que se ha producido con esta declaración.

Altisidora era en aquella época como el Vega Sicilia de hoy. Por eso, debemos pensar que no era un nombre real, sino un nombre inventado para la ocasión y que fue cosa de los Duques. Además, ella misma dice Altisidora me llaman, no me llamo. Al mismo tiempo, canta todas sus virtudes, pero se comporta como una desvergonzada.

La declaración de Altisidora es una de tantas mentiras y engaños que se producen en el castillo, Cervantes hace con ello una crítica al vivir cortesano lleno de apariencias y carente de verdades. En el capítulo veintiuno de la primera parte, Cervantes ya hablaba con Sancho del amor de la infanta enamorada. Allí, quedó sin narrar ninguna aventura y aquí, se realiza. El patrón de esta narración se toma, claramente, del comportamiento de las infantas en los libros de caballerías.
Finalmente, don Quijote hace una declaración de su amor por Dulcinea y la lealtad que le debe como caballero.

Mirad, caterva enamorada, que para sola dulcinea soy de masa y de alfenique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar, para mí sola Dulcinea es la hermosa la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las de pero linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo.

Don Quijote cierra la ventana y da paso a Sancho Panza.

 

Capítulo cuadragésimo quinto

Este capítulo narra cómo Sancho tomó posesión de la ínsula y como comenzó a gobernar.

En el principio se hace una alusión jocosa a la costumbre de mover las cantimploras en los cubos de nieve para enfriar el agua. Además se hace una descripción del amanecer mitológico.

¡Oh perpetuo descubridor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo, meneo dulce de las cantimploras, Timbrio aquí, Febo allí, tirador acá, medico acullá, padre de la Poesía, inventor de la Música, tú que siempre sales y, aunque lo parece, nunca te pones! A ti digo, ¡oh sol, con cuya ayuda el hombre engendra al hombre! a ti digo que me favorezcas, y alumbres la escuridad de mi ingenio, para que pueda discurrir por sus puntos en la narración del gobierno del gran Sancho Panza; que sin ti, yo me siento tibio, desmazalado y confuso.

La ínsula que el Duque ofrece a Sancho se llama Barataria.

Digo, pues, que con todo su acompañamiento llegó Sancho a un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el duque tenía. Diéronle a entender que se llamaba la ínsula Barataria, o ya porque el lugar se llamaba Baratario, o ya por el barato con que se le había dado el gobierno.

Lo que en principio se presenta no es un mundo aparentemente irreal o extraordinario y la discusión que se suscita por el don era algo que estaba en reflexión en algunas corrientes críticas de la época.

–Y ¿a quién llaman don Sancho Panza? –preguntó Sancho. –A Vuestra Señoría –respondió el mayordomo–; que en esta ínsula no ha entrado otro Panza sino el que está sentado en esa silla. –Pues advertid hermano –dijo Sancho–, que yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi agüelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas; y yo imagino que en esta ínsula debe de haber más dones que piedras; pero basta: Dios me entiende, y podrá ser que si el gobierno me dura cuatro días yo escardaré estos dones, que, por la muchedumbre, deben de enfadar como los mosquitos.
Cuando Sancho llega a Barataria, le presentan tres pleitos que tiene que solucionar con su ingenio.

El primero es un pleito risible, que Sancho resuelve sin problemas, repartiendo las costas a medias. Esta sentencia podría pertenecer a una tradición oral, aunque quizá apareciera por primera vez en el Quijote.

–Paréceme que en este pleito no ha de haber largas dilaciones, sino juzgar luego a juicio de buen varón, y así, yo doy por sentencia que el sastre pierda las hechuras, y el labrador el paño y las caperuzas se lleven a los presos de la cárcel, y no haya más.

La segunda, sin embargo la del báculo de los escudos, aparece en los exempla (Libro de los ejemplos y Espéculo de los legos) y la resuelve de manera salomónica.

–Dadme, buen hombre, ese báculo; que le he menester. –De muy buena gana –respondió el viejo–: hele aquí, señor. Y púsosele en la mano. Tomóle Sancho, y dándosele al otro viejo, le dijo: –Andad con Dios, que ya vais pagado, –¿Yo Señor? –respondió el viejo–. Pues ¿vale esta cañaheja diez escudos de oro? –Sí –dijo el gobernador–; o si no, yo soy el mayor porro del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino . Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron diez escudos de oro. Quedaron todos admirados y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón.

Todos quedaron asombrados de la perspicacia de Sancho y no entendían como había adivinado que en el báculo estaban los escudos de oro.
…y respondió que de haberle visto dar al viejo que juraba, a su contrario, aquel báculo, en tanto que hacía el juramente, y jurar que se lo había dado real y verdaderamente, y que en acabando de jurar le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro dél estaba la paga de los que perdían.

Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hecho y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por discreto. la tercera, la de la mujer violada, aparece en el Norte de los estados de fray Francisco de Osuna.

Aquí, se produce un suceso, que aun hoy en día está de actualidad. La mujer violada, consintió o no consintió. El ganadero dice que fornicaron juntos, con lo que entendemos que hubo consentimiento y además, él declara haberle pagado, pero ella insistió en llevarle frente al gobernador porque se había sentido violada.

Entonces el gobernador le preguntó si traía consigo algún dinero en plata. Él dijo que hasta veinte ducados tenía en el seno, en una bolsa de cuero. Mandó que la sacase y se la entregase, así como estaba, a la querellante; él lo hizo temblando; tomóla la mujer, y haciendo mil zalemas a todos y rogando a dios por la vida y salud del señor gobernador, que así miraba por las huérfanas menesterosas y doncellas; y con esto se salió del juzgado, llevando la bolsa asida con entrambas manos, aunque primero miró si era de plata la moneda que llevaba dentro.

Sancho mando al hombre correr tras ella y quitarle la bolsa y volver con la mujer delante de él. No fue posible quitarle la bolsa y la mujer volvió, pero con la bolsa en su regazo.

Entonces, Sancho sentenció.

–Hermana mía, si el mismo aliento y valor que habéis mostrado para defender esta bolsa le mostrárades, y aun la mitas menos, para defender vuestro cuerpo, las fuerzas de Hércules no os hicieran fuerza . Andad con Dios, y mucho de enhoramala, no paréis en toda esta ínsula ni en siete leguas a la redonda, so pena de docientos azotes. Andad luego digo, churrillera, desvergonzada y embaidora!

Tanto el episodio del báculo y los escudos de oro, como el de la mujer violada, pertenecen a la tradición escrita.

…y los circunstantes quedaron admirados de nuevo de los juicios y sentencias de sus nuevo gobernador, Todo lo cual, notado de su coronista, fue luego escrito al duque, que con gran deseo lo estaba esperando.

Las soluciones que Sancho da a los problemas que se le presentan, le presupone una cultura que excede a sus posibilidades. La única solución es presuponer que estas sentencias llegaran a él de forma oral.

Parece extraño, que Cervantes no utilizara alguna de las sentencias ampliamente difundidas en aquel momento. No le quiso dar al relato esa verosimilitud, como recomendaban las normas de la época, quizá porque quería que un hombre rústico y campesino como Sancho participara de la cultura escrita.

Los burladores se ven en este caso burlados.

 

Capítulo cuadragésimo sexto

En la alternancia de capítulos para don Quijote y Sancho, aquí, es el turno de don Quijote. Se retoma, en este capítulo, el asunto de los amores de Altisidora, que había comenzado en el capítulo cuadragésimo cuarto.

La narración pasará rápidamente de la noche de la declaración bajo la ventana de don Quijote, primero a la mañana y después a la noche siguiente, en la que don Quijote responde a Altisidora con un romance en el que le desengaña y le dice que se dedique a sus labores.

Don Quijote, al salir de su aposento, se encuentra con Altisidora y otra doncella. Atisidora se desmaya al ver al caballero y este le dice a la amiga, que le preparen un laúd para la noche.

–Haga vuesa merced, señora, que se ponga un laúd esta noche en mi aposento; que yo consolaré lo mejor que pudiere a esta lastimada doncella; que en los principios amorosos los desengaños prestos suelen ser remedios calificados.

Los Duques y las doncellas prepararon una burla para esa misma noche.

Fueron luego a dar cuenta a la duquesa de los que pasaba y del laúd que pedía don Quijote, y ella, alegre sobremodo, concertó con el duque y con sus doncellas de hacerle una burla que fuese más risueña que dañosa…

Al mismo tiempo, la duquesa mandó a un paje suyo a llevar la carta y la ropa que Sancho había dejado para su mujer.

Cuando llego la noche, don Quijote llegó a su habitación y tomando la vihuela, que allí le habían dejado, abrió la ventana y se puso a cantar un romance, que él mismo había compuesto para desengañar a la doncella Altisidora.

Los Duques, Altisidora, y casi todos los del castillo lo estaban escuchando. Pero, en ese momento, su habitación se ve envuelta en un ensordecedor ruido de cencerros descolgados por la ventana y dos o tres de los gatos, también descolgados, entrarán en la habitación.

…cuando de improviso, desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían ma´s de cien cencerros asidos, y luego, tras ellos, derramaron un gran saco de gatos, que s¡asimismo traían cencerros menores atados a las colas, Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó…

Los gatos asustados apagan las velas que iluminaban la habitación y se mueven por ella, sin parar, buscando como salir de allí.

Don Quijote piensa que es otro de los encantamientos, producto de aquellos enemigos que le persiguen. Este arremete en una feroz batalla contra los gatos.

–¡Afuera, malignos encantadores! ¡Afuera, canalla hechiceresca; que yo soy don Quijote de la Mancha, contra quien no valen ni tiene fuerza vuestras malas intenciones!
Altisidora, a pesar de las malas condiciones en las que queda don Quijote, le dice que lo malo le pasa por su culpa.

–Todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero el azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni tú lo goces, ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendo yo que te adoro.

Pero los Duques se asustan de su propia broma y al oír los gritos de don Quijote acuden en su ayuda.

A todo esto no respondió don Quijote otra palabra si no fue dar un profundo suspiro, y luego se tendió en su lecho, agradeciendo a los duques la merced no porque él tenía temor de aquella canalla gatesca, encantadora, y cencerruna, sino porque había conocido la buena intención con que habían venido a socorrerle.

Le curaron con aceite de Aparicio, que era un aceite para curar heridas, que había inventado un médico del siglo XVI, llamado Aparicio Zubia.

Los arañazos, que le propina el más fiero de los gatos, le mantendrán encerrado durante cinco días y postrado en la cama.

Esta burla de los gatos, es una de las más sorprendentes para las personas de hoy en día, y en aquella época sería lo que llamarían una burla pesada.

Era un tipo de burla, que no debería haberse producido entre cortesanos. Por eso, Cervantes señala que, aunque la burla resulta pesada para la víctima de la misma, también los organizadores quedan pesarosos, sabiendo que actuaron mal y que han causado daño a la persona burlada.

Los duques le dejaron sosegar, y se fueron, pesarosos del mal suceso de la burla; que no creyeron que tan pesada y costosa le saliera a don quijote aquella aventura.
Al final del capítulo, Cervantes adelanta, que viene otra aventura para don Quijote, esta vez gozosa. Pero ahora es el turno de Sancho.

 

Capítulo cuadragésimo séptimo

En este capítulo, es el turno de Sancho. En el se toca el tema de la comida escamoteada, ya escenificado por Lope de Rueda en El deleitoso.

Cuenta la historia que desde el juzgado llevaron a Sancho Panza a un suntuoso palacio adonde en una gran sala estaba puesta una real y limpísima mesa; y así como Sancho entró en la sala, sonaron chirimías, y salieron cuatro pajes a darle aguamanos, que Sancho recibió con mucha gravedad.

Al lado de la mesa, donde Sancho iba a comer, había un médico, que según iban sirviéndole platos a Sancho, iba ordenando que se los retiraran.

Sancho le pide explicaciones y este le responde que él solo vela por su salud. En una de las explicaciones habla del maestro Hipócrates. Este médico, que está llevando a cabo este episodio burlesco, deforma el aforismo popular, que no es de Hipócrates y cambia la voz panis (pan) por perdices.

Sancho, que estaba perdiendo la paciencia, le pregunta al médico su nombre y el lugar donde ha estudiado. Este le responde que se llama Pedro Recio de Agüero y que ha estudiado en la universidad de Osuna. Esta era una universidad de las llamadas Universidades Menores, y tenía muy poco prestigio. Esta universidad era objeto constante de críticas por la mala calidad de su enseñanza.

En la respuesta que le da Sancho cambia el nombre del médico y le nombra como Pedro de Mal Agüero.

–Pues señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Carauel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, sin no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando or él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorante; que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondrá sobre mi cabeza y los honraré como apersonas divinas. Y vuelvo a decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no, tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza, y pídanmelo en residencia, que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república. Y denme de comer, o si no, tómese su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.

La discusión queda interrumpida por un correo del Duque. El secretario de Sancho se presenta en ese momento.

–¿Quien es aquí mi secretario? Y uno de los que presentes estaban respondió: –Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno.

Los secretarios vascos tenían un prestigio especial por su lealtad, pero aquí parece que lo trata de forma irónica.

La carta le hablaba de una serie de peligros que le amenazaban, en particular uno que hablaba de no comer nada que le presenten por miedo al envenenamiento.

A lo que Sancho contesta.

–Lo que agora se ha de hacer, y ha de ser luego, es meter en un calabozo al doctor Recio, porque si alguno me ha de matar ha de ser él, y de muerte adminícula y pésima, como es la del hambre.

Sancho se dispone a comer unas uvas y pan siguiendo los consejos del Duque y evitará comer los platos cocinados que le han presentado. Además, dice que sí hay que batallar o estar alerta, no se puede estar con el estómago vacío.

Y álcense estos manteles, y denme a mí de comer; que yo me avendré con cuantas espías y matadores y encantadores vinieren sobre mí y sobre mi ínsula.

Sancho envía una carta de vuelta al Duque acusando el recibo de su misiva y aprovecha para saludar a la Duquesa, a don Quijote y también, recordarles que hay que enviar su carta a Teresa Panza, su mujer.

Sancho, sin poder tener un minuto de descanso, recibe a continuación a un paje que le anuncia a un labrador que viene con un nuevo problema. Finalmente, todo el problema se resume en una petición de seiscientos ducados, que le encolerizará.

–¡Voto a tal, don patán rústico y mal mirado, que si no os apartáis y ascondéis luego de mi presencia, que con esta silla os rompa y abra la cabeza! Hideputa bellaco, pintor del mesmo demonio, ¿y a estas horas te vienes a pedirme seiscientos ducados? Y ¿dónde los tengo yo, hediondo? Y ¿Por qué te los había de dar aunque los tuviera, socarrón y mentecato?

En las escenas judiciales, se presenta la burla descarnada y Sancho comienza a ver que el gobierno de la ínsula no va a durarle mucho. Salió triunfante de la pruebas de ingenio, pero no sale tan airoso de las burlas que ponen a prueba su paciencia. Tanto frente al labrador como ante el médico, pierde la paciencia y amenaza con romper la cabeza a los bromistas. Así que, retoma el uso de los refranes y abandona el lenguaje culto que había adoptado al tomar posesión de su cargo, desoyendo los consejos de don Quijote.

4 de junio de 2020

Don Quijote de la Mancha – Capítulos del 33 al 40 de la segunda parte

Capítulo trigésimo tercero
Este capítulo es fundamental para el desarrollo de uno de los temas más importantes de esta segunda parte: el encantamiento de Dulcinea.
El capítulo comienza con Sancho sentándose al lado de la Duquesa para charlar. Lo hace con una expresión que indica que se sienta en un asiento de alto honor, refiriéndose al escaño de marfil que el Cid ganó al rey Búcar en la conquista de Valencia..
…la cual, con el gusto que tenía de oírle, le hizo sentar junto a sí en una silla baja, aunque Sancho, de puro bien criado no quería sentarse; pero la duquesa le dijo que se sentase como gobernador y hablase como escudero, puesto que por entrambas cosas merecía el mismo escaño del Cid Ruy Díaz Campeador
Hasta este momento, solo Sancho y don Quijote han tenido algo que ver con el desarrollo de este tema. Sancho con su engaño de la moza labradora y don Quijote en la cueva de Montesinos.
En la conversación que mantiene Sancho con la Duquesa, esta se entera por boca de Sancho de la historia de Dulcinea y esto servirá para posteriores episodios.
Pues como yo tengo esto en el magín, me atrevo a hacerle creer lo que no lleva pies ni cabeza, como fue aquello de la respuesta dela carta, y lo de habrá seis o ocho días, que aún no está en historia, conviene a saber: lo del encanto de mi señora Dulcinea, que le he dado a entender que está encantada, no siendo más verdad que por los cerros de Úbeda.
El capítulo tiene numerosos elementos jocosos en el habla de Sancho, particularmente, con sus constantes refranes, que a veces se ajustan a la forma normal popular y otras son adaptaciones que de ellos hace Sancho y cuando se refiere a su asno o a la dueña Rodríguez. Todo esto, es lo que tiene encantada a la Duquesa con la  compañía de Sancho e indica el gusto del lector medio de aquella época.
Sancho manifiesta también ante la Duquesa el cariño que le tiene a don Quijote, aunque le tiene por loco.
…lo primero que digo es que yo tengo a mi señor don Quijote por loco rematado, puesto que algunas veces dice cosas que , a mi parecer, y aun de todos aquellos que le escucha, son tan discretas y por an buen carril encaminadas, que el mesmo Satanás no las podría decir mejores; pero, con todo esto, verdaderamente y sin escrúpulo, a mí se me ha asentado que  es un mentecato.
…que si yo fuera discreto, días ha que había e haber dejado a mi amo, Pero ésta fue mi suerte, y ésta mi maladanza; no puedo más; seguirle tengo: somos de un mismo lugar. he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos y, sobre todo, yo soy fiel,  así es imposible que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala  azadón .
Aquí, queda también patente la simplicidad de Sancho, que cree que con toda seguridad conseguirá ser gobernador. 
La duquesa le dice a Sancho:
No pudo la duquesa tener la risa oyendo la simplicidad de su dueña, ni dejo de admirarse en oír las razones y refranes de Sancho, a quien dijo: –Ya sabe el buen Sancho que o que una vez promete un caballero procura cumplirlo, aunque le cueste la vida. El duque, mi señor y marido, aunque no es de los andantes, no por eso deja de ser caballero, y así, cumplirá la palabra de la prometida ínsula, a pesar de la invidia y de la malicia del mundo. Esté Sancho de buen ánimo; que cundo menos lo piense se verá sentado en la silla de u ínsula y en la de su estado, y empuñará su gobierno, que con otro de brocado de tres altos lo deseche.
Y Sancho dice:
–Eso de gobernarlos bien –respondió Sancho– no hay para qué encargármelo, porque yo soy caritativo de mío y tengo compasión de los pobres, y a quien cuece y amasa, no le hurtes hogaza, y para mi santiguada que no me han de echr dado falso; soy perro viejo, y entiendo todo tus, tus, y sé despabilarme a sus tiempos y no consiento que me anden musarañas ante los ojos, porque sé dónde me aprieta el zapato…
Además, con respecto a la historia de Dulcinea termina por creerse treta de la Duquesa. Así que Sancho pasa a ser el engañador engañado.
Dice la duquesa:
…y créame Sancho que la villana a brincadora era y es Dulcinea del Toboso, que está encantada como la madre que la parió; y cuando menos nos pensemos, la habemos de ver en su propia figura, y entonces saldrá Sancho del engaño en que vive.
Dice Sancho:
–Bien puede ser todo eso –dijo Sancho Panza–; y agora quiero creer lo que  mi amo cuenta de lo que vio en la cueva e Montesinos, donde dice que vio a al señora Dulcinea del Toboso en el mesmo traje y hábito que yo dije que la había visto cuando la encanté por solo mi gusto; y todo debió de ser al revés, como vuesa merced, señora mía, dice, porque de mi ruin ingenio no se puede ni debe presumir que fabricase en un instante tan agudo embuste, ni creo yo que mi amo es tan loco, que con tan flaca y magra persuasión como la mía creyese una cosa tan fuera de todo término.
Capítulo trigésimo cuarto
Los Duques se muestran encantados son sus respectivas conversaciones con don Quijote y Sancho. Han tomado buena nota de la aventura de don Quijote en la cueva de Montesinos y están admirados de la simplicidad de Sancho, que ahora está dispuesto a creer en el encantamiento de Dulcinea.
…–pero de lo que más la duquesa se admiraba era que la simplicidad de Sancho fuese tanta, que hubiese venido a creer ser verdad infalible que Dulcinea del Toboso estuviese encantada, habiendo sido él mesmo el encantador y el embustero de aquel negocio–
Han intentado, que Sancho crea que la historia del encantamiento de Dulcinea es cierto, pero con ese engaño han conseguido que don Quijote dude de sí mismo. Don Quijote duda y va a dudar de lo que presencia y de lo que presenciará. Da la sensación de que don Quijote sigue el juego y se toma la broma a broma.
Por su parte, tampoco el lector sabe con certeza si sigue jugando o realmente se ha creído y se cree todo lo que le dicen y presencia.
Al comienzo del capítulo, se dice que don Quijote ya había contado a los Duques el episodio de la cueva de Montesinos, pero realmente fue Sancho el que lo contó.
…tomaron motivos de la que don Quijote ya es había contado de la cueva de Montesinos.
Los Duques invitan a don Quijote y Sancho a una montería y en ella aprovechan para continuar con sus burlas y dan indicaciones a sus criados de lo que tienen que hacer de allí a seis días.
…y así, habiendo dado orden a sus criados de todo lo que habían de hacer de allí a seis días le llevaron a caza de montería, con tanto aparato de monteros y cazadores como pudiera levar un rey coronado.
La caza desencadena la jocosa escena de Sancho subido en una encina a causa del pánico.
Yo no sé qué gusto se recibe de esperar a un animal que, si os alcanza con un colmillo, os puede quitar la vida; yo me acuerdo haber oído canta un romance antiguo que dice:
De los oso seas comido
como Favila el nombrado
Estos versos pertenecen a un antiguo romance del siglo XVI, se utilizaban como maldición porque a Favila, que era hijo de don Pelayo, le mató un osos en una cacería en el año 739.
El Duque dice a Sancho que cuando sea gobernador tendrá que acostumbrarse a las cacerías y Sacho dice:
Mía fe , señor, la caza y los pasatiempos más han de ser para los holgazanes que para los gobernadores.
Sancho utiliza varios refranes para argumentar su idea de lo que debe hacer un gobernador y aquí viene el enfado de don Quijote con Sancho por hablador.
–¡Maldito seas de Dios uy de todos sus santos, Sancho maldito -dijo don Quijote-, y cuándo será el día, como otras muchas veces he dicho, donde yo te vea habla sin refranes una razón corriente y concertada!
Repentinamente, oirán ruidos de guerra y aparecerá una caravana encabezada por un demonio que viene buscando a don Quijote. 
–Yo soy el Diablo; voy a busca a don Quijote de la Mancha; la gene que por aquí viene son seis tropas de encantadores, que sobre un carro triunfante traen a la sin par Dulcinea del Toboso. Encantada viene con el gallardo francés Montesinos, a dar orden a don Quijote de como ha de ser desencantada la tal señora.
Aquí, comienza uno de los episodios más vistosos, más cinematográficos, del Quijote y con más parafernalia.
Es aquí donde don Quijote duda de la realidad de lo sucedido en la cueva de Montesinos.
Renovóse la admiración en todos, especialmente en Sancho y don Quijote: en Sancho, en ver que, a despecho de la verdad, querían que estuviese encantada Dulcinea; en don Quijote, por no poder asegurarse si era verdad on no lo que le había pasado en la cueva de Montesinos. 
Este capítulo conecta con el siguiente, donde se va a explicar la forma de desencantar a Dulcinea.
            Capítulo trigésimo quinto
El capítulo comienza con el desfile, digno de las mejores fiestas de la época.
Al compás de la agradable música vieron que hacia ellos venía un carro de los que llaman triunfales, tirado de seis mulas pardas, encubertadas, empero, de lienzo blanco , y sobre cada una venía un diciplinante de luz, asimesmo vestido de blanco, con na hacha de cera grande, encendida, en la mano, era el carro dos veces, u aun tres, mayor que los pasados, y los lados, y encima dél, ocupaban doce otros diciplinantes albos como la nieve…
En nuestra concepción de la burla, la que hacen los Duques y los criados estaría mal vista en la actualidad, pero en aquella época no se ve como tal. Las críticas tienden a ceñirse al comentario final de Benengeli “tiene par si ser tan locos los burlados como los burladores”, pero no tienen en cuenta las numerosas valoraciones favorables que se hacen anteriormente.
Hay que observar la importancia que se le da a la propiedad y discreción de la burla, de su brillo y de lo adecuada que está al estilo caballeresco. Todo esto facilitado por la posición, la educación y el sentido del humor de los Duques.
Las burlas que tienen lugar en este capítulo son auténticos espectáculos teatrales, fiestas de palacio con sus batallas fingidas, sus mascaras, sus fuegos artificiales, muy del gusto del Renacimiento y el Barroco europeo y de la España de la época.
Contrasta con todo este boato y la manera en la que Merlín comunica a don Quijote que se debe de producir el desencantamiento de Dulcinea, lo  prosaico de la penitencia y que desencadenará las protestas de Sancho, negándose, en un principio a realizar lo que se le solicita para terminar con el encantamiento.
–Yo soy Merlin, aquel que las historias
dicen que tuve por mi padre al diablo
(mentira autorizada de los tiempos), 
príncipe de Mágica y monarca 
y archivo de la ciencia zoroástrica…
…a ti, valiente juntamente y discreto don Quijote, 
de La Mancha esplendor, de España estrella, 
que para recobrar su estado primo 
la sin par Dulcinea del Toboso,
es menester que Sancho, tu escudero,
se dé tres mil azotes y trecientos
en ambas sus valientes posaderas, 
al aire descubiertas, y de modo 
que le escuezan, le amarguen y le enfaden.
Después de la declaración de Merlín, casi todo el capítulo se ocupa en el diálogo que se produce ante la negativa de Sancho a cumplir la ridícula penitencia. 
¡Válate el diablo por modo de desencantar! ¡Yo no sé qué tienen que ver mis posas con los encantos! ¡Par Dios que si el señor Merlín no ha hallado otra manera como desencantar a la señora Dulcinea del Toboso, encantada se podrá ir a la sepultura!
Finalmente, Sancho ante las presiones de los demás, y particularmente por una serie de insultos que le dedica Dulcinea, decide aceptar, pero siempre que sea a su manera.
...peo pues todos me lo dicen, aunque yo no me lo veo, digo que soy contento de darme los tres mil y trecientos azotes con condición que me los tengo de dar cada y cuanto que yo quisiere, sin que se me ponga tasa en los días ni en el tiempo; y yo procuraré salir de la deuda lo más presto que sea posible, porque goce el mundo de la hermosura de la señora doña Dulcinea del Toboso, pues, según parece, al revés de lo que yo pensaba, en efecto es hermosa. Ha de ser también condición que no he de estar obligado a sacarme sangre con la diciplina y que si algunos azotes fueren de mosqueo, se me han de tomar en cuenta…
–¡Ea, pues, a la mano de Dios! –dijo Sancho–. Yo consiento en mi mala ventura, digo que yo acepto la penitencia, con las condiciones apuntadas.
La discusión que se suscita a cuenta de la penitencia es una discusión pueril, en la que cada uno mira por sus intereses.
Finalmente, habiendo aceptado Sancho la penitencia, pero con condiciones, la fiesta continúa.
Apenas dijo estas últimas palabras Sancho, cuando volvió a sonar la música de las chirimías y se volvieron a disparar infinitos arcabuces, y don Quijote se colgó del cuellos de Sancho dándole mil besos en la frente y en las mejillas. La duquesa y el duque y todos los circunstantes dieron muestras de haber recebido grandísimo contento, y el carro comenzó a caminar; y a pasar la hermosa Dulcinea inclinó la cabeza a los duques y hizo una gran reverencia a Sancho.
Capítulo trigésimo sexto
En este capítulo, se desvela al lector la identidad del que había representado el papel de Merlín, en el capítulo anterior, era un criado del Duque que, además, compone los versos donde quedan escritas las condiciones de la penitencia impuesta por Merlín y asumida por Sancho para el desencantamiento de Dulcinea.
Tenía un mayordomo el duque, de muy burlesco y desenfadado ingenio, el cual hizo la figura de Merlín y acomodó todo el aparato de la aventura pasada, compuso los versos y hizo que un paje hiciese a Dulcinea. Finalmente, con intervención de sus señores ordenó otra, del mas gracioso y extraño artificio que puede imaginarse.
Comienza el período en el que Sancho tiene que imponerse su penitencia y la Duquesa se interesará por ello.
Preguntó la duquesa a Sancho otro día si había comenzado la tarea de la penitencia que había de hacer por el desencanto de Dulcinea.
Sancho está cumpliendo la penitencia a su manera e intentando que sea lo más cómoda posible para él.
Dijo que sí, y que aquella noche se había dado cinco azotes. Preguntóle la duquesa que con qué se los había dado. Respondió que con la mano. –Eso –replicó la duquesa– más es darse de palmadas que de azotes. Yo tengo para mí que el sabio Merlín no estará contento con tanta blandura; menester será que el buen Sancho haga alguna disciplina de abrojos, o de las de canelones.
Los abrojos eran como un látigo que llevaba en la punta de cada cuerdecilla como unos botones metálicos para producir sangre con los azotes y los canelones eran parecidos, pero en la punta tenía gruesos nudos de cuerda para provocar cardenales.
Posteriormente a esa conversación, Sancho comunica a la Duquesa que ha escrito una carta a su mujer, Teresa, de los sucesos que está viviendo desde que llegó al castillo ducal, haciendo hincapié en la ínsula , de la que el Duque le ha concedido el gobierno.
Has de saber, Teresa, que tengo determinado que andes en coche, que se lo que hace al caso, porque todo otro andar es andar a gatas, Mujer de un gobernador eres.
Esta carta muestra de manera clara su ambición y su quijotización, dando crédito a la promesa del Duque respecto a la ínsula.
La carta está también llena de ternura y cariño. Su ambición siempre se manifiesta, dando la máxima importancia al bienestar de toda la familia.
De aquí a pocos días me partiré al gobierno, adonde voy con grandísimo deseo de hacer dineros, porque me han dicho que todos los gobernadores nuevos van con este mesmo deseo; tomaréle el pulso, y avisaréte si has de venir a estar conmigo, o no. El rucio está bueno, y se te encomienda mucho, y no le pienso dejar, aunque me llevaran a ser Gran Turco.
Todas estas cuestiones que venían de forma lineal, desde que llegaron don Quijote y Sancho al Castillo de los Duques, quedan interrumpidas por la aparición de tres músicos vestidos de negro y posteriormente seguidos de un personajes vestido de luto de altura descomunal y con el rostro cubierto por un velo negro, detrás del cual se adivina una larguísima barba blanca. Este declara ser el escudero de la condesa de Trifaldi, a la que llaman la dueña Dolorida y que viene pidiendo auxilio a don Quijote desde el reino de Candaya. 
La dueña Dolorida habla de su conocimiento de don Quijote, cuya fama ha traspasado los océanos. 
Y primero quiere saber si está en este vuestro castillo el valeroso y jamás vencido caballero don Quijote e la mancha, en cuya busca viene a pie y sin desayunarse desde el reino de Candaya hasta este vuestro estado, cosa que se puede y debe tener a milagro o a fuerza de encantamemento. 
…estupendo escudero, decirle que entre y que aquí está el valiente caballero don Quijote de la Mancha, de cuya condición generosa puede prometerse con seguridad todo amparo y toda ayuda…
Por descontado, que se trata de una burla urdida por los Duques.
–En fin, famoso caballero, no pueden las tinieblas de la malicia ni de la ignorancia encubrir y escurecer la luz del valor y de la virtud. Digo esto porque apenas ha seis días que la vuestra bondad está en este castillo, cuando ya os vienen a buscar de lueñas y apartada tierras, y no en carrozas ni en dromedarios, sino a pie y en ayunas, los triste, los afligidos, confinados que han de hallar en este fortísimo brazo el remedio de sus cuitas y ultrajados, merced a vuestra grandes hazañas, que corren y rodean todo lo descubierto de la tierra.
Aquí comienza una aventura, cuyo motivo es la dama menesterosa y injustamente perseguida que busca la ayuda de un caballero andante.
Y estando todos así suspensos, vieron entrar por el jardín adelante dos hombre vestidos de luto, tan luengo y tendido, que les arrastraba por el suelo; éstos venían tocando dos grandes tambores, asimismo cubiertos de negro. A su lado venía el pífaro, negro y pizmiento como los demás. Seguía a los tres un personaje de cuerpo agigantado, amantado, no que vestido, con una negrísima loba, cuya falda era asimismo desaforada de grande. Por encima de la loba le ceñía y atravesaba un ancho tahelí, también negro, de quien pendía un desmesurado alfanje de guarniciones y vaina negra . Venía cubierto el rostro con un trasparente velo negro, por quien se entreparecía una longísima barba blanca como la nieve…
Esta historia podría ser comparable a la de la princesa Micomicona de la primera parte de la obra.
Por supuesto, que don Quijote accederá encantado a socorrer a dicha dama. 
Capítulo trigésimo séptimo
En este capítulo, prosigue la aventura de la dueña Dolorida, aunque se produce un paréntesis, porque aquí Sancho, de forma inesperada, realizará nuevamente una diatriba contra las dueñas.
¡Válame Dios, y qué mal estaba con ellas el tal boticario! De lo que yo saco que, pues todas las dueñas son enfadosas e impertinentes, de cualquiera calidad y condición que sean, ¿qué serán las que son doloridas, como han dicho que es esta condesa Tres Faldas, o Tres Colas? Que en mi tierra faldas y colas, colas y faldas, todo es uno.
La razón principal por la que Sancho hace esta diatriba, es el miedo a perder el gobierno de la ínsula prometida por el Duque. Sancho piensa que si don Quijote se ve obligado a ir al reino de donde viene la dueña Dolorida, él, como escudero, no tendrá otro remedio que marcharse con don Quijote, siguiendo las leyes de la caballería andante. De esta manera, se le alejaría la posibilidad de conseguir el gobierno de la ínsula, que tenía prácticamente conseguido. 
Pero don Quijote se enfada ante el comentario de Sancho y le explica que esta dueña es de alta categoría. Hay dueñas pobres y de bajo linaje, que ocupan posiciones humildes en los palacios, pero la dueña Dolorida es una condesa y la más antigua y principal de la reina madre, perteneciente a las dueñas de alta categoría.
–Calla, Sancho amigo –dijo don Quijote–; que pues esta señora dueña de tan lueñas tierras viene a buscarme, no debe ser de aquellas que el boticario tenía en su número; cuanto más que ésta es condesa, y cuando las condesas sirven de dueñas, será sirviendo a reinas y a emperatrices, que en sus casas son señorísimas que se sirven de otras dueñas.
En este pasaje, recordando el problema que Sancho tuvo con la dueña Rodríguez, se vuelve a traer al primer plano aquella disputa y esta hace una defensa de las dueñas, de manera vehemente. 
–Siempre los escuderos –respondió doña Rodríquez– son enemigos nuestros; que como son duendes de las antesalas y nos veen cada paso, los ratos que no rezan, que son muchos, los gastan en murmurar de nosotras, desenterrándonos los huesos y enterrándonos la fama. Pues mándoles yo a los leños movibles que, mal que les pese, hemos de vivir en el mundo, y en las casas principales, aunque muramos de hambre y cubramos con un negro monjil nuestra delicadas o no delicadas carnes, como quien cubre o tapa un muladar con tapiz en día de procesión. A fe que si me fuera dado, y el tiempo lo pidiera, que yo diera a entender, no sólo a los presentes, sino a todo el mundo, como no hay virtud que no se encierre en una dueña.
Además, añade que Sancho como escudero, actúa como el resto de escuderos, que siempre actúan en contra de las dueñas.
A lo que Sancho respondió: –Después que tengo hunos de gobernador se me ha quitado los vaguidos de escudero, y no se me da por cuantas dueñas hay un cabrahigo.
El tema de la mala reputación de las dueñas de servidumbre era un tema clásico en la literatura de la época. Se las tachaba de ociosas y malmetedoras, así como de actuar como medianeras. 
Aquí, Cervantes elige un tema perteneciente al folclore de la época, como ya ha hecho en otras ocasiones.
Como veremos en estos capítulos también la dueña Dolorida es un personaje polionomásico, es decir, con distintos nombres para un mismo personaje: dueña Dolorida, condesa de Trifaldi, condesa Tras Faldas , Tres colas, etc. Los últimos nombres están formados por derivación sinonímica. 
Al final del capítulo, después de la discusión sobre las dueñas, se une un tema con otro y se retoma la aventura de la dueña Dolorida, que dará paso al capítulo siguiente.
–Por lo que tiene de condesa –respondió Sancho, antes que el duque respondiese–, bien estoy en que vuestras grandezas salgan a recebirla; pero por lo de dueña, soy de parecer que no se muevan un paso.
–Así es, como Sancho dice –dijo el duque–; veremos el talle de la condesa, y por él tantearemos la cortesía que se le debe.
En eso, entraron los tambores y el pífano, como la vez primera.
Capítulo trigésimo octavo
Los dos capítulos anteriores son la introducción a la aventura de la dueña Dolorida. En este capítulo, aparecerá la dueña de forma muy aparatosa, seguida de otras doce dueñas más. Todas ellas llevaban el habito de las viudas y un velo que no dejaba ver sus facciones.
Detrás de los tristes músicos comenzaron a entrar por el jardín adelante hasta cantidad de doce dueñas, repartidas en dos hileras, todas vestidas de unos monjiles anchos, al parecer, de anascote batanado, con unas tocas blancas de delgado canequí, tan luengas y que solo el ribete del monjil descubrían. Tras ellas venía la condesa Trifaldi, a quien traía dela mano el escudero Trifaldín de la Banca Barba, vestida de finísima y negra bayeta por frisar, que a venir frisada, descubriera cada grano del grandor de un garbanzo de los buenos de Martos. La cola, o falda, o como llamarla quisieren, era de tres puntas, las cuales se sustentaban en las manos de tres pajes, asimesmo vestidos de luto, haciendo una vistosa y matemática figura con aquellos triángulos acutos que las tres puntas formaban , por lo cual cayeron todos los que la falda puntiaguda miraron que por ella se debía llamar la condesa Trifaldi, como si dijésemos la condesa de la Tres Faldas; y así dice Benengeli que fue verdad…
El lector puede ver que se vuelve a hacer una referencia al supuesto autor de la obra.
La acción se desarrolla con un tempo lento, como si se tratara de un acto solemne de la corte.
Así como acabó de parecer el dueñesco escuadrón, el duque, la duquesa y don Quijote se pusieron en pie, y todos aquellos que la espaciosa procesión miraban, Pasaron las doce dueñas, y hicieron calle, por medio de la cual la Dolorida se adentró , sin dejarla de la mano Trifaldín; viendo lo cual el duque, la duquesa  y don Quijote, se adelantaron obra de doce pasos a recebirla. Ella, puesta las rodillas en el suelo, con voz antes basta y ronca que sutil y delicada…
Cervantes se recrea en mantener al lector con la curiosidad de conocer cual es la cuestión que ha traído a esta dueña y su séquito desde lugares tan lejanos, en busca de don Quijote.
A este recurso, de retrasar el momento de informar al lector del problema de la dueña Dolorida, pertenece también toda la explicación sobre el apellido de la dueña. Esto es, además, una burla hecha con mucho humor, a los comentarios pedantes que hacían muchos autores que alardeaban de erudición y que Cervantes ya había hablado de ello en el prólogo de la primera parte.
Este hecho, queda también patente en la conversación entre don Quijote, Sancho y la dueña. Cervantes consigue un pasaje cómico, particularmente, cuando la dueña al hablar acumula una cadena de superlativos terminados en -ísimo.
–Confiada estoy, señor poderosísimo, hermosísima señora y discretísimos circunstantes, que ha de hallar mi cuítisima en vuestros valerosísimos pechos acogimiento, no menos plácido que generoso y doloroso […] Quisiera que me hicieran sabidora si está en este gremio, corro y compañía, el acendradísimo caballero don Quijote de la Manchísima, y su escuderísimo Panza.
–El Panza –antes que otro respondiese, dijo Sancho– aquí está, y don Quijotísimo asimismo; y así podrés, dolorosísima dueñísima, decir lo que quisieridísimis; que todos estamos prontosy aparejadísimos a ser vuestros servidorísimos.
Después, de muchos rodeos, la dueña Dolorida se decide a volver al tema que realmente interesa al lector. Esto no es otra cosa que el lamentable desenlace de los amores entre la infanta Antonomasia y el joven don Clavijo, que había conseguido enamora a la infanta con la intermediación de la dueña, a pesar de ser un simple caballero.
De esta hermosura, y no como se debe encarecida de mi torpe lengua, se enamoró un número infinito de príncipes, así naturales como extranjeros, entre los cuales osó levantar los pensamientos al cielo de tanta belleza un caballero particular que en la corte estaba, confiado en su mocedad y en su bizarría, y en sus muchas habilidades y gracias, y facilidad y felicidad de ingenio; porque hago saber a vuestras grandezas, si no lo tiene por enojo, que tocaba una guitarra que la hacía hablar; y más que era poeta, y gran bailarían y sabía hacer una jaula de pájaros que solamente a hacerlas pudiera ganar la vida cuando se viera en extrema necesidad.
El lector tendrá que volver a esperar, porque la dueña Dolorida, intercala la historia de como ella misma se había enamorado de Clavijo, a pesar de la diferencia de edad, por sus dotes de cantante y guitarrista, así como por su gallardía. Finalmente, la dueña se había visto embaucada por este que quería ganarse el favor de la dueña para luego conseguir a la infanta.
Primero quiso el maladrín y desalmado vagamundo granjearme la voluntad y cohecharme el gusto, para que yo, mal alcaide, le entregase las llaves de la fortaleza que guardaba. 
Y así, digo, señores míos, que los tales trovadores con justo título los debían desterrar a las islas de los Lagartos, Pero no tienen ellos la culpa, sino los simples que los alaban y las bobas que los creen. Y si yo fuera la buena dueña que debía, no me habían de mover sus trasnochados conceptos, no había de creer ser verdad aquel decir: vivo muriendo, ardo en el hielo, tiemblo en el fuego, espero sin esperanza, pártome,  quédome…
Esta historia, está basada en la novela ejemplar de Cervantes el Celoso Extremeño.
Ya al final del capítulo, la dueña retoma la historia de los amores de Clavijo y la infanta Antonomasia, que tenía el vientre hinchado y habían planeado casarse en secreto.
¡Ay de mí, otra vez, sin ventura!, que no me rindieron los versos, sino mi simplicidad; no me ablandaron las músicas, sino mi liviandad; mi mucha ignorancia y mi poco advertimiento abrieron el camino y desembarazaron la senda a los pasos de don Clavijo, que éste es le nombre del referido caballero; y así, siendo yo la medianera, él se halló una y muy muchas veces en la estancia de la por mí, y no por él, engañada Antonomasia…
La historia de la dueña Dolorida enamorada de Clavijo está introducida en la trama con una técnica, para producir suspense, llamada de encajonamiento. Y que se enfatiza con las palabras de Sancho.
A esta sazón dijo Sancho: –También en Candaya hay alguaciles del corte poetas y seguidillas, por lo que puedo jurar que imagino que todo el mundo es uno. Pero dése vuesa merced priesa, señora Trifaldi, que es tarde, y ya me muero por saber el fin desta tan larga historia.



Capítulo trigésimo noveno
En este capítulo la condesa Trifaldi va a seguir contando la historia. Es ahora cuando el lector va a conocer el verdadero mal que aflige a la dueña Dolorida y donde va a concluir su historia.
En este Capítulo, se aprecia claramente la burla, que hace el autor, de los libros de caballerías, que con frecuencia estaban llenos de magos, de encantamientos que producían metamorfosis en las personas y valientes caballeros que enmendaban y salvaban a los encantados de sus encantamientos.
Debido a los encantamientos desagradables, que ya se vieron al comienzo de esta segunda parte, con el encantamiento de Dulcinea, así como en la cueva de Montesinos y en esta aventura de la Dolorida, algunos críticos, al comparar las dos partes de la obra, ven en la primera un compendio de aventuras optimistas y divertidas propias de todos los públicos y  una segunda parte llena de encantamientos, algunos desagradables, que imprimen a la obra un tono pesimista. En este tono pesimista, están también algunos momentos de cansancio de Sancho y don Quijote, que declaran verse sin fuerzas para continuar. Todos estos elementos no predicen un buen final. Esta sensación de declive, se ha visto acrecentada desde el episodio en la cueva de Montesinos.
No se van a producir más momentos de suspense para esta aventura y salvo unas pequeñas consideraciones que harán don Quijote y Sancho, en las que se ve, en un principio, la cordura de Sancho y finalmente, su quijotización, el lector conocerá el final de la historia de la dueña Dolorida.
–En fin, al cabo de muchas demandas y respuestas, como la infanta se estaba siempre en sus trece, sin salir ni variar de la primera declaración, el vicario sentenció en favor de don Clavijo, y se la entregó por su legítima esposa, de lo que recibió tanto enojo la reina doña Maguncia, madre de la infanta Antonomasia, que dentro de tres días la enterramos.
Aquí, Sancho hace una defensa de los Caballeros, que don Quijote ratifica, satisfecho por las palabras de su escuderos.
…y parecíame a mí que estaba la reina Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse; que con la vida muchas cosas se remedian, y no fue tan grande el disparate de la infanta, que obligase a sentirle tanto. Cuando se hubiera casado esa señora con algún paje suyo, o con otro criado de sus casa, como han hecho otras muchas, según he oído decir, fuera el daño sin remedio; pero el haberse casado con un caballero tan gentilhombre y tan entendido como aquí nos le han pintado en verdad en verdad, que aunque fue necedad, no fue tan gran de como se piensa; porque según las reglas de mi señor, que está presente y no me dejará mentir, así como se hacen de los  hombres letrados los obispos, se pueden hacer de los caballeros, y más si son andantes, los reyes y los emperadores.
 La aventura de la infanta Antonomasia y de Clavijo, había tenido consecuencias fatales como la muerte de la reina Maguncia, que enferma por el disgusto que le causa la situación. Pero esto no será todo, sino que como consecuencia del fallecimiento de la reina, aparece el gigante Malambruno, que era pariente suyo, y quiere vengar la afrenta que se le ha causado a la dinastía. 
Lo que más llama la atención a don Quijote no es que Malambruno sea un gigante, sino que es un encantador y eso le moviliza de inmediato.
En el entierro de la reina, aparece Malambruno montado en su caballo volador y de madera, Clavileño, para hacer justicia.
Malambruno convierte a Antonomasia en una jimia de bronce, a Clavijo en un espantoso cocodrilo y a la dueña Dolorida y a las demás dueñas les llena sus caras de bello, como mujeres barbudas. 
El gigante Mamabruno comunica a las dueñas que solo desaparecerá el bellos de su rostro, cuando el valeroso caballero don Quijote de la Mancha llegue al reino de Candaya para medirse en un combate singular con él. Asimismo, en ese momento, los demás encantados recobraran su forma normal. 
No cobrarán su primera forma estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso manchego venga conmigo a las manos en singular batalla; que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventura…
Malamabruno, además de hablar mal de las dueñas en general, les provoca el crecimiento del bellos en sus rostros.
…exagerando nuestra culpa y vituperando las condiciones de las dueñas, sus malas mañas y peores trazas, y cargando a todas la culpa que yo sola tenía, dijo que no quería con pena capital castigarnos, sino con otras penas dilatadas, que nos diesen una muerte vicil y continua; y en aquel mismo momento y punto que acabó de decir esto, sentimos todas que se nos abrían los poros de la cara, y que por toda ella nos punzaban como con puntas de agujas. Acudimos luego con las manos a los rostros y hallámonos de la manera que ahora veréis.
Capítulo cuadragésimo
El título de este capítulo es tan general, a diferencia de los otros capítulos, que no nos da ninguna idea de lo que contiene. Esto podría estar encuadrado en el tono burlesco de la obra.
De cosas que atañen y tocan a esta aventura y a esta memorable historia.
Aquí, se continúa la aventura de la dueña Dolorida, pero ahora entrará a formar parte principal un nuevo elemento, que ya había sido presentado en el capítulo anterior: Clavileño.
Clavileño es un caballo de madera, capaz de volar y transportar a las personas con una velocidad increíble de un lugar a otro del mundo.
Vuelve, también, a aparecer el primer autor, por su detalle y su minuciosidad en las descripciones. Esto podría ser una crítica de Cervantes a las novelas de caballerías, que habitualmente estaban cargadas de detalles.
Real y verdaderamente, todos los que gustan de semejantes historia como ésta deben de mostrase agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas della, sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no la sacase a la luz distintamente.
El relato, en este momento, se ve interrumpido por Cervantes, que es el segundo autor de la obra, o incluso un segundo traductor. Esta interrupción es importante porque causa un distanciamiento en el lector frente a los hechos, que se le estaban narrando ante sus ojos, como si todo estuviera ocurriendo en ese momento. Esa ficción se rompe.
Coloca a los duques y a la Dolorida, no como urdidores de una trama burlesca, sino como personajes que la urden, en una historia de ficción. Así como también a Sancho, don Quijote y Dulcinea.
Pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones r, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos; finalmente, los átomos del mas curioso deseo manifiesta. ¿Oh autor celebérrimo! ¡Oh don Quijote dichoso! ¡Oh Dulcinea famosa!  ¡Oh Sancho Panza gracioso! Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes.
En esta escena, Sancho adquiere protagonismo con su aspecto dialogístico, debido a sus constantes preguntas y comentarios. Sancho es un personaje, que con el paso del tiempo, ha ido creciendo en importancia. Especialmente, en la parte del capítulo en la que se explican las cualidades de Clavileño.
–Para andar reposado y llano, mi rucio, puesto que no anda por los aires; pero por la tierra, yo le curité con cuantos portantes hay en el mundo. 
A continuación habla la dueña Dolorida y Sancho vuelve a entrar en la escena.
–Y ¿Cuantos caben en ese caballo? –preguntó Sancho.
Y Sancho y Dolorida seguirán conversando a cerca de las cualidades de Clavileño.
Este caballo, ya fue mencionado en la primera parte en el capítulo cuarenta y nueve, cuando don Quijote conversaba con el canónigo sobre los libros de caballerías.
…y es lo bueno que el tal caballo ni como, ni duerme, no gasta erraduras, y lleva un portante por los aires, sin tener alas, que el que lleva encima puede llevar una taza llena de agua en la mano sin que se le derrame gota, según camina llano y reposado; por lo cual la linda Magalona se holgaba mucho de andar caballera en él.
El pobre Sancho, se ve envuelto, sin quererlo en dos procesos de desencantamiento, al mismo tiempo. Aunque, aquí, todos parecen haber olvidado a Dulcinea encantada, quizá por lo impactante que resulta la visión de las dueñas barbudas.
Don Quijote por su parte, se ve ya metido en la aventura, sin ninguna idea de abandonar a su suerte a la dueña Dolorida y a las otras dueñas.
–Yo me pelaría las mías –dijo don Quijote– en tierra de moros, si no remediase las vuestras. A este punto volvió de su desmayo la Trifaldi, y dijo: –El retintín desa promesa, valeroso caballero, en medio de mi desmayo llegó a mis oídos, y ha sido parte para que yo dél vuelva y cobre todos mis sentidos; y así, de nuevo os suplico, andante ínclito y señor indomable, vuestra graciosa promesa se convierta en obra. –Por mí no quedará –respondió don Quijote–: ved, señora, qué es lo que tengo de hacer; que el ánimo está muy pronto para serviros.
Sancho se muestra reticente hacia la nueva aventura y desea quedarse en el castillo con los Duques.
Ahora señores, vuelvo a decir que mi señor se puede ir solo, y buen provecho le haga; que yo me quedaré aquí, en compañía de la duquesa mi señora, y podría ser que cuando volviese hallase mejora la causa de la señora Dulcinea en tercio y quinto; porque pienso, en los ratos ociosos y desoscupados, darme una tanda de azotes, que no me la cubra pelo.
Y vuelve Sancho a hacer comentarios negativos de las dueñas.
–¡Aquí del rey otra vez! –replicó Sancho–. Cuando esta caridad se hiciera por algunas doncellas recogidas, o por algunas niñas de la doctrina, pudiera el hombre aventurarse a cualquier trabajo; pero que lo sufra por quitar las barbas a dueñas, ¡mal año! Mas que las viese yo a todas con barbas, desde la mayor hasta la menor, y de las más melindrosa hasta la mas repulgada.
Don Quijote impone su autoridad y dice:
Sancho hará lo que yo le mandare, ya viniese Clavileño, y ya me viene con Malambruno…
La Dolorida se expresa con tanto dolor sobre su situación que ablanda a todos y a Sancho también, regresando el Sancho leal y buena persona.
Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de Sancho, y propuso en su corazón de acompañar a su señor hasta las últimas partes del mundo, sin es que en ellos consistiese quitar la lana de aquellos venerables rostros.
3 de junio de 2020

Don Quijote de la Mancha – Capítulos 26 al 32 de la segunda parte

Capítulo vigésimo sexto
El capítulo vigésimo sexto venía ya introducido por el capítulo anterior y en ellos y en los dos siguientes se entremezclan dos historias: la de los rebuznos y la de maese Pedro. 
El relato de los rebuznos iniciado en el capítulo vigésimo quinto concluirá en el vigésimo séptimo y el de maese Pedro intercalado en el desarrollo de la otra historia.
La estructura de la historia de maese Pedro es más compleja que la de los rebuznos, en cuanto a su estructura interna y en cuanto a su relación con otras aventuras de la obra como, por ejemplo, la cueva de Montesinos.
El capítulo, comienza con los espectadores preparados para ver el teatrillo. Comienza con la expresión tirios y troyanos, refiriéndose a los personajes de la Eneida. los Tirios son los habitantes de la ciudad fenicia Tiro y los troyanos de forma metafórica designa a los contrarios.
Callaron todos, tirios y troyanos, quiero decir, pendientes estaban todos los que el retablo miraban, de la boca del declarador de sus maravillas, cuando se oyeron sonar en el retablo cantidad de atabales y trompetas, y dispararse mucha artillería, cuyo rumor pasó en tiempo breve, y luego alzó la voz el muchacho…
Lo primero que llama la atención es la presentación de maese Pedro y el mono en el capítulo anterior y su caracterización externa que encubre a Ginés de Pasamonte.
La primera parte de la historia se centra en el mono y sus adivinaciones, para pasar después a la historia de Gaiferos y Melisendra, representados en el teatro de títeres. Ambos tipos de entretenimiento solían ir juntos en exhibiciones desde el siglo XIII.
Sancho aprovecha la situación para que don Quijote se de cuenta de que todo lo que pasó en la cueva de Montesinos no era real. Don Quijote interroga al momo sobre este hecho y la respuesta introduce el tema de la realidad y la apariencia, la mentira y la verdad, que vuelve a salir a la luz en la representación de los títeres.
El escepticismo de don Quijote por las adivinaciones del mono introducen la crítica de la credulidad, muy extendida en la época, en falsas adivinaciones.
La representación que se hace en el teatrillo de títeres apunta a dos cosas, por una parte, el conocimiento por parte del autor del Romancero y del tema carolingio, que también apareció en la cueva de Montesinos, y en segundo lugar su conocimiento de la comedia nueva y de las discusiones que existían sobre la preceptiva dramática.
Y aquel personaje que allí asoma con corona en la cabeza y ceptro en las manos es el emperador Carlomagno, padre putativo de la tal Melisendra…
Miren vuestras mercedes también cómo el emperador vuelve las espaldas y deja despechado a don Gaiferos, el cual ya ven cómo arroja, impaciente de la cólera, lejos de sí el tablero y las tablas, y pide apriesa las armas, y a don Roldán su primo pide prestada su espada Durndana…
Cervantes utiliza los primeros versos de un poema anónimo sobre la leyenda de Melisendra y Gaiferos.
Jugando está a las tabas don Gaiferos, que ya de Melisendra está olvidado.
En el retablo de maese Pedro se ve la influencia del Romancero. En el retablo se cuenta el rescate de Melisendra, prisionera de Almanzor, por su marido don Gaiferos, pero realizada de una manera muy alejada de la norma y de una manera humorística. En la época, había numerosos romances que narraron esta historia. En el retablo se han añadido algunos episodios burlescos como el enganchón del faldellín de Melisendra.
…y más ahora que veemos se descuelga del balcón, para ponerse en las ancas del caballo de su buen esposo. Mas ¡ay, sin ventura!, que se le ha asido una punta del faldellín, de uno de los hierros del balcón, y está pendiente en el aire, sin poder llegar al suelo
Por los detalles, que la narración ofrece al lector del funcionamiento de los muñecos, se podría pensar en un teatrillo mecánico, en títeres de hilos, o quizá en titeres de hilos con alambre en la cabeza, como eran los puppi sicilianos, que contaban leyendas carolingias. En esto podría haberse basado Cervantes para el retablo de maese Pedro. 
Además, en los comentarios de trujamán y en las intervenciones de maese Pedro sobre el teatro y la creación literaria, muestran su rechazo a las digresiones impertinentes o a juicios negativos.
–Llaneza, muchacho, no te encumbres; que toda afectación es mala.
–No mire vuesa merced en niñerías, señor don Quijote, ni quiera llevar las cosas tan por el cabo, que no se le halle. ¿No se representan por ahí casi de ordinario, mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera, y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo?
Durante la representación del teatrillo, don Quijote pasa de las reflexiones sensatas a interiorizar de tal modo la escena, que arremeterá contra ella, como si se tratase de la acción real, destruyendo todas las figurillas del teatro.
Viendo y oyendo, pues, tanta morisma y tanto estruendo don Quijote, parecióle ser bien dar ayuda a los que huían, y levantándose en pie en voz alta dijo: –No consentiré yo que en mis días y en mi presencia se le haga superchería a tan famoso caballero y a tan atrevido enamorado como don Gaiferos.
Y diciendo y haciendo, desenvainó la espada, y de un brinco se puso junto al retablo, y con acelerada y nunca vista furia comenzó a llover cuchilladas sobre la titerera misma, derribando a unos, descabezando a otros, estropeando a ésta, destrozando a aquél, y, entre otros muchos, tiró un algibano tal que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza con más facilidad que si fuera hecha de masa de mazapán.
Una vez más, Cervantes recurre a los encantadores para justificar su acción.
–Ahora acabo de creer –dijo a este punto don Quijote– lo que otras muchas veces he creído: que estos encantadores que me persiguen no hacen sino ponerme las figuras como ellas son delante de los ojos, y luego me las mudan y truecan en las que ellos quieren. Real y verdaderamente os digo, señores que me oís, que a mí me pareció todo lo que aquí ha pasado que pasaba al pie de la letra…
La aceptación de la acción teatral como realidad, es un tema que Cervantes tocará en otras obras como Pedro de Urdemalas o en El retablo de las maravillas. Este era un tema muy del gusto de las obras literarias del siglo XVII.
El episodio, que aquí se narra, guarda estrecha relación con uno del Quijote apócrifo de Avellaneda. Es posible que fuera una venganza de Cervantes el narrar un episodio similar, para demostrar su superioridad literaria.
En el episodio de Avellaneda, se representaba una obra de Lope, El testimonio vengado. Aquí, el caballero don Quijote interrumpe la representación para salvar a la reina.
Se presenta el teatro como metáfora de la vida, don Quijote se identifica con ella y cree estar realmente socorriendo a los amantes, hasta que los daños que causa en el teatrillo y las figuras le devuelven a la realidad.
El capitulo termina con don Quijote disculpándose y pagando los daños a maese Pedro. 
En resolución, la borrasca del retablo se acabó y todos cenaron en paz y en buena compañía, a costa de don Quijote, que era liberal en todo extremo.
Capítulo vigésimo séptimo
Al principio del capítulo entra nuevamente el autor Cide Hamete. Este hace un juramento como cristiano y católico, siendo moro. Y aparece el traductor haciendo una aclaración.
Entra Cide Hamete, coronista desta grande historia, con estas palabras en este capítulo: “Juro como católico cristiano…”, a lo que su traductor dice que el jurar Cide Hamete como católico cristiano siendo él moro, como sin duda  lo era, no quiso decir otra cosa sino que así como el católico cristiano cuando jura, jura, o deba jurar, verdad, y decirla en lo que dijere, así él la decía, como si fuera como cristiano católico, en lo que quería escribir de don Quijote, especialmente en decir quién era maese Pedro, y quien el mono adivino que traía admirados todos aquellos pueblos con sus adivinanzas.
Cervantes presenta al lector la verdadera identidad de maese Pedro. 
Dice, pues, que bien se acordará, el que hubiere leído la primera parte desta historia, de aquel Ginés de Pasamonte a quien, entre otros galeotes, dio libertad don Quijote en Sierra Morena, beneficio que después le fue mal agradecido y peor pagado de aquella gente maligna  mal acostumbrada.
Este Ginés de Pasamonte es el que robo el rucio mientras dormía. Este fue un episodio de la primera parte, que quedó incompleto y que al principio de esta segunda parte Sancho aclaró a Sansón Carrasco.
Ginés de Pasamonte se convirtió en maese Pedro con unos retoques que le hacían irreconocible.
Este Ginés, pues, temeroso de no ser hallado de la justicia, que le buscaba para castigarle de sus infinitas bellaquerías y delitos, que fueron tantos y tales, que él mismo compuso un gran volumen cantándolos, determinó pasarse al reino de Aragón y cubrirse el ojo izquierdo, acomodándose al oficio de titerero; que esto y el jugar de manos lo sabía hacer por extremo.
Aquí, continua la historia de los rebuznos, que ya había comenzado en el capítulo 25. Esta historia está encuadrada en una tradición de cuentos y leyendas de la época sobre asnos y rebuznos y que aparecía ya en el Asno de oro de Apuleyo. 
En el Quijote, se mezcla la tradición de los cuentos sobre asnos con la de la rivalidad entre vecinos y pueblos por la habilidad de rebuznar.
Cervantes utiliza estas dos tradiciones, para montar un combate entre dos pueblos por las burlas de unos ante los rebuznos de los otros. Este combate, que los habitantes de uno de los pueblos se toman en serio, queda ridiculizado por el rebuzno de Sancho.
Don Quijote al ver que dos pueblos iban a luchar por una causa superflua tiene una alocución, que ya anteriormente se había dado en otros episodios en términos similares. Este recomienda no matarse ni luchar por naderías. En su disertación, don Quijote da las cinco causas justas para iniciar una guerra: por defender la fe católica, por defender su vida, en defensa de su honra, de su familia y hacienda, en servicio a su rey y en defensa de su patria.
Cuando todos parecían tomarse en serio las palabras de don Quijote y asimismo, parecía que la situación iba a resolverse de manera pacífica, interviene Sancho y con un rebuzno inoportuno, desencadena un resultado inesperado. La fuga de don Quijote y el varapalo para Sancho. Con un situación que finalmente resulta más cómica que dramática.
admirados con la admiración acostumbrada, en que caían todos aquellos que la vez primera le miraban, Don quijote, que los vio tan atentos a mirarle, sin que ninguno le hablase ni le preguntase nada, quiso aprovecharse de aquel silencio, y rompiendo el suyo, alzó la voz y dijo: –Buen señores, cuan encarecidamente puedo, os suplico que no interrumpáis un razonamiento que quiero haceros,hasta que veáis que os disgusta y enfada…
Y luego, puesta la mano en las narices, comenzó a rebuznar tan reciamente, que todos los cercanos valles retumbaron. Pero uno de los que estaban junto a él, creyendo que hacía burla dellos, alzó un varapalo que en la mano tenía, y diole tal golpe con él, que, sin ser poderoso a otra cosa dio con Sancho Panza en el suelo.
La huida o retirada de don Quijote se justifica, no por cobardía, sino por el desprecio que sentían muchos en aquel momento por las armas de fuego, consideradas artefactos poco caballerescos. 
Capítulo vigésimo octavo
Este capítulo es un conjunto de diálogos. El narrador solo aparece al principio y al final, pero toma partido por Sancho.
Cuando el valiente huye, la superchería está descubierta, y es de varones prudentes guardarse para mejor ocasión. Esta verdad se verificó en don Quijote, el cual, dando lugar a la furia del pueblo y a las malas intenciones de aquel indignado escuadrón, puso pies en polvorosa, y sin acordarse de Sancho ni del peligro en que le dejaba, se apartó tanto cuanto le pareció que bastaba para estar seguro. Seguíale Sancho, atravesado en su jumento, como queda referido. 
Es un diálogo poco animado, a causa de su mala fortuna en aquel suceso. Sancho hace una importante reflexión sobre las creencias de su amo como caballero, por abandonarle a su suerte. Hace una reflexión de lo que hasta ahora ha sido sus aventuras para él y piensa en volverse a casa con su mujer e hijos.
…que yo pondré silencio en mis rebuznos; pero no en dejar de decir que los caballeros andantes huyen, y dejan a sus buenos escuderos molidos como alheña, o como cibera, en poder de sus enemigos.
A la fe, señor nuestro amo, el mal ajeno de pelo cuelga, y cada día voy descubriendo tierra de lo poco que puedo esperar de la compañía que con vuestra merced tengo, porque si esta vez me ha dejado apalear, otra y otras ciento volvernos a los manteamientos de marras y a otras muchacherías, que si ahora me han sido a las espaldas, después me saldrán a los ojos. Harto mejor haría yo, sino que soy un bárbaro, y no haré nada que bueno sea en toda mi vida, hato mejor haría yo, vuelvo a decir, en volverme a mis casa,  a mi mujer, y a mis hijos, y sustentarla y criarlos con los que Dios fue servido de darme, y no andarme tras vuesa merced por caminos sin camino y por sendas y carreras que no las tiene, bebiendo mal y comiendo peor..
Don Quijote quiere afianzar su postura como caballero. Primero, lo hace desde una postura docente; después, de una manera más neutra, en la que Sancho se siente irritado. Finalmente, termina adoptando una postura de aceptación del abandono para pasar a hablar de precios y salarios.
Y si tanto deseáis volveros a vuestra casa con vuestra mujer e hijos, no permita Dios que yo os lo impida; dineros tenéis míos; mirad cuánto ha de que esta tercera vez salimos de nuestro pueblo, y mirad lo que podéis y debéis ganar cada mes, y pagaos de vuestra mano.
Incluso, podríamos decir que en algunos momentos hablan de lo que se habla.
Haría yo una buena apuesta con vos, Sancho –dijo don Quijote–: que ahora que vais hablando sin que nadie os vaya a la mano, que no os duele nada en todo vuestro cuerpo. Hablad, hijo mío, todo aquello que os viniere al pensamiento y a la boca; que a trueco de que a vos no os duela nada, tendré yo por gusto el enfado que me dan vuestras impertinencias.
Al final del capítulo, se encuentra en el diálogo un punto de encuentro. Sancho se arrepiente por generosidad o por cariño hacia don Quijote y además vuelven a hablar de la ínsula prometida, con lo que se restablece la armonía entre ellos y el equilibrio narrativo de la obra.
Miraba Sancho a don Quijote de en hito en hito, en tanto los tales vituperios le decía, y compugióse de manera que le vinieron las lágrimas a los ojos, y con voz dolorida y enferma le dijo: –Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la 
cola; si vuestra merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta, y le serviré como jumento todos los días que me quedan de mi vida. Vuestra merced me perdone, y se duela de mi mocedad, y advierta que sé poco, y que si hablo mucho, más procede de enfermedad que de malicia; mas quien yerra y se enmienda, a Dios se encomienda.
Al final del capítulo, el narrador retoma la voz y narra como se metieron en una alameda y se acomodaron los dos a los pies de sendos árboles para pasar la noche y a la mañana siguiente continuaron su camino.
Capítulo vigésimo noveno
En este capítulo, la obra es el paso de una primera parte de esta segunda parte del Quijote a otra segunda. Hasta aquí caballero y escudero habían hecho pequeñas paradas, aunque mucho mayores que en la primera parte. El lector ha seguido a don Quijote y Sancho en sus distintas aventuras. La aventura del barco encantado, será la última. A continuación, don Quijote se encuntra con los Duques. Esta visita a los Duques se prolongará en el tiempo. Esta parte, es la parte paralela a la estancia en la venta de la primera parte.
Además, hasta este momento don Quijote en todas las aventuras de la segunda parte ha visto siempre la realidad, aunque las personas que tenía alrededor, en muchas ocasiones, le han confundido y ha llegado a pensar que veía lo que no era, achacando siempre esas visiones extrañas a sus enemigos los que le querían encantar. Pero esta aventura del barco es como las de la primera parte. Don Quijote se imagina, desde un primer momento, y sin ninguna incitación o confusión externa, que ha encontrado un barco, que está puesto ahí para que el realice su aventura. 
–Has de saber, Sancho, que este barco que aquí está, derechamente y sin poder ser otra cosa en contrario, me está llamando y convidando a que entre en él, y vaya en él a dar socorro a algún caballero, o a otra necesitada y principal persona, que debe de estar puesta en alguna gran cuita, porque éste es estilo de los libros de las historias caballerescas y de los encantadores que en ellas se entremeten y platican…
Este motivo del barco encantado, que conduce al caballero al lugar donde se le necesita para resolver algún asunto, es muy típico de los libros de caballerías. Algunos expertos y estudiosos del Quijote han sugerido dos ejemplos, en los que podría estar basada esta aventura, Palmerín de Inglaterra y Espejo de príncipes y caballeros.
El agua del río es el detonante que le impulsa a la aventura. Con el agua rememora la cueva de Montesinos.
…llegaron don Quijote y Sancho al río Ebro, y el verle fue de gran gusto a don Quijote, porque contempló y miró en él la amenidad de sus riberas, la claridad de sus aguas, el sosiego de su curso y la abundancia de sus líquidos cristales, cuya alegre vista renovó en su memoria mil amorosos pensamientos, Especialmente fue y vino en lo que había visto en la cueva de Montesinos, que, puesto que el momo de maese Pedro le había dicho que parte de aquellas cosas eran verdad y parte mentira, él se atenía mas a las verdaderas que a las mentirosas, bien al revés de Sancho, que todas las tenía por la mesma mentira.
Él transforma la realidad, realiza su aventura  y cuanto esta fracasa se disculpa porque los encantadores le han querido confundir. Sancho a pesar de que ve con claridad, como pasaba en las aventuras de la primera parte de la obra, sigue a don Quijote en su aventura.
–El rucio rebuzna, condolido de nuestra ausencia, y rocinante procura ponerse en libertad para arrojarse tras nosotros. ¡Oh carísimos amigos, quedaos en paz, y la locura que nos aparta de vosotros, convertida en desengaño, nos vuela a vuestra presencia!
Sancho está muy nervioso, su capacidad de aguante es también cada vez menor. Cuando van en el barco y mira al rucio y a Rocinante en la orilla, no puede aguantar las lagrimas y se echa a llorar. 
Y en esto, comenzó a llorar tan amargamente, que don Quijote, mohíno y colérico, le dijo: –¿De qué temes, cobarde Criatura? ¿De qué lloras, corazón de mantequillas? ¿Quién te persigue o quién te acosa, ánimo de ratón casero, o qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la abundancia?…
A continuación, comienzan una discusión similar a la que tuvieron al salir de la cueva de Montesinos, por el tiempo que había transcurrido desde que don Quijote bajara a la cueva. Aquí, la discusión es por el espacio recorrido. Para explicarlo, don Quijote hace un alarde de conocimientos científicos. El pobre Sancho no entiende nada y esto añadido a sus nervios hace que provoque una situación cómica con una contaminación lingüística.
–Mucho –replicó don Quijote–, porque de trescientos y sesenta grados que contiene el globo, de agua y de la tierra, según el cómputo de Ptolomeo, que fue el mayor cosmógrafo que se sabe, la mitad habremos caminado, llegando a la línea que he dicho.
–Por Dios  –dijo Sancho–, que vuesa merced me trae por testigo de lo que dice a una gentil persona, puto y gafo, con la añadidura de meón, o meo, o no sé cómo.
La diferencia con la primera parte es que en este caso, cuando don Quijote vuelve a ver la realidad la da rápidamente por buena, se disculpa y paga los desperfectos.
–¡Basta! –dijo entre sí don Quijote–. Aquí será predicar en desierto querer reducir a esta canalla a que por ruegos haga virtud alguna, u en esta aventura se deben de haber encontrado dos valientes encantadores, y el uno estorba lo que el otro intenta: el uno me deparó el barco, y el otro dio conmigo al través.
Llegaron en esto los pescadores dueños del barco, a quien habían hecho pedazos las ruedas de las escenas, y viéndole roto, acometieron a desnudar a Sancho, y a pedir a don Quijote se lo pagase, el cual, con gran sosiego, como si no hubiera pasado nada por él, dio a los molineros y pescadores que él pagaría el barco de bonísima gana, con condición que le diesen libre y sin cautela a las personas o personas que en aquel su castillo estaban oprimidas.
Por primera vez, en la obra, don Quijote da muestras patentes de su cansancio y lo expresa. 
Dios lo remedie; que todo este mundo es máquinas y trazas, contrarias unas de otras. Yo no puedo más.
Desde que don Quijote bajó a la cueva de Montesinos, se ha producido una transformación en él. Se le observa un cansancio, tanto físico como espiritual, que va progresivamente en aumento. Es la primera vez que don Quijote abandona una aventura reconociendo que no puede con ella. Después del pago de los desperfectos a pescadores y molineros se da por terminada la aventura del barco encantado.
–Amigos, cualesquiera que seáis, que en esa prisión quedáis encerrados, perdonadme, que, por mi desgracia y por la vuestra, yo no os puedo sacar de vuestra cuita. Para otro caballero debe de estar guardada y reservada esta aventura. 



Capítulo trigésimo
En este capítulo, hay una cierta recuperación del ánimo de don Quijote y Sancho. En este momento, caballero y escudero, parecían estar replanteándose las cosas. Los dos parecían hundidos y al límite de las fuerzas. Estaban pensando, al menos Sancho, regresar a casa. 
Con el encuentro de los Duques, Sancho olvida su idea de volver a casa y cumple las ordenes de ir a saludar a la dama. 
–Corre, hijo Sancho, y di a aquella señora del palafrén y del azor que yo, el Caballero de los Leones, besa las manos a su gran fermosura, y que si su grandeza me da licencia, se las iré a besar, y a servirla en cuanto mis fuerzas pudieren y su alteza me mandare.
Es curioso, que Cervantes utiliza el verde como símbolo de una relación esperanzadora y de bonanza. Al igual que el Caballero del Verde Gabán la Duquesa iba vestida de verde.
Llegóse más, y entre ellos vio una gallarda señora sobre un palafrén o hacanea blanquísima, adornada de guarniciones verdes y con un sillón de plata. Venía la señora asimismo vestida de verde, tan bizarra y ricamente, que la misma bizarría venía transformada en ella.
La dama, muestra su conocimiento de la obra El ingeniosos hidalgo don Quijote de la Mancha y Sancho reivindica su posición en la obra de segundo personaje.
Levantaos del suelo, que escudero de tan gran caballero como es el de la Triste Figura, de quien ya tenemos acá mucha noticia, no es justo que esté de hinojos; levantaos, amigo, y decid a vuestro señor que venga mucho en hora buena a servirse de mí y del duque mi marido, en una casa de placer que aquí tenemos.
–Decidme, hermano escudero: este vuestro señor, ¿no es uno de quien anda impresa una historia que se llama del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, que tiene por señora de su alma a una tal Dulcinea del Toboso?  –El mesmo es, señora –respondió Sancho–, y aquel escudero suyo que anda, o debe de andar, en la tal historia, a quien llaman Sancho Panza, soy yo, si no es que me trocaron en la cuna; quiero decir, que me trocaron en la estampa.
Cuando todo parecía perdido, escudero y caballero encuentran unos Duques de verdad, que reciben a don Quijote con sumo gusto, porque conocían sus aventuras. le tratan como a un auténtico caballero y también como a un relevante personaje literario. Aquí, vuelve a mezclarse literatura y realidad.
Don Quijote no necesitará transformar la realidad, que ya se le presenta transformada por estos Duques que pretenden mofarse y burlarse a su costa. ¿Es Don Quijote consciente de esto?  
Don Quijote omite nombrar a Dulcinea. No sabe el lector si por ser consciente de la realidad y como esta se le presenta adecuada a su ficción, olvida mencionar a Dulcinea porque ahora no es necesario. Existe otra bella dama, que es la Duquesa.
Este encuentro con los Duques, es extraordinario dentro de la obra. Todos los episodios duran un capítulo o unos pocos capítulos, pero desde el encuentro con los Duques se encadenarán una serie de episodios que llevarán al lector hasta le capítulo cincuenta y siete.
Nada mas llegar delante de los Duques, Sancho cae al suelo al bajarse del rucio y después don Quijote también, en una escena grotesca, que alienta las expectativas de diversión de estos.
En esto llegó don Quijote, alzada la visera y dando muestra de apearse, acudió Sancho a tenerle el estribo; pero fue tan desgraciado, que al apearse del rucio se le asió un pie en una soga del albarda, de tal modo, que no fue posible desenredarle; antes quedó colgado dél, con la boca y los pechos en el suelo. don Quijote, que no tenía en costumbre apearse sin que le tuviesen el estribo, pensando que ya Sancho había llegado a tenérsele, descargó de golpe el cuerpo, y llevóse tras sí la silla de Rocinante, que debía de estar mal cinchado, y la silla y él vinieron al suelo, no sin vergüenza suya, y de muchas maldiciones que entre dientes echó al desdichado de Sancho, que aun todavía tenía el pie en la corma.
A esto se añade, que Sancho, como otras veces y sobre todo, en esta segunda parte, no para de hablar y explicarlo todo. Con esto se corrobora como el escudero más hablador y más gracioso.
Ya estaba a esta sazón libre Sancho Panza del lazo, y hallándose allí cerca, antes que su amo respondiese, dijo: –No se puede negar, sino afirmar, que es muy hermosa mi señora Dulcinea del Toboso, pero donde menos se piensa se levanta la liebre; que yo he oído decir que esto que llaman naturaleza es como un alcaller que hace vasos de barro, y el que hace un vaso hermoso también puede hacer dos, y tres, y ciento; dígolo, porque mi señora la duquesa a fee que no va en zaga a mi ama la señora Dulcinea del Toboso.
Sancho se muestra aquí, como en las bodas de Camacho, dispuesto a disfrutar de todo lo que se le presente, que sea disfrutable.
Mandó la duquesa a Sancho que fuese junto a ella, porque gustaba infinito de oír sus discreciones. No se hizo de rogar Sancho, y entretejióse entre los tres, y hizo cuarto en la conversación, con gran gusto de la duquesa y del duque, que tuvieron a gran ventura acoger en su castillo al caballero andante y tal escudero andado.
                                                                         
                                           Capítulo trigésimo primero


Este capítulo junto con el siguiente, narran la recepción que se les hace a don Quijote y Sancho en el castillo de los Duques.
Suma era la alegría que llevaba consigo Sancho viéndose, a su parecer, en privanza con la duquesa, porque se le figuraba que había de hallar en su castillo lo que en la casa de don Diego y en la de Basilio, siempre aficionado a la buena vida, y así tomaba la ocasión por la melena en esto del regalarse cada y cuando que se le ofrecía.
Don Quijote se siente tratado como un auténtico caballero. Y la burla de los Duques hacia él se realiza.
Cuenta, pues, la historia, que antes que a la casa de placer o castillo llegasen, se adelantó el duque y dio orden a todos sus criados del modo que habían de tratar a don Quijote…
Aquí, el narrador desvela como se siente don Quijote, tratado por primera vez como un auténtico caballero y no como un caballero de ficción. El lector se da cuenta de que la locura de don Quijote no es lo que parece. Es muy posible, que don Quijote estuviera jugando a ser caballero, siendo muy consciente de que no lo era.
Y todos, o los más, derramaban pomos de aguas olorosas sobre don quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasado s siglos.
Asimismo, el lector conoce el incidente que tuvo Sancho con doña Rodríguez, en el que la Duquesa aprovecha la circunstancia para burlarse de su “dueña” a la que llama “muy moza”. También, se burla de Sancho al que llama hablador y gracioso además de truhán moderno y majadero antiguo. La Duquesa trata la reacción de Sancho como algo deliberado, en vez de algo espontáneo, como en realidad fue, al confundir Sancho a la dueña de la Duquesa con las dueñas de Lanzarote, que sí atendían a las cabalgaduras.
–Hermano, si sois juglar –replicó la dueña–, guardad vuestras gracias para donde lo parezcan y se os paguen; que de mí no podréis llevar sino una higa. –¡Aun bien –respondió Sancho– que será bien madura, pues no perderá vuesa merced la quínola de sus años por punto menos.
La dueña Rodriguez se enfada con Sancho  y le habla de forma ácida. Sancho le responde utilizando la palabra higa como fruta y le añade el calificativo madura para de forma metafórica llamar vieja a la dueña, sin llamárselo.
Al presentarse el suceso, como algo deliberado, don Quijote duda de su condición y teme que, por culpa de su criado, pase por un echacuervos o caballero de mohatra (personas que viven de enredos).
Don Quijote, que todo lo oía, le dijo: –¿Pláticas son éstas, Sancho, para este lugar? 
–Señor –respondió Sancho–, cada uno ha de hablar de su menester dondequiera que estuviere. Aquí se me acordó del rucio, y aquí hablé dél, y si en la caballeriza se me acordara, allí hablara. A lo que dijo el duque: –Sancho está muy en lo cierto, y no hay que culparle en nada; al rucio se le dará recado a pedir de boca, y descuida Sancho, que se le tratará como a su mesma persona.
Y don Quijote le dice a Sancho.
¿No adviertes, angustiado de ti, y malaventurado de mía, que si ven que tú eres un grosero villano, o un mentecato gracioso, pensarán que yo soy algún echacuervos, o algún caballero de Mohatra?
La anécdota que cuenta Sancho a los presentes en la comida de recepción, cuando este ve el pequeño lío que se monta a la hora de sentarse a la mesa, con la cabecera de esta, lleva a Sancho a no querer pasar por bufón y hablador con lo que se ve obligado a dar rodeos y circunloquios para que su cuento parezca verdadero. Don Quijote intenta que el cuento termine cuanto antes, pero la Duquesa anima a Sancho a seguir con ello, para así continuar la diversión.
–Si sus mercedes me dan licencia, les contar un cuento que pasó en mi pueblo acerca desto de loa asientos. Apenas hubo dicho esto Sancho, cundo don Quijote tembló, creyendo sin duda que había de decir alguna necedad.
– Bien será –dijo don Quijote– que vuestras grandezas manden echar de aquí a este tonto, que dirá mil patochadas.
–Por vida del duque –dijo la duquesa–, que no se ha de apartar de mí Sancho un punto: quiérole yo mucho, porque sé que es muy discreto.
En su cuento Sancho menciona el suceso de Herrera, que fue un naufragio que tuvo lugar en 1562, en el puerto de Herrera, provincia de Málaga, en el que murieron más de cuatro mil personas.
También tendrá, el lector conocimiento del disgusto que se lleva el capellán, al ver el trato que le dan los Duques a semejante caballero. Después de la conversación que mantienen  sobre el encantamiento de Dulcinea. 
–Y vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el celebro que sois caballero andante y que vencéis gigantes y prendeís malandrines? Andad enhorabuena, y en tal se os diga. Volveos a vuestra casa y criad vuestro hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de andar vagando por el muno, papando viento y dando que reír a cuantos os conocen y no conocen. ¿En dónde, nota tal, habéis vos hallado que hubo ni hay ahora caballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España, o malandrines en La Mancha, ni Dulcineas encantadas ni toda la caterva de las simplicidades que de vos se cuentan?
Don Quijote indignado deja su respuesta para el siguiente capítulo.
Capítulo trigésimo segundo
El capítulo comienza con la contestación dada por don Quijote al capellán de los Duques, reivindicando su profesión de caballero andante y hace una crítica al clero, comparándolo con las mujeres, que utilizan la lengua como arma.
Levantado, pues, en pie don Quijote, temblando de los pies a la cabeza como azogado con presurosa y turbada lengua, dijo:
–El lugar donde estoy, y la presencia ante quien me hallo, y el respeto que siempre tuve y tengo al estado que vuesa merced profesa, tienen y atan las manos de mi justo enojo; y así por lo que he dicho como por saber que saben todos que las armas de los togados son las mesmas que las de la mujer, que son la lengua, entraré con la mía en igual batalla con vuesa merced, de quien se debía esperar antes buenos consejos que infames vituperios.
Sancho saldrá sin perder tiempo en su defensa.
–¡Bien, por Dios! –dijo Sancho–. No diga más vuestra merced, señor y amo mío, en su abono, porque no hay más que decir, ni más que pensar, ni más que preservar en el mundo. Y más, que negando este señor, como ha negado, que no aha habido en el mundo, ni los hay, caballeros andantes, ¿qué mucho que no sepa ninguna de las cosas que ha dicho?
El capellán se siente molesto por la locura que se vive en casa de los Duques, y las burlas que estos hacen de los dos pecadores.
–Por el hábito que tengo, que estoy por decir que es tan sandio Vuestra Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos, pues los cuerdos canonizan sus locuras! Quédese Vuestra Excelencia con ellos; que en tanto que estuvieren en casa, me estaré yo en la mía, y me excusaré de reprehender lo que no puedo remediar.
A consecuencia de este suceso, don Quijote hace una disertación de la diferencia entre afrenta y agravio.
–Así es –respondió don Quijote–; y la causa es que el que no puede ser agraviado no puede agraviar a nadie. Las mujeres los niños y los eclesiásticos, como no pueden defenderse aunque sean ofendidos, no pueden ser afrentados. Porque entre el agravio y la afrenta hay esta diferencia, como mejor Vuestra Excelencia sabe: la afrenta viene de parte de quien la puede hace, y la hace, y la sustenta; el agravio puede venir de cualquier parte, sin que afrente.
El narrador cuenta el lavatorio de las barbas de don Quijote y el duque. episodio absolutamente burlesco, al que habrá que añadir, más adelante, el lavatorio de las barbas de Sancho, que al final no se llevan a cabo. Aquí el lector comprueba que los sirvientes de los Duques también se divierten y toman iniciativas propias.
el duque y la duquesa, que de nada desto eran sabidores, estaban esperando en qué había de parar tan extraordinario lavatorio, La doncella barbera, cuando le tuvo con un palmo de jabonadura, fingió que se le había acabado el agua, y mandó a la del aguamanil fuese por ella; que el señor don Quijote esperaría. Hízolo así, y quedó don Quijote con la más extraña figura y más para hacer reír que se pudiera imaginar.
Después de la escena del lavatorio, Sancho se va con los criados a la cocina y don Quijote se queda con los Duques hablando de cosas, que todas tenían que ver con el ejercicio de la caballería. La Duquesa sacará el tema de la hermosa Dulcinea y pide a don Quijote que se la describa. Aquí, comienza a prepararse el episodio del desencantamiento de Dulcinea del siguiente capítulo. 
La duquesa rogó a don Quijote que le delinease y describiese, pues parecía tener felice memoria, la hermosura y facciones de la señora Dulcinea del Toboso
La Duquesa hará un comentario jocoso sobre la hermosura de Dulcinea atribuyéndole ser la mas hermosa del mundo en incluso de La Mancha, como si esta fuera un territorio más extenso e importante que el resto del mundo.
…según lo que la fama pregonaba de su belleza, tenía por entendido que debía de ser la más bella criatura del orbe, y aun de toda La Mancha.
Cervantes sitúa a cada personaje con el registro lingüístico que le corresponde. La Duquesa está muy por encima de Sancho, pero tiene que reconocer su inferioridad, en esta área, frente a don Quijote. La Duquesa recibirá una reprimenda de su marido por un asunto lingüístico.
–¿Qué quiere decir demostina, señor don Quijote –preguntó la duquesa–, que es vocablo que no le he oído en todos los días de mi vida?
–Retórica demostina –respondió don Quijote es lo mismo que decir retórica de Demóstenes, como ciceroniana, de Cicerón, que fueron los dos mayores retóricos del mundo. –Así es –dijo el duque–, y habéis andado deslumbrada en la tal pregunta.
Las declaraciones que hace don Quijote sobre Dulcinea dejan, nuevamente, clara constancia del juego de ficción al que don Quijote juega.
–En eso hay mucho que decir –respondió don Quijote–. Dios sabe si hay Dulcinea o no en  el mundo o si es fantástica, o no es fantástica; y éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo.
Después del incidente del lavatorio de la barba de Sancho, la duquesa le pide que vaya con ella a conversar después de comer, y esto es lo que sucederá en el capítulo siguiente.
13 de mayo de 2020

Don Quijote de la Mancha – Capítulos 20 al 25 de la segunda parte

Capítulo vigésimo 
 En el comienzo de este capítulo, don Quijote mira a Sancho mientras duerme. En su reflexión se ve el afecto que don Quijote siente por su escudero y en cierto modo envidia esa forma tan despreocupada de dormir. Pero por otra parte le refuerza en su idea de que él es distinto, él es un elegido para llevar a cabo grandes acciones.
–¡Oh, tú bienaventurado sobre cuantos viven sobre la haz de la tierra, pues din tener invidia ni ser invidiado, duermes, con sosegado espíritu, no te persiguen encantadores, ni sobresaltan encantamientos! Duerme, digo otra vez, y lo diré otras ciento, sin que te tengan en contina vigilia los celos de tu dama, ni te desvelen pensamientos de pagar deudas que debas, ni de lo que has de hacer para comer otro día tú pequeña y angustiada familia. Ni la ambición te inquieta, ni la pompa vana del mundo te fatiga, pues los límites de tus deseos no se extienden a más que a pensar tu jumento; que el de tu persona sobre mis hombros le tienes puesto, contrapeso y carga que puso la naturaleza y la costumbre a los señores. 
Cuando llegan a las bodas caballero y escudero, lo primero que describe el autor es lo que ve Sancho. Muestra al escudero como hombre primitivo, disfrutando de todas las viandas que allí se ofrecen. Y como hombre primitivo que es, cambia de parecer. En el anterior capítulo había tomado partido por Basilio, siguiendo la teoría de Teresa Panza. Pero aquí, después de probar la comida y ver la abundancia no duda en defender a Camacho frente a Basilio.
Sobre un buen tiro de barra o sobre una gentil treta de espada no dan un cuartillo de vino en la taberna. Habilidades y gracias que no son vendibles, mas que las tenga el con Dirlos; pero cuando las tales gracias caen sobre quien tiene buen dinero, tal sea mi vida como ellas parecen. Sobre un buen cimiento se puede levanta un buen edificio, y el mejor cimiento y zanja del mundo es el dinero.
Sancho Panza, que lo escuchaba todo, dijo: –el rey es mi gallo: a Camacho me atengo. –En fin  –dijo don Quijote–, bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: “¡Viva quien vence!”  –No sé de los que soy –respondió Sancho–, peo bien sé que nunca de ollas de Basilio sacaré yo tan elegante espuma como es esta que he sacado de las de Camacho.
Don Quijote no está tan preocupado de las viandas y el vino, sino que observa la belleza de los bailes y la riqueza de sus trajes. Pero su camino es justo el contrario del de Sancho. Además, don Quijote destaca que Sancho no para de hablar.
–Por quien Dios es, Sancho –dijo a esta sazón don Quijote–, que concluyas con tu arenga, que tengo para mí que si te dejasen seguir en las que a cada paso comienzas, no te quedaría tiempo para comer ni para dormir; que todo le gastarías en hablar.
Don Quijote no recuerda que hubiesen hablado de ello anteriormente y realmente es así. No aparece registrado con anterioridad que llegaran a ningún acuerdo con respecto a este problema. Don Quijote demuestra de esta manera su buena memoria, aunque el autor quiera dejar al lector con la duda.
En las danzas que había presenciado don Quijote, había visto una parte en la que las danzas eran habladas. Estas tenían un contenido alegórico, que señalaban a Basilio y Camacho. Estaban presentes los personajes de Cupido e Interés. Acompañados por las ninfas asedian el castillo, de forma alternativa, donde se encuentra la bella doncella. Interés triunfará porque tira un bolsón lleno de dinero contra el castillo y este se desencaja con lo que interés podrá cautivar a la doncella y la encadenará con una gran cadena de oro de la que Cupido intentará liberarla, pero no lo conseguirá. 
El significado de la danza es que al final triunfa la riqueza frente al amor. Esto hay que encuadrarlo en el contexto de finales del siglo XVI y principios del XVII, en los que España se encontraba en una gran crisis económica y el dinero se veía como creador de poder y nobleza. 
Aunque realmente, la escena termina con los cuatro salvajes recomponiendo el castillo y salvando a la dama, que se refugia en el ultimo momento nuevamente en el castillo.
Sancho interpreta bien la danza. Los dos linajes que hay en el mundo son: tener y no tener. Camacho tiene y Basilio no tiene. A pesar de que el dinero triunfe, Sancho piensa que tal vez quedará alguna puerta de salida para el ingenio y el arte. 

Capítulo vigésimo primero 
Este capítulo, continua con el relato del anterior, contando las bodas de Camacho y Quiteria. Aquí, no se narra la descripción de la fiesta, como en el anterior, sino que el capítulo comienza con una voces, que hacen presagiar algún conflicto.
Cuando estaban don Quijote y Sancho en las razones referidas en el capítulo antecedente, se oyeron grandes voces y gran ruido, y dábanlas y causábanle los de las yeguas, que con larga carrera y grita iban a recebir a los novios, que, rodeados de mil géneros de instrumentos y de invenciones, venían acompañados del cura, y de la parentela de entrambos…
A continuación, Sancho ve a la novia y hace una de sus discursos en el que muestra su admiración por la novia con lenguaje, que de tan rústico resulta cómico.
…y empedrados con perlas blancas como una cuajada, que cada una debe valer un ojo de la cara. ¡Oh hideputa, y qué cabellos, que si no son postizos, no los he visto más luengos ni más rubios en toda mi vida!…
Al poco tiempo de aparecer en escena los novios, el cura y los invitados; aparece Basilio. 
En llegando más cerca fue conocido de todos por el gallardo Basilio, y todos estuvieron suspensos, esperando en qué habían de para sus voces y sus palabras, temiendo algún mal suceso de su venida en sazón semejante.
Este, aparentemente, destrozado de amor y pasión, capaz de cualquier locura por amor, recordando a un nuevo Cardenio. El lector está esperando el desenlace fatal.
…pero tú, echando a las espaldas todas las obligaciones que debes a mi buen deseo quieres hacer señor de lo que es mío a otro, cuyas riquezas le sirven no sólo de buena fortuna, sino de bonísima ventura.
Después de reprocharle a Quiteria su interés por lo económico y haberle dejado a él, al que en realidad amaba, es creíble el desenlace que parece suceder. 
¡Viva , viva el rico Camacho con la ingrata Quiteria largos y felices siglos, y muera, muera el pobre Basilio, cuya pobreza cortó las alas de su dicha y le puso en la sepultura!
Cervantes utiliza en este dramático suceso, las reduplicaciones de los verbos vivir y morir, con el fin de enfatizar la expresión. Esto es un recurso estilístico, que se encuentra con cierta frecuencia en el Quijote. Después de esta dramática declaración de Basilio llega el desenlace 
Y diciendo esto, asió del bastón que tenía hincado en el suelo, y quedándose la mitad dél en la tierra, mostró que servía de vaina a un mediano estoque que en él se ocultaba; y puesta la que se podía llamar empuñadura en el suelo, con ligero desenfado y determinado propósito se arrojó sobre él, y en un punto mostró la punta sangrienta a las espaldas, con la mitad del acerada cuchilla, quedando el triste bañado en su sangre y tendido en el suelo, de sus mismas armas traspasado.
Todos los invitados quedan impresionados. En ese momento Basilio suplica a Quiteria que se case con él. Ella va a quedar viuda inmediatamente, y podrá entonces casarse con Camacho.En un primer momento parece que la novia no va a acceder, pero finalmente sí lo hace y Basilio y Quiteria se casan. Aquí, queda realizado el engaño, que seguramente el lector ya esperaba. Cervantes da un tono al suceso, que hace que el lector espere algo más de él.
Para estar tan herido este mancebo –dijo a este punto Sancho Panza–, mucho habla; háganle que se deje de requiebros, y que atienda a su alma…
El cura, desatentado y atónito, acudió con amabas manos a tentar la herida, y halló que la cuchilla había pasado, no por la carne y costillas de Basilio, sino por un cañón hueco de hierro que, lleno de sangre, en aquel lugar bien acomodado tenía preparada la sangre,según después se supo, de modo que no se helase.
La utilización de una bolsa o caña llena de sangre, escondida en la parte del pecho, se ha utilizado en otras obras como el Baldus de Teófilo  Folengo y viene de una tradición folclórica del siglo XVI, en el que se encuentran otras narraciones con burlas semejantes. Cervantes se ha basado principalmente en uno de los engaños utilizados por los familiares de Santa Quiteria, para demostrar su fingida santidad, utilizando falsos milagros
Constatado el engaño y, viendo que Basilio estaba en perfecto estado, los amigos del novio piden venganza y sacan las armas, pero los de la parte de Basilio hacen lo mismo. En ese momento, como ya ha pasado en reiteradas ocaciones, don Quijote media en la situación para que las cosas se arreglen sin derramamiento de sangre.
–Teneos, señores, teneos; que no es razón toméis venganza de los agravios que el amor nos hace; y advertid que el amor y la guerra son una misma cosa, y así como en la guerra es cosa lícita y acostumbrada usar de ardides y estratagemas para vencer al enemigo, así en las contiendas y competencias amorosas se tienen por buenos los embustes y marañas que se hacen para conseguir el fin que se desea, como no sean en menoscabo y deshonra de la cosa amada.
Do Quijote toma claro partido por Basilio
Camacho es rico, y podrá comprar su gusto cuando, donde y como quisiere. Basilio no tiene más desta oveja, y no se la ha de quitar alguno, por poderoso que sea; que a los que Dios junta no podrá separar el hombre, y el que lo intentare, primero ha de pasar por la punta desta lanza.
…Y en esto, la blandió tan fuerte y tan diestramente, que puso pavor en todos los que no le conocían…
En conclusión, se ve que don Quijote apoya el amor y los ideales y Sancho va más por lo práctico y lamenta la perdida de la vida que hubiera tenido Quiteria con Camacho.
Finalmente, no hubo derramamiento de sangre y los de Quiteria y Basilio se fueron hacía la aldea de este y los de Camacho decidieron continuar con la fiesta.
Don Quijote y Sancho se fueron con los de Basilio, a pesar del disgusto de Sancho.




Capítulo vigésimo segundo
Este capítulo, es una transición entre las bodas de Camacho y Quiteria y la aventura de la cueva de Montesinos.
En un primer momento el narrador cuenta como los novios agradecían a don Quijote la ayuda que les había prestado.
Grandes fueron y muchos los regalos que los desposados hicieron a don Quijote, obligados de las muestras que había dado defendiendo su causa , y al para de la valentía le graduaron la discreción, teniéndole por un Cid en las armas y por un Cicerón en la elocuencia 
El narrador explica, aquí, salvaguardando la inocencia de Quiteria, que el plan de burla tramado para impedir la boda, había sido sólo urdido por Basilio.
Don Quijote, insiste, en la idea del capítulo anterior, en la que defendía que por una causa de amor estaba justificado el engaño.
–No se puede ni deben llamar engaños –dijo don Quijote– los que ponen la mira en virtuosos fines.
Don Quijote, a continuación, hace uno de sus discursos hablando sobre el amor y la necesidad, que es lo único que puede enturbiar el amor. Asimismo, defiende los valores de la honradez y sobre todo la buena fama que debe tener la mujer frente a los de la belleza. 
Don Quijote da consejos sobre el matrimonio, aunque el matrimonio él ni siquiera lo contempla en su vida. No es una prueba de que haya perdido su amor por Dulcinea, sino que son las leyes del amor cortés.
Aunque, esto se podría tomar como parte del juego de don Quijote. Este juega a ser caballero andante y a tener una enamorada como Dulcinea.
Lo primero le aconsejaría que mirase más a la fama que a la hacienda; porque la buena mujer no alcanza la buena fama solamente con ser buena, sino con parecerlo; que mucho más dañan a las honras de las mujeres las desenvolturas  libertades públicas que las maldades secretas.
En este capítulo, podemos comprobar que don Quijote es cada vez menos “andante”, aunque siga siendo caballero. Hemos visto como al principio de la segunda parte descansa en un bosque y después, de nuevo, vuelve a descansar. Además permanece unos días en casa del Caballero del Verde Gabán y ahora otros días en casa de Basilio.
Aquí, por primera vez Sancho habla mal de Teresa Panza. 
–No es mala –respondió Sancho–, pero no es muy buena; a lo menos, no es tan buena como yo quisiera.
–Mal haces, Sancho -dijo don Quijote–, en decir mal de tu mujer, que , en efecto, es madre de tus hijos.
–No nos debemos nada –respondió Sacho–; que también ella dice mal de mí cuando se le antoje, especialmente cuando está celos; que entonces súfrala el mesmo Satanás.
Después de estos discursos sobre el amor y la mujer, hay un cambio del estilo indirecto al directo y el lector será conducido hacia la aventura de la cueva de Montesinos.
En esta aventura, les acompañará a don Quijote y Sancho un personaje primo del licenciado esgrimista, del que no conocemos el nombre. El narrador cuenta sobre la erudición de este personaje, pero en tono de burla. dice que es como Polidoro Vergilio, que fue un historiador y humanista italiano autor de diversas obras sobre erudición y curiosidades históricas, tan farragosos, que resultaban inútiles. Cervantes hace una crítica a la erudición pedante y a la investigación sin sentido.
En el camino preguntó don Quijote al primo de qué género y calidad eran sus ejercicios, su profesión y estudios. A lo que él respondió que su profesión era ser humanista, sus ejercicios y estudios, componer libros para dar a la estampa, todos de gran provecho y no menos entretenimiento para la república; que el uno se titulaba el de las libreas […] Otro libro tengo también, a quien he de llamar Metamorfóseos, o Ovidio español, de invención nueva y rara, porque en él, imitando a Ovidio a lo burlescos, pinto quién fue la Giralda de Sevilla, y al Ángel de la Madalena […] Otro libro tengo, que le llamo Suplemento de Virgilio Polidoro, que trata de la invención de las cosas, que es de grande erudición y estudio, a causa que las cosas que se dejó de decir Polidoro de gran sustancia, las averiguo yo, y las declaro por gentil estilo.
Sancho, con su sabiduría popular, hace al primo un par de preguntas en tono burlesco.
–Dígame, señor, así Dios le dé buena manderecha en la impresión de sus libros: ¿sabríame decir, que sí sabrá, pues todo lo sabe, quién fue el primero que se rasó en la cabeza, que yo para mí tengo que debió ser nuestro padre Adán?
Don Quijote prepara la aventura alimentando su fantasía y a las dos de la tarde atándose con una cuerda para tener cierta seguridad y encomendándose a su amada, se adentra en la oscura cueva, cuya entrada estaba llena de maleza y vuelan aves de mal agüero. 
Sancho y su acompañante van soltando la cuerda hasta que no notan ningún movimiento al otro lado y asustados recogen la cuerda sacando de la cueva a un don Quijote, aparentemente, dormido.
Sancho se asusta, pensando que este ha fallecido, pero don Quijote despierta y dice que ha visto algo extraordinario.
Cervantes hace, aquí, un uso particular de la cueva. Hasta el momento la cueva había sido utilizada como recurso, incluso por él mismo, de moral. Había sido utilizado como símbolo de infierno y de paraíso, símbolo de lo mágico y de lo oculto.
Tanto la lírica como la épica, las mística, las hagiografías, el mester de clerecía y las crónicas medievales habían utilizado la cueva como lugar mágico. Asimismo, se había utilizado en obras de teatro, novelas pastoriles y en las leyendas populares.
Él mismo había utilizado la alegoría de la cueva en un romance y en la comedia de La casa de los celos y la había convertido en una fabulación ingeniosa, en La cueva de Salamanca, para retomarla con una nueva idea, haciendo crítica en el Persiles. 
Pero, Cervantes hacer aquí un uso particular de la cueva. Realmente, este uso proviene de la influencia de las novelas de Caballerías, novelas de aventura, novelas bizantinas y la influencia de Ariosto.
En este episodio, como en toda la obra se mezcla la parte épica con la burlesca.
Platón había utilizado la cueva para explicar el conocimiento en el hombre. Don Quijote encuentra dentro de la cueva en contraposición a Platón, una nueva realidad.
Resulta también paródico que don Quijote, tenga hambre y quiera saciar esta, antes de relatar lo que allí abajo había visto.
Capítulo vigésimo tercero
Después de haber satisfecho su necesidad de comer, don Quijote cuenta a Sancho y al primo del licenciado, lo que ha visto en la cueva de Montesinos.
las cuatro de la tarde serían, cuando el sol, entre nubes cubierto, con luz escasa y templados rayos, dio lugar a don Quijote para que sin calor y pesadumbre contase a sus dos clarísimos oyentes lo que en la cueva de Montesinos había visto…
El narrador dará directamente la palabra a don Quijote para que narre, en primera persona y de forma vívida, la experiencia que ha tenido en la cueva.
Este descenso a la cueva, es una parodia de episodios similares de la literatura caballeresca. Tiene que ver con el descenso, en las leyendas clásicas, del héroe a los infiernos. Toda la narración está elaborada de manera artística y exagerada. Para ello utiliza la antítesis (aquí… allí), sinónimos (bello, deleitoso, ameno), el hipérbaton y la hipérbole.
Despabilé los ojos, limpiémelos, y vi que no dormía, sino que realmente estaba despierto; con todo esto, me tenté la cabeza y los pechos, por certificarme si era yo mimo el que allí estaba, o alguna fantasma vana y contrahecha; pero el tacto, el sentimiento, los discursos concertados que entre mí hacía, me certificaron que yo era allí entonces el que soy aquí ahora. 
…sin saber cómo ni cómo no, desperté dél y me hallé en la mitad del más bello, ameno y deleitoso prado…
Lo primero que hace don Quijote es una descripción detallada de la cueva, para darle veracidad a su relato. 
–A obra de doce o catorce estados de la profundidad desta mazmorra, a la derecha mano, se hace una concavidad y espacio capaz de poder caber en ella un gran carro con sus mulas. Éntrale una pequeña luz por unos resquicios o agujeros que lejos le responden, abiertas en la superficie de la tierra…
Sancho está expectante ante lo que don Quijote va a contar, y el relato no le proporcionará ninguna credibilidad, a diferencia de su acompañante que escucha a don Quijote absolutamente crédulo. Sancho frente a la fantasía que le presenta don Quijote, permanece aferrado a la realidad.
–Creo –respondió Sancho– que aquel Merlín o aquellos encantadores que encantaron a toda la chusma que vuestra merced dice que ha visto y comunicado allá bajo, le encajaron en el magín o en la memoria toda esa máquina que nos ha contad, y todo aquello que por contar le queda.
En un primer momento, don Quijote dice que se durmió profundamente, casi sin darse cuenta, pero a continuación deja claro que despertó y que todo lo que allí vio era real.
Don Quijote despertó en un magnífico prado y vio un alcázar cristalino. Por allí pasaban, además, un desfile de personajes que eran al mismo tiempo muy reales y oníricos.
Fui recogiendo la soga que enviábades, y, haciendo della una rosca o rimero, me senté sobre él pensativo además, considerando lo que hacer debía para calar al fondo, no teniendo quién me sustentase; y estando en este pensamiento y confusión, de repente y sin procurarlo, me salteó un sueño profundísimo y cuando menos lo pensaba, sin saber cómo ni cómo no, desperté dél.
En cuanto a los personajes que se le aparecen en la cueva; Montesinos, Durandarte y Belerma son personajes de romances carolingios españoles, pero aquí, no están tratados con su habitual tono elevado. Ramón de Hoces, es un personaje del que no se tiene noticia. Se piensa que quizá pudo ser un espadero de Sevilla, de cuando Cervantes estuvo allí preso.
Es posible, que para crear las leyendas sobre el Guadiana y las Lagunas de Ruidera, Cervantes echara mano de las historias populares de la época. Se creía que por la cueva de Montesinos pasaba un gran río e inventó que Belerma tenía una dueña llamada Ruidera y Durandarte un escudero llamado Guadiana. Todos estaban encantados por Merlin, este tuvo compasión de Ruidera y Guadiana y fueron convertidos en Lagunas y río respectivamente, intentando parodiar las transformaciones mitológicas.
Fantasía y realidad se van mezclando en este relato. Un relato, que resulta trágico pero con la expresión “paciencia y barajar” que pertenecía a la jerga de los jugadores, le da el aire burlesco, que busca Cervantes. Una expresión de jugador de cartas dicha por un personaje noble de la corte de Carlomagno, le quita toda su solemnidad y le da un aire absolutamente cómico.
–Y cuando así no sea –respondió el lastimado Durandarte con voz desmayada y baja–, cuando así no sea, ¡oh primo!, paciencia y barajar. Y volviéndose de lado, tornó a su acostumbrado silencio, sin hablar más palabra.
En este capítulo, el lector encuentra una reflexión sobre el tiempo. En realidad, ha pasado media hora, pero don Quijote dice que han sido cuatro días. Esta es la diferencia entre el tiempo exterior, real y el tiempo interior, psíquico, que no se puede medir con un reloj. Cervantes, con esta situación antitética, abre la puerta a la vida del subconsciente.
–Yo no sé, señor don Quijote, cómo vuestra merced en tan poco espacio de tiempo como ha que está allá bajo, haya visto tantas cosas y hablado y respondido tanto. –¿Cuánto ha que bajé? –preguntó don Quijote. –Poco más de una hora –respondió Sancho. –Eso no puede ser –replicó don Quijote–, porque allá me anocheció y amaneció, y tornó a anochecer y amanecer tres veces de modo que, a mi cuenta tres días he estado en aquellas partes remotas y escondidas a la vista nuestra.
En esta bajada a la cueva, es de los pocos momentos en los que Cervantes muestra a don Quijote en soledad.  En esta soledad, don Quijote inventa su historia y se pone frente a sí mismo, en busca del autoconocimiento.
Las palabras de Durandarte, muestran que la presencia de don Quijote no es de utilidad para los encantados de la cueva, lo que presenta el debilitamiento del caballero.
En la cueva de Montesinos, aparece también Dulcinea, que quedará para siempre atada al lugar.  De esta manera, quedan ligados para siempre los dos motivos centrales de esta segunda parte: el encantamiento de Dulcinea y el descenso a la cueva de Montesinos.
Don Quijote devuelve la burla a Sancho. Sancho se ríe de don Quijote, porque el es responsable del secreto del “encantamiento” de Dulcinea y don Quijote está en el secreto del secreto y finalmente es el que ríe el último.
Capítulo vigésimo cuarto
Aparentemente, este capítulo es un conjunto de historietas con poca conexión y coherencia, con el único fin de enlazar una aventura con otra, el de la cueva de Montesinos y la del retablo de maese Pedro. Pero es uno de los capítulos más excepcionales de la segunda parte, por su composición.
Lo más importante son los dos primeros párrafos, donde se encuentran las meditaciones de Cide Hamete Benengeli, “autor de la obra”. Benengeli, reflexiona sobre la verosimilitud de lo ocurrido en la cueva de Montesinos.
El “autor” incita al lector a intervenir en el proceso de estructuración de la novela, como si fueran los que tienen que juzgar el comportamiento de los personajes y tuvieran que reflexionar sobre la verosimilitud de la historia. 
Parece probable que en la primera redacción del capítulo, este terminara cuando deciden ir a la venta, debido a que el ermitaño no está en la ermita y lo único que les pueden ofrecer allí es agua y todos estaban deseosos de beber de vino. 
Lo que demuestra este cambio es la incoherencia narrativa. Existe una oración que debía estar en la primera narración y que por error no se eliminó. Esto crea una incoherencia temporal. 
Hízose así, subieron a caballo y siguieron todos tres del derecho camino de la venta, a la cual llegaron un poco antes de anochecer.
Esta misma idea se expresa de manera más breve en el último párrafo del capítulo.
Y en esto llegaron a la venta, a tiempo que anochecía…
Si se elimina esta oración la coherencia regresa a la narración.
Don Quijote se está transformando y cuando Sancho le dice unas palabras, que en otro momento, le hubieran hecho enfurecer. Además, no ve la venta como un castillo, sino que aquí, sigue viendo la realidad.
Aunque, en esta segunda parte, don Quijote ha ido sosegándose, el descenso a la cueva de Montesinos ha resultado ser para él un rito iniciático. 
Este capítulo hace de puente entre dos historias, que podrían pertenecer a novelas clásicas sobre transformaciones iniciáticas. Una las bodas de Camacho y otra la aventura del rebuzno, que podría estar basada en El asno de oro de Apuleyo.
Capítulo vigésimo quinto 
Sorprende, en este capítulo, la humildad mostrada por don Quijote, realizando tareas que no le son propias, por la curiosidad de escuchar lo que aquel hombre tenía que contar.
Esto es, de alguna manera, una señal del debilitamiento de don Quijote, que irá apareciendo paulatinamente.
–No quede por eso –respondió don Quijote–; que yo os ayudaré a todo. Y así lo hizo, ahechándole la cebada y limpiando el pesebre, humildad que obligó al hombre a contarle con buena voluntad lo que le pedía… 
En el cuento de los rebuznos, aparece este elemento, que como ya está dicho anteriormente, está basado en la novela latina de Apuleyo, El asno de oro, en la que se desarrolla una situación similar. 
Aquí, se vuelve a introducir un cuento, pero en este caso, como en los anteriores de la segunda parte, don Quijote y Sancho están escuchándolo y queda perfectamente integrado en la trama principal. Lo que sí puede comprobar el lector es que se le da voz a la persona que está narrando la historia.
–Sabrán vuesas mercedes que en un lugar que está cuatro leguas y media desta venta sucedió que a un regidor…
Además, era típico en el época, que pícaros y villanos presumieran de poder imitar los rebuznos de los asnos. Cervantes, aquí quiere satirizar el empeño de algunos en practicar habilidades ridículas y sin sentido, que en ocasiones hace rivalizar a la gente por asuntos absolutamente triviales.
Mirad, compadre: una traza me ha venido al pensamiento, con la cual sin duda alguna podremos descubrir este animal, aunque esté metido en las entrañas de la tierra, no que del monte, y es que yo sé rebuznar maravillosamente, y si vos sabéis algún tanto, dad el hecho por concluido.
En el capítulo, pueden llamar la atención algunas expresiones. Cuando nombra a La Mancha de Aragón, no se refiere realmente a Aragón, sino a la zona más oriental de La Mancha, cercana a Albacete, donde hay un pequeño cerro que se llama Monte Aragón.
–Éste es un famoso titerero, que ha muchos días que anda por esta Mancha de Aragón…
Es también llamativa la expresión ¿qué peje pillamo?. Esto es una castellanización  de la expresión italiana che pesce pigliamo: que pez cogemos, que realmente quiere referirse a ¿qué hacemos?
–Dígame vuestra merced, señor adivino: ¿Qué peje pillamo? ¿Qué ha de ser de nosotros? Y vea aquí mis dos reales
Así como también, la expresión por espacio de un credo para referirse a en un instante.
Y dando con la mano derecha dos golpes sobre el hombro izquierdo, en un brinco se le puso el mono en él, y llegando la boca al oído, daba diente con diente muy apriesa; y habiendo hecho este ademán por espacio de un credo, de otro brinco se puso en el suelo, y al punto, con grandísima priesa, se fue maese Pedro a poner de rodillas ante don Quijote…
Por último, es reseñable la expresión dos columnas de Hércules. Expresión que se utilizaba en honor a Hércules, que unía el mar Mediterráneo con el océano Atlántico. 
–Estas piernas abrazo, bien así como si abrazara las dos columnas de Hércules…
Aquí, a don Quijote le sorprende que el mono pueda decirle a maese Pedro, las conclusiones a las que parece llegar. Además, cada contestación la cierra el mono con la frase “Y que esto es lo que sabe, y no otra cosa”, en cuanto a esta pregunta. Esta fórmula, se usaba para cerrar las declaraciones de los testigos en los interrogatorios judiciales.
–El mono dice que parte de las cosas que vuesa merced vio, o pasó, en la dicha cueva son falsas, y parte verisímiles, y que esto es lo que sabe, y no otra cosa en cuanto a esta pregunta…
En el Quijote, se encuentran con cierta frecuencia, formulas jurídica y de los escribanos, que contribuyen a enriquecer los distintos niveles de habla, que se encuentran en la obra.
Aprovechando la situación, Sancho quiere que don Quijote, a través del mono, se convenza de que todo lo que piensa que vio en la cueva de Montesinos, no era real.
–¿No le decía yo –dijo Sancho–, que no se me podía asentar que todo lo que vuesa merced, señor mío, ha dicho de los acontecimientos de la cueva era verdad no aun la mitad?
Como en otras ocasiones, el capítulo enlaza con el siguiente y don Quijote y Sancho se disponen a ver el retablo de maese Pedro.
Obedeciéronle don Quijote y Sancho, y vinieron donde ya estaba el retablo puesto y descubierto, lleno por todas partes de candelillas de cera encendidas, que le hacían vistoso y resplandeciente.
27 de abril de 2020

Don Quijote de la Mancha – Capítulos 13 al 19 de la segunda parte

Capítulo décimo tercero
El capítulo décimo tercero viene encadenado con el capítulo anterior. Comienzan los diálogos, aquí, de los dos escuderos.
Existe simultaneidad de tiempos, entre los diálogos de caballeros y escuderos, pero en la misma obra Cervantes dice que el autor cuenta primero el diálogo entre escuderos.
Divididos estaban caballeros y escuderos, éstos contándose sus vidas, y aquéllos sus amores; pero la historia cuenta primero el razonamiento de los mozos y luego prosigue el de los amos…
En este diálogo queda nuevamente clara la quijotización de Sancho. El escudero del Caballero del Bosque dice que las penurias que pasan los escuderos se compensaran con un premio y a esto responde Sancho:
–Yo –replico Sancho– ya he dicho a mi amo que me contento con el gobierno de alguna ínsula, y él es tan noble y tan liberal, que le le ha prometido muchas y diversas veces.
A continuación, Sancho deja claro que él, ni su amo tienen nada que ver con la iglesia. El escudero del Caballero del Bosque le dice que se conformará con un canonicato y Sancho responde:
–Debe de ser –dijo Sancho– su amo de vuesa merced caballero a lo eclesiástico, y podrá hacer esas mercedes a sus buenos escuderos, pero el mío es meramente lego, aunque yo me acuerdo cuando le querían aconsejar personas discretas aunque, a mi parecer mal intencionadas, que procurase ser arzobispo; pero él no quiso sino ser emperador, y yo estaba entonces temblando si le venía en voluntad de ser de la Iglesia, por no hallarme suficiente de tener beneficios por ella, porque le hago saber a vuesa merced que, aunque parezco hombre, soy una bestia para ser de la Iglesia.
En aquel momento, había muchos personajes reales y de ficción, que eran hombres de iglesia 
El tono como el de casi toda la obra es irónico y burlesco. En la conversación que mantienen el Caballero del Bosque y don Quijote, el primero utiliza unas palabras malsonantes para referirse a la hija y la mujer de Sancho y aunque este intenta justificar su uso, diciendo que habitualmente se utilizan como halagos, Sancho no quiere saber nada al respecto.
Partes son ésas –respondió el del Bosque no sólo para ser condesa, sino para ser ninfa del verde bosque. ¡Oh hideputa, puta, y qué rejo debe de tener la bellaca!
A lo que respondió Sancho, algo mohíno: –Ni ella es puta, ni lo fue su madre, ni lo será ninguna de las dos, Dios queriendo, mientras yo viviere. Y háblese más comedidamente; que para haberse criado vuesa merced entre caballeros andantes, que son la mesma cortesía, no me parecen muy concertadas esas palabras.
–¡Oh, qué mal se le entiende a vuesa merced  –replicó el del Bosque– de achaque de alabanzas, señor escudero! ¿Cómo y no sabe que cuando algún caballero da una buena lanzada al toro en la plaza, o cuando alguna persona hace alguna cosa bien hacha, suele decir el vulgo: “¡Oh hideputa, puto, y qué bien que lo ha hecho!”?
En este capítulo Sancho muestra abiertamente al escudero del Caballero del bosque el cariño que le tiene a don Quijote. De momento su objetivo es Zaragoza y quizá después regresen a su pueblo. Aquí el escudero del Caballero del Bosque, va introduciendo en la conversación algunas palabras que intentan influir en Sancho para que regresen a su aldea.
Hasta que mi amo llegue a Zaragoza, le serviré, que después todos nos entenderemos.
Sancho reconoce abiertamente su cariño por don Quijote y reconoce tanto su locura, como su inocencia.
–Eso no es el mío –respondió Sancho–; digo, que no tiene nada de bellaco; antes tiene una alma como un cántaro; no sabe hacer mal a nadie, sino bien a todos, ni tiene malicia alguna: un niño le hará entender que es de noche en mitad del día, y por esta sencillez le quiero como a las telas de mi corazón, y no me amaño a dejarle, por más disparates que haga
Al final del capítulo Sancho introduce un pequeño cuento sobre mojones de vino, para dejar patente que él es un hombre sencillo y que se aferra a las cosas materiales. Los dos escuderos beben tanto que al final se quedan dormidos.
Capítulo décimo cuarto
El capítulo empieza sorprendiendo al lector con el cambio de nombre del Caballero del Bosque por el de Caballero de la Selva. 
Ente muchas razones que pasaron don Quijote y el Caballero de la Selva, dice la historia que el del Bosque dijo a don Quijote…
Incluso, en el mismo párrafo, se refiere a él de dos maneras distintas.
Este caballero se presenta y cuenta algunas confidencias de su vida a don Quijote.
Aquí, los que dialogan son los dos Caballeros. En el capítulo anterior dialogaban los escuderos, y supuestamente los dos diálogos son simultáneos. 
Los caballeros hablan de sus damas, de su amor por ellas y de los encantamientos a los que se ven sometidos por culpa de sus enemigos.
El Caballero del Bosque, pretende que don Quijote piense que hablan de igual a igual, pero todo es producto de un plan urdido para hacer volver a don Quijote a su casa.
Esta Casildea, pues, que voy contando, pagó mis buenos pensamientos y comedidos deseos con hacerme ocupar, como su madrina a Hércules, en muchos y diversos peligros, prometiéndome al fin de cada uno que en el fin del otro llegaría el de mi esperanza; pero así se han ido eslabonando mis trabajos, que no tiene cuento, no yo sé cuál ha de ser el último que dé principio al cumplimiento de mis buenos deseos.
El Caballero del Bosque alardea de haber vencido a muchos caballeros, entre otros a don Quijote de La Mancha. Ante esta declaración don Quijote no sabe que pensar, si sentirse indignado por su mentira o perplejo y pensar que el Caballero del Bosque ha sido víctima de algún encantamiento.
–Sosegaos, señor caballero  –dijo don Quijote–, y escuchad lo que decir os quiero. Habéis de saber que ese don Quijote que decís es el mayor amigo que en este mundo tengo, y tanto, que podré decir que le tengo en lugar de mi misma persona, y que por las señas que dél me habéis dado, tan puntuales y ciertas, no puedo pensar sino que sea el mismo, que habéis vencido. Por otra parte, veo con los ojos y toco con las manos no ser posible ser el mesmo, si ya no fuese que como él tiene muchos enemigos encantadores, especialmente uno que de ordinario le persigue, no haya alguno dellos tomado su figura para dejarse vencer, por defraudarle de la fama que sus altas caballerías le tienen granjeada u adquirida por todo lo descubierto de la tierra.
Cuando el Caballero del Bosque habla de Hércules, se refiere a que su madrastra, en la mitología, como le aborrecía, le preparó los doce trabajos que tuvo que afrontar y que fueron muy duros de superar.
En este capítulo, aparece de forma patente uno de los elementos fundamentales de la segunda parte. Hasta ahora, don Quijote se iba encontrando con la realidad en todas sus aventuras y él la iba transformando acomodándola a su locura o a como él quería que fuera la realidad,  pero ahora es la realidad la que se le está presentando ya transformada. En esta segunda parte, don Quijote ve la realidad, pero quiere que sea así y duda, cuando se le presenta la transformación de esta, que es coincidente con su forma de locura anterior.
Cuando entra Sancho en escena, se entera de que él también tiene que entrar en combate y su respuesta está a la altura de las circunstancias para continuar con el tono burlesco. 
Otro elemento, que se añade al tono burlesco de la acción, es la horripilante y enorme nariz del escudero del Caballero del Bosque y el miedo que le produce a Sancho.
En el camino dijo el del Bosque a Sancho:
–Ha de saber, hermano, que tienen por costumbre los peleantes de la Andalucía, cuando son padrinos de laguna pendencia, no estarse ociosos mano sobre mano en tanto que sus ahijados riñen. Dígolo porque esté advertido que mientras nuestros dueños riñeren, nosotros también hemos de pelear y hacernos astillas.
–Eso no –respondió Sancho–; no seré yo tan descortés ni tan desagradecido, que con quien he comido y he bebido trabe cuestión alguna, por mínima que sea; cuanto más que estando sin cólera y sin enojo, ¿quién diablos se ha de amañar a reñir a secas?
Este miedo hace que Sansón Carrasco piense que don Quijote está distraído, pero realmente al que le pilla distraído es a él y de manera absolutamente inesperada don Quijote vence el combate.
–La verdad que diga –respondió Sancho–, las desaforadas narices de aquel escudero me tienen atónito y lleno de espanto, y no me atrevo a estar junto a él. –Ellas son tales –dijo don Quijote–, que a no ser yo quien soy, también me asombraran, ay así ven; ayudarte he a subir donde dices.
En lo que se detuvo don Quijote en que Sancho subiese en el alcornoque, tomó el de los Espejos del campo lo que le pareció necesario, y creyendo que lo mismo habría hecho den Quijote, sin esperar son de trompeta ni otra señal que los avisase, volvió las riendas a su caballo –que no era más ligero ni de mejor parecer que Rocinante–, y a todo correr, que era un mediano trote, iba a encontrar a su enemigo; pero viéndole ocupado en la subida de Sancho, detuvo las riendas y paróse en la mitad de la carrera, […] Don Quijote, que le pareció que ya su enemigo venía volando, arrimó reciamente las espuelas a las trasijadas ijadas de Rocinante, y le hizo aguijar de  manera que cuenta la historia que esta sola vez se conoció haber corrido algo, porque todas las demás siempre fueron trotes declarados, y con esta no vista furia llegó donde el de los Espejos estaba hincando a su caballo las espuelas hasta los botones, sin que le pudiese mover un solo dedo del lugar donde había hecho estanco de su carrera. […] Don Quijote, que no miraba en estos inconveniente a salvamano y sin peligro alguno encontró al de los Espejos, con tanta fuerza que mal de su grado le hizo venir al suelo por las ancas del caballo, dando tal caída que, sin mover pie ni mano, dio señales de que estaba muerto.
Resulta más importante lo que representa el encuentro con el Caballero del Bosque y el combate, que la propia victoria. Don Quijote está ya reflexionando sobre su situación. Le empieza a pesar su historia y su relación con Dulcinea. Aquí, el caballero del Bosque cambia a otro nombre, mucho más sugerente en esta historia, y pasará a llamarse el Caballero de los Espejos.
Al final del capítulo, vuelve a aparecer la intención malévola de los encantadores, que han convertido, a los ojos de don Quijote, al Caballero de los Espejos en Sansón Carrasco.
El plan, seguramente, consistía en que Sansón Carrasco vencería a don Quijote y este, desmoralizado y maltrecho, desearía volver a casa. Pero ironías del destino, esto no sucedió así.
En el capítulo, se repite varias veces una idea que nos lleva a pensar que el plan era real.
–Advertid, señor caballero, que la condición de nuestra batalla es que el vencido, como otra vez he dicho, ha de quedar a discreción del vencedor. –Ya la sé –respondió don Quijote–; con tal que lo que se le impusiere y mandare al vencido han de ser cosas que no salgan de los límites de la caballería.
La victoria de don Quijote sobre el Caballero de los Espejos, es el recurso que utiliza Cervantes para revitalizar al personaje, que ahora podrá emprender nuevas aventuras, en vez de dejarlo definitivamente derrotado, lo que hubiera facilitado su vuelta a casa, que era lo planeado por Sansón Carrasco, el cura y el barbero.
Viéndose don Quijote vencedor, el trabajo que le encomienda, como habían concertado antes del combate, es ir al Toboso y dar cuenta a Dulcinea de los que allí había pasado y que esta le encargue, al Caballero de los Espejos, el trabajo que desee. Posteriormente, El caballero de los Espejos, debería volver y darle cuenta a don Quijote lo que hubiera pasado en el Toboso.
Capítulo décimo quinto
El capítulo, comienza con un don Quijote renovado, con nuevas fuerzas para emprender las aventuras que el destino le depare.
En extremo contento, ufano y vanaglorioso iba don Quijote por haber alcanzado victoria de tan valiente caballero como él se imaginaba que era el de los Espejos…
Y quedaba a la espera de las noticias que del Toboso pudiera traerle el Caballero de los Espejos. 
Aquí, por primera vez nos explican claramente, que las sospechas bien fundadas del lector, del plan urdido por el bachiller, el cura y el barbero, son ciertas.
Dice, pues, la historia que cuanto el bachiller Sansón Carrasco aconsejó a don Quijote que volviese a proseguir sus dejadas caballerías, fue por haber entrado primero en bureo con el cura y el barbero sobre qué medio se podría tomar para reducir a don Quijote a que se estuviese en su casa quieto y sosegado, sin que le alborotasen sus mal buscadas aventuras.
A la vista del texto de este capítulo, le queda claro al lector que Cervantes tenía perfectamente planeada esta segunda parte. Y además, se atan algunos cabos que pudieran haber quedado sueltos. Cervantes ha querido ir retrasando la información, pero el lector ha ido sospechando con distintos datos sueltos, cual era la situación real.
Es producto del virtuosismo narrativo de Cervantes, que no ha puesto al corriente al lector de la transformación que iba a sufrir el bachiller Sansón Carrasco, pero este tampoco se siente sorprendido.
A continuación, el capítulo narra el plan previsto.
…y que fuese pacto y concierto que el vencido quedase a merced del vencedor, y así vencido don Quijote, le había de mandar el bachiller caballero se volviese a su pueblo y casa, y no saliese della en dos años, o hasta tanto que por él le fuese mandado otra cosa; lo cual era claro que don Quijote vencido cumpliría indubitablemente, por no contravenir y faltar a las leyes de la caballería.
El plan se llevo a cabo como estaba pensado, pero como el lector ya sabe, este no salió como habían previsto.
–Por cierto, señor Sansón Carrasco, que tenemos nuestro merecido: con facilidad se piensa  se acomete una empresa, pero con dificultad las más veces se sale della.
Seguidamente, encontramos una reflexión sobre la locura
Don Quijote loco, nosotros cuerdos, él se va sano y riendo, vuesa merced queda molido y triste. Sepamos, pues, ahora, ¿cuál es más loco: el que lo es por no poder menos, o el que lo es por su voluntad?
A lo que respondió Sansón: –La diferencia que hay entre esos dos locos es que el que lo es por fuerza lo será siempre, y el que lo es de grado lo dejará de ser cuando quisiere.
Ahora, Sansón Carrasco declara, que ya no le moverá la buena voluntad de llevar a don Quijote de vuelta a casa, sino la venganza. Aquí, hay un cambio de lo literario a lo humano, toda lo que de burlesco y divertido tenía el combate, se ha transformado en algo muy humano. Tras la perdida inesperada, las buenas intenciones se tornan en venganza. 
…y no me llevará ahora a buscarle el deseo de que cobre su juicio, sino el de la venganza; que el dolor grande de mis costillas no me deja hacer más piadosos discursos.
Afortunadamente, el lector tardará en volver a saber del bachiller Sansón Carrasco.
Finalmente, Tomé Cecial decide volverse a su casa y Sansón Carrasco queda al cuidado de un algebrista (antiguo medico que curaba fracturas y dislocaciones de huesos), pensando en su venganza.
Desde el punto de vista narrativo la aventura de don Quijote con Sansón Carrasco , transformado en el Caballero de los Espejos, es ejemplo de la relación causal entre la parodia burlesca, lo grotesco y la ironía como principios y objetivos narrativos de Cervantes. 
La secuencia pasa de la parodia del motivo del combate a lo burlesco y grotesco del tratamiento de la situación y finalmente y como consecuencia de lo ocurrido a la ironía final.
Este encuentro, de los dos caballeros, llega en un momento límite para don Quijote, que se encontraba deprimido y sin motivación para continuar su aventura. La afortunada victoria revitaliza al personaje y regenera la ficción.
Capítulo décimo sexto
Con la alegría, contento y ufanidad que se ha dicho seguía don Quijote su jornada, imaginándose por la pasada victoria ser el caballero andante más valiente que tenía en aquella edad el mundo.
Así comienza, con un don Quijote renovado, el décimo sexto capítulo. No quiere recordar ninguno de los episodios de los que salió trasquilado. Lo único que enturbia, en cierta medida, su felicidad es el encantamiento de su señora Dulcinea.
Finalmente, decía entre sí que di él hallara arte, modo o manera como desencantar a su señora Dulcinea, no invidiaria a la mayor ventura que alcanzó o pudo alcanzar el más venturosos caballero andante de los pasados siglos.
Don Quijote y Sancho van comentando la pasada aventura con el Caballero de los Espejos y su escudero. Don Quijote no puede creer que aquel, que quería combatir con él, fuera realmente el bachiller Sansón Carrasco.
–Y ¿crees tú, Sancho, por ventura, que el Caballero de los Espejos era el bachiller Carrasco, y su escudero Tomé Cecial tu compadre?  –Entremos en razón, Sancho 
–replicó don Quijote–. Ven acá: ¿en qué consideración puede caber que el bachiller Sansón Carrasco viniese como caballero andante, armado de armas ofensivas y defensivas, a pelear conmigo?
La única explicación lógica que encuentra don Quijote es la del encantamiento. No hay otra explicación posible para que un bachiller por Salamanca y además amigo pudiera tener ese comportamiento.
–Todo es artificio y traza –respondió don Quijote– de los malignos magos que me persiguen, los cuales, anteviendo que yo había de quedar vencedor en la contienda, se previnieron de que el caballero vencido mostrase el rostro de mi amigo el bachiller, porque la amistad que le tengo se pusiese entre los filos de mi espada y el rigor de mi brazo, y templase la justa ira de mi corazón, y desta manera quedase con vida el que con embelecos y falsías procuraba quitarme la mía.
Aquí, vuelve a quedar patente, que don Quijote, en esta segunda parte, ve la realidad, pero no encuentra explicación para todo aquello que se le pone delante y no tiene otra solución que explicarlo con los encantamientos.
Seguidamente, Sancho y don Quijote se encuentran con un hombre de buen aspecto vestido de verde. Este caballero recibe el nombre de Caballero del Verde Gabán, que lo iguala con don Quijote, aunque realmente no tendrá nada que ver.
Don Quijote se presenta y le da explicaciones de su particular aspecto. Él quiere seguir jugando a ser Caballero, pero sabe de su peculiar aspecto.
–Esta figura que vuesa merced en mí ha visto, por ser tan nueva y tan fuera de las que comúnmente se usan, no me maravillaría yo de que le hubiese maravillado; pero dejará vuesa merced de estarlo cuando le diga, como le digo, que soy caballero.
Y además, se justifica.
Quise resucitar la ya muerta andante caballería, y ha muchos días que, tropezando aquí, cayendo allí, despeñándome acá y levantándome acullá, he cumplido gran parte de mi deseo, socorriendo viudas, amparando doncellas y favoreciendo casadas, huérfanos y pupilos, propio y natural oficio de caballeros andantes, y así, por mis valerosas, muchas  cristianas hazañas he merecido andar ya en estampa en casi todas o las más naciones del mundo.
Y también explica todos los libros que sobre él se han escrito, utilizando la hipérbole. 
Treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia…
El de Verde, se muestra maravillado de que en el mundo aun existan caballeros dispuestos a rescatar doncellas y ayudar a viudas, etc. Y expresa la satisfacción de encontrar un caballero que ayude a olvidar las maldades que han realizado fingidos caballeros. Nótese, aquí, el tono burlesco.
Desta última razón de don Quijote tomó barruntos el caminante de que don Quijote debía de ser algún mentecato.
Este Caballero, don Diego de Miranda, el del Verde Gabán, ha dado lugar a muchas y diversas interpretaciones. Representa la antítesis de don Quijote. Tiene una vida equilibrada, una familia, un patrimonio, es un hombre acomodado y amante de su hogar. Así que, este servirá también de espejo de don Quijote, que le pone enfrente otra realidad.  
La conversación que llevan a cabo ambos caballeros, más que una simple conversación, podríamos llamarlo un conflicto encubierto. En las historias de héroes era frecuente enfrentarlos con otras posibilidades de vida y tentándolos con la otra posibilidad.
Don Diego de Miranda es el modelo de hombre moderno, acomodado , de buenas costumbres, amante del hogar y de los amigos, culto, discreto, religioso, nuevo burgués, el primer burgués en la literatura española, en opinión de Casalduero.
Américo Castro lo ve como ejemplo del señor bien acomodado con la España de los cristianos viejos. 
Percas de Ponseti lo considera una “desvirtuación del ideal caballeresco”
Don Quijote escucha con cierto pesar la descripción que don Diego hace de su vida, seguramente, sintiendo que podría haber sido la suya. Pero la descripción, que de su vida hace don Diego, resulta un poco sospechosa de vanidad y también el color de la ropa con la que se viste. En aquella época, el verde era el color de lo erótico y de los bufones, era un poco extravagante. 
Las limitaciones de don Diego vienen dadas a continuación, cuando habla de su hijo y su dedicación por la poesía, como algo no satisfactorio. Ahí, entra don Quijote con su discurso en defensa de la poesía, superando a don Diego en conocimientos y sensibilidad para ella.

Capítulo décimo séptimo
A lo largo del camino don Quijote va encontrando distintas posibilidades de aventura. En este caso, se encuentra con un hombre que lleva dos leones africanos, en una jaula como regalo para el Rey de España. Esto es una oportunidad de aventura, que don Quijote no puede dejar pasar.
El del Verde Gabán, que esto oyó, tendió la vista por todas partes, y no descubrió otra cosa que un carro que hacia ellos venía, con dos o tres banderas pequeña, que le dieron a entender que el tal carro debía de traer moneda de Su Majestad, y así se lo dijo a don Quijote; pero él no le dio crédito, siempre creyendo y pensando que todo los que le sucediese habían de ser aventuras y más aventuras…
Es la oportunidad que tiene don Quijote para demostrarle al Caballero del Verde Gabán su valentía y el buen hacer de los caballeros andantes como él.
…y, así, respondió al hidalgo: –Hombre apercebido, medio combatido: no se pierde nada en que yo me apreciaba; que sé por experiencia que tengo enemigos visibles e invisibles, y no sé cuándo, ni adónde, ni en qué tiempo, ni en qué figuras me han de acometer. Y volviéndose a Sancho, le pidió la celada…
El león ha sido un animal, que ha dado lugar a multitud de historias, que han demostrado la valentía y nobleza de sus protagonistas.
Como nos hace saber Francisco Rico, Chrétien de Troyes escribió a finales del siglo XII Yvain, obra en la cual el protagonista es apodado el Caballero del León, debido a que siempre lo acompaña un león, con tanta fidelidad que incluso intenta suicidarse cuanto cree que Yvain ha muerto.
En el Palmerín de Olivia, el Primaleón, el Belianís de Grecia y en el Amadís de Gaula, entre muchas otra obras, el león figura como un medio de realzar el valor del héroe.
En este capítulo, don Quijote se va a querer enfrentar, de forma real, al león como si fuera una de esas historias literarias. Y en ese momento, cambiará su nombre de Caballero de la Triste Figura por el de Caballero de los Leones, para destacar la importancia de su valor en esta aventura, en esta nueva etapa de renovación de don Quijote, que tras vencer al Caballero de los Espejos, se ha reinventado.
Pero esta aventura, no tiene algunos de los rasgos de una auténtica aventura. Los leones estaban en una jaula, el encuentro con ellos era evitable, la llamada a la prudencia de sus acompañantes, la espera que se produce hasta que todo el mundo está a salvo, cambia la mítica aventura por un episodio poco mítico y muy real.
Como casi todo lo narrado en esta obra, esta aventura tiene también su parte paródica. Elementos paródicos son el asunto de los requesones en la celada, así como la indiferencia que muestra el león por don Quijote y por salir de la jaula.
…el cual, como no tuvo lugar de sacar los requesones, le fue forzoso dársela como estaba . Tomóla don Quijote, y sin que echase de ver los que dentro venía, con toda priesa se la encajó en la cabeza, y como los requesones se apretaron y exprimieron, comenzó a correr el suero por todo el rostro y barbas de don Quijote…
En este episodio, don Quijote no deja de ver la realidad, aunque después admita las posibles justificaciones de Sancho
–Por vida de mi señora Dulcinea del Toboso, que son requesones los que aquí me has puesto, traidor, bergante y mal mirado escudero.
–Así es verdad –respondió don Quijote–: cierra, amigo, la puerta, y dame por testimonio en la mejor forma que pudieres lo que aquí me has visto hacer; conviene a saber: como tú abriste al león, yo le esperé, él no salió, volvíle a esperar, volvió a no salir y volvióse a acostar.
Estos elementos paródicos no restan, por otra parte, el valor mostrado por don Quijote que lo reseña el leonero y que deja estupefacto al Caballero del Verde Gabán.
En este capítulo, tiene presencia también el autor de la obra.
Y es de saber que, el autor de esta verdadera historia exclama y dice: “¡Oh fuerte y sobre todo encarecimiento animoso don Quijote dela Mancha, espejo donde se pueden mirar todos los valientes del mundo, segundo y nuevo do Manuel de León, que fue gloria y honra de los españoles caballeros! ¿Con qué palabras contaré esta tan espantosa hazaña, o con qué razones la haré creíble a los siglos venideros, o qué alabanzas habrá que no te convengan y cuadren, aunque sean hipérboles sobre todos los hipérboles? 
Realmente, esta es la primera aventura que emprende don Quijote desde que ve la realidad, aunque siga el juego del caballero andante y la realiza a pie, considerando, que tal vez Rocinante se espante al ver al león.
Quiere demostrarle al Caballero del Verde Gabán, que las aventuras que corren los caballeros andantes no son fingidas, sino muy reales.
Capítulo décimo octavo
Don Diego de Miranda, Caballero del Verde Gabán, invita a don Quijote y Sancho a su casa. Estos pasan allí cuatro días disfrutando de la amabilidad de la familia de don Diego y del descanso entre tanto ir y venir y tanta aventura.
Aquí don Quijote vuelve a presentarse.
–Recibid, señora, con vuestro sólito agrado al señor don Quijote de la Mancha, que es el que tenéis delante, andante caballero y el más valiente y el más discreto que tiene el mundo.
Nuevamente, el lector puede ver que se hace una alusión al autor y al traductor. En el original había una amplia descripción de la casa de don Diego, pero el traductor prefiere prescindir de los detalles superfluos.
Aquí pinta el autor todas las circunstancias de la casa de don Diego, pintándonos en ellas lo que contiene una casa de un caballero labrador y rico; pero al traductor desta historia le pareció pasar estas y otra semejantes menudencias en silencio, porque no venían bien con el propósito principal de la historia, la cual más tiene su fuerza en la verdad que en las rías digresiones.
En este capítulo, vuelve a aparecer la polémica sobre la locura de don Quijote. Don Diego no sabe que pensar. Unas veces piensa que está muy cuerdo y otras que está completamente loco. Así que, este le pide a su hijo que hable con don Quijote y que le dé su opinión.
Don Diego se muestra muy prudente al pedir la opinión de su hijo y no se deja llevar por las primeras impresiones.
–No sé lo que te diga, hijo –respondió don Diego–; sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas, que borran y deshacen sus hechos; háblale tú, y toma el pulso a lo que sabe, y, pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería lo que más puesto en razón estuviere; aunque, para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo.
Con esta introducción de la duda de don Diego y su hijo por la locura de don Quijote, se abre una polémica que durante años ha sido materia de discusión entre los estudiosos del Quijote: ¿loco o cuerdo?
Don Quijote aprovecha el diálogo con Lorenzo, hijo de don Diego, para hacer una crítica a las universidades de la época y la forma en la que se concedían los títulos y cargos.
…y si es que son de justa literaria, procure vuestra merced llevar el segundo premio, que el primero siempre se lleva el favor o la gran calidad de la persona, el segundo se le lleva 
la mera justicia, y el tercero viene a ser segundo, y el primero, a esta cuenta, será el tercero, al modo de las licencias que se dan en las universidades…
El hijo de don Diego, Lorenzo, lee a don Quijote dos poemas: una glosa y un soneto. Estos dos poemas están relacionados con la situación de una manera sutil. 
Lorenzo le muestra su escepticismo a don Quijote, respecto a la existencia o no de la caballería andante. Frente a esto, y a diferencia de lo que se podía esperar, o de lo que don Quijote hubiera respondido en la primera parte de la obra, se muestra prudente y responde que han existido caballeros andantes y que sería bueno que volvieran a existir.
…lo que pienso hacer es el rogar al cielo le saque dél, y le dé a entender cuán provechosos y cuán necesarios fueron al mundo los caballeros andantes en los pasados siglos, y cuán útiles fueran en el presente si se usaran; pero triunfan ahora, por pecados de las gentes, la pereza, la ociosidad, la gula y el regalo.
Lorenzo no le lleva la contraria, pero en sus poemas dice cosas como:
Cosas imposibles pido, pues volver el tiempo a ser después que una vez ha sido, no hay en la tierra poder que a tanto se haya extendido. Corre el tiempo, vuela y va ligero, y no volverá, y erraría el que pidiese, o que el tiempo ya se fuese, o volviese el tiempo ya.
Esto se podría interpretar como la imposibilidad de poderse realizar lo que don Quijote dice y quiere ser.
El soneto no se refiere a la caballería andante sino al tema del amor y sus complicaciones, que será un tema que se desarrollará en los capítulos siguientes con las bodas de Camacho.
Lorenzo, después de escuchar las palabras de don Quijote da su dictamen a don Diego.
–No le sacarán del borrador de su locura cuantos médicos y buenos escribanos tiene el mundo: él es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos.
La mayor locura llegó cuando don Quijote se despide de Lorenzo para seguir su camino y le dice:
–No sé si he dicho a vuesa merced otra vez, y si lo he dicho lo vuelvo a decir, que cuanto vuesa merced quisiere ahorrar caminos y trabajos para llegar a la inaccesible cumbre del templo de la Fama, no tiene que hacer otra cosa sino dejar a una parte la senda de la poesía, algo estrecha, y tomar la estrechísima de la andante caballería, bastante para hacerle emperador en daca las pajas.
El capítulo termina con una expresión irónica del narrador, que habla de un castillo y de la señora del castillo. Don Quijote, en ningún momento, demuestra que haya confundido la casa de don Diego con un castillo, ni a su mujer con la señora del castillo.
Reiterándose los ofrecimientos y comedimientos, y con la buena licencia de la señora del castillo, don Quijote y Sancho, sobre Rocinante y el rucio, se partieron.
Capítulo décimo noveno
Este es un capitulo de transición. Aquí se empieza a vislumbrar uno de los episodios más célebres del Quijote.  Es una aventura momentánea que interrumpe el desarrollo de su aventura como héroe.
Se continúa con la inclusión de novelas cortas en la trama principal, pero en esta segunda parte quedan perfectamente integradas en la trama principal.
En el camino, don Quijote y Sancho se encuentran con dos labradores y dos estudiantes. Aquí se puede observar la sociabilidad que existía en los caminos.
En esta segunda parte, don Quijote es más consciente de la realidad, y como todos se sorprenden al verle, como vestía y con su forma de hablar, vuelve a hacer su presentación.
…y para obligarlos, en breves razones les dijo quién era, y su oficio y profesión, que era de caballero andante que iba a buscar las aventuras por todas las partes del mundo. Díjoles que se llamaba de nombre propio don Quijote de la Mancha, y por el apelativo, del Caballero de los Leones. Todo esto para los labradores era hablarles en griego o en jerigonza, pero no par a los estudiantes, que luego entendieron la flaqueza del celebro de don Quijote; pero, con todo eso, le miraban con admiración y con respeto…
Cuando uno de los dos estudiantes cuenta que van hacia las bodas del rico Camacho y la bella Quiteria parece que Cervantes quiere introducir al lector en otra novelita pastoril, pero al contar el estudiante la situación real de la historia esta se torna más bien en la fábula de Píramo y Tisbe.
Es una historia de amores desdichados entre Quiteria y Basilio, vecino de esta, pero no tan rico como Camacho. Parece que esta relación está también destinada a un final trágico.
Después de conocer la historia don Quijote piensa que Basilio debería casarse con Quiteria.
–Por esa sola gracia –dijo a esta sazón don Quijote– merecía ese mancebo no sólo casarse con la hermosa Quiteria, sino con la mesma reina Ginebra, si fuera hoy viva, a pesar de Lanzarote y de todos aquellos que estorbarlo quisieran.
Y Sancho se ajusta a la opinión que él ya conocía de su mujer Teresa.
–¡A mi mujer con eso! –dijo Sancho Panza, que hasta entonces había ido callando y escuchando–, la cual no quiere sino que cada uno se case con su igual, ateniéndose al refrán que dicen: “Cada oveja con su pareja.” Lo que yo quisiera es que ese buen Basilio, que ya me lo voy aficionando, se casara con esa señor Quiteria; que buen siglo hayan y buen pos (iba a decir al revés) los que estorban que se casen los que bien se quieren.
Una confusión idiomática de Sancho produce una discusión. Los dos estudiantes se desafían y vence no el más fuerte, sino el que conoce el arte de manejar la espada. Con este asunto se pone de relieve un tema que viene ya desde la primera parte de la obra, en la que se demuestra la superioridad del arte frente a la naturaleza.
–Mirad, bachiller –respondió el licenciado–, vos estáis en la más errada opinión del mundo acerca de la destreza de la espada, teniéndola por vana.
–Par mí no es opinión, sino verdad asentada –replicó Corchuelo–; y si queréis que os lo muestre con la experiencia, espada traéis, comodidad hay, yo pulsos y fuerzas tengo, que acompañadas de i ánimo, que no es poco, os harán confesar que yo no me engaño. 
…Finalmente, el licenciado le contó a estocadas todos los botones de una media sotanilla que traía vestida, haciéndole tiras los faldamentos, como colas de pulpo, derribóle el sombrero dos veces, y cansóle de manera que de despecho, cólera y rabia asió la espada por la empuñadura, y arrojóla por el aire con tanta fuerza, que uno de los labradores asistentes, que era escribano, que fue por ella, dio después por testimonio que la alongó de sí casi tres cuartos de legua; el cual testimonio sirve y ha servido para que se conozca y vea con toda verdad cómo la fuerza es vencida del arte.
19 de abril de 2020

Don Quijote de la Mancha – Capítulos 6 al 12 de la segunda parte

Capítulo sexto
La sobrina y el ama de don Quijote se dan cuenta de que amo y escudero quieren volver a salir por tercera vez en busca de aventuras. En un principio intentan impedírselo, pero no lo conseguirán.
Este capítulo contrasta con el anterior de tono jocoso. Aquí el tono es serio y a veces solemne.
Los dos capítulos se desarrollan de forma simultánea. Mientras Sancho habla con su mujer, don Quijote habla con su sobrina y el ama.
En tanto que Sancho Panza y su mujer Teresa Cascajo pasaron la impertinente referida plática, no estaba ociosas la sobrina y el ama de don Quijote, que por mil señales iban coligiendo que su tío y señor quería desgarrarse la vez tercera, y volver al ejercicio de su, para ellas, mal andante caballería; procuraban por todas las vías posibles apartarle de tan mal pensamiento, pero todo era predicar en desierto y majar en hierro frío.
El ama le pregunta por los caballeros cortesanos y le dice que él podría ser uno de ellos para no tener que andar por esos peligrosos caminos por los que anda don Quijote. Pero este hará una diferenciación muy clara entre caballeros cortesanos y caballeros andantes.
Para don Quijote, los caballeros andantes son los verdaderos caballeros, aventajando a los cortesanos en valor y generosidad. De esta forma, don Quijote expresa su voluntad de tomar a estos últimos como modelo y conseguir ser un buen caballero andante.
La sobrina le rebatirá sus argumentos. Ella piensa que sus aventuras son infames y que la inquisición debería marcarles de alguna manera para que todo el mundo pudiera ver lo que son.
–¡Ah, señor mío! –dijo a esta sazón la sobrina–. Advierta vuestra merced que todo eso que dice de los caballeros andantes es fábula y mentira, y sus historias, ya que no las quemasen, merecían que a cada una se le echase un sanbenito o alguna señal en que fuese conocida por infame y por gastadora de las buenas costumbres.
Francisco Rico ve en la visión de la sobrina un fondo erasmista, enemigo de los libros de entretenimiento y en especial de las novelas caballerescas, las cuales, por su intrínseca mendacidad, corrompen las buenas costumbre y desacreditan los relatos de auténticas hazañas heroicas.
Asimismo, Francisco Rico dice que tras la divulgación de la Poética de Aristóteles en la segunda mitad del siglo XVI, esta condena se había extendido también al aspecto artístico de los libros de caballerías, ya que la inverosimilitud de sus relatos los privaba, en opinión de muchos, de dignidad estética. 
A las acusaciones de la sobrina don Quijote dice que muchos caballeros andantes la habrían castigado. 
–Por el Dios que me sustenta –dijo don Quijote–, que si no fueras mi sobrina derechamente, como hija de mi misma hermana, que había de hacer un tal castigo en ti, por la blasfemia que has dicho, que sonara por todo el mundo. ¿Cómo que es posible que una rapaza que apenas sabe menear doce palillos de randas se atreva a poner lengua y a censurar las historias de los caballeros andantes?
La sobrina lamenta que no vea que es viejo y pobre para ser caballero. A don Quijote lo único que le importa es las buenas obras y de justicia que podrá realizar siendo caballero.
Además, le recuerda a la sobrina el derecho de toda persona a evolucionar y no quedarse encasillada, en lo que por nacimiento le ha tocado en suerte. Esto se los explica con cuatro linajes.
Mirad, amigas: a cuatro suertes de linajes, y estadme atentas, se pueden reducir todos los que hay en el mundo, que son éstas: unos, que tuvieron principios humildes y se fueron extendiendo y dilatando hasta llegar a una suma grandeza; otros, que tuvieron principios grandes, y los fueron conservando y los conservan y mantienen en el ser que comenzaron; otros, que aunque tuvieron principios grandes acabaron en punta, como pirámide, habiendo diminuido y aniquilado su principio hasta parar en nonada, como lo es la punta de la pirámide, que respecto de su basa o asiento no es nada; otros hay, y éstos son los más, que ni tuvieron principio bueno ni razonable medio, y así tendrán el fin, sin nombre, como el linaje de la gente plebeya y ordinaria.
Cervantes vuelve a sacar, en este capítulo, el discurso sobre las armas y las letras y él se confiesa mucho más atraído por las armas que por las letras.
Dos caminos hay, hijas, por donde pueden ir los hombres a llegar a ser ricos y honrados; el uno es el de las letras, otro, el de las armas. Yo tengo más armas que letras, y nací, según me inclino a las armas, debajo de la influencia del planeta Marte, así, que casi me es forzoso seguir por su camino, y por él tengo que ir a pesar de todo el mundo, y será en balde cansaros en persuadirme a que no quiera yo lo que los cielos quieren, la fortuna ordena y la razón pide, y, sobre todo, mi voluntad desea; pues con saber, como sé, los innumerables trabajos que son anejos al andante caballería, sé también los infinitos bienes que se alcanzan con ella.
Don Quijote se siente llamado para esta labor y no traicionará a su destino.
Aquí, en el discurso sobre su destino, don Quijote parece un hombre absolutamente cuerdo, sino fuera porque el elemento que desencadena su discurso está basado en su fantasía de ser un caballero andante.
Capítulo séptimo
En este capítulo tienen lugar tres diálogos. Dos intentan persuadir a don Quijote para no salir buscando aventuras y en el tercero hablan don Quijote y Sancho como amo y escudero.
Cuando don Quijote se encierra con Sancho, el ama sale en busca de Sansón Carrasco, de tal forma que las dos situaciones suceden de manera simultánea.
Apenas vio el ama que Sancho Panza se encerraba con su señor, cuando dio en la cuenta de sus tratos, y, imaginando que de aquella consulta había de salir la resolución de su tercera salida, y tomando su manto, toda llena de congoja y pesadumbre se fue a buscar al bachiller Sansón Carrasco, pareciéndole que por ser bien hablado y amigo fresco de su señor, le podría persuadir a que dejase tan desvariado propósito.
En el primer diálogo el ama va en busca de Carrasco por sus dotes de persuasión y su retórica, aprendida en Salamanca. Este tranquiliza al ama y la envía de vuelta a casa, prometiéndole que pondrá remedio a las intenciones de don Quijote.
Aquí, el autor interrumpe el relato, cuando empieza a contar que Sansón Carrasco fue a hablar con el cura, creando un clima de suspense que retomará ocho capítulos después. 
Y con esto, se fue el ama, y el bachiller fue luego a buscar al cuar, a comunicar con él lo que se dirá a su tiempo.
En el segundo diálogo, Sancho le cuenta como ha convencido a su mujer para que le deje salir con don Quijote como escudero. Además, de corregir a Sancho con su lenguaje, don Quijote le habla a Sancho de las cualidades de un buen escudero. 
Las correcciones que hace don Quijote a Sancho reflejan, como siempre, el contraste entre dos lenguajes de dos mundos distintos. Don Quijote se presenta como defensor del buen hablar. Hablar bien era, en el siglo XVI, un valor social nuevo.
Esto como consecuencia de la petición de un salario por parte de Sancho. Don Quijote se niega a ello y le llama avaricioso.
Así que, Sancho mío, volveos a vuestra casa, y declarad a vuestra Teresa mi intención, y si ella gustare y vos gustáredes de estar a merced conmigo, bene quidem, y si no, tan amigos como de antes; que si al palomar no le falta cebo, no le faltarán palomas. Y advertid, hijo, que vale más buena esperanza que ruin posesión, y buena queja que mala paga. Hablo de esta manera, Sancho, por daros a entender que también como vos sé yo arrojar refranes como llovidos. Y, finalmente, quiero decir, y os digo, que si no queréis venir a merced conmigo y correr la suerte que yo corriere, que Dios quede con vos y os haga un santo; que a mí no me faltarán escuderos más obedientes, más solícitos, y no tan empachados ni tan habladores como vos.
La respuesta a esta petición es este discurso sobre las virtudes que tienen que tener los buenos escuderos. Sancho se queda desalentado ante la reacción de don Quijote.
En ese momento, comienza el tercer diálogo, con la aparición en la escena de la sobrina y Sansón Carrasco. Este último anima a don Quijote a salir de nuevo en busca de aventuras para buscar la justicia y ayudar a los que lo necesiten. Aquí, utiliza Carrasco una acumulación de sinónimos con intención cómica y además, mezcla la segunda y la tercera persona en el tratamiento que da a don Quijote llamándolo vuestra merced y su grandeza y después, tu magnificencia.
¡Ea, señor don Quijote mío, hermoso y bravo, antes hoy que mañana se ponga vuestra merced y su grandeza en camino, y si alguna cosa faltare para ponerle en ejecución, aquí estoy yo para suplirla con mi persona y hacienda, y si fuere necesidad servir a tu magnificencia de escudero, lo tendrá a felicísima ventura!
Finalmente, Sancho accede a salir con él y culpa a su mujer de su anterior petición.
…ya que Sancho no se digna de venir conmigo. –Sí digno –respondió Sancho, enternecido y llenos de lágrimas los ojos, y prosiguió–: No se dirá por mí, señor mío, el pan comido y la compañía deshecha; sí, que no vengo yo de alguna alcurnia desagradecida; que ya sabe todo el mundo, y especialmente mi pueblo, quién fueron los Panzas, de quien yo deciendo, y más, que tengo conocido y caldo por muchas buenas obras, y por más buenas palabras, el deseo que vuestra merced tiene de hacerme merced; y si me he puesto en cuentas de tanto más cuanto acerca de mi salario, ha  sido por complacer a mi mujer…
Don Quijote, Sancho y Carrasco acuerdan que la salida tendrá lugar de allí a tres días para poder prepararlo todo.
Llegado el momento, amo y escudero emprenden el viaje hacia el Toboso, bien provistos de alimentos y dinero, como le había aconsejado el ventero a don Quijote en su primera salida. 
Capítulo octavo
Este es el capítulo donde don Quijote y Sancho se ponen nuevamente en marcha. Han tardado, en esta segunda parte, ocho capítulos en los que han tenido tranquilos diálogos y otros no tan tranquilos, especialmente por parte de la sobrina y el ama de don Quijote.
Reaparece Cide Hamete Benengeli, al comienzo de este capítulo y dice a los lectores:
¡Bendito sea el poderoso Alá!, dice Hamete Benegeli al comienzo deste octavo capítulo. ¡Bendito sea Alá!, repite tres veces y dice que da estas bendiciones por ver que tiene ya en campaña a don Quijote y a Sancho, y que los lectores de su agradable historia pueden hacer cuenta que desde este punto comienzan las hazañas y donaires de don Quijote y de su escudero
Con el recurso de la aparición de Hamete Benengeli, Cervantes consigue ahondar en la sensación de estar viendo las aventuras en directo a medida que van sucediendo. 
Además, con este recurso también deja patente, que no se trata de una historia inventada por este escritor árabe, sino que se están contando al lector las aventuras reales de el caballero y su escudero. Por este motivo Hamete Benengeli se alegra tanto de tener nuevas aventuras que contar.
…persuádeles que se les olviden las pasadas caballerías del Ingenioso Hidalgo, y pongan los ojos en las que están por venir, que desde agora en el camino del Toboso comienzan, como las otras comenzaron en los campos de Montiel…
Esta salida, no tiene nada que ver con las anteriores, que se realizaron en la total clandestinidad. Esto demuestra la aceptación de su trastorno. Aquí, les da tiempo a preparar su salida y salen, incluso acompañados, durante una cierta distancia, por Sansón Carrasco. Esta salida es también distinta, porque aunque no conocemos lo que han decidido el cura y el bachiller, pero sí sabemos que entre Sansón Carrasco y el cura han urdido un plan para llevar definitivamente a casa a don Quijote, una vez aceptada su locura.
El primer objetivo será el Toboso para que don Quijote pueda ver a Dulcinea y despedirse de ella, aunque esto él no lo contempla.
Dulcinea ahora ya no tiene nada que ver con Aldonza Lorenzo, siendo esta el origen de su existencia. Don Quijote ya no reconoce la existencia de Aldonza y sí la de Dulcinea. 
Tengo por dificultoso que vuestra merced pueda hablarla ni verse con ella, en parte, a lo menos, que pueda recebir su bendición, si ya no se las echa desde las bardas del corral , por donde yo la vi la vez primera, cuando le llevé la carta donde iban las nuevas de las sandeces y locuras que vuestra merced quedaba haciendo en el corazón de Sierra Morena.
–¿Bardas de corral se te antojaron aquéllas, Sancho –dijo don Quijote–, adonde o por donde viste aquella jamás bastantemente alabada gentileza y hermosura? No debían de ser sino galerías , o corredores, o lonjas, o como las llaman, de ricos y reales palacios.
Llama la atención, que el ritmo de esta segunda parte es mucho más lento. Han tardado ocho capítulos en salir y ahora llegan al Toboso, de noche.



Capítulo noveno
En varias ocasiones, comienza Cervantes un capítulo con un verso. Aquí, empieza con un octosílabo que es el primer verso del Romance del Conde Claros. 
Don Quijote y Sancho empiezan a buscar la casa de Dulcienea. Don Quijote está convencido de que la casa tiene que ser un palacio o alcázar. De esta forma, iba buscando un edificio grande y van a dar con la iglesia del pueblo.
Guió don Quijote, y habiendo andado como docientos pasos, dio con el bulto que hacía la sombra, y vio una gran torre, y luego conoció que el tal edificio no era alcázar, sino la iglesia principal del pueblo. Y dijo:
–Con la iglesia hemos dado, Sancho.
Esta expresión, tantas veces malinterpretada, como una expresión de anticlericalismo, se ha popularizado como: Con la iglesia hemos topado. Pero realmente, es la expresión que dice una persona cuando en una situación normal se encuentra con el edificio de la iglesia del pueblo.
Don Quijote quiere mantener a Dulcinea como su bella dama y está dispuesto a todo. Cuando Sancho le dice que cuando la vio no pudo ver su belleza, no quiere creerle. En la primera parte, en el capítulo veinticinco, don Quijote afirmó que se enamoró de su belleza cuando la vio, y aquí dice que nunca la había visto, que se había enamorado de ella de oídas. Está claro, que don Quijote quiere mantener su juego.
–Tú me harás desesperar, Sancho –dijo don Quijote–. Ven acá, hereje: ¿no te he dicho mil veces que en todos los días de mi vida no he visto a la sin para Dulcinea, ni jamás atravesé los umbrales de su palacio, y que sólo estoy enamorado de oídas y de la gran fama que tiene de hermosa y discreta?
Queda patente, en este capítulo, la mayor lentitud de la segunda parte. Don Quijote y Sancho tardan todo un día y parte de la noche para llegar al Toboso, que en la primera parte parecía mucho más cercano. Esto da pie a tranquilas conversaciones y diálogos entre don Quijote y Sancho.
Don Quijote muestra cierta prisa por ver a Dulcinea, pero Sancho le acaba convenciendo y tranquilamente don Quijote no tiene problema en hacer caso a Sancho y esperar con calma, que este encuentre a Dulcinea.
…el consejo que ahora me has dado le apetezco y recibo de bonísima gana. Ven, hijo, y vamos a buscar donde me embosque; que tú volverás, como dices, a buscar, a ver y hablar a mi señora, de cuya discreción y cortesía espero más que milagrosos favores.
En este caso, Sancho no solo quería ser razonable, sino que prioritariamente quería que don Quijote no se enterara de que la respuesta que le había llevado a Sierra Morena era falsa.

Capítulo décimo
El capítulo comienza nuevamente mencionando al autor de la historia, que no es Cervantes, sino Hamete Benengeli. 
El autor dice que los lectores no iban a poder creer lo que cuanta aquí de don Quijote, porque su locura llega al límite de lo creíble.
Llegando el autor desta grande historia a contar lo que en este capítulo cuenta, dice que quisiera pasarle en silencio, temeroso de que no había de ser creído; porque las locuras de don Quijote llegaron aquí al término y raya de las mayores que pueden imaginarse y aun pasaron dos tiros de ballesta más allá de las mayores. Finalmente, aunque con este miedo y recelo, las escribió de la misma manera que él las hizo, sin añadir ni quitar a la historia un átomo de la verdad, sin añadir ni quitar a la historia un átomo de la verdad…
Sancho consigue sin problema su propósito de marcharse solo hacia el Toboso, buscando una solución que arregle el problema de Dulcinea.
Aquí queda patente el mayor protagonismo de Sancho en esta segunda parte, así como su inteligencia para manejar a don Quijote. 
El problema es que don Quijote también ha cambiado y ahora es más consciente de la realidad, con lo que no es tan fácil que vea una cosa por otra.
…yéndonos con Sancho Panza, que no menos confuso y pensativo se apartó de su señor que él quedaba; y tanto, que apenas hubo salido del bosque, cuando, volviendo la cabeza y viendo que don Quijote no parecía, se apeó del jumento, y sentándose al pie de un árbol comenzó a hablar consigo mesmo…
El lector se encuentra con este soliloquio, en el que Sancho intenta buscar una solución al problema y, aunque asustado, se muestra más seguro de sí mismo y de encontrar una solución.
Este soliloquio pasó consigo Sancho, y lo que sacó dél fue que volvió a decirse: –Ahora bien: todas las cosas tiene remedio, si no es la muerte, debajo de cuyo yugo hemos de pasar todos, mal que nos pese, al acabar de la vida. Este mi amo, por mil señales, he visto que es un loco de atar, y aun también yo no le quedo en zaga, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: “Dime con quién andas, decirte he quién eres”. 
…no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuando él no lo crea juraré yo, y si él jurare tornaré yo a jurar, y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere, Quizá con esta porfía acabará con él que no me envíe otra vez a semejantes mensajerías, viendo cuán mal recado le traigo dellas, o quizá, pensará, como yo imagino, que algún mal encantador de estos que él dice que le quiere mal la habrá mudado la figura por hacerle mal daño.
Existe una novedad en la manera de ver las cosas de don Quijote. Ahora, no quiere ver gigantes donde hay molinos, sino que en el caso de Dulcinea ve a una labradora. Es Sancho el que le confunde explicándole como va vestida, con grandes lujos, y el caballo que monta, además, de hablarle de su hermosura.
Está claro que don Quijote ha visto la realidad. Anteriormente, esto ya había pasado, en la primera parte, cuando los dos huéspedes de la venta querían irse sin pagar, pero no con a intensidad y la continuidad de este momento.
Pero dime, Sancho: aquella que a mí me pareció albarda, que tú aderezaste, ¿era silla rasa o sillón?
–No era –respondió Sancho– sino silla a la jineta, con una cubierta de campo que vale la mitad de un reino, según es de rica.
–Y ¡que no viese yo todo eso, Sancho! –dijo don Quijote–. Ahora torno a decir y diré mil veces, que soy el más desdichado de los hombres. 
Sancho, viendo que su amo cree que él ha visto a Dulcinea con todos sus aderezos, se relaja y se ríe interiormente de don Quijote.
Harto tenía que hacer el socarrón de Sancho en disimular la risa, oyendo las sandeces de su amo, tan delicadamente engañado.
Finalmente, amo y escudero pondrán rumbo hacia Zaragoza. Pero nos anticipan, que sucederán cosas que cambiarán sus planes.
Capítulo décimo primero
Desde el capítulo anterior, el lector siente compasión por don Quijote. El no poder ver a Dulcinea, como él cree que es, le deja abatido y le deprime. 
Sancho Panza toma por primera vez una postura casi protectora y paternalista con don Quijote. Sancho le anima y le dice que un auténtico caballero no puede dejarse vencer.
De su embelesamiento le volvió Sancho Panza, diciéndole: –Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias; vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes. 
Este capítulo, se desarrolla durante la semana de las fiestas del Corpus Christi. En la que, en aquella época, se llamaba la octava del Corpus. Era el momento en el que las compañías teatrales, tras haber actuado en las procesiones de las capitales de provincia, interpretaban los autos sacramentales en los pueblos de la comarca. Lo que describen de la carreta y los actores que se encuentran en el camino, se ajusta a la realidad.
Venía la carreta descubierta al cielo abierto, sin toldo ni zarzo. La primera figura que se ofreció a los ojos de don Quijote fue la de la misma Muerte con rostro humano; junto a ella venía un ángel con unas grandes y pintadas alas; al un lado estaba un emperador con una corona, al parecer de oro, en la cabeza; a los pies de la Muerte estaba el dios que llaman Cupido, sin venda en los ojos, pero con su arco, carcaj y saetas. Venía también un caballero armado de punta en blanco, excepto que no traía morrión, no celada, sino un sombrero lleno de plumas de diversas colores; con éstas venían otras personas de diferentes trajes y rostros.
Es real que existió un autor llamado Andrés de Angulo, “el Malo”. Su compañía teatral era una de las más famosas de la época. La pieza teatral que los actores comentan a don Quijote y Sancho, Las Cortes de la Muerte, se identifica con una de las obras de Lope de Vega. El vestuario que llevan los actores se ajusta a las recomendaciones del libreto. 
El hombre que aparece al lado de la carreta, tocando unos cascabeles y con un palo con tres vejigas de vaca, era un personaje típico de las fiestas del Corpus, representaba a la locura. Salía en procesión detrás de las carretas y asustaba con su palo a los espectadores. Según la zona de España, se le conocía con distintos nombres como botarga, mojarrilla, o moharracho. 
Toda esta narración costumbrista, no se incluye en la obra por casualidad. Este auto, barroco, de Lope de Vega, escenifica las antiguas danzas medievales de la Muerte. Representa el encuentro entre el Hombre y las figuras del Diableo, el Tiempo, la Locura y la Muerte. El Hombre sometido a un juicio solo se salvará renegando de su vida loca. Así que, no es una mera descripción costumbrista, sino que se ajusta perfectamente al objetivo de esta segunda parte de la obra. Es el último viaje del caballero. Este ve la realidad mucho mas clara que en la primera parte y asoman los presagios de muerte.
Los cómicos con las ropas que corresponden a los personajes que están representando. Es la ficción dentro de la ficción. Ahora, don Quijote los ve como son en realidad. Don Quijote y Sancho comentan sobre la vida como si está fuera realmente una comedia.
En la imagen que presenta Cervantes están: don Quijote disfrazado de caballero, que será un loco disfrazado de caballero y un actor disfrazado de loco, el bojiganga. Rocinante huye asustado y cae con don Quijote al suelo. Sancho quiere auxiliar a don Quijote y cae también. El bojiganga repetirá lo que hacen ellos, con los mismos gestos, como si se tratara de un espejo deformado.
Incluso, en esta situación, que don Quijote se siente despechado y con ganas de ajustar cuentas, se vuelve razonable y hace caso a Sancho, lo que hubiera sido impensable en la primera parte de la obra. Intenta que sea Sancho el que se venge, pero sin mucha convicción. 
–Ahora sí –dijo don Quijote– has dado, Sancho, en el punto que puede y deba mudarme de mi ya determinado intento. Yo no puedo ni debo sacar la espada, com otras veces muchas te he dicho, contra quien no fuere armado caballero. A ti, Sancho, toca, si quieres tomar la venganza del agravio que a tu rucio se le ha hecho; que yo desde aquí te ayudaré con voces y advertimientos saludables.


Capítulo décimo segundo

En este capítulo, don Quijote se encuentra con otro caballero, el caballero del Bosque. Se puede sospechar que esto es algo premeditado y planeado por Sansón Carrasco para sacar a don Quijote de la locura. 
Estos piensan que lo mejor no es llevarle la contraria como hicieron en la primera parte de la obra, sino que lo mejor es enfrentarle con su propia ficción para que este regrese a su pueblo. El lector comprobará más adelante el éxito o fracaso de la operación.
El juego de espejos, es un juego que va a permanecer y desarrollarse a lo largo de toda la segunda parte. Ya en el capítulo anterior, el lector vio como los cómicos de la carreta representaban personajes que como aquí dice don Quijote son fiel espejo de la realidad.
…poniéndonos un espejo a cada paso delante, donde se veen al vivo las acciones dela vida humana, y ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos u lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes. Si no, dime: ¿no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales.
–Pues lo mesmo  –dijo don Quijote– acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura.
En la explicación que da Sancho sobre el ajedrez se muestra inteligente y casi cultivado..
…mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio, y en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.
Esto es producto de la influencia de la quijotización como él mismo expresa.
–Cada día, Sancho –dijo don Quijote–, te vas haciendo menos simple y más discreto. –Sí, que algo se me ha de pegar de la discreción de vuestra merced –respondió Sancho–
A pesar de que don Quijote, en esta segunda parte, es más consciente de la realidad, sigue jugando a ser el perfecto caballero andante.
No quitó la silla a Rociannate, por ser expreso mandamiento de su señor que en el tiempo que anduviesen en campaña, o no durmiesen debajo de techado, no desaliñase a Rocinante: antigua usanza establecida y guardada de los andantes caballeros, quitar el freno y colgarle del arzón de la silla; pero ¿quitar la silla al caballo?, ¡guarda!…
Más adelante Cervantes escribe una expresión que muestra al lector la complicación narrativa que deseaba darle a su obra.
Digo que dicen que dejó el autor escrito…
Aquí se ve el juego del perspectivismo que encierra la obra. Cervantes dice “Digo” en primera persona, a continuación utiliza el plural de la tercera persona, “dicen” e incluye, asimismo, al supuesto autor de la obra.
Desde el momento en el que don Quijote se encuentra con el caballero del Bosque, todo girará en torno al amor y la caballería. Volverá a estar presente el encantamiento de don Quijote que no pudo ver, ni hablar con su amada Dulcinea. 
El encontrarse con un igual, que está en parecidas circunstancias, hace que don Quijote se reafirme en su posición, pero también, que se sienta acompañado en su desgracia.  
Además, el verse, repentinamente, imbricado en la aventura del otro caballero, le obliga a reflexionar sobre su historia y sobre su ser como caballero andante. 
11 de abril de 2020

Don Quijote de la Mancha – Prólogo y capítulos del 1 al 5 de la segunda parte

Don Quijote segunda parte

Pequeños comentarios

El Quijote de la segunda parte se edita en 1615. En líneas generales, sigue la misma estructura que la primera parte. 
 
Cambia la dedicatoria del libro. La primera parte estaba dedicada al duque de Béjar y esta segunda la dedica al Conde de Lemos.
 
Además, cambia el título del libro. Probablemente este cambió se debió a que había aparecido publicado el año anterior una segunda parte del Quijote con el titulo de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, segunda parte; escrita por un tal Avellaneda. 
 
La primera parte se titulaba El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha y la segunda El ingenioso caballero don Quijote de La Mancha. Este cambio tiene su razón en el cambio que se produce en la vida de don Quijote, ya que en la primera parte había sido armado caballero.
 
Al tratarse de una segunda parte, el autor quiso dejar claro, que él era el autor de la primera. De esta manera, se puede ver en la segunda parte que Cervantes escribió su nombre y a continuación, para despejar toda duda, indica: autor de la primera parte.
 
El nombre de Avellaneda, era un nombre falso y Cervantes lo sabía. Es casi seguro, que sabía de quién se trataba, pero no quiso nombrarlo por no darle publicidad. Se cree que el autor podría ser alguien cercano a Lope de Vega o incluso el propio Lope.
 
Prólogo

En esta segunda parte del Quijote, el lector se encontrará con personajes, que habían sido lectores de la primera. 
 
Entre las dos partes del Quijote median diez años (1605 – 1615). El lector deberá tener en cuenta durante su lectura, que la primera parte había tenido un éxito arrollador y además que se había publicado una segunda parte “falsa” y que Cervantes no quería dejar pasar la oportunidad de despejar toda duda sobre su no autoría de esa segunda parte aparecida en 1614.
 
El prólogo del libro más que presentarse él como autor y presentar la obra, como era la costumbre habitual, lo utiliza para arremeter de una forma irónica, pero muy dura contra Avellaneda, autor de esa segunda parte “falsa”. Aquí, Cervantes responde a los insultos que le había dirigido Avellaneda en su obra. Le había llamado manco, viejo, etc. 
 
Cervantes se defiende y después ataca y deja en ridículo a Avellaneda. Utiliza el recurso de explicar que no se va a decir lo que de esa manera sí se dice.
 
¡Válame Dios, y con cuánta gana debes de estar esperando ahora, lector ilustre o quier plebeyo, este prólogo, creyendo hallar en él venganzas riñas y vituperios del autor del segundo Don Quijote, digo, de aquel que dicen que se engendró en Tordesillas y nació en Tarragona! Pues en verdad que no te he dar este contento, que puesto que los agravios despiertan la cólera en los más humildes pechos, en el mío ha de padecer excepción esta regla. Quisieras tú que lo diera del asno, del mentecato y del atrevido; pero no me pasa por el pensamiento: castíguele su pecado, con su pan se lo coma y allá se lo haya.
 
Cervantes alude a la batalla de Lepanto con orgullo y habla de sus heridas y de su brazo maltrecho con satisfacción.
 
Lo que no he podido dejar de sentir es que me note de viejo y de manco, como si hubiera sido en mi mano haber detenido el tiempo, que no pasase por mí, o si mi manquedad hubiera nacido en alguna taberna sino en la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.
 
En el prólogo, alude directamente a Lope de Vega, pero no como autor del otro Quijote. Explica que fue nombrado ministro de la Inquisición, gracias a su vida virtuosa y que se hizo sacerdote en 1604. Esto lo narra con ironía, porque era bien sabido que Lope había llevado una vida licenciosa y no precisamente ordenada.
 
He sentido también que me llame invidioso, y que como a ignorante, me describa qué cosa sea la invidia; que, en realidad de verdad, de dos que hay, yo no conozco sino a la santa, a la noble y bienintencionada; y siendo esto así, como lo es, no tengo yo de perseguir a ningún sacerdote, y más si tiene por añadidura ser familiar del Santo Oficio; y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo; que del tal adoro el ingenio, admiro la obras, y la ocupación continua y virtuosa. Pero, en efecto, le agradezco a este señor autor el decir que mis novelas son más satíricas que ejemplares, pero que son buenas, y no lo pudieran ser si no tuvieran de todo.
 
Lo que sí queda claro en este prólogo es que Cervantes se había sentido profundamente ofendido con el autor de esa segunda parte del Quijote: con Avellaneda.
 
 
Dedicatoria
 
Esta segunda parte está dedicada a Don Pedro Fernández de Castro, séptimo conde de Lemos, Virrey de Nápoles y protector de Cervantes.
 
Además de esta segunda parte del Quijote, Cervantes le dedicó las Novelas ejemplares, el Persiles y Segismunda y las Ocho comedias y ocho entremeses.
 
La dedicatoria está llena de guasa. Además, cuenta con el respaldo de el arzobispo de Toledo y del Virrey de Nápoles. Esto anula social y literariamente al osado Avellaneda.
 
Cervantes, en tono jocoso, quiere mostrar su extensa fama, frente a la del impostor, Avellaneda.
 
Es mucha la priesa que de infinitas partes me dan a que le envíe para quitar el hámago  la náusea que ha causado otro don Quijote, que con nombre de segunda parte se ha disfrazado y corrido por el orbe; y el que más ha mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China, pues en lengua chinesca habrá un mes que me escribió una carta con un propio, pidiéndome, o, por mejor decir, suplicándome se le enviase, porque quería fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana y quería que el libro que se leyese fuese el de la historia de don Quijote.
 
 
Capítulo primero

Aunque en esta segunda parte, no narra la historia del manuscrito encontrado, Cervantes comienza el primer capítulo, dando por hecho que el lector ya conoce a Cide Hamete Benengeli, que supuestamente era el autor del manuscrito arábigo, traducido al castellano y que Cervantes narra por medio de un narrador omnisciente al lector.
 
Cuenta Cide Hamete Benegeli en la segunda parte desta historia y tercera salida de don Quijote, que…
 
La segunda parte, comienza sin los acostumbrados poemas iniciales que siempre se escribían en todas las obras de la época. En la primera parte, Cervantes ya se había reído de esta costumbre, sustituyendo los supuestos poemas escritos por poetas de prestigio, por unos poemas escritos por él mismo.
 
Desde la publicación de la primera parte han transcurrido diez años, pero en la historia de don Quijote, supuestamente, ha transcurrido solo un mes. Así que, el cura y el barbero, solamente, hace un mes que lo habían visto y le habían dejado en su cama, después de la segunda salida.
 
El cura y el barbero intentan probar, con gran desconfianza, si don Quijote está cuerdo o no. Para ello entablan los tres una conversación, que prácticamente ocupa el resto del capítulo. Don Quijote se produce con mucha prudencia y se da perfecta cuenta de la situación.
 
Aparecen, en este capítulo, algunas pautas que se repetirán a lo largo de toda la segunda parte: más diálogo, mayor participación de don Quijote en situaciones de cordura y el ritmo de la acción es más tranquilo.
 
La conversación se desarrolla con toda normalidad hasta que el cura, a propósito, saca a colación un tema peligroso para don Quijote: los rumores de un ataque inminente por parte de los turcos. En ese momento, don Quijote expresa su deseo de poder aconsejar al rey.
 
Su Majestad ha hecho como prudentísimo guerrero en proveer sus estados con tiempo, porque no le halle desapercbido el enemigo, pero si se tomara mi consejo, aconsejárale yo que usara de una prevención, de la cual Su Majestad la hora de agora debe estar muy ajeno de pensar en ella. 

Apenas oyó esto el cura, cuando dijo entre sí: –¡Dios te tenga de su mano , pobre don Quijote; que me parece que te despeñas de la alta cumbre de tu locura hasta el profundo abismo de tu simplicidad!
 
Ahí, se despierta su parte poco cuerda y opina sobre lo que se deba aconsejar al rey: acudir a la ayuda de todos los caballeros andantes del reino. El cura y el barbero comprueban que su locura permanece intacta.
 
¿Hay más sino mandar A su Majestad por público pregón que se junten en la corte para un día señalado todos los caballeros andantes que vagan por España, que aunque no viniesen sino media docena, tal podría venir entre ellos, que solo bastase a destruir toda la potestad del Turco? 
En las obras del Siglo de Oro era muy frecuente que se contaran historias y especialmente historias de locos. Ya en la primera parte hemos asistido al recurso de introducir múltiples historias de diferente tipo en la trama principal. En este capítulo, es el barbero el que cuenta el cuento del loco de Sevilla, que tiene muchas similitudes con don Quijote. Al igual que este, el loco de Sevilla parece cuerdo hasta que le tocan el tema en el que se centra su locura. Este loco se creía Neptuno, dios de las aguas.
 
No tenga vuestra merced pena señor mío ni haga caso de lo que este loco ha dicho; que si él es Júpiter y no quisiere llover, yo, que soy Neptuno, el padre y el dios de las aguas, lloveré todas las veces que se me antojare y fuere menester.

Otro recurso literario que utiliza Cervantes con cierta frecuencia es la antítesis como vestido y desnudo, cuerdo y loco, estómagos vacíos y cerebros llenos.
 
En definitiva, el lector comprueba que vuelve a aparecer el tema de la locura de don Quijote, que toma por reales a todos los personajes de los libros de caballerías. Al mismo tiempo, muestra su cordura al sustentar su opinión sobre la existencia de los gigantes, en la autoridad de la Santa Escritura y en una prueba paleontológica.
 
Como el lector puede apreciar, esta segunda parte arranca con un Quijote más cuerdo, pero conservando el punto de locura sobre los personajes de los libros de Caballerías.
 
 
Segundo capítulo
 
Como en la primera parte del Quijote, Cervantes utiliza el recurso de encadenar los capítulos. En la situación exacta que termina el primera capítulo, comienza el segundo.
 
Este segundo capítulo, junto con el tercero y el cuarto, forman una unidad, con un coloquio y los tres mismos personajes. En este capítulo segundo, es verdad que no aparece al bachiller Sansón Carrasco, pero Sancho Panza lo introduce y va a buscarlo para que les de información.
 
Mas si vuestra merced quiere saber todo lo que hay acerca de las caloñas que le ponen, yo le traeré aquí luego al momento quien se las diga todas, sin que les falte una meaja, que anoche llegó el hijo de Bartolomé Carrasco, que viene de estudiar en Salamanca, hecho bachiller, y yéndole yo a dar la bienvenida me dijo que andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y  a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas, que me hice cruces de espantado cómo las pudo saber el historiador que las escribió.
 
Los tres capítulos se desarrollan en el mismo lugar y el diálogo nos retrotrae a la primera parte de la obra, recordando las aventuras del caballero y su escudero.
 
Don Quijote y Sancho recuerdan como salieron juntos de viaje y juntos corrieron las distintas aventuras que les tocó vivir. Ambos sufrieron las desventuras de los dos como si fueran en carne propia.
 
Sancho le informa a don Quijote de las opiniones de la gente sobre su figura y sus aventuras. Existen diversas opiniones, pero ninguna se ajusta a lo que don Quijote quiere oír.
 
Sancho le cuenta como algunos comentan que utiliza el tratamiento de “don” sin tener derecho a ello. En aquella época los hidalgos no tenían derecho a ese tratamiento. Asimismo, hablaban de lo ridículo de sus ropas y de su pobreza en el vestir.
 
Los hidalgos dicen que no conteniéndose vuestra merced en los límites de la hidalguía, se ha puesto don y se ha arremetido a caballero con cuatro cepas y dos yugadas de tierra y con un trapo atrás y otro adelante.
 
Aparece nuevamente Cide Hamete Benegeli como narrador de los hechos. A don Quijote le sorprende, pero le halaga, lo que le cuenta Sancho. Parece que sus aventuras están plasmadas en un libro, que mucha gente ya ha leído. El máximo halago que se le puede hacer a don Quijote es verse convertido en un personaje literario.
 
–Yo te aseguro, Sancho  –dijo don Quijote–, que debe de ser algún sabio encantador el autor de nuestra historia; que a los tales no se les encubre nada de lo que quieren escribir.

–Y ¡cómo –dijo Sancho– si era sabio y encantador pues (según dice el bachiller Sansón Carrasco que así se llama el que dicho tengo) que el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena.
Aquí se produce una prevaricación idiomática de las muchas que hace Sancho a lo largo de la historia. Confunde dos palabras de origen árabe. Nombra a Cide Hamete Berenjena, en vez de Cide Hamete Benengeli. Esto imprime a esta parte de la narración un aire jocoso.
 
En el capítulo dos, se produce también un desajuste cronológico. El lector sabe que solo hace un mes que terminó la primera parte, pero resulta que esta ya ha sido publicada y leída por miles de lectores. 
 
Además, también quedará clara la quijotización de Sancho. Los dos quedan unidos por un mismo destino.
 
Finalmente, se puede decir que se trata de un capítulo introductorio y que nos sitúa para la entrada en escena de Sansón Carrasco y el diálogo que los tres entablarán en los dos siguiente capítulos.
 
Además quedará planteada la novedad de la situación que desea don Quijote en toda la segunda parte. Busca y encuentra los lectores de su primera parte. De esta manera, queda inmortalizado de manera literaria.
 
 
Capítulo tercero
 
En este capítulo aparece, en persona, Sansón Carrasco, ya anunciado en el capítulo anterior.
 
Este le va a dar a conocer a don Quijote, cómo han sido publicadas sus aventuras, incluso en distintos países, y cuánta gente las ha leído ya. La obra había tenido una aceptación extraordinaria.
 
–Déme vuestra grandeza las manos, señor don Quijote d la Mancha; que por el hábito de San Pedro que visto aunque no tengo otras órdenes que las cuatro primeras, que es vuestra merced uno de los más famosos caballeros andantes que ha habido, no aun habrá, en toda la redondez de la tierra. Bien haya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escritas, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo en nuestro vulgar castellano para universal entretenimiento de las gentes.

Cervantes se introduce nuevamente en la narración, porque él fue el que encontró realmente el manuscrito y lo hizo traducir.
 
Sansón Carrasco, le hace saber a don Quijote, que es famoso en el mundo entero.
 
Don Quijote desconfía del autor de la obra por ser moro. Pero Sansón Carrasco le tranquiliza.
 
–Si por buena fama y si por buen nombre va –dijo el bachiller–, solo vuestra merced lleva la palma a todos los caballeros andantes; porque el moro en su lengua y el cristiano en la suya tuvieron cuidado de pintarnos muy al vivo la gallardía de vuestra merced, al ánimo grande en acometer los peligros, la paciencia en las adversidades y el sufrimiento así en las desgracias como en las heridas, la honestidad y continencia en los amores tan platónicos de vuestra merced y de mi señora doña Dulcinea del Toboso.
 
Un elemento importantísimo que introduce Cervantes con la aparición de Sansón Carrasco, no es ya como en la primera parte, que de vez en cuando, aparezca Cervantes en su propia obra, sino que ahora los personajes de ficción don Quijote y Sancho al introducirlos en una ficción dentro de la ficción pasan a ser personas reales de los que se ha escrito una obra con sus aventuras. Aquí, en la obra, aparece un libro que se llama El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha. 

En la primera parte ya se habían introducido algunos recursos de ficción para que los personajes parecieran más reales, pero la aparición de la obra, en la propia obra, es el recurso definitivo para conseguir el objetivo del autor.
 
Cervantes también consigue darle una sensación de inmediatez. El lector está leyendo la obra al mismo tiempo que está pasando. Es como si el lector asistiera desde un punto, como observador a lo que sucede en la trama. 
 
La sensación del lector es de tal inmediatez que parece no existir el narrador. Podría ser una obra teatral. 
 
Además, este recurso no va a valer solo para poner en la realidad a don Quijote y Sancho, sino que va a servir para que Cervantes haga apología de su obra y de su concepción de la narrativa.
 
Esto marca la diferencia también, entre la primera parte y la segunda. En la primera parte, el lector tiene la sensación de que el narrador cuanta hechos pasados y en esta segunda parte la sensación para el lector es de estar asistiendo a los hechos presentes según van discurriendo.
 
Sancho también tiene necesidad de cierto protagonismo y pregunta a Sansón Carrasco por su personaje. Introduciendo además, en ese momento uno de los habituales errores de lenguaje de Sancho
 
–Y de mí –dijo Sancho–; que también dicen que soy yo uno de los principales presonajes della. –Personajes, que no presonajes, Sancho amigo –dijo Sansón. –¿Otro reprochador de voquibles tenemos? –dijo Sancho –respondió el bachiller–, si no sois vos la segunda persona de la historia, y que hay tal que precia más oíros hablar a vos que al más pintado de toda ella, puesto que también hay quien diga que anduvistes demasiadamente de crédulo en creer que podía ser verdad el gobierno de aquella ínsula ofrecida por el señor don Quijote, que está presente.
 
Además, Sansón Carrasco aprovecha la situación y pide a Sancho que le explique dos sucesos que no quedaron claros en la primera parte y, aquí, este le contesta que primero va a comer y después volverá para aclarar lo que quiera pedirle. Con esto, Cervantes aprovecha, también, para volver a traer a la escena dos fallos que se habían producido en la primera parte.
 
Y algunos han puesto falta y dolo en la memoria del autor, pues se le olvida de contar quién fue el ladrón que hurtó el rucio a Sancho que allí no se declara y sólo se infiere de lo escrito que se le hurtaron, y de allí a poco le vemos a caballo sobre el mesmo jumento, sin haber parecido. también dice que se lo olvidó poner lo que Sancho hizo de aquellos cien escudos que halló en la maleta en Sierra Morena, que nunca más los nombra, y hay muchos que desean saber qué hizo dello o en qué los gastó, que es uno de los puntos sustanciales que faltan en la obra.
 
El capítulo termina con la vuelta de Sancho después de la comida y enlazará con el siguiente capítulo que realmente es donde dará las explicaciones pedidas.
 
 
Capítulo cuarto
 
Después de que Sancho regresa a casa de don Quijote, se pone a disposición de Sansón Carrasco para que le pregunte lo que desee.
 
La primera parte del Quijote se convierte aquí en un elemento más de esta segunda parte y se introduce con toda naturalidad. No aparece de forma forzada.
 
Sansón Carrasco pregunta a Sancho por los dos sucesos que en la primera parte causaban confusión en el lector.
 
Sancho aclara, en esta segunda parte, los dos sucesos de manera natural y sin causar ninguna duda al lector.
 
Así quedan redimidos dos fallos narrativos de la primera parte, sin asumir ninguna culpa, solamente se piensa que pudo ser el historiador o el impresor, quién causó la confusión.
 
–A eso –dijo Sancho–, no sé qué responder, sino que el historiador se engañó, o ya sería descuido del impresor. –Así es, sin duda –dijo Sansón–

–Yo tendré cuidado –dijo Carrasco– de acusar al autor de la historia que si otra vez la imprimieren no se le olvide esto que el buen Sancho ha dicho, que será realzarla un buen coto más de lo que ella se está.
 
En este capítulo, se empieza a vislumbrar la tercera salida. El Bachiller Sansón Carrasco les aconseja ir hacia Zaragoza, pero finalmente Cervantes alterará el itinerario y el objetivo no será Zaragoza, sino Barcelona.
 
No había bien acabado de decir estas razones Sancho, cuando llegaron a sus oídos relinchos de Rocinante; los cuales relinchos tomó don Quijote por felicísimo agüero, y determinó de hacer de allí a tres o cuatro días otra salida; y declarando su intento al bachiller, le pidió consejo por qué parte comenzaría su jornada; el cual le respondió que era su parecer que fuese al reino de Aragón, y a la ciudad de Zaragoza.
 
Cervantes no quiso seguir el itinerario de Zaragoza para poner distancia entre el Quijote de Avellaneda y su segunda parte.
 
En este punto hay un desajuste cronológico. Se supone que desde el final de la primera parte había transcurrido un mes. La segunda salida había finalizado en verano y ahora pretenden ir a Zaragoza para San Jorge, cuya festividad se celebra el 23 de abril.
 
…a la ciudad de Zaragoza, dadonde de allí a pocos días se habían de hacer unas solemnísimas justas por la fiesta de San Jorge…
 
Asimismo, en esta parte, Sancho vuelve a Quijotizarse, con el tema de la ínsula y su gobierno, en esto Sansón Carrasco le sigue la corriente. Además, vuelve a su utilización frecuente de refranes y a la defensa de la limpieza de sangre.
 
Casi al final del capítulo, hablan de los versos que van a escribir para hacer un acróstico con el nombre de Dulcinea del Toboso
 
Las coplas castellanas tenían veros octosílabos en oposición a los metros italianos introducidos en el siglos XVI, y décimas o redondillas eran entonces los diez versos octosílabos de dos estrofas llamadas redondillas. Hoy llamamos décima a la estrofa espinela, redondilla a la copla de cuatro versos y quintilla a la de cinco, en cambio en aquella época la quintilla era considerada como la redondilla.
 
Capítulo quinto
 
Este capítulo, trata del diálogo que mantienen Sancho y su mujer. La discusión comienza porque Sancho comunica a su mujer su intención de hacer una nueva salida con don Quijote. Teresa Panza está preocupada por el futuro de sus hijos y muy en particular por el de su hija. Sanchica tiene una edad en la que ya habría que pensar en casarla.
 
Sancho contagiado por las fantasías de don Quijote, sueña con el ascenso social, expresa su deseo de casar a su hija con alguien de la nobleza y Teresa, mucho más pegada a la realidad, desea casar a su hija con alguien de igual condición que ella. 
 
En esta discusión se crea un contraste entre los elevados objetivos que tiene Sancho y que ha aprendido de su amo, la ambición desmedida y el afán de ascender en la escala social y los de Teresa Panza, que encarna la moderación y el sentido común, pegado a la realidad.
 
El habla de Teresa recuerda a como era Sancho cuando conoció a don Quijote. Esta cargada de refranes como viva la gallina, aunque sea con su pepita, apelativos populares como Juan Tocho y sufijos despectivos como condazo o caballerote. En contraste, está el habla de Sancho que toma el mismo papel que don Quijote, en relación con su mujer y habla de manera engolada y llena de cultismos, como mentecata e ignorante.
 
Cervantes, complica el problema de la autoría de la obra.  Ya no es la obra escrita por Cide Hamete Benegeli, ni de Cervantes, que sería el transcriptor de ella, sino que es el traductor el que opina que este capítulo es apócrifo. 
 
Llegando a escribir el traductor desta historia este quinto capítulo dice que le tiene por apócrifo, porque en él habla Sancho Panza con otro estilo del que se podía prometer de su corto ingenio y dice cosas tan sutiles, que no tiene por posible que él las supiese; pero que no quiso dejar de traducirlo, por cumplir con lo que a su oficio debía, y así, prosiguió diciendo: …
 
Precisamente, este argumento lo basa en el diálogo mantenido por Sancho y su mujer en el que cambia completamente el registro en el que habla Sancho. Tanto, que su mujer casi no lo entiende. Sancho pasa de hablar de forma coloquial a hablar como un letrado.
 
–Mirad, Sancho –replicó Teresa–; después que os hicistes miembro de caballero andante habláis de tan rodeada manera, que no hay quien os entienda.

Además, corrige los errores de habla que comete su mujer, exactamente igual que hace don Quijote con él y adopta una actitud de superioridad, equivalente a la que adopta también don Quijote con él. Esto demuestra la imparable quijotización de Sancho.
 
–Yo no os entiendo, marido –replicó Teresa–; haced lo que quisiéredes, y no me quebréis más la cabeza con vuestras arengas y retóricas. Y si estáis revuelto en hacer lo que decís.. –Resuelto has de decir, mujer –dijo Sancho–, y no revuelto.
 
Aunque, habría que decir, que la diferencia entre el amo y el escudero estriba en que don Quijote desea hacer justicia y el bien a la humanidad y el objetivo de Sancho es medrar y conseguir la consideración social.
Aquí, Sancho desoye las advertencias prudentes de su mujer exactamente igual que don Quijote desoyó las que le hizo Sancho con los molinos de viento o los rebaños de ovejas, de la primera parte.
 
Encontramos, en este punto, una reivindicación femenina muy moderna en Teresa frente al dominio absoluto del marido. 
 
…pero otra vez os digo que hagáis lo que os diere gusto; que con esta carga nacemos las mujeres, de estar obedientes a sus maridos, aunque sean unos porros.  
 
Finalmente, Sancho consigue infundir en Teresa cierta ilusión y esperanza, en cuanto a su ascenso social. Aunque, siempre con mucha prudencia y desconfianza y ridiculizando la vida de caballero de don Quijote.
 
Este capítulo está considerado una de las joyas del lenguaje coloquial de la literatura española.